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lunes, 16 de octubre de 2017

LOS SIETE MAGNÍFICOS

(The magnificent seven, 1960)

Dirección: John Sturges
Guion: William Roberts y Walter Newman (sin acreditar)

Reparto:
- Yul BrynnerChris
- Eli WallachCalvera
- Steve McQueenVin
- Charles BronsonBernardo O’Reilly
- Robert VaughnLee
- James CoburnBritt
- Brad DexterHarry Luck
- Horst BuchholzChico
- Jorge Martínez de HoyosHilario
- Rosenda Monteros: Petra

Música: Elmer Bernstein.
Productora: Mirisch Company, Alpha Productions (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8


"El viejo tiene razón sólo ellos han ganado, nosotros no. Como siempre". (Comentario de Chris a Vin mientras abandonan el pueblo una vez acabado con Calvera).


John Sturges se encontraba en el mejor momento de su carrera y se había convertido en un director fiable para las productoras, tanto por entenderse perfectamente con las grandes estrellas con las que solía trabajar, como por haber rentabilizado en taquilla filmes de gran presupuesto (“Conspiración de silencio”, un wéstern contemporáneo rodado en 1955, “Duelo de titanes” -1957- una de las más famosas y mejores versiones del duelo en el OK-Corral, ”Desafío en la ciudad muerta” -1958- con la pareja Robert Taylor y Richard Widmark o “El último tren de Gun Hill” de 1959), cuando con su compañía Alpha Production (creada recientemente junto a Robert Wise) contactó con la Mirisch, del gran productor independiente Walter Mirisch, para producir un remake de “Los siete samuráis” (Akira Kurosawa, 1954), trasladando la acción de la película del director japonés al lejano Oeste. Además se aseguraron la distribución de la película a través de la United Artits y con ello la presencia de Yul Brynner, una gran estrella en ese momento. El resultado fue una de las películas del Oeste más populares de todos los tiempos que, además, ejerció una influencia decisiva tanto en los wésterns estadounidenses de la década siguiente como en el nacimiento del spaghetti wéstern.


De hecho, se filmaron tres secuelas sobre las andanzas de Chris Adams y sus magníficos: “El regreso de los siete magníficos” (Burt Kennedy, 1966) una coproducción hispano-estadounidense con Yul Brynner repitiendo el papel, “La furia de los siete magníficos” (Paul Wendkos, 1969), la mejor secuela, con George Kennedy sustituyendo a Brynner, y “El desafío de los siete magníficos” (George McCowan, 1972) en la que Lee Van Cleef dio vida a Chris. Además en muchos wésterns rodados en Europa figuró como reclamo la palabra magníficos; siendo el caso más paradigmático el de la película “Las siete magníficas” protagonizada por Anne Baxter en 1966. Incluso el avispado productor y director Roger Corman, dado el éxito de las películas de ciencia ficción a finales de la década de los setenta gracias sobre todo a la repercusión de “La guerra de las galaxias” (1977) y la fama alcanzada por el filme de Sturges, trasladó la historia al futuro en “Los siete magníficos del espacio” (1980).


Prueba de que el filme no ha caído en el olvido son los veintidós episodios de la serie homónima de televisión emitidos entre 1998 y 2000, el reciente e innecesario remake dirigido por Antoine Fuqua con Denzel Whasington como protagonista y el hecho de que sea una de las películas más emitida por las televisiones estadounidenses.



ARGUMENTO: Un pueblo mexicano en la frontera con los EEUU vive sometido por la banda de Calvera. Sus habitantes decidirán contratar a unos pistoleros del país vecino para protegerse del bandolero.


Sin duda “Los siete magníficos” no es una obra maestra, principalmente por un guion irregular en el que los aciertos conviven con errores, como la tópica historia de amor sin interés para el desarrollo de la película o el protagonismo dado al personaje de Chico, uno de los siete menos atractivo. Al mismo tiempo desarrolla varias escenas poco creíbles como la infiltración de Chico en el campamento de los forajidos sin ser reconocido o aquella en la que Calvera decide no acabar con los magníficos con un argumento absurdo (¿Quién se va a preocupar por la suerte corrida por un puñado de pistoleros en México?). Y a todo ello debemos añadir el mensaje subrepticio y perverso del filme: los mexicanos, y por extensión los habitantes de los países situados al sur de EEUU, necesitan de la intervención de los estadounidenses para tutelarlos y defenderles de los peligros. En este sentido, cabe recordar la Doctrina Monroe (1823) declarando América Latina como una zona de influencia de los EEUU, y el incremento de la presencia de asesores en esta región a partir de mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado.



Pero el libreto también tiene grandes aciertos como la forma de presentar y describir a los siete magníficos; las excelentes frases diseminadas a lo largo del filme; o su tono crepuscular, a pesar de ser un filme vitalista, al presentarnos a los pistoleros como a unos individuos desclasados, desnortados, sin presente y mucho menos futuro, que vagan de forma errática por un mundo en evolución al que ha llegado la civilización y con ella la ley y el orden. Un mundo en el que no tienen cabida y en el que contratar pistoleros es más barato que comprar armas, por lo que malviven aceptando cualquier trabajo. De ahí la conversación entre Chris y Vin sobre su futuro inmediato en la que el primero contestará vagamente mientras que el segundo no dudará en afirmar que va “A la deriva”. Son, en definitiva, individuos diferentes al resto porque no trabajan por la paga sino que “sólo disfrutan con el peligro y con el placer de la lucha” (la magnífica escena del coche fúnebre es un estupendo ejemplo de su carácter); de tal forma que aceptarán el trabajo por tan sólo veinte dólares, todo el dinero del que disponían los campesinos mexicanos, aunque como señala Chris “Me han ofrecido mucho por mi trabajo pero nunca todo”.


En todo caso, John Sturges solventó los escollos del guion con una dirección briosa y llena de nervio, demostrando de nuevo que estaba especialmente dotado para filmar escenas de acción.


Uno de los activos del filme es sin duda el elenco. Contó con un Yul Brynner en su mejor momento (había sido galardonado con el Oscar en 1956 por “El rey y yo”) y un actor del prestigio de Eli Wallach, en cuya interpretación de Calvera puede vislumbrarse su mejor composición, la de Tuco para “El bueno, el feo y el malo” (Sergio Leone, 1966). El resto del reparto se completó con actores secundarios o de televisión pero de gran carisma, de tal forma que para la mayoría su participación en este filme constituyó un espaldarazo definitivo. Steve McQueen interpretó al mujeriego y dicharachero Vin, aunque tuvo verdaderos problemas para incorporarse a la película al negarse el productor de la serie que protagonizaba a ceder sus derechos, finalmente lo consiguió simulando un accidente. Parece ser que a base de acercarse a Sturges logró un mayor peso de su personaje en el filme. Charles Bronson dio vida a O’Reilly, el pistolero mestizo; mientras que James Coburn se encargó del lacónico y taciturno Britt, un papel pensado inicialmente para Sterling Hayden, y a su amigo Robert Vaughn le tocó en suerte el interesantísimo Lee, un pistolero con crisis de identidad. El personaje más desdibujado es el de Harry Luck (Brad Dexter); mientras que Horst Buchholz resulta bastante cargante y sobreactuado como Chico, el papel deseado por McQueen, al intentar emular a Toshiro Mifune en “Los siete samuráis”.


Pero si por algo es recordada la película es por su gran banda sonora compuesta por Elmer Bernstein, a partir de ese momento habitual compositor de filmes del Oeste (“Los comancheros”, “Los cuatro hijos de Katie Elder”, “El gran Jack”, “El último pistolero”). No sólo es una magnífica banda sonora sino que está perfectamente integrada en la película y potencia el carácter épico de la misma. Popularizada por una marca de cigarrillos, se ha convertido por derecho propio en una de las composiciones con la que mejor se identifica el wéstern.


En definitiva, estamos ante una película con un gran poder hipnótico a pesar de sus imperfecciones; siendo prácticamente imposible no quedarse pegado en el sillón al escuchar las primeras notas de la partitura compuesta por Elmer Bernstein, para volver a disfrutar la historia de siete románticos pistoleros jugándose la vida por el placer de la aventura, por volver a ser ellos mismos, por reverdecer un pasado perdido.

Por último, como curiosidades comentaros varias curiosidades:


- Entre Yul Brynner y Steve McQueen surgió una fuerte rivalidad, ya que el segundo, consciente de la oportunidad que le brindaba la película, intentaba continuamente robarle las escenas al primero, sobre todo porque gracias a la serie "Wanted dead or alive" manejaba muchísimo mejor los colts y también montaba mejor a caballo.

- Kurosawa, un gran amante del wéstern y declarado admirador de John Ford, quedó tan satisfecho con el remake que le regaló una katana a Sturges.

- McQueen, Bronson y Coburn volverían a colaborar con Sturges en la cinta bélica “La gran evasión” (1963), uno de los mayores éxitos de su director-productor.

jueves, 23 de marzo de 2017

NEVADA SMITH

(Nevada Smith - 1966)
 

Director: Henry Hathaway
Guion: John Michael Hayes. Basado en una obra de Harold Robbins
 

Intérpretes:
Steve McQueen: Nevada Smith
Karl Malden: Tom Fitch
Brian Keith: Jonas Cord
Arthur Kennedy: Bill Bowdre
Suzanne Pleshette: Pilar
Raf Vallone: Padre Zaccardi
Janeth Margolin: Neesa
Pat Hingle: Big Foot
Martin Landau: Jesse Coe
Música: Alfred Newman

País: Estados Unidos
Productora: Embassy Pictures

Por Xavi J. Prunera. Nota: 6,5

Jonas Cord a Max Sand (Nevada Smith): “Para encontrarlos, tendrás que pasarte por todos los salones, salas de juego y prostíbulos que hay de aquí a México ¿Crees que persigues a tres curas?”



SINOPSIS: Durante la fiebre del oro en California, tres tipos asesinan a los padres de Max Sand, un muchacho hijo de padre blanco y madre india. Bajo el nombre de Nevada Smith, Max iniciará un largo periplo para localizar a los asesinos de sus padres y cobrar venganza.
Cuando hace unos días mis compañeros de The Wild Bunch Western me preguntaron sobre qué peli versaría mi próxima reseña decidí apostar por “Nevada Smith” (1966), de Henry Hathaway. Básicamente lo hice por dos razones: porque me apetecía reseñar un western que aún no hubiera visto y porque, al tener todavía muy fresca mi revisión de “Junior Bonner”, me apetecía asimismo volver a visionar una peli protagonizada por Steve McQueen. Así pues, las candidatas eran dos: “Nevada Smith” y “Tom Horn”. Y aunque sopesé muy seriamente optar por ésta última, al final me decidí por la primera. Muy probablemente por Hathaway, un cineasta muy capaz y solvente que jamás me había decepcionado.




Que nadie interprete, sin embargo, que con ello quiero decir que esta vez Hathaway me ha decepcionado porque no es así. Yo diría, en todo caso, que esperaba más de “Nevada Smith”. Obviamente, ya me imaginaba que este western no iba a proporcionarme el disfrute que obtuve con “El jardín del diablo”, “Los cuatro hijos de Katie Elder” o “Valor de ley” pero sí albergaba la esperanza de toparme con la típica joyita que todos los cinéfilos esperamos encontrar cuando visionamos un título no demasiado conocido pero sí construido a base de buenos mimbres.




Desgraciadamente, no ha sido así. Y eso hizo que estuviera muy a punto de renunciar a reseñar esta peli y optar por otra. Básicamente porque siempre he preferido reseñar pelis que me gustan mucho o a las que les guardo, por alguna razón u otra, un cariño especial. Algo que, naturalmente, no me ha ocurrido con “Nevada Smith”. Aún así, creo que no sería honesto por mi parte dedicarme sólo a reseñar westerns que me gusten o que me parezcan especialmente buenos. Y es que si “El hombre que mató a Liberty Valance”, “Hasta que llegó su hora” o “Grupo salvaje” me parecen westerns superlativos es porque hay otros que están por debajo de éstos. Y por debajo de éstos, hay otros más. Y por debajo de estos otros, más de lo mismo. Así pues, por mucho que nos guste el western, deberíamos reconocer que no todo el monte es orégano. Lo firme Ford, lo firme Walsh o lo firme Hathaway. Y creo que es justo y necesario establecer estas distinciones o jerarquías (aunque sea de forma total y absolutamente subjetiva) para que cada western obtenga el status y el reconocimiento que se merece.



Permitidme empezar, así pues, por lo que no me ha gustado de “Nevada Smith”. O mejor dicho: por lo que no me ha convencido o por lo que he echado de menos. No me ha convencido —por ejemplo— que Max Sand o Nevada Smith, el personaje interpretado por Steve McQueen, lo haya interpretado McQueen. No por el bueno de Steve, por supuesto, al que siempre he considerado un buen actor. Lo digo porque no me creo a McQueen interpretando a un mestizo con sangre kiowa en las venas. No, no cuela. McQueen es demasiado rubio y blanco para ese papel. Y tampoco me creo a un McQueen de 36 años (los que tenía en 1966) interpretando el papel de un adolescente. Máxime cuando Isabel Boniface —la actriz que interpreta a Tabinaka, su madre en la película— parece incluso más joven que el propio McQueen.



Aún así, un servidor estaría dispuesto a correr un tupido velo si otros aspectos de la peli compensaran este pequeño despropósito. Me refiero —por ejemplo— a escenas memorables o bien resueltas, a personajes psicológicamente complejos, a intensidad dramática, a emoción a raudales o al menos a un guión con un giro final sorprendente o con un mensaje interesante. Pero no, no veo nada de eso en “Nevada Smith”. Y eso que la premisa argumental (trillada, eso sí) prometía. No en vano, la venganza es un tema que acostumbra a funcionar bastante bien en un western. Máxime cuando, además, detalles como el de no mostrar los rostros y cuerpos mutilados de los padres asesinados de Max-Nevada nos ayudan a recrear esas truculentas imágenes en nuestra mente y, por ende, a odiar con más fuerza a los criminales. O ese funeral a base de quemar el rancho para “purificar” esos cadáveres ultrajados. Una escena verdaderamente espectacular.



Tampoco esta mal ese arranque de viaje iniciático en el que un ingenuo Nevada aprende a no ser tan inocente y confiado y, por supuesto, a defenderse mejor. De hecho, su periodo de aprendizaje con Jonas Cord (Brian Keith), el comerciante de armas, me recordó muy mucho al periodo de aprendizaje de Scott Mary (Giuliano Gemma) con Frank Talby (Lee Van Cleef) en “El día de la ira” (1967), de Tonino Valerii. Y aunque como peli me gusta más la de Valerii, reconozco que al ser anterior la de Hathaway eso también hay que valorarlo en su justa medida. Precisamente por ello he decidido escoger como frase memorable una de las que le espeta Jonas Cord a Nevada cuando le da consejos sobre cómo localizar a los asesinos de sus padres: “Para encontrarlos, tendrás que pasarte por todos los salones, salas de juego y prostíbulos que hay de aquí a México ¿Crees que persigues a tres curas?”



Otro western que me ha venido a la mente viendo “Nevada Smith” es “El vengador sin piedad” (1958), de Henry King. Un western con un argumento similar pero, a mi juicio, más intenso, más complejo y mejor resuelto. Y ya para finalizar con esta ronda de imputaciones, recriminaciones y amonestaciones señalar que el metraje me parece algo desproporcionado para lo que nos pretenden contarnos Hayes/Hathaway (más de dos horas) y que esa decisión final (atención spoiler) en la que Nevada sigue a pie juntillas las palabras del Padre Zaccardi (Raf Vallone) y renuncia a matar a Tom Fitch (Karl Malden) me parece excesivamente beata y aleccionadora.

 

Dicho esto, pasemos a comentar sus virtudes porque, obviamente, “Nevada Smith” las tiene. Lo primero que diría de esta peli es que me parece un western ágil y entretenido. Algo que, a pesar de darse por hecho en un film dirigido por un cineasta con el oficio y la solvencia de Hathaway, considero que debe señalarse convenientemente. Recordemos que “Nevada Smith” viene a ser una especie de road movie que se desarrolla en lugares muy diferentes (el desierto, la ciudad, la prisión en el pantano, el monasterio…) y eso le proporciona a la peli un dinamismo especial. Máxime cuando, además, el director de fotografía es Lucien Ballard, un profesional como la copa de un pino. Capítulo aparte merece el elenco, por supuesto. Porque si McQueen está más que correcto, no van a ser menos intérpretes de la talla de Karl Malden (algo desaprovechado, eso sí), Arthur Kennedy, Martin Landau, Suzanne Pleshette, Raf Vallone, Howard Da Silva o Pat Hingle. Actores de reparto de aquellos que nunca acostumbran a defraudar. Por lo que a la banda sonora de Alfred Newman respecta yo diría que no destaca demasiado pero cumple su cometido a la perfección.


Y poco más. Como dato anecdótico añadiría que Steven Spielberg se inspiró en el nombre del prota para uno de sus personajes más famosos: Indiana Jones.