NOSOTROS

Mostrando entradas con la etiqueta Charles Bronson. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Charles Bronson. Mostrar todas las entradas

miércoles, 5 de septiembre de 2018

JUBAL

(Jubal, 1956)

Dirección: Delmer Daves
Guion: Delmer Daves, Russell S. Hughes

Reparto:
- Glenn Ford: Jubal Troop
- Ernest Borgnine: Shep Horgan
- Rod Steiger: Pinky Pinkum
- Valerie French: Mae Horgan
- Felicia Farr: Naomi Hoktor
- Charles Bronson: Reb Haislipp
- Basil Ruysdael: Shem Hoktor
- Noah Beery Jr.: Sam
- John Dierkes: Carson
- Jack Elam: McCoy
- Robert Burton: Doctor Gant

Música: David Raksin
Productora: Columbia Pictures Corporation (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’75.


“Si es usted vaquero por qué entonces apesta como los pastores” “Cuando la necesidad obliga no se preocupa uno de escoger el trabajo” “La mayoría se moriría de hambre antes de cuidar ovejas” “Y se muere”. Conversación mantenida al inicio del filme entre Pinky y Jubal.





De nuevo nos visita Delmer Daves, uno de los grandes directores de wésterns de la década de los cincuenta. En esta ocasión con “Jubal”, un filme que injustamente se ha visto eclipsado en la filmografía de este director al situarse cronológicamente entre “Flecha rota” (1950), wéstern de enorme popularidad y gran impacto al ser uno de las primeras películas con un tratamiento respetuoso del indio norteamericano, y “El tren de las 3:10” (1957) y “El árbol del ahorcado” (1959), sin duda sus mejores aportaciones a este género.




Pero seríamos injustos si no diéramos a este filme la relevancia que tiene en la filmografía de Daves, tanto por sus evidentes bondades cinematográficas como, sobre todo, por suponer un salto importante en el tipo de wésterns que filmaría y cuya culminación fueron los dos títulos anteriormente citados. Así, “Jubal” inaugura por parte del director un prototipo de película del Oeste en el que la acción se ve relegada definitivamente para centrarse en el drama vivido por los personajes y en sus enfrentamientos emocionales, dando mayor importancia a la evolución de las relaciones de los protagonistas del filme que a la acción mecánica, aunque la escasa violencia contenida en estas películas irrumpirá de forma brutal. Como ejemplos ilustrativos podemos citar el linchamiento del borracho en “El tren de las 3:10”, el intento de ahorcamiento de Doc Frail en “El árbol del ahorcado” o todo el tramo final de esta película. Los tres filmes son en definitiva tragedias ambientadas en el Oeste pero que abordan temas universales y por lo tanto podían haberse situado en otras coordenadas espacio-temporales sin perder su esencia.


Además, supuso la primera de las tres colaboraciónes de Delmer Daves con Glenn Ford en el seno de la Columbia. A esta la siguieron la mencionada “El tren de las 3:10”, basada en un cuento recientemente publicado por Valdemar en su colección Frontera del gran escritor noir Elmore Leonard, y “Cowboy” (1958), narración semidocumental sobre la vida de los vaqueros en los EEUU durante la segunda mitad del siglo XIX. Películas que presentan como elemento en común su articulación a través de la relación compleja, creciente en respeto e incluso admiración, que se establece entre los dos principales personajes masculinos. En “El tren de las 3:10” entre el forajido Ben Wade y el colono Dan Evans, en “Cowboy” entre el veterano ganadero Tom Reese y el novato ávido de aventuras Frank Harris y en la película que nos ocupa entre Jubal Troop, un vagabundo, y Shep Morgan, que lo acojerá en su rancho.


ARGUMENTO: Jubal Troop, un trotamundos, es recogido exhausto por Shep Horgan, dueño de uno de los ranchos más importantes de la comarca. Pronto entre ambos surgirá una estrecha relación basada en la lealtad y la confianza, lo que llevará a Shep a nombrar a Jubal capataz. Pero tanto Mae, esposa de Shep, como Pinky, uno de los vaqueros del rancho, pondrán a prueba, con resultados dramáticos, su amistad.


“Jubal” es en realidad, como señalé al comienzo, una gran tragedia travestida en wéstern escrita por Russell S. Hugues y Delmer Daves (1), quienes adaptaron la novela homónima de Paul Wellman deudora del drama isabelino “Otelo”, del que la película conserva sus principales temas (celos, traición, envidia, manipulación y pasión) y a los protagonistas del mismo; así Jubal sería Casio, Shep respondería a Otelo, el papel de Pinky correspondería al de Yago, mientras que Mae es una moderna Desdémona.


Junto con el drama de Shakespeare la película cuenta con el cine negro como segunda influencia, tanto temática como estilística. Así, Charles Lawton Jr. potenció los contrastes entre las zonas iluminadas y las que quedan en penumbra en las escenas desarrolladas en interiores; el personaje interpretado por Valerie French es una auténtica mantis religiosa, respondiendo a la femme fatal del noir; mientras que el tema de la fatalidad y el destino, el fatum, está muy presente, fundamentalmente en Jubal, un hombre que se ve en todo momento arrastrado por las circunstancias lo que le lleva a afirmar al inicio del filme: “Tengo que irme porque siempre traigo mala suerte”; y, por último, nos encontramos con los característicos diálogos con doble sentido del cine negro, principalmente los mantenidos por Jubal y Mae.


El resultado es un wésten maduro que Daves estructura en función de dos líneas argumentales interrelacionadas entre sí que van a afectar a los cuatro personajes principales. Por una parte la creciente relación de camaradería entre Shep y Jubal que suscitará el recelo de Pinky, sobre todo al ser nombrado capataz el forastero, decisión tomada por Shep basándose en la fiabilidad de su nuevo amigo. Y por otra parte nos encontramos con el acercamiento de Mae a Jubal, con lo que la pulsión sexual se convierte en uno de los principales motores del filme, involucrando también tanto a Shep como a Pinky, amante despechado de Mae.

Para poner en pie el filme Daves contó con un elenco excepcional compuesto por tres interpretes masculinos que se encontraban en el mejor momento de sus respectivas carreras.


Glenn Ford, convertido en una de las grandes estrellas de la década de los cincuenta, lleva a cabo una actuación sentida como Jubal, un personaje con un pasado traumático que le ha marcado a lo largo de su existencia y le ha impelido a huir constantemente, por lo que se ha convertido en un vagabundo. Estamos ante un hombre honorable y leal a su único amigo, Shep, en el que ha encontrado una especie de protector que no sólo le brinda su amistad sino su absoluta confianza, convirtiéndose en la primera persona, tras la muerte de su padre, en prestarle ayuda de forma desinteresada.


Ernest Borgnine, recién oscarizado por “Marty” (Delbert Mann, 1955), está extraordinario en su caracterización de Shep Horgan, un hombre bondadoso, franco, noble y sin doblez; pero también algo ingenuo lo que le impedirá comprender el drama que se cierne a su alrededor; así como bastante vulgar, grosero y torpe en el trato con las mujeres (llega incluso a sorber el café del plato y compara a su mujer con una novilla). Individuo de gran simpleza para el que tan sólo tres cosas tienen valor en la vida: la mujer, la comida y un techo en donde refugiarse; confiará ciegamente en Jubal convirtiéndolo en confidente de los problemas surgidos en su matrimonio. Su tranformación de un individuo bonachón siempre presto a reir en un ser reconcomido por el odio es antológica.


Rod Steiger (2), impuesto por los productores a Delmer Daves, se ocupó de Pinky el único personaje realmente negativo del filme. Un ser despreciable, bravucón e impulsivo que mostrará su aversión a Jubal desde el primer momento. Aversión que se tornará en odio al descubrir cómo el recién llegado lo relega a un segundo plano tanto profesional en su relación con Shep como sentimental respecto a Mae, su antigua amante. Se trata de un individuo realmente peligroso al unir a su villanía su inteligencia y una notable capacidad oratoria que le permite manipular y manejar la voluntad del resto de vaqueros. Representante del famoso método del Actor’s Studio, su caracterización de Pinky, muy estudiada, contrasta con la forma más natural de enfrentarse a sus personajes por parte de Glenn Ford y Ernest Borgnine. De hecho, el primero llegó a afirmar que un actor no debía ponerse delante de la cámara y actuar sino que lo que debía conseguir, siendo él mismo, es que el espectador se identificase con su personaje.



Junto a ellos las dos actrices femeninas, en contraste con los protagonistas masculinos, contaban con escaso bagaje en el momento en el que se rodó el filme.


Valerie French se muestra convincente como la esposa adúltera de Shep. A pesar de originar con su acercamiento a Jubal el drama posterior, Daves la retrata con comprensión. En el fondo es una víctima de la sociedad en la que vive que relega a la mujer a satisfacer los caprichos sexuales de los hombres y a procrear. Deslumbrada por un Shep al que erróneamente creyó cuando le prometió una vida de lujo en su “castillo”, se encuentra aislada en un mundo masculino, representado en el rancho, con un matrimonio fracasado y sin posibilidad de enmendar su error; por lo que busca en el sexo, primero con Pinky y después con Jubal, la única salida a su frustración vital.


Por el contrario Felicia Farr (3), en el papel de Naomi Hoktor, encarna el amor puro y desinteresado. Actriz limitada pero muy adecuada por su aspecto angelical para dar vida a la virginal Naomi, protagoniza una subtrama de la película, quizás la menos convincente, como miembro de un grupo religioso asentado temporalmente en la linde del rancho de Shep; lo que que permite a Daves introducir otro tema habitual en su filmografía, el de la tolerancia y comprensión hacia el diferente; además de facilitarle mostrar un nuevo rasgo de la personalidad de Jubal, su benevolencia.


El casting se redondea con habituales del nivel de Charles Bronson (4), quien había abandonado definitivamente su verdadero apellido (Buchinsky), en el papel de Reb, otro vaquero errante que se mantendrá fiel a Jubal y cobrará gran importancia en la última parte de la película al salvar la vida de su amigo; y John Dierkes o Noah Berry interpretando a dos asalariados de Shep. A este último Daves le reserva una frase que resume su posicionamiento cuando en pleno discurso manipulador de Pinky comenta: “No sé, a veces creo que no es justo decir que fue Dios quien creó al hombre”.



Además, la película es visualmente impresionante fruto del trabajo tanto de Daves como de su operador, el mencionado Charles Lawton Jr. (5) Como muestra tan sólo citaré dos escenas: la del enfrentamiento mortal entre Shep y Jubal en el que destaca un preciso travelling hacia atrás con el objeto de enmarcar en el plano a los tres protagonistas del duelo, y la secuencia final en la que se sitúa la cámara en un granero totalmente a oscuras enfocando el exterior a través de la puerta. Escena en la que el espectador conocerá cuál será el fin de Pinky, sin necesidad de mostrarnos la secuencia, con tan sólo un plano de un gancho y una polea.


Cabe destacar, por último, la banda sonora compuesta por David Raksin que cuenta con un gran y pegadizo tema principal.

En definitiva “Jubal”, a pesar de contener toda la poesía del salvaje Oeste, nos muestra un Oeste más realista y desmitifica a su héroe al devolverle la condición de hombre, de individuo cargado de debilidades y contradicciones (6).



(1) Delmer Daves fue un reputado guionista (“El bosque petrificado” -1936-, “Tú y yo” -versiones de 1939 y 1957-, “Destino Tokyo” -1946-, “La senda tenebrosa” -1947-, “La ley del talión”-1957-, etcétera) pero su labor de escritor se vio ensombrecida por su extraordinario trabajo como director.


(2) Rod Steiger coincidiría al año siguiente con Charles Bronson en otro wéstern, “Yuma” (Sam Fuller)

(3) Felicia Farr trabajaría en los dos siguientes wésterns de Delmer Daves, “La ley del talión” y “El tren de las 3:10”, para prácticamente retirarse tras contraer matrimonio en 1962 con Jack Lemmon, con el que permaneció casada hasta2001, fecha de la muerte del genial actor.

(4) La carrera de Charles Bronson, que había trabajado con Daves en “Tambores de guerra” (1954) interpretando al jefe indio Capitán Jack, es paradójica. Repleta de sólidos títulos en sus comienzos fue perdiendo interés a medida que se convertía en estrella.

(5) Charles Lawton Jr. colaboró habitualmente con Daves en sus wésterns: “Jubal”, “El tren de las 3:10”, “Cowboy”; además de trabajar en este género con directores de la talla de John Ford, Budd Boetticher, André de Toth o Phil Karlson.

(6) Como señaló Bertrand Tavernier, el héroe de Daves es un hombre sencillo que sólo a través de la experiencia se forjará un ideal, juzgará con integridad y aprenderá a respetar y a amar a una manera de vivir diferente a la suya, una civilización o una mujer.

lunes, 16 de octubre de 2017

LOS SIETE MAGNÍFICOS

(The magnificent seven, 1960)

Dirección: John Sturges
Guion: William Roberts y Walter Newman (sin acreditar)

Reparto:
- Yul BrynnerChris
- Eli WallachCalvera
- Steve McQueenVin
- Charles BronsonBernardo O’Reilly
- Robert VaughnLee
- James CoburnBritt
- Brad DexterHarry Luck
- Horst BuchholzChico
- Jorge Martínez de HoyosHilario
- Rosenda Monteros: Petra

Música: Elmer Bernstein.
Productora: Mirisch Company, Alpha Productions (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8


"El viejo tiene razón sólo ellos han ganado, nosotros no. Como siempre". (Comentario de Chris a Vin mientras abandonan el pueblo una vez acabado con Calvera).


John Sturges se encontraba en el mejor momento de su carrera y se había convertido en un director fiable para las productoras, tanto por entenderse perfectamente con las grandes estrellas con las que solía trabajar, como por haber rentabilizado en taquilla filmes de gran presupuesto (“Conspiración de silencio”, un wéstern contemporáneo rodado en 1955, “Duelo de titanes” -1957- una de las más famosas y mejores versiones del duelo en el OK-Corral, ”Desafío en la ciudad muerta” -1958- con la pareja Robert Taylor y Richard Widmark o “El último tren de Gun Hill” de 1959), cuando con su compañía Alpha Production (creada recientemente junto a Robert Wise) contactó con la Mirisch, del gran productor independiente Walter Mirisch, para producir un remake de “Los siete samuráis” (Akira Kurosawa, 1954), trasladando la acción de la película del director japonés al lejano Oeste. Además se aseguraron la distribución de la película a través de la United Artits y con ello la presencia de Yul Brynner, una gran estrella en ese momento. El resultado fue una de las películas del Oeste más populares de todos los tiempos que, además, ejerció una influencia decisiva tanto en los wésterns estadounidenses de la década siguiente como en el nacimiento del spaghetti wéstern.


De hecho, se filmaron tres secuelas sobre las andanzas de Chris Adams y sus magníficos: “El regreso de los siete magníficos” (Burt Kennedy, 1966) una coproducción hispano-estadounidense con Yul Brynner repitiendo el papel, “La furia de los siete magníficos” (Paul Wendkos, 1969), la mejor secuela, con George Kennedy sustituyendo a Brynner, y “El desafío de los siete magníficos” (George McCowan, 1972) en la que Lee Van Cleef dio vida a Chris. Además en muchos wésterns rodados en Europa figuró como reclamo la palabra magníficos; siendo el caso más paradigmático el de la película “Las siete magníficas” protagonizada por Anne Baxter en 1966. Incluso el avispado productor y director Roger Corman, dado el éxito de las películas de ciencia ficción a finales de la década de los setenta gracias sobre todo a la repercusión de “La guerra de las galaxias” (1977) y la fama alcanzada por el filme de Sturges, trasladó la historia al futuro en “Los siete magníficos del espacio” (1980).


Prueba de que el filme no ha caído en el olvido son los veintidós episodios de la serie homónima de televisión emitidos entre 1998 y 2000, el reciente e innecesario remake dirigido por Antoine Fuqua con Denzel Whasington como protagonista y el hecho de que sea una de las películas más emitida por las televisiones estadounidenses.



ARGUMENTO: Un pueblo mexicano en la frontera con los EEUU vive sometido por la banda de Calvera. Sus habitantes decidirán contratar a unos pistoleros del país vecino para protegerse del bandolero.


Sin duda “Los siete magníficos” no es una obra maestra, principalmente por un guion irregular en el que los aciertos conviven con errores, como la tópica historia de amor sin interés para el desarrollo de la película o el protagonismo dado al personaje de Chico, uno de los siete menos atractivo. Al mismo tiempo desarrolla varias escenas poco creíbles como la infiltración de Chico en el campamento de los forajidos sin ser reconocido o aquella en la que Calvera decide no acabar con los magníficos con un argumento absurdo (¿Quién se va a preocupar por la suerte corrida por un puñado de pistoleros en México?). Y a todo ello debemos añadir el mensaje subrepticio y perverso del filme: los mexicanos, y por extensión los habitantes de los países situados al sur de EEUU, necesitan de la intervención de los estadounidenses para tutelarlos y defenderles de los peligros. En este sentido, cabe recordar la Doctrina Monroe (1823) declarando América Latina como una zona de influencia de los EEUU, y el incremento de la presencia de asesores en esta región a partir de mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado.



Pero el libreto también tiene grandes aciertos como la forma de presentar y describir a los siete magníficos; las excelentes frases diseminadas a lo largo del filme; o su tono crepuscular, a pesar de ser un filme vitalista, al presentarnos a los pistoleros como a unos individuos desclasados, desnortados, sin presente y mucho menos futuro, que vagan de forma errática por un mundo en evolución al que ha llegado la civilización y con ella la ley y el orden. Un mundo en el que no tienen cabida y en el que contratar pistoleros es más barato que comprar armas, por lo que malviven aceptando cualquier trabajo. De ahí la conversación entre Chris y Vin sobre su futuro inmediato en la que el primero contestará vagamente mientras que el segundo no dudará en afirmar que va “A la deriva”. Son, en definitiva, individuos diferentes al resto porque no trabajan por la paga sino que “sólo disfrutan con el peligro y con el placer de la lucha” (la magnífica escena del coche fúnebre es un estupendo ejemplo de su carácter); de tal forma que aceptarán el trabajo por tan sólo veinte dólares, todo el dinero del que disponían los campesinos mexicanos, aunque como señala Chris “Me han ofrecido mucho por mi trabajo pero nunca todo”.


En todo caso, John Sturges solventó los escollos del guion con una dirección briosa y llena de nervio, demostrando de nuevo que estaba especialmente dotado para filmar escenas de acción.


Uno de los activos del filme es sin duda el elenco. Contó con un Yul Brynner en su mejor momento (había sido galardonado con el Oscar en 1956 por “El rey y yo”) y un actor del prestigio de Eli Wallach, en cuya interpretación de Calvera puede vislumbrarse su mejor composición, la de Tuco para “El bueno, el feo y el malo” (Sergio Leone, 1966). El resto del reparto se completó con actores secundarios o de televisión pero de gran carisma, de tal forma que para la mayoría su participación en este filme constituyó un espaldarazo definitivo. Steve McQueen interpretó al mujeriego y dicharachero Vin, aunque tuvo verdaderos problemas para incorporarse a la película al negarse el productor de la serie que protagonizaba a ceder sus derechos, finalmente lo consiguió simulando un accidente. Parece ser que a base de acercarse a Sturges logró un mayor peso de su personaje en el filme. Charles Bronson dio vida a O’Reilly, el pistolero mestizo; mientras que James Coburn se encargó del lacónico y taciturno Britt, un papel pensado inicialmente para Sterling Hayden, y a su amigo Robert Vaughn le tocó en suerte el interesantísimo Lee, un pistolero con crisis de identidad. El personaje más desdibujado es el de Harry Luck (Brad Dexter); mientras que Horst Buchholz resulta bastante cargante y sobreactuado como Chico, el papel deseado por McQueen, al intentar emular a Toshiro Mifune en “Los siete samuráis”.


Pero si por algo es recordada la película es por su gran banda sonora compuesta por Elmer Bernstein, a partir de ese momento habitual compositor de filmes del Oeste (“Los comancheros”, “Los cuatro hijos de Katie Elder”, “El gran Jack”, “El último pistolero”). No sólo es una magnífica banda sonora sino que está perfectamente integrada en la película y potencia el carácter épico de la misma. Popularizada por una marca de cigarrillos, se ha convertido por derecho propio en una de las composiciones con la que mejor se identifica el wéstern.


En definitiva, estamos ante una película con un gran poder hipnótico a pesar de sus imperfecciones; siendo prácticamente imposible no quedarse pegado en el sillón al escuchar las primeras notas de la partitura compuesta por Elmer Bernstein, para volver a disfrutar la historia de siete románticos pistoleros jugándose la vida por el placer de la aventura, por volver a ser ellos mismos, por reverdecer un pasado perdido.

Por último, como curiosidades comentaros varias curiosidades:


- Entre Yul Brynner y Steve McQueen surgió una fuerte rivalidad, ya que el segundo, consciente de la oportunidad que le brindaba la película, intentaba continuamente robarle las escenas al primero, sobre todo porque gracias a la serie "Wanted dead or alive" manejaba muchísimo mejor los colts y también montaba mejor a caballo.

- Kurosawa, un gran amante del wéstern y declarado admirador de John Ford, quedó tan satisfecho con el remake que le regaló una katana a Sturges.

- McQueen, Bronson y Coburn volverían a colaborar con Sturges en la cinta bélica “La gran evasión” (1963), uno de los mayores éxitos de su director-productor.

domingo, 20 de diciembre de 2015

HASTA QUE LLEGÓ SU HORA

C'era una volta il west (Once Upon a Time in the West) - 1968



Director: Sergio Leone

Guión: Sergio Leone, Sergio Donati, Dario Argento, Bernardo Bertolucci



Intérpretes:

- Claudia Cardinale: Jill McBain
- Henry Fonda: Frank
- Charles Bronson: Harmónica
- Jason Robards: Cheyenne
- Gabriele Ferzetti: Morton
- Frank Wolff: Brett McBain
- Woody Strode: Stony
- Jack Elam: Snaky
- Al Mulock: Knuckles



Música: Ennio Morricone

Productora: Paramount Pictures
País: Italia


Por: Xavi J. Prunera. Nota: 10

Harmónica: ¿Y Frank?

Snaky: Nos ha mandado a nosotros.
Harmónica: ¿Hay un caballo para mí?
Snaky: Ja, ja, ja, ja. ¿Para ti? Parece ser que hay un caballo de menos.
Harmónica: Yo diría que sobran dos.

Si me preguntarais cuál es, en mi opinión, la mejor película de la historia del cine debería deciros -francamente- que no tengo ni puñetera idea. En parte, porque no tengo los conocimientos, ni el bagaje, ni la osadía necesaria para atreverme a contestar una pregunta tan peliaguda como esta. Pero también, obviamente, porque creo que eso de postular en el ámbito artístico es, cuanto menos, un acto bastante arriesgado. Sin embargo, si me preguntarais -en cambio- cuál es mi peli favorita, creo que no me equivocaría en absoluto si os dijera que se trata, sin lugar a dudas, de “C'era una volta il West” (1968), de Sergio Leone.

De razones, naturalmente, tengo muchas. Pero si me permitís resumirlo en una sola os diré que “C'era una volta il West” es quizás la única peli que conozco que podría estar viendo una y otra vez sin cansarme nunca de hacerlo. Y, ojo, que os lo está diciendo un tipo que no suele repetir muchas visionados, con lo que os puedo garantizar que esta inusual obsesión de la que hablo es absolutamente excepcional y extraordinaria.




Dicho esto, vayamos por partes y comencemos. Por el principio, por ejemplo. Y cuando digo por el principio me refiero a empezar por los antecedentes, es decir, para todos aquellos factores que contribuyeron a que “C'era una volta il West” pasara de convertirse en un simple proyecto a convertirse en toda una realidad.

El primer factor de peso fue, obviamente, el enorme éxito de crítica y público de “Per un pugno di dollari” (1964), “Per qualche dollari in più” (1965) e “Il buono, il brutto, il cattivo” (1966), las tres películas anteriores de Sergio Leone, su autor. Tres producciones italianas rodadas en gran parte en Almería, y que -a pesar de no contar con un hilo narrativo y una continuidad demasiado heterodoxa- fueron bautizadas como la Trilogía del dólar porque el McGuffin o motivo fundamental en el entramado de todas ellas era, naturalmente, el dinero.




Si el primer factor de peso fue el económico o comercial (cuando una fórmula funciona se le debe sacar, naturalmente, todo el rendimiento posible), el segundo motivo de peso fue el personal. Después de años y años trabajando en el mundo del cine por encargo, como un simple artesano, Sergio Leone ya se encontraba bastante preparado a finales de la década de los sesenta para afrontar su primera película de autor. Una película que dejara atrás el nihilismo y la simplicidad de sus SW anteriores y se convirtiera, consecuentemente, en una peli más madura, más poética, más profunda. En principio, esta película debía ser “Once upon a time in America”, la que quería hacer Leone después de la trilogía. Pero la Paramount quería exprimir al máximo el éxito sin precedentes del romano y le pidió -casi de rodillas- un último SW. Resignado, Leone aparcó “Once upon a time in America” varios años. Concretamente, dieciséis. Pero no renunció, sin embargo, a rodar una película con la que pudiera soltarse del todo como creador y con la que pudiera despedirse del western por la puerta grande. De hecho, corre la leyenda de que uno de los primeros propósitos de Sergio Leone con “C'era una volta il West” fue el de reunir de nuevo los tres protagonistas de “Il buono, il brutto, il cattivo” (Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach) para cargárselos a todos ellos en el duelo con el que finalizaba la larguísima secuencia-prólogo (14 minutos nada menos) que abría la película. Una litúrgica y a la vez sarcástica manera de certificar la defunción del viejo y agónico spaghetti-western para dar paso a una nueva concepción del western mucho más psicológica, trascendental y moderna. Van Cleef y Wallach aceptaron de buen grado la propuesta del cineasta pero al parecer Eastwood (con quien Leone no había terminado muy bien después de “Il buono, il brutto, il cattivo”), la declinó rotundamente, circunstancia que obligó al romano a apostar por Jack Elam, Woody Strode (uno de los actores fetiche de John Ford) y Al Mulock, tres secundarios de lujo que simbolizaron no sólo aquel pretendido despedida del SW si no, ya por extensión, de todo el género cinematográfico.

El hecho de contar con un presupuesto sustancialmente superior al de sus pelis anteriores (5 millones de dólares o menos) también influyó, naturalmente, en la elección del reparto. Y así, de esta manera, Leone pudo contar al fin con dos actores que llevaba persiguiendo desde hacía bastante tiempo: Henry Fonda y Charles Bronson. El primero para interpretar a un pistolero a sueldo, frío y sanguinario. Y el segundo, para interpretar al misterioso y vengativo Harmónica. Dicen, sin embargo, que cuando Fonda leyó el guión le pareció tan malo que sólo la gran capacidad de convicción de Leone y las buenas referencias que le había dado su amigo Eli Wallach consiguieron que acabara aceptando el papel. Un papel, por cierto, que contrastaba diametralmente con todos los que había hecho hasta el momento y que le indujo de motu propio a dejarse bigote y esconder sus característicos ojos azules detrás unas lentillas oscuras. Dos iniciativas que, curiosamente, no gustaron nada a Leone. Fundamentalmente, porque otorgaban a Fonda un aspecto demasiado envejecido. Y, en segundo lugar, porque... Qué coño!! Leone quería sus ojos azules!! Los ojos de Tom Joad, Abraham Lincoln, Wyatt Earp o el jurado número 8. Unos ojos azules que, a partir de ese momento, helarían la sangre al espectador más duro y valiente de cualquier platea. En cuanto al granítico Bronson, por otra parte, Leone ya lo había querido para el papel del “hombre sin nombre” en “Per un pugno di dollari”, con lo que su presencia en “C'era una volta il West” era, esta vez, poco más que un auténtico privilegio.


De todos los personajes de “C'era una volta il West”, sin embargo, el más sorprendente es, sin lugar a dudas, el interpretado por Claudia Cardinale. Y lo es porque nunca, hasta ese momento, una mujer -o una actriz, vaya- había tenido un peso tan específico en una peli de Sergio Leone. No solo porque hablamos de un personaje (el de Jill McBain) mucho más complejo que la malévola madre de los Baxter o la pechugona propietaria del hotel que le tira los trastos a Clint Eastwood en “Per un pugno di dollari” sino porque la bellísima Jill de “C'era una volta il West” constituye -sin duda- el nexo común de todos los demás personajes y, por extensión, de todo el universo del western de Leone. Y es que, por decirlo de alguna manera, la Jill McBain de “C'era una volta il West” personifica simbólicamente a todas las mujeres de un tiempo y de un país: la Norteamérica de la segunda mitad del s. XIX. Desde la puta más puta de todas las putas hasta la madre o madonna más virginal de todas las vírgenes del far west. Atribuciones, todas ellas, que muy parecen corresponder a dos de los responsables más importantes del guión de la peli: nada más ni nada menos que Darío Argento y Bernardo Bertolucci.



El necesario contrapunto a toda esta palpitante tensión erótica y dramática que podemos observar entre el tres vértices de este imponente triángulo protagonista (Harmónica - Charles Bronson, Frank - Henry Fonda y Jill - Claudia Cardinale) es el que, naturalmente, personifica Cheyenne, el personaje interpretado por Jason Robards. El último bandolero romántico. Un pistolero que, aunque se resiste, sabe perfectamente (como Frank o Harmónica) que la llegada del ferrocarril supone la llegada del progreso y la civilización y -por tanto- el fin de una época y de una filosofía de vida muy, muy arraigadas en ese territorio.




Para acentuar aún más los rasgos fundamentales del cuarteto protagonista, sin embargo, Ennio Morricone compuso un tema para cada uno de ellos. Una especie de leitmotiv que suena cada vez que uno de ellos aparece en escena (con ligeras variaciones, por supuesto) y que, como ya era habitual en la sociedad Leone & Morricone, no sólo enriquece las imágenes sino que marca el tempo y sincroniza a la perfección con todo lo que estamos viendo. Precisamente por eso mismo expertos y analistas de la obra de Leone han definido “C'era una volta il West” como una auténtica ópera de la violencia, como una especie de danza de la muerte teñida de fatalismo en la que el tempo y la cadencia de la propia película (cada secuencia es más corta que la anterior) nos quieren hacer recordar la angustiosa respiración de un hombre que agoniza.

“C'era una volta il West” tiene, sin embargo, cuatro momentos culminantes. Cuatro momentos en los que la combinación de imágenes y música deviene absolutamente sublime y en los que toda la esencia del libreto de estilo leoniano está presente. Me estoy refiriendo -en concreto- a la secuencia-prólogo, a la matanza de la familia McBain, a la llegada de la Jill a Flagstone y al extraordinario duelo final entre Frank y Harmónica. De hecho, como comenta Emilio de Gorgot en “Las dos caras de Sergio Leone”, el romano tenía la especial capacidad de concebir las escenas como unidades dramáticas aisladas, con lo que muchas de sus secuencias (por ejemplo, estas) resultan impactantes incluso vistas por separado, como si fueran exactamente pequeñas películas con esencia propia. Así pues, permitidme que incida un poco más a fondo en estas cuatro auténticas y magistrales lecciones de cine porque pienso que realmente vale la pena hacerlo



1.- Prólogo:
Como ya hemos mencionado antes, esta primera secuencia (de unos catorce minutos) constituye -probablemente- la sucesión de títulos de crédito más larga de la historia del cine. Una sucesión que comienza con la llegada de tres pistoleros en una polvorienta y solitaria estación de tren donde todos ellos se dedicarán a esperar, imperturbable y pacientemente, la fantasmagórica aparición de la Harmónica (Charles Bronson). Lo que resulta del todo curioso en un auténtico paradigma de la música extradiegética como “C'era una volta il West”, sin embargo, es que toda esta secuencia esté construida sobre la base del sonido diegético. Del sonido ambiente, vaya. Y es que aunque parezca mentira, en esta larga escena nadie habla, no suena ningún acompañamiento musical (dicen que Leone se inspiró en un concierto de John Cage) y lo único que puede escuchar el espectador es el ruido producido por un molino mal engrasado, por la gota malaya que va cayendo implacablemente sobre el sombrero de Stony (Woody Strode), por el zumbido de la mosca cojonera que no para de incordiar a Snaky (Jack Elam), por el espeluznante crujir de huesos de Knuckles (Al Mulock) y, obviamente, por la ensordecedora y estridente llegada del ferrocarril a la estación. Naturalmente, nos encontramos ante una auténtica declaración de principios. Básicamente porque aunque todo el mundo sabe que la dilatación del tiempo constituye uno de los rasgos fundamentales del cine de Leone, lo que resulta del todo innegable es que la utilización de este recurso en esta secuencia concreta está llevada al extremo. Donde nunca nadie se había atrevido. Y es que precisamente esta imperturbable y premeditada parsimonia -unida, por supuesto, a la mencionada sucesión de molestos sonidos- es la que produce en el espectador una sensación de angustia, de desazón, de impaciencia, casi insoportable. Una sensación que va creciendo en intensidad, progresivamente, y que llega a su punto culminante con el premonitorio sonido de una harmónica. La que advierte a los tres pistoleros de la irrupción en escena de nuestro homónimo protagonista cuando el tren vuelve a arrancar y desaparece definitivamente del andén; emplazamiento en el que se producirá un enfrentamiento que durará pocos segundos y que irá precedido -como no- de un diálogo tan lacónico como conciso.




2.- Matanza de la familia McBain:

Si la secuencia de los títulos de crédito es buena, la que nos muestra la matanza de la familia McBain a su propio rancho lo es tanto o más. En este segundo gran momento de la peli, la cámara de Leone nos describe como el padre y dos de los hijos de la familia McBain son asesinados a tiros por un tirador o tiradores a los que no podemos ver. Cuando el crimen se ha cometido, podemos ver las figuras de cinco individuos vestidos con guardapolvos que se van acercando a la cámara pero que todavía no podemos reconocer. Se dirigen al único miembro vivo de los McBain: un niño de unos 6 o 7 años. De pronto, la cámara enfoca los asesinos por detrás, se acerca y hace un giro mostrando los intensos y gélidos ojos azules de su líder, Frank (Henry Fonda). Una presentación que Leone trabajó hasta el último detalle (muy consciente del efecto devastador que tendría entre el público comprobar que el líder de esa banda de asesinos era nada menos que Henry Fonda, paradigma de la bondad y honestidad estadounidenses) y que, enriquecida con la música de Ennio Morricone, constituye -sin duda- uno de los momentos claves de la película.




3.- Llegada de Jill a Flagstone:

La llegada de Jill (Claudia Cardinale) a Flagstone también es, sin duda, otro de los grandes y memorables momentos de “C'era una volta il West”. Naturalmente, la música de Morricone tiene mucho que ver. Tanto por la conmovedora composición que le dedica a la viuda de McBain como por la espléndida interpretación que hace la soprano Edda dell'Orso. Pero también, obviamente, por las maravillosas imágenes que nos regala Leone. Empezando por la inolvidable toma que nos muestra la ciudad de Flagstone desde el tejado de la estación (previo gradual despliegue de una cámara total y absolutamente sincronizada con la melodía de Il Maestro) y terminando con el magistral travelling que va siguiendo la carreta que lleva a Jill de Flagstone a Sweetwater a través de un Monument Valley tanto o más impresionante que en los propios westerns de Ford, a quien Leone homenajea en esta grandísima secuencia.




4.- Duelo final entre Frank y Harmónica:

La secuencia del duelo final entre Frank y Harmónica constituye, obviamente, el momento más esperado de la peli. No sólo porque reproduce la ejecución definitiva de su móvil argumental (la venganza) y, incluso, de su propio título en castellano (Hasta que llegó su hora) sino porque, como no podía ser de otra manera, compila y exhibe de forma magistral gran parte de los rasgos más significativos del cine de Leone y, por extensión, de todo el SW. Así pues, esta larga secuencia de casi 9 minutos juega con elementos tan leonianos como la ya comentada dilatación del tiempo, los espacios circulares, la ritualización del enfrentamiento, la fragmentación, el frontalismo, los primerísimos primeros planos y, naturalmente, la música de Morricone. En esta ocasión, el duelo viene precedido por la composición “Come una sentenza” (donde predominan las trompetas, símbolos de la muerte en el cine del romano) y después -ya en el momento culminante de la película- lo que decide hacer Leone es entrelazar los leitmotivs de Harmónica y Frank con el propósito de que el clímax no pierda intensidad en ningún momento. Un Frank, por cierto, que aparece vestido de negro y con una montura blanca (como la figura de la Muerte en el Apocalipsis de San Juan) mientras que Harmónica -su némesis particular- espera imperturbable y pacientemente su llegada cortando un trozo de madera.





Como toda gran epopeya, por otra parte, “C'era una volta il West” cuenta con varias anécdotas. Algunas, curiosas y divertidas y otras, incuestionablemente dramáticas e incluso desagradables. Pero todas ellas forman parte de la leyenda de “C'era una volta il West” y creo que vale la pena recordarlas. Dicen, por ejemplo, que Leone era tan quisquilloso y perfeccionista con todo lo que hacía que incluso hizo llevar unos cuantos sacos de tierra roja de Arizona para dispersarla por todas partes y darle al set de rodaje un toque más de autenticidad. Las obsesiones del romano en cuanto a la ambientación, el atrezzo y el vestuario, sin embargo, no acaban aquí. Al parecer, cuando Al Mulock decidió suicidarse lanzándose por la ventana del hotel donde se hospedaba (el actor era toxicómano y en Almería le costaba muchísimo encontrar la sustancia a la que era adicto) lo primero que hizo Leone cuando se enteró fue asegurarse de que el vestuario que llevaba (el de la peli) no se hubiera roto o ensuciado. En cuanto al nombre de la peli, aunque en España se estrenó con la folletinesca denominación de “Hasta que llegó su hora”, lo que pretendía realmente Leone con su título original -“C'era una volta il West”- era darle a la obra un tono de cuento de hadas. Un tono fantástico, sobrenatural, fabuloso. Un tono que, sin duda, encajaba perfectamente con el talante de la película. Respecto a su duración también resulta curioso saber que, a pesar de irse finalmente hacia casi cerca de tres horas de metraje, Leone decidió eliminar hasta 8 secuencias ya rodadas para no alargarla aún más. Una particular cirugía que, a buen seguro, es la que le otorga al personaje de Harmónica un aire total y absolutamente fantasmagórico al aparecer siempre, en todas partes, como por arte de magia.



“C'era una volta il West”, ya por último, se estrenó con bastante éxito en Europa. Sobre todo en Francia y el Reino Unido. Los críticos del viejo continente la consideraron una obra de vanguardia popular y se mantuvo en cartelera bastante tiempo. En Estados Unidos, pero, pinchó. Público y crítica esperaban un western al estilo “Il buono, il brutto, il cattivo” y se encontraron, en cambio, con una peli más contemplativa, más esteticista, más dramática. Tampoco ayudó mucho, por supuesto, el hecho de que un mito cinematográfico como Henry Fonda interpretara un papel tan vil y abyecto. Para acabar de rematarlo -además- la productora sacó la tijera pero ni siquiera así, recortando metraje a diestro y siniestro, la peli consiguió el éxito de crítica y público que se merecía. Años después, afortunadamente, la reivindicación pública de cineastas como Martin Scorsese, Michael Cimino o George Lucas contribuyó -ya de forma definitiva- a adjudicarle a “C'era una volta il West” su status natural: el de obra maestra.

TRAILER