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viernes, 28 de octubre de 2016

DUELO EN DIABLO

(Duel at Diablo) - 1966

Director: Ralph Nelson
Guion: Marvin H. Albert y Michael M. Grilikhes

Intérpretes:
- James Garner: Jess Remsberg
- Sidney Poitier: Toller
- Bibi Andersson: Ellen Grange
- Dennis Weaver: Willard Grange
- Bill Travers: Teniente Scotty McAllister
- William Redfield: Sargento Ferguson
- John Hoyt: Cheeba
- Ralph Nelson: Coronel Foster

Música: Neal Hefti

Productora: United Artist/Cherokee Production
País: Estados Unidos

Por: Güido MalteseNota: 6,5

Toller: ¿Por qué lo ha hecho McAllister? 
McAllister: ¡Le hubiera matado Toller!
Toller: Sólo pregunté cuánto pedía por la cabellera de una india... 
McAllister: ¡Esa india era su esposa!


En un paraje desértico del sur de Arizona, el ex explorador del ejército Jess Remsberg salva a una mujer de los apaches. Cuando emprenden la marcha hacia Fort Creel, la cámara se eleva hacia el cielo para deleitarnos con una tomas aéreas bastante conseguidas de un territorio inhóspito y agreste mientras una pegadiza y agradable melodía, muy alejada de los cánones del western, empieza a sonar y se nos desvelan los títulos de crédito. Hay una cosa que me ha enganchado enseguida... ¡Los apaches son de los que me gustan! Apaches sin colorines, con largas cabelleras, pantalones, taparrabos, botas altas....¡”Mis apaches”!. Encima, los protagonistas no me disgustan nada, aunque aún no entiendo muy bien que pinta la “bergmaniana” Bibi Andersson en un western; Siempre me ha agradado ver a Garner en pantalla y me seduce ver a Poitier en su primer western. Vamos bien, de momento el film cuenta con toda mi atención...


Una vez llegados a Fort Creel, el irregular Nelson (también en su primer western, al que unos años más tarde le seguiría “Soldado Azul”) procede a presentarnos los personajes que van a componer la trama. Por un lado tenemos al ya citado Remsberg, un explorador que dejó el ejército para dar caza al asesino de su mujer comanche. Toller, un ex sargento de color, ambicioso y de gatillo fácil, que se dedica a domar y vender caballos al ejército con la pretensión de ganar dinero y montar una casa de juego. McAllister, teniente y antiguo compañero de Remsberg, que necesita la ayuda de este para llevar un cargamento de municiones a Fort Concho. Y, finalmente, Willard y Ellen Granger; ella ya sabemos que fue raptada por los apaches, pero por él sabemos que ella volvió con ellos por segunda vez y apreciamos el desprecio que Willard siente por su esposa.

De esta manera, nos es presentada una trama en la que se incluyen diversos temas recurrentes en el género: la caballería, los apaches sanguinarios, la venganza, la ambición, la amistad, el racismo, el mal trato recibido por los indios en las reservas y la trama que incluye una figura femenina.

Con esta presentación de personajes y la información necesaria para el espectador, se inicia el viaje hacia Fort Concho a través de un territorio en manos de Cheeba y sus apaches escapados de la reserva de San Carlos y sembrando el terror por toda la región.


Y sin andarse con vaguedades, el director nos ofrece enseguida un ataque indio muy bien rodado, con escenas de acción bien definidas, artimañas apaches perfectamente presentadas, así como sus tácticas guerrilleras para atacar el convoy. Y no falta también la contraposición de la caballería, que también usa sus conocimientos para repeler el ataque de la mejor manera posible. Para ser el primer western del director, debo felicitarle por la manera de rodar dicha batalla (me hizo incluso pensar en Ford y “La Legión Invencible”). 


A partir de aquí, se nos desvelará porqué Ellen siempre intenta volver con los apaches: cuando la raptaron tuvo un hijo y ese niño es el nieto de Cheeba. También veremos la transformación de Willard (cuando Remsberg la trae de vuelta la primera vez, su comentario deja claros sus sentimientos: “Ha muerto mi caballo y tú vives, preferiría lo contrario”) al conocer los motivos de su mujer al escaparse y nos percataremos de que sigue enamorado de ella y como Toller y McAllister irán dejando atrás la animadversión mutua para establecer una relación de respeto recíproca. También descubriremos la sutil atracción mutua entre Ellen y Remsberg. Justo antes de la salida de Fort Creel, ella vuelve a huir con los apaches y Jess vuelve a traerla de vuelta, esta vez con el niño en sus brazos.


Pero estamos en un western de “acción”, y esta no decae. Después del ataque, los supervivientes se han quedado sin agua y sin provisiones. McAllister elabora un plan para llegar al cañon del Diablo, único sitio con agua entre ellos y Fort Concho y envía a Remsberg a por refuerzos. Al iniciar la maniobra para engañar Cheeba y sus hombres, un herido y maltrecho McAllister exclama; “Vamos en busca de una tumba...o de la victoria”.


La estrategia tiene éxito, pero el grupo queda cercado en el cañon, esperando a Jess y los refuerzos del Coronel Foster (papel que interpreta el propio Nelson). Ante la gravedad de las heridas del teniente, el leal sargento Ferguson le pide a Toller (que ya había combatido a los indios) que tome el mando de la tropa. Pero los apaches causan bajas por doquier y capturan a Willard, al que torturan durante toda la noche para minar la moral de los supervivientes. Finalmente llegarán los refuerzos y Cheeba y sus hombres serán capturados y devueltos a la reserva.

En definitiva, aunque este western no aporta nada nuevo al género, estamos ante un film bastante entretenido, muy bien realizado y con muchas dosis de acción y mucha violencia. A pesar que presentarnos a unos apaches crueles y sanguinarios (“Ellen: ¿Vas a matarme? Cheeba: No, te enterraré viva en la tumba de mi hijo, junto a su cuerpo”), también se les dan razones de peso para justificar su comportamiento: “McAllister: eso quiere decir que Cheeba viene por el norte matando a todo el que se encuentra. Remsberg: No le faltan razones Scotty. Los apaches han sido encerrados en esa infernal reservade San Carlos engañados, perseguidos, asesinados...”

 

El director resuelve perfectamente las escenas de acción y sabe utilizar la cámara en los espacios abiertos; me reitero en las imágenes aéreas del inicio....muy conseguidas.


Si os gusta la acción, la caballería y los apaches, no quedaréis defraudados y pasaréis un buen rato disfrutando del film, que no tiene altibajos y giros extraños de guión que entorpezcan el visionado o hagan decaer lo que esperamos de él: una buena “peli de vaqueros” sin más pretensión que entretener al espectador aficionado.

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Por: Xavi J. PruneraNota: 6,5
 
SINOPSIS: El teniente McAllister (Bill Travers) recibe la orden de transportar un cargamento de municiones a través de territorio apache. Para ello sólo cuenta con un pequeño destacamento formado por inexpertos soldados de caballería. Les acompaña Jess Remsberg (James Garner), un veterano explorador del ejército que intenta encontrar a Ellen Grange (Bibi Andersson), una cautiva de los apaches que, después de haber sido liberada, inexplicablemente ha vuelto con ellos. A ellos se les une Tollen (Sidney Poitier), un elegante y cínico hombre de negocios, y Willard Grange (Dennis Weaver), un mezquino comerciante más interesado en aprovechar la presencia de la caballería para llevar sus mercancías a Fort Concho que no en colaborar en el rescate de su esposa. 


Si “Duelo en Diablo” fuera un clásico diría de él que la historia me parece excesivamente trillada. Que al reparto le falta algún intérprete de relumbrón. Que poco aporta al género y que no destaca especialmente en nada. Pero como no es el caso, voy a ser todo lo bondadoso que pueda con este “western de fondo de armario” (como leí no sé dónde) y procuraré destacar todos los aspectos positivos que he detectado en él.


Para empezar diré, por ejemplo, que su secuencia-prólogo me encanta. Que eso de empezar con un tío colgando bocabajo y con Garner y los apaches intercambiando disparos me parece cojonudo. Pero si algo me parece poco menos que magistral de esta primera secuencia es ese travelling que —poco antes de los títulos de crédito— retrocede poco a poco hacia atrás mientras la cámara se eleva y nos muestra una imagen aérea del desierto de Utah absolutamente espectacular.


A partir de aquí señalar, esencialmente, que nos hallamos ante un western de acción. Ante un western que —más que sentar cátedra— lo que pretende es entretener al personal con una historia convencional y unas secuencias de peleas, tiroteos y emboscadas muy bien rodadas. Con pulso, energía y dinamismo. Y en eso nada podemos reprocharle a Ralph Nelson, su director, un tipo que cumple y con creces con un western que hará las delicias de los que buscan en este género un más que digno producto de distracción con todos sus elementos iconográficos (indios, rastreadores, caravanas, caballería…) perfectamente ordenados y dispuestos para lo que haga falta.


Naturalmente, “Duelo en Diablo” no es sólo eso. Nelson intenta abordar con cierto ahínco, por ejemplo, el problema del racismo y el mestizaje en la sociedad de la época, pero la verdad es que —al final— todo ello queda bastante difuso y/o diluido. Sin que podamos llegar a deducir o a interpretar nada concreto de su supuesto mensaje. Aún así, los comportamientos y actitudes de los cinco protagonistas al respecto no dejan de ser realmente curiosos e interesantes.


Y poco más. Añadir, quizás, que otro de los máximos alicientes de “Duelo en Diablo” son sus extraordinarios paisajes (buena fotografía de Charles F. Wheeler), que la inquietante banda sonora de Neal Hefti no está nada mal, que pese a no tener ningún intérprete de relumbrón los cinco protagonistas (Garner, Poitier, Andersson, Travers y Weaver) ejecutan su trabajo de forma bastante correcta y solvente y que —no siendo esta peli nada del otro jueves— tampoco deja de ser, en líneas generales, un western que se deja ver con sumo agrado. 


jueves, 20 de octubre de 2016

LA DILIGENCIA

(The stagecoach) - 1939

Director: John Ford
Guion: Dudley Nichols

Intérpretes:
- Claire Trevor: Dallas
- John Wayne: Ringo Kid
- Thomas Mitchell: Doc Boone
- Andie Devine: Buck
- John Carradine: Hartfield
- Louise Platt: Lucy Mallory
- George Bancroft: Marshall Curley
- Donald Meek: Samuel Peacock
- Berton Churchill: Gatewood
- Tim Holt: Teniente Blanchard   

Música: Temas populares arreglados, entre otros, por Richard Hageman

Productora: Walter Wanger Production 
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 8,5

"Somos las víctimas de un morbo infecto llamado prejuicios sociales" (El doctor Boone a Dallas inmediatamente antes de ser expulsados de Tonto por los miembros de la Liga de la Ley y el Orden)


ARGUMENTO: Un grupo de individuos viaja de Tonto a Lordsburg. Pronto se les unirá un proscrito, Ringo Kidd. Juntos deberán vencer a sus prejuicios morales y hacer frente a numerosos peligros, entre los que se encuentra  la revuelta del apache Gerónimo.


Quizás no sea el mejor western de la historia del cine pero, sin duda, es uno de los más importantes y de mayor influencia porque convirtió lo que hasta ese momento era un género considerado menor, caracterizado, salvo escasas excepciones, por producciones realizadas en serie destinadas a rellenar las sesiones dobles a base de historias simples y con personajes planos, en un género para adultos con argumentos más complejos y personajes perfectamente definidos. El resultado fue que por primera vez, si exceptuamos “Cimarrón” (Wesley Ruggles, 1931), un western estuvo nominado a siete Oscar, incluidos a los de mejor película y director; aunque tuvo la fatalidad de competir con “Lo que el viento se llevó”,  por lo que sólo fue galardonada con dos frente a los diez que obtuvo la lujosa y plúmbea producción de David O. Selznick quien, curiosamente, había rechazado el proyecto de Ford. Sin embargo creo que el tiempo ha puesto a ambas películas en su lugar.

Se trata por tanto del western que indicó por dónde debía transitar este género, pero además a través del relato de un grupo heterogéneo de individuos enfrentados a un enemigo común en el que se combinan perfectamente aventura, humor, principalmente con el personaje de Curly, y amor, Ford nos da una visión nada complaciente de una sociedad hipócrita y puritana, caracterizada por sus prejuicios y obsesionada por las apariencias; y al mismo tiempo crítica el capitalismo salvaje, representado en el banquero estafador que exige la inexistencia de controles en las actividades de los hombres de negocios (supongo que la crisis del 29 todavía estaba muy presente). Un individuo insolidario cuyos lemas son: “América para los americanos. El gobierno no debe intervenir en los negocios. Reducir impuestos. Un hombre de negocios como presidente”; pero que no duda en exigir la protección de ese estado que tanto denuesta, representado por el ejército, cuando lo necesita. Estamos ante un patriota de boquilla y “anarcoliberal” que intenta enriquecerse robando las nóminas de sus conciudadanos. Personaje, desgraciadamente, muy actual.

Para rematar su visión, establece una constante dialéctica entre las clases populares y la aristocracia (muy representativa en este sentido es la escena en la que Lucy se levanta de la mesa para no permanecer sentada junto a Dallas), mostrando más simpatía por los personajes marginales, seres imperfectos pero de mayor humanidad: la prostituta Dallas (personaje que se caracteriza por su solidaridad y está interpretado por una convincente Claire Trevor, aunque inicialmente se pensó en Marlene Dietrich para darle vida); el alcoholizado pero lúcido Doctor Boone (un genial Thomas Mitchell justamente galardonado con el Oscar a mejor actor secundario) al que Ford reserva la frase final que define en gran parte a la película: “Ya se han librado de las ventajas de la civilización”; o el prófugo de la justicia Ringo, acusado injustamente de un crimen que no cometió (un joven John Wayne en uno de sus primeros papeles importantes tras el injusto fracaso en taquilla del excelente western “La gran jornada” dirigida en 1930 por Raoul Walsh).


Mientras que parece retratar con más severidad a los honorables miembros de esa sociedad: Lucy, la altiva, estirada y clasista mujer de un oficial; el caballero del sur devenido en vulgar fullero (el fordiano John Carradine) al que parece importarle solamente el personaje anterior al reconocer en ella a su misma clase social, el ya comentado personaje de Gatewood (un banquero prepotente, egoísta y farsante autor de un desfalco); o, incluso, el sheriff (George Bancroft) que trata de forma diferente a las dos mujeres, así mientras que se dirige a Lucy como dama o señora a Dallas la tutea o se dirige a ella con su nombre de pila. Un grupo cuyos miembros tan sólo comenzarán a acercarse tras el nacimiento del hijo de Lucy, feliz acontecimiento en el que la actitud del médico borrachín y la prostituta será capital.

 


Desde el punto de vista técnico el filme es extraordinario. Ford filma escenas espectaculares como la del ataque a la diligencia que a pesar del tiempo transcurrido es difícilmente superable, y da toda una lección sobre la planificación y el encuadre (Anthony Mann llegó a afirmar que: “El realizador que más he estudiado, mi director favorito, es John Ford. En un plano expone más rápidamente que cualquier otro el entorno, el contenido, el personaje. Tiene la mayor concepción visual de las cosas y yo creo en la concepción visual de las cosas”); así como de la utilización del fuera de plano, en la escena del enfrentamiento entre Ringo y los hermanos Plummer cuyo suspense se acentúa al ver a uno de los personajes entrar en el saloon, y de la panorámica que le permite sacar un gran partido de su querido Monument Valley, a partir de esta película paisaje emblemático de sus mejores westerns. Además de regalarnos algunas imágenes que han pasado a la historia del cine, como la presentación de Ringo a través de un travelling frontal mientras carga su wínchester con una mano.

Por último, comentaros como anécdota que Orson Welles, impactado por “La diligencia”, reconoció haberla visto docenas de veces inmediatamente antes de dirigir “Ciudadano Kane”.



En definitiva un clásico y, como tal, atemporal que, además, rescató a su protagonista de los westerns de serie B en los que estaba encasillado (en los años posteriores rodaría “Mando siniestro”, “Hombres intrépidos” y “El guardián de la colina” de, respectivamente, Walsh, Ford y Hathaway), dando el primer paso para convertirse en el cowboy por excelencia.





jueves, 13 de octubre de 2016

LA BALADA DE CABLE HOGUE


(The ballad of Cable Hogue) - 1970

Director: Sam Peckinpah
Guion: John Crawford y Edmund Penney

Intérpretes:
-Jason Robards: Cable Hogue
-Stella Stevens: Hildy
-David Warner: Joshua
-Strother Martin: Bowen
-Slim Pickens: Ben Fairchild
Música: Jerry Goldsmith
Productora: Warner Bros Pictures
País: Estados Unidos 

Por: Xavi J. PruneraNota: 8,5

Cable"Estás preciosa"
Hildy: "Ya me has visto antes"
Cable: "Hildy, a ti nadie te ha visto antes"
 

SINOPSIS: Cable Hogue (Jason Robards) es un explorador que es abordado en el desierto de Arizona por Bowen (Strother Martin) y Taggart (L.Q. Jones), dos malhechores que le roban la mula, el rifle y el agua.


Tras cuatro días vagando sin rumbo fijo, bajo un sol de justicia y a punto de morir, Cable descubre un manantial e inmediatamente decide montar un negocio de abastecimiento de agua para diligencias y jinetes ocasionales. En una visita a Lilock, el pueblo más cercano, conoce a Hildy (Stella Stevens), una joven prostituta de la que se enamora perdidamente.


Aunque soy muy consciente que —para muchos— “La balada de Cable Hogue” nunca será una peli lo suficientemente “grande” como para estar en un top-10 o incluso un top-20 de los mejores westerns de la historia del cine, he de confesar que —en mi ranking particular— sí que figura y de sobras. Y si figura allí (entre los 10 primeros para más señas) es porque, al margen de su innegable prestigio cinematográfico (Peckinpah siempre la consideró su mejor obra), “La balada de Cable Hogue” es —a mi juicio— uno de esos western que te llenan, que te emocionan, que te tocan la fibra cada vez que los ves. Algo que, por mucho que lo busques o lo desees, no acostumbra a suceder porque sí. Al menos, en mi caso. Máxime cuando —para más “inri”, además— no se trata de ningún western “dramático” sino más bien todo lo contrario: se trata, indiscutiblemente, de un western “tragicómico”. De un western que se sitúa en Arizona a principios del s. XX y que nos relata las peripecias de Cable Hogue, un hombre que no acaba de acomodarse a los nuevos tiempo y que, lejos de convertirse en un asceta o en un ser completamente antisocial, continua siendo un tipo simpático, afable, positivo. Y aunque, paradójicamente, no deje de ser un “loser”, un auténtico perdedor, su espíritu libre y romántico nos empuja —como espectadores— a empatizar con él. A ser cómplices de su lucha por prosperar en su negocio, a ser cómplices por ver consumada su entrañable historia de amor y a ser cómplices por ver satisfecha su sed de venganza contra quienes le traicionaron y le abandonaron a su suerte en medio del desierto.



Así pues, lo dicho: “La balada de Cable Hogue” me parece un auténtico peliculón, sobre todo, por la tremenda magnitud de su personaje. Un antihéroe que Jason Robards (menudo pedazo de actor, por cierto) interpreta a la perfección y cuyos autores (los guionistas Crawford y Penney) trazaron, sin lugar a dudas, con gran acierto. Como si el caprichoso destino quisiera darle una nueva oportunidad al moribundo Cheyenne, ese inolvidable personaje que el propio Robards bordara dos años antes bajo las órdenes de Leone en la magistral “Hasta que llegó su hora” ¿Hubiera sido todo igual, sin embargo, si la peli no la hubiera firmado Sam Peckinpah? Pues no, por supuesto. Básicamente porque si por algo se caracterizó el bueno de Sam fue por su personalidad. Por su sello. Por su peculiarísimo estilo.


Y aunque quizás ese tono de comedia negra y satírica que impregna “La balada de Cable Hogue” pueda parecer, a bote pronto, diametralmente opuesto a la ultraviolenta y elegíaca envergadura de “Grupo Salvaje” (rodada tan sólo unos meses antes) lo que no admite discusión es que ambas continúan evidenciando multitud de rasgos comunes. Y aquí quería llegar. A la labor de Bloody Sam. A su retórica cinematográfica. A su genuino e inconfundible espíritu crepuscular. A la ambigüedad moral de sus personajes. A su obsesión por la muerte. En una sola palabra: a su poética. Porque sí, para mi y para muchos otros Sam Peckinpah es un auténtico poeta. A veces excesivo, a veces tosco y a veces incomprendido pero siempre con temperamento y estilo. El suyo. Precisamente por eso me gusta tanto “La balada de Cable Hogue”. Porque al margen del papelón de Jason Robards, la peli que hoy nos ocupa es 100% peckinpahiana. Y aunque la gran mayoría de cinéfilos y espectadores siempre asociarán el nombre de Peckinpah a las más conocidas y violentas “Grupo Salvaje”, “Perros de paja” o “Quiero la cabeza de Alfredo García”, por ejemplo, yo creo que “La balada de Cable Hogue” (siendo, en cambio, mucho más tragicómica o agridulce que las anteriormente citadas) es tan peckinpahiana o más que sus hermanas “mayores”.


No quisiera, sin embargo, que me malinterpretarais. “La balada de Cable Hogue” es un western que me fascina, sí. Pero sé perfectamente que no es una peli redonda. Y no lo es porque tiene elementos que a día de hoy chirrían escandalosamente y que a muchos (no es mi caso) pueden hasta provocarles vergüenza ajena. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a los insistentes, descarados y reiterados zooms hacia los pechos de Stella Stevens o a las carreras en cámara rápida tan propias del cine mudo. Dos recursos que no voy a defender pero que, a decir verdad, tampoco me molestan en exceso. Prefiero, por lo tanto, quedarme con todo lo bueno que tiene esta peli y que aún no he comentado.


A su crítica hacia una sociedad beata e hipócrita, por ejemplo. Una sociedad que acaba echando a Hildy del pueblo en pos de preservar la moral y las buenas costumbres pero que, al mismo tiempo, cae ingenuamente en las garras de ese falso predicador que encarna magistralmente David Warner, un verdadero (de buen rollo, eso sí) depredador sexual.

Otro de los grandes aspectos en los que incide “La balada de Cable Hogue” es el del cambio tecnológico. Un cambio tecnológico representado por la inesperada aparición del automóvil y la motocicleta en un territorio donde hasta el momento solo se conocía como medio de transporte el caballo y el ferrocarril y que implica, a su vez, un profundo cambio social que dejará desconcertados y desubicados a muchos de los personajes de la peli. Sobre todo a Cable Hogue. Un hombre que pertenece, sin lugar a dudas, a un viejo far west que agoniza exactamente igual que él.

Pero si hay algo que me emociona y me estremece tremendamente de la peli de Peckinpah es, sin lugar a dudas, su enternecedora historia de amor. Una historia de amor auténtica y sincera que siempre asociaré a esas cariñosas sesiones de baño, espuma y masaje entre ambos amantes y, sobre todo, a ese breve diálogo que mantienen Cable y Hildy en uno de los grandes momentos de la peli y que os reproduzco a continuación:

Cable: “Estás preciosa”
Hildy: “Ya me has visto antes”
Cable: “Hildy, a ti nadie te ha visto antes”

Y es que al margen de que Cable es —muy probablemente— el primer hombre en mirar a Hildy con una mirada no libidinosa, lo cierto es que Hildy/Stella Stevens aparece en “La balada de Cable Hogue” como un auténtico bombón. No son pocas las escenas en las que podemos ser testigos de sus encantos y la verdad es que esta actriz estaba en 1970 de “toma pan y moja”. Y si alguien lo duda, ahí están los fotogramas que así lo confirman ¿me equivoco? ;-)



Y poco más. Como mucho, destacar la notable banda sonora de aires country del gran Jerry Goldsmith, los magníficos diálogos de Crawford y Penney (Joshua: “¡Cuidado! ¡Soy hombre de Dios!” - Cable: “¡Pues le faltó poco para reunirse con él!”), la extraordinaria y cálida fotografía de Lucien Ballard y escenas para el recuerdo a montones. Entre ellas, la inicial (tanto la del balazo al lagarto como cuando Cable habla con Dios en el desierto), la que os comentaba entre Cable y Hildy (esto es amor, amigos) y, obviamente, la del sermón fúnebre del final. Crepuscular, emotiva y agridulce como pocas.


jueves, 6 de octubre de 2016

¡AGÁCHATE MALDITO!

(Giú la testa) - 1971

Director: Sergio Leone
Guion: Sergio Donati, Sergio Leone y Luciano Vicenzoni

Intérpretes:
-James Coburn: John Mallory
-Rod Steiger: Juan Miranda
-Romolo Valli: Doctor Villegas
-Antoine St. John: Gunther Reza
-David Warbeck: Nolan

Música: Ennio Morricone 
Productora: Rafran Cinematográfica, United Artist
País: Italia/España/USA

Por: Güido MalteseNota: 8,5

Juan Miranda: "Los que leen libros les dicen a los que no saben leer libros, que son los pobres, aquí hay que hacer un cambio, y los pobres diablos van y hacen el cambio. Luego... los más vivos de los que leen libros se sientan alrededor de una mesa y hablan y hablan, y comen. ¡Hablan y comen! y mientras... ¿qué fue de los pobre diablos? ¡Todos muertos! Esa es tu revolución...


Ya antes de filmar “Hasta que llegó su hora”, Sergio Leone andaba obsesionado por llevar a la pantalla “The Hoods”, una historia de gángsters y afirmó que su Obra Maestra sería su último western. Pero la United le forzó a realizar un último western si quería financiación para “Érase una vez en América”. Leone acepto producir, crear la historia y trabajar en el guión, pero se negó a dirigir. Eligió a Peter Bogdanovich como realizador, según él por su ópera prima “El héroe anda suelto”, pero seamos sinceros; lo único que le atraía de Bogdanovich era la amistad que mantenía con John Ford y Howard Hawks!. Por supuesto, en las primeras entrevistas mantenidas, Leone no congenió en absoluto y Bogdanovich no entendió absolutamente nada de la filosofía Leoniana. Hubo contactos con Sam Peckinpah, pero éste declinó la oferta. Así, Leone se vió obligado a tomar el mando, contando también con la exigencia de Rod Steiger (actor impuesto por la productora, ya que Leone quería a Eli Wallach para el papel de Juan Miranda) de que si no dirigía Leone él no participaría.


También se pensó en Clint Eastwood para el papel de John Mallory, pero la relación entre el director romano y el actor americano ya estaba despedazada. Pero a la tercera va la vencida y Leone pudo, por fín, contar con James Coburn (lo intentó para “Por un puñado de dólares” y para “Hasta que llegó su hora”).


Y así, con una historia de Leone y el inigualable Donati ayudados por Vincenzoni, se inicia el rodaje de uno de mis westerns favoritos, vilipendiado y duramente criticado aunque, a mi entender, muy injustamente. La magnitud del proyecto, la gran cantidad de extras, la exagerada duración, la animosidad con Steiger, etcétera, sobrepasaron a Leone que imprime en este film todo el potencial de su estilo dando la sensación, sobretodo en el primer tercio, de que todo es una broma del romano. Pero los dos tercios restantes son una maravilla, con una sobriedad y una fuerza que anulan en cierto modo los excesos del inicio. 


Durante el rodaje fue cuando Leone, que recordemos andaba obsesionado con llevar la novela “The Hoods” a la pantalla, pensó en titular el film “C`era una volta la rivoluzione” para así completar una trilogía en tierras americanas junto a “C`era una volta il west” y la futura “C`era una volta in América”, pero nuevamente la presión de la productora le llevaron a titularla “Giú la testa” (algo así como “humilla la cabeza”). Solamente en su estreno en Francia el film se tituló “Érase una vez la Revolución”.


Bien, sin más introducciones, vamos al film en sí. 
¿Recordáis el inicio de “Grupo Salvaje” con esas hormigas, el escorpión y los niños quemándolos vivos? Pues esta película empieza también con hormigas, esta vez ahogadas con el orín de Juan Miranda (siempre quedará la duda de si Leone se está meando en Peckinpah por no aceptar dirigir este film). Con este curioso plano, en el que cámara va subiendo para mostrarnos a un harapiento hombre de espaldas orinando, iniciamos un viaje en el México revolucionario de principios del siglo XX.


Ese hombre es Juan Miranda, un bandido sucio y analfabeto cuya banda la componen su padre y sus incontables hijos. Están esperando una diligencia para asaltarla. La escena que se desarrolla a continuación, con Juan dentro de la diligencia (en realidad una especie de lujoso vagón de tren tirado por caballos) en la que viajan unos personajes que representan los poderes fácticos del estado (banca, clero, gobierno, etc.) y que inician una conversación, ignorando casi completamente la presencia del supuesto campesino, sobre lo animales e ignorantes que son los de clase baja, nos pone en situación de la realidad que vive México en esos momentos.  La escena en sí es bastante “excesiva” pero no voy a entrar en detalles, que cada uno juzgue viendo el film.


Una vez capturada la diligencia, la banda se detiene a descansar y aparece un tipo muy curioso en una motocicleta. Se trata de John Mallory, un especialista en explosivos y antiguo integrante del IRA irlandés, atormentado por un oscuro pasado y colaborador de los revolucionarios mejicanos. Juan ve en John el sueño de su vida: robar el banco de Mesa Verde. Y a partir de ahí, las vidas de los dos hombres se unen a lo largo del film, regalándonos una de las más bellas historias de amistad del Western, aspecto del que fui consciente tras muchos visionados de la película. “John y Juan” no deja de repetir Steiger. John culto, refinado y con educación y Juan mezquino, analfabeto y ladrón. Una pareja a todas luces antagonista pero que acaba forjando unos lazos de amistad que son desvelados en la última escena con la muerte de John y la reacción de Juan.


Ya he comentado que el primer tercio del film es bastante “paródico” para lo que se espera de Leone, pero os aseguro que remonta el vuelo y se convierte en un film magistral a partir de los primeros 45 minutos. En su segunda mitad, ya metidos de lleno en la revolución, “¡Agáchate, maldito!” se torna más seria dejando de lado la comedia y entrando de lleno en el drama, la acción y la aventura. Grandes escenas como la del puente, con el posterior descubrimiento de la matanza (ojo aquí al homenaje a Goya y “Los fusilamientos de Mayo”) o todo el tiroteo final poseen el estilo y la fuerza del mejor Leone. Ese Juan disparando con una gran ametralladora que porta a pie mientras dispara al enemigo es épica y tuvo cierta influencia en esa proliferación de films bélicos de los 80. Mención especial al hecho de que Juan es consciente de cuántos hijos tiene cuando los descubre todos muertos....la piel de gallina!


Perfecta la manera en que John va llevando a Juan por dónde quiere, aprovechando su incultura y poco entendimiento, pero llevándose una lección cuando Juan le da su punto de vista sobre lo que es una revolución.


Quizás, en esta gran segunda mitad de película, Leone exagera un poco alguno de los flashbacks que nos cuentan el pasado de John, pero ahí está el gran Morricone para paliarlo con una composición bellísima apoyada por la espectacular voz de Edda Dell`orso.

En cuánto a las interpretaciones, tenemos por un lado a un exagerado y manierista Steiger, frente a un hierático y sólido Coburn. Leone y Steiger tuvieron grandes enfrentamientos durante el rodaje debido, sobretodo, a los tics interpretativos del segundo. En la escena en que Juan está por primera vez delante del banco de Mesa Verde y demuestra su emoción alargando los brazos y abriendo y cerrando las manos repetidamente, es una clara alusión de Steiger hacia Leone que hacía lo mismo cuando se ponía nervioso. A pesar de esa sobreactuación de Steiger, para mí borda su papel de Juan, pero le doy un 10 a Coburn en su sublime composición de John, llena de matices y profundidad, aunque es cierto que su personaje es más agradecido. Junto a ellos, Romolo Valli en el papel del doctor simpatizante de la revolución pero que los traiciona debido a la tortura sufrida, lo cual irá asociado a lo ocurrido en el pasado de John. Y atención al personaje del coronel Gunther Reza, claramente inspirado en un oficial nazi.


Teniendo en cuenta que la película fue masacrada en el montaje, con cortes sin ton ni son, no es de extrañar que fuera un fracaso. Hay versiones de incluso 90 minutos, cuando el film estaba concebido con más de cuatro horas de duración (si, demasiado incluso para Leone), pero la versión de 157 minutos le hace bastante justicia al film y, creo, le coloca en su justo puesto de “un gran western”, y no solamente un gran Spaghetti Western.


Admito que mi debilidad por este film seguramente me haga perder objetividad al valorarla, pero la historia de amistad que aquí se nos cuenta me llega a lo más hondo y ya sabéis lo que representa eso para mí en un western, así que me quedo con ganas de ponerle más nota!
“¿Te lo imaginas?: Juan y John, John y Juan!!