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miércoles, 5 de julio de 2017

EL SECRETO DE CONVICT LAKE

(The secret of Convict Lake, 1951).

Dirección: Michael Gordon.
Guion: Anna Hunger, Jack Pollesfen, Oscar Saul, Victor Trivas, Ben Hecht (sin acreditar).

Reparto:
Glenn Ford (Jim Canfield)
Gene Tierney (Marcia Stoddard)
Ethel Barrymore (Granny)
Zachary Scott (Johnny Greer)
Ann Dvorak (Rachel Schaeffer)
Barbara Bates (Barbara Purcell)
Jeanette Nolan (Harriet Purcell)

Música: Sol Kaplan.
Productora: Twentieth Century Fox Corporation (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 6’5

“Creo que carga con demasiada responsabilidad. Juez, jurado y verdugo, todo bajo un bonito vestido de señora. ¿Por qué no organiza un linchamiento?” (Jim Canfield a Marcia Sotddard tras el recibimiento a los presos por parte de las mujeres del pueblo)


ARGUMENTO: Cinco convictos, entre los que se encuentra Jim Canfield acusado injustamente de asesinato, tras escapar del penal de Carson City recalan en un pueblo de montaña cerca del lago Monte Diablo habitado temporalmente sólo por mujeres. Ambos grupos deberán aprender a convivir hasta que cese la tormenta.


Basada en hechos reales acaecidos en 1871, la película, aunque no conseguida del todo, constituye una propuesta muy atractiva por su audacia y es, sobre todo, por diversas razones una rara avis dentro del género wéstern de la década de los cincuenta.


En primer lugar porque el filme se constituye como una mixtura de géneros. Por supuesto es un wéstern, pero igualmente contiene elementos de thriller (unos convictos en busca de un botín), melodrama (las dos historias de amor) e, incluso, terror en escenas como la nocturna que se desarrolla en el establo, previo a su incendio, con uno de los personajes tan sólo alumbrado por una lámpara de petróleo.


En segundo lugar el marco geográfico en el que se desarrolla la acción. Así se van a sustituir las grandes llanuras con sus infinitos espacios abiertos por la montaña, la nieve y un entorno cerrado. De esta forma, el pueblo aislado por la tormenta va a ser concebido por el director como un microcosmos, un espacio claustrofóbico y opresivo, que le permitirá dosificar la tensión a través de tres arcos argumentales perfectamente ensamblados:
-    Las ansias de venganza de Jim Canfield al pretender acabar con el individuo cuya falsa declaración le condenó a la horca.
-    La tentativa de Johnny Greer, junto con el resto de compinches, para adueñarse de los cuarenta mil dólares escondidos por el hombre que traicionó a Jim.
-    Los desordenados impulsos sexuales de Clay, otro de los ex convictos. Un psicópata condenado por violación y asesinato presto, en esta situación, a liberar sus más bajos instintos.


En tercer lugar por la importancia cuantitativa y cualitativa de la presencia femenina en el filme. De esta forma la película entroncaría con los escasos ejemplos en los que se resaltó el papel de la mujer como colectividad en el wéstern: “Caravana de mujeres” (William Wellman, 1951) o “Brigada de mujeres” (George Marshall, 1957).


 


Por último, nos encontraríamos con la trascendencia del sexo como un elemento que impulsará la acción. Johnny se dará cuenta desde el inicio de las carencias sexuales y afectivas de Rachel, una mujer frustrada y reprimida, y la seducirá como parte del plan para averiguar el paradero de los cuarenta mil dólares (es extraordinaria la secuencia de la seducción que culmina con un fundido en negro para a continuación mostrarnos las llamas de un fuego). Mientras que la pulsión sexual de Clay, latente durante gran parte de la película, culminará con el intento de violación de Barbara y el posterior linchamiento de este por parte de las mujeres del pueblo.


La película además cuenta con un gran reparto. Nos encontramos con Gene Tierney, bellísimamente retratada por la fotografía en blanco y negro obra de Leo Tover que resalta sus hermosísimos ojos, en el papel de Marcia Stoddard que se debate, a medida que descubre la clase de hombre que es su prometido, entre su amor creciente por Jim y su compromiso matrimonial con Rudy. Ethel Barrymore como Granny, personaje experimentado y líder natural del grupo de mujeres. Ann Dvorak, sensacional en su último papel para el cine, dando vida la reprimida Rachel, una mujer amargada por su soltería de la que llegan a decir: “Esperar a un marido es difícil, pero no tener a quién esperar es aún peor”; además de no esconder sus celos hacia Marcia al haberse prometido ésta a su hermano. Y. por último, Jeannete Nolan como la dominante madre de la joven Barbara, objeto del deseo de Clay. Son personajes muy bien perfilados con apenas algunas pinceladas. Por el lado masculino destacan un adecuado Zachary Scott, el malvado del filme, un hombre inteligente que, cual demonio, se dará cuenta de la debilidad de Rachel y la tentará seduciéndola por motivos espurios; y Glenn Ford como Jim Canfield, un individuo consumido por su sed de venganza que deberá escoger, ante la creciente amenaza de sus compañeros de fuga,. entre su satisfacción personal y la protección a las mujeres.


Película, por tanto, profundamente moral que, aunque cuenta con un giro de guion coincidente con la aparición de los maridos que supone cierta pérdida de credibilidad en el tramo central, remonta en un gran final centrado tanto en las consecuencias derivadas de actitudes codiciosas, como en la posibilidad de regeneración de los seres humanos si se les permite una segunda oportunidad.


“El secreto de Convict Lake” es, en definitiva, una joya olvidada que influyó en películas más reconocidas como “El día de los forajidos” (Andre De Toth, 1959) y, estoy seguro, hará las delicias de los aficionados al género.

Ver la película:



jueves, 29 de junio de 2017

RÍO GRANDE

Rio Grande - 1950

Dirección: John Ford.
Guion: James K. McGuinness (Historia: James Warner Bellah)

Intérpretes:
- John Wayne: Lt. Col. Kirby Yorke
- Maureen O'Hara: Mrs. Kathleen Yorke
- Ben Johnson: Trooper Travis Tyree
- Claude Jarman Jr.: Trooper Jefferson 'Jeff' Yorke
- Harry Carey Jr.: Trooper Daniel 'Sandy' Boone
- Chill Wills: Dr. Wilkins (regimental surgeon)
- J. Carrol Naish: Lt. Gen. Philip Sheridan
- Victor McLaglen: Sgt. Maj. Timothy Quincannon

Música: Victor Young.
Productora: Argosy Pictures (USA).


Por Quim Casals. NOTA: 8

Si uno no conociera la profundísima pasión y devoción fordiana de Jesus “Elenorra” Cendón, podría pensar que con su propuesta para hacerme cargo de la reseña de Río Grande me traspasaba el baile con la más fea, pues de la llamada “Trilogía de la Caballería” de John Ford es sin duda la que siempre ha gozado de menor prestigio crítico y sigue siendo la menos conocida a nivel popular.


No obstante, quizás porqué siempre he preferido ser abogado de las causas perdidas, diré que me alegré mucho ante el ofrecimiento, ya que particularmente —y aquí el particular a buen seguro que lo será más que nunca— en su conjunto me gusta más y me llega más hondamente que sus dos predecesoras. La causa, con toda seguridad, es que trascendiendo la glosa militarista, que no es algo que nunca me haya emocionado especialmente, de lo que trata en última instancia Río Grande es de la familia, una temática además netamente fordiana que el maestro sabía retratar con una sensibilidad y una sutileza ejemplares.


Asistimos aquí a la reconstrucción de los lazos familiares: en Fort Starke, el coronel Yorke (John Wayne, en buscado parecido fonético con el Capitán York de Fort Apache) ve cómo se incorpora al regimiento su joven hijo, Jeff (Claude Jarman Jr.), expulsado de West Point y al que lleva 15 años sin ver; acto seguido y con la intención de llevarse al muchacho, llega su esposa, Kathleen (Maureen O’Hara), de la que lleva el mismo tiempo separado y distanciado tras haberse visto obligado durante la guerra a quemar las plantaciones patrimonio de la familia de ella. Un inciso aquí para resaltar la afilada crítica hacia las órdenes fruto de las conveniencias políticas, muy fáciles de tomar desde los despachos pero que cuestan bajas evitables. En esa misma escena inicial, hablando con el General Sheridan (J. Carroll Naish) sobre su reciente misión, Yorke afirma que él no mandaría notas de protesta a Washington sino que los llevaría al abrevadero donde varios soldados fueron colgados cabeza abajo para ser devorados por las hormigas…


Es en este mismo sentido que cabe ahondar en la espectral fotografía a cargo de Archie Stout y Bert Glennon, donde abundan las escenas nocturnas, los contraluces y las sombras fantasmagóricas de los personajes proyectadas sobre la lona de las tiendas en el fuerte, o los exteriores siempre agrestes. Una aridez y sequedad, en fin, que refleja de una manera más realista y descarnada que otras películas la dureza de esa forma de vida frecuentemente ingrata.



No por casualidad la historia se abre y se cierra con el retorno de los soldados al fuerte tras una misión; pero pese a las victorias, no serán en absoluto entradas triunfales. La cámara de Ford prefiere fijarse en lo humano, en las esposas que esperan angustiadas que el amado regrese con vida, en el fatigoso andar de los soldados agotados, en las literas que trasladan a los heridos… Las escasas escenas de acción, por su parte, están rodadas de una manera muy funcional, nada aparatosa (influyó el escaso presupuesto y tiempo de rodaje), mientras que el contrapunto distendido lo aportan Victor McLaglen (llamado aquí como en La legión invencible Quincannon) y las tribulaciones de los jóvenes Ben Johnson y Harry carey Jr.




Quisiera resaltar también el estupendo trabajo efectuado con el guion, y que a primera vista puede pasar desapercibido, que consiste en lograr que aquello que sucede en el regimiento (la vida cotidiana en el fuerte, las escaramuzas con los indios, el ataque indio a la caravana en la que trasladan de fuerte a las mujeres y niños, la batalla final para liberar a los niños que los indios han secuestrado en una vieja iglesia mexicana) tenga una repercusión directa en la relación entre los miembros de esa familia desestructurada, en forma de progresivo acercamiento emocional entre ellos.


Así, la primera vez que veamos juntos al padre y al hijo será en un “falso” cara a cara propiciado por un plano excepcional que juega con la profundidad de campo: los nuevos reclutas están alineados, con Jeff en primer término, y Yorke les habla desde el fondo de la fila sobre el hecho que no esperen la gloria, sino una vida de dolor y privaciones; entendemos claramente que tan severa advertencia es ante todo para con Jeff. Muy fría y distante será también la primera conversación entre ambos, aunque al término veremos a Yorke, ya solo, comparándose con la altura del hijo; le veremos también, en otro maravilloso plano, observándole desde una ventana con una mirada que ya es de “padre” mientras le atiende el médico, dejará que Jeff continúe su pelea contra quien le ha acusado de trato de favor, mostrará su preocupación, pero también su orgullo, por las acciones de riesgo en las que Jeff participa para, finalmente, pedirle que sea él, mientras por primera vez le llama hijo, quien le arranque del pecho la flecha que le ha herido en la batalla final.


Paralela será la trayectoria Kathleen, la cual brinda ante los mandos por mi única rival, la Caballería de los Estados Unidos. Ella deberá asumir con mucho dolor la libertad de elección de su hijo para seguir los pasos de su padre en el ejército, y será finalmente la comprensión de esa elección vital la que hará posible el reencuentro sentimental de ese matrimonio roto. Ford equipara, pues, su reconciliación conyugal con su reconciliación con lo que supone el ejército como forma de vida. Algo del todo coherente con la romántica idea que el cineasta tenía de la Caballería como una familia.


Dos aspectos cabe destacar en este tránsito, el uso de la dirección artística y el de las canciones que interpreta el grupo The Sons of the Pioners, como miembros del elenco. En lo primero, estamos muy acostumbrados a ver en los fuertes del cine recias estancias de madera que transmiten la sensación de la seguridad de un pequeño hogar. Aquí, como he dicho antes, se focaliza la atención en las tiendas, alegoría de lo temporal y transitorio. De esta manera, la primera cena entre los dos, con la mesa con íntimas velas pero a resguardo tan solo con las lonas, proporciona la muy simbólica imagen de un comedor sin paredes, la ilusión de un hogar que aún no es tal.


Por su lado, las letras de las canciones, primero ante los dos tras la cena y la que Yorke escucha paseando a la vera del Río Grande, entroncan directamente con los sentimientos de los personajes, que estos expresan con calladas miradas (creo firmemente que estamos ante una de las mejores interpretaciones de Wayne por la expresividad de su rostro en los silencios). La segunda de estas escenas, sublime plano a plano en su concepción, constituye, como aquel otro de la madre en Las uvas de la ira al desprenderse de sus últimas pertenencias, uno de esos momentos de purísima e inimitable poesía fordiana, donde nos parece que el tiempo se haya detenido. Al final de ella, en asombroso primer plano Wayne escucha: Mi corazón se retuerce y las lágrimas horadan mis ojos. Volveré rápido a ella. Y a fe que lo hace y besa apasionadamente a Maureen O’Hara. La revisión de esta obra me ha hecho caer en la cuenta que su raudo gesto al cogerla del brazo y atraerla hacia él supone un anticipo clarísimo del famosísimo primer beso de El hombre tranquilo. Parece evidente que Ford, Wayne y O’Hara tomaron buena nota.


Y no, no me olvido (lo mejor siempre se deja para el final), es hora de recordar que esta fue su primera película conjunta y que en ella queda ya perfectamente patente la triple química absoluta entre actor, actriz y director. Un aliciente más para acercarse a este pequeño pero a mi entender muy reivindicable western.


miércoles, 21 de junio de 2017

RÍO CONCHOS

Rio Conchos - 1964

Dirección: Gordon Douglas.
Guion: Joseph Landon y Clair Huffaker.

Intérpretes:
- Richard Boone: Comandante James Lassiter
- Stuart Whitman: Capitán Haven
- Anthony Franciosa: Rodríguez
- Jim Brown: Sargento Ben Franklyn
- Wende Wagner: Sally
- Edmond O’Brien: Coronel Theron Pardee
- Warner Anderson: Coronel Wagner
- Rodolfo Acosta: Bloodshirt

Música: Jerry Goldsmith.
Productora: Twentieth Century Fox (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8

“¿Desde cuándo prohíben los cinturones azules cazar a los apaches?” (James Lassiter al capitán Haven tras ser detenido por el asesinato de varios indios).



Gordon Douglas (1907-1993) fue uno de esos profesionales de Hollywood capaz de adaptarse a las convenciones de los distintos géneros cinematográficos y obtener productos de notable calidad como el thriller “Corazón de hielo”, protagonizada en 1950 por James Cagney, o el clásico de ciencia ficción “La humanidad en peligro” (1954); aunque fue el wéstern el género en el que quizás más destacó con títulos como “Solo el valiente” (1951), “Quince balas” (1958), “Emboscada” (1959), “Chuka” (1967) y, por supuesto, la película que nos ocupa, su wéstern más logrado.



ARGUMENTO: Dos años después del fin de la Guerra de Secesión, cuatro hombres (un ex oficial confederado, un capitán nordista, un mexicano y un sargento negro) se internan en territorio de México con la intención de recuperar una partida de rifles de repetición en poder de un antiguo coronel que no acepta la rendición del Sur y pretende reiniciar, con el apoyo de los apaches, el conflicto bélico.



Al igual que haría con la admirable “El detective” (1967), renovando el thriller al tratar temas como la corrupción generalizada o la homosexualidad y presentarnos a un policía que se anticipa a los protagonistas de este tipo de filmes durante la década siguiente, con “Río Conchos” Gordon Douglas, de la misma manera que Joseph Newman con la excelente “Fort Masacre” de 1958 (ya comentada en este blog), comenzó a modernizar el género cinematográfico por excelencia, mostrando cuál sería el camino del mismo a partir de mediados de los sesenta.



Debemos tener en cuenta que esta década supuso la pérdida de la inocencia por parte de la sociedad norteamericana que comenzó a percibir, a través de corrientes contestatarias como los movimientos hippie y racial o acontecimientos de la envergadura del asesinato del presidente Kennedy (1963) y la intervención en la Guerra del Vietnam, como se tambaleaban principios básicos de su forma de vida hasta ese momento no cuestionados.



Como consecuencia de ello quedó obsoleta la visión idealizada de la conquista del Oeste proporcionada por los directores clásicos, aunque esta corriente siguió estando presente durante la década en realizadores como Hawks o Hathaway, así como de los héroes que la protagonizaron.










“Río Conchos” es, por tanto, fiel reflejo de su época y nos va a mostrar un Far-West más realista habitado por personajes alejados del prototipo del héroe clásico. Así, nos encontramos con James Lassiter, un hombre de honor pero trastornado hasta el desgarramiento interno por el asesinato de su mujer e hijo a manos de los apaches, a los que profesa un odio visceral y se dedica a asesinar. Es un muerto en vida para el que la misión supondrá una razón para sobrevivir además de poder saciar su sed de venganza. Un personaje muy interesante, sin duda centro de la película, que eclipsa al resto de compañeros, gracias también a la portentosa interpretación de Richard Boone, y cuyos antecedentes los podemos encontrar en el Ethan Edwards de “Centauros del desierto” (John Ford, 1956) y en el sargento Vinson de la mencionada “Fort Massacre”. El capitán Haven, encarnado por Stuart Whitman quizás el más flojo de todos los intérpretes, que persigue restituir el honor perdido puesto que era él el oficial al mando del destacamento al que robaron las armas, además de presentárnoslo como un soldado ambicioso que ve la oportunidad de un ascenso con la empresa que emprende (las alusiones son constante, sobre todo por parte de Lassiter). Rodríguez, al que da vida en una gran composición Tony Franciosa, un vividor, mujeriego, bebedor y jugador tan sólo fiel a sí mismo que intentará obtener el mayor rédito económico a su aventura. El sargento Franklyn, encarnado por el gran jugador de futbol americano y posterior estrella del cine blaxpoitation Jim Brown en su debut en la gran pantalla, quizás el personaje más cercano al héroe clásico al actuar motivado por su deber como soldado y mostrarse el más humano del grupo. Y junto a ellos la figura de Theron Pardee, al que dio vida Edmond O’Brien, un megalómano oficial sudista que se resiste a la rendición y pretende volver a encender la mecha del conflicto armado; aunque su plan se rebelará tan artificial como la gran hacienda que preside el río Conchos.
De una lectura profunda del filme otras dos cuestiones han suscitado mi interés:



El tema del racismo, muy presente en la película. Así no es casualidad que el cuarteto principal esté configurado por dos anglosajones, un mexicano y un negro, al que se unirá una india apache; planteándose a lo largo del filme el necesario entendimiento entre las distintas razas, e incluso al final se apuntará una posible relación entre la apache y uno de los personajes. Por otra parte, la escena del enfrentamiento en la cantina al negarse el dueño a servir a Franklyn por ser negro es una clara alusión a la Ley de Derechos Civiles, aprobada en julio de 1964, que puso fin a la segregación racial en los EEUU.



Las veladas referencias a la política exterior estadounidense con la creciente proliferación de asesores en el continente americano y sobre todo en Vietnam, tras autorizar el presidente Johnson en agosto de 1964 (Resolución del Golfo de Tonkín) que los asesores militares pudieran realizar acciones militares fuera de sus bases. Respecto a esta cuestión el filme presentaría semejanzas con  “Mayor Dundee” (1965, Sam Peckinpah) que fue entendida por parte de la crítica cinematográfica como una alegoría de la intervención estadounidense en el conflicto asiático.



No obstante, si hacemos abstracción de las consideraciones anteriores, la película se puede disfrutar como una gran cinta de aventuras perfectamente rodada por Douglas en la que los protagonistas vivirán su personal descenso a los infiernos, un viaje a la locura, a un mundo sin civilizar presidido por la barbarie y en el que impera la ley del más fuerte. De ahí que el director no sólo incremente la violencia sino que la aborda con mayor crudeza; así el filme se inicia con una gran e impactante secuencia en la que Lassiter acaba a sangre fría con varios indios inermes, y a esta le suceden, por ejemplo, la del rancho en el que encuentran a una mujer ultrajada y agonizante que culmina con un enfrentamiento brutal con los apaches (magnífica escena estupendamente rodada), o la de la tortura de los principales personajes. Violencia que, de nuevo, anuncia el devenir del wéstern norteamericano.



A la perfecta labor de Douglas hay que sumar el trabajo de grandes profesionales como Clair Huffaker, escritor y guionista, que curiosamente había abordado esta cuestión aunque con un tono diferente en “Los comancheros” (1961); Joseph McDonald como director de fotografía; y, sobre todo, Jerry Goldsmith que compuso una gran banda sonora en cuyo tema principal, como también haría Morricone para los filmes de Sergio Leone, introdujo el sonido de un látigo.



“Río Conchos”, un filme fundamental en el desarrollo del wéstern norteamericano que, a mi entender, no cuenta con el reconocimiento que merece por lo que es urgente su reivindicación.

TRAILER:


jueves, 15 de junio de 2017

TRES PADRINOS

3 Godfathers - 1948

Dirección: John Ford
Guion: Peter B. Kyne, Laurence Stallings, Frank S. Nugent

Reparto:
- John Wayne: Robert Marmaduke
- Pedro Armendariz: Pedro Roca
- Harry Carey Jr.: William Kearney
- Ward Bond: Perley "Buck" Sweet
- Mae Marsh: Mrs. Perley Sweet

Música: Richard Hageman
Productora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) / Argosy Pictures
País:Estados Unidos
Por Seve Ferrón. Nota 7

(Robert Marmaduke Hightower a Pedro "Pete" Rocafuerte) "Tu y yo vamos a tener que masticar muchos cactus, si los encontramos..." 


Después de robar el banco de un pueblo, tres bandidos (John Wayne, Harry Carey. Jr y Pedro Armendáriz) se adentran en el abrasador desierto. Perseguidos por el Sheriff  Buck Sweet (Interpretado por un maravillosamente Ward Bond) se arrastran por el reseco paisaje y no encuentran agua sino a una mujer moribunda a punto de dar a luz en una carreta abandonada. Para honrar la voluntad póstuma de hacerse cargo del recién nacido, los tres bandidos atraviesan el infierno del desierto...



"Dedicada a Harry Carey, estrella brillante en el cielo de las primeras películas del Oeste" Así da comienzo "Tres padrinos" que destaca como uno de los western más interesantes y ciertamente mejor filmados del dúo Wayne-Ford. Bello visualmente es una encantadora ilusión casi religiosa, además de una fábula sentimental sobre una familia encontrada con una conmovedora dedicatoria que aparece tras el título principal.


"Tres padrinos" no es una obra maestra, incluso se podría decir que es un film "menor" si lo comparamos con otros títulos del tándem Wayne-Ford. Pero es un nostálgico y hermoso canto de fe, sacrificio y redención que se encuentra narrado de la forma más humana y sincera que podamos imaginar. Su tono religioso otorga  y revela el altísimo grado de creatividad por el que atravesaba el Maestro.


Durante toda su carrera John Ford, jugó con las ideas preconcebidas del público. El director creía que los malvados también tienen corazón y alma. En algunos casos, los protagonistas llegan al extremo de dar su vida por los demás. Un ejemplo: Tres hombres malos, Tragedia submarina, Prisionero del odio o en este caso Tres padrinos.


Brillantemente fotografiada en el  Death Valley  del desierto del Mojave, es una parábola  con formato de western que va cargándose de misticismo a medida que avanza la acción. Llena de momentos maravillosos como cuando Hightower, llega a un lugar habitado deposita al bebé en la barra de un Saloon pedía leche para el niño y una cerveza para él.


O en esa otra escena en la que de nuevo Hightower, muestra su compasión por su amigo muerto Abilene Kid, al colocarle el sombrero de manera que, incluso muerto, el chico pueda guarecerse del Sol.


Nueva version de (Hombres marcados 1919) es un relato corto de Peter B. Kyne, que sería llevado al cine en varias ocasiones. El antiguo western protagonizado por Harry Carey. Ford dedicó la película a su amigo Carey, ya fallecido, y aceptó al hijo de este, del mismo nombre, en su Stock Company.

Ford tiene la habilidad de darle al principiante Harry el papel de Abilene Kid, un chico sensible, religioso y de buen corazón. Así, las vacilaciones y algunas frases demasiado entonadas se camuflan en la bisoñez del personaje.


En definitiva que siendo como es "Tres padrinos" una obra esplendida, esta lejos de ser la mejor de cuantas protagonizará Duke, bajo la dirección de Ford. Incluso, sentada una vez más la premisa de que todas sus obras son grandes, se podría afirmar que es la menos fascinante, la que conteniendo pliegues de gran altura no los recubre todos con la misma maestría.

jueves, 8 de junio de 2017

SALARIO PARA MATAR

Il Mercenario - 1968

Director: Sergio Corbucci
Guión: Corbucci y Luciano Vicenzoni entre otros
Intérpretes:
- Franco Nero: Sergei Kowalski (El polaco)
- Tony Musante: Pancho Román
- Jack Palance: “Ricitos”
- Giovanna Ralli: Colomba
- Eduardo Fajardo: García

Música: Ennio Morricone
Productora: Produzioni Europee Associati (PEA)
País: Italia/España/USA

Por Güido Maltese. Nota: 6,5

El polaco: "Os voy a dar una bala a cada uno. Caminaréis en direcciones opuestas y cuando yo haga sonar la campana por tercera vez... volveos y disparad"



Ningún director de Spaghetti Western alcanzó la notoriedad y perfección de Sergio Leone, pero algunos cumplieron con creces aportando títulos más que dignos al género. Entre ellos destacó Sergio Corbucci (que junto a Leone y Sollima son conocidos cómo “Los tres Sergios”) que dirigió un puñado de buenos SW entre los que destacan el maravilloso “El gran Silencio”, el film de culto “Django”, “Los Compañeros” o “Los despiadados”. Y, por supuesto, la que nos ocupa que, para mí, es su segundo mejor film sólo superado por “El gran silencio”.

Estamos ante un denominado “Zapata western”, que son los SW ambientados en la revolución mejicana. Nos cuenta la historia de un campesino, Pancho, que se rebela contra el cacique local y forma su propio ejército revolucionario. En su camino se cruza Sergei Kowalski “El polaco”, un mercenario sin escrúpulos que sólo actúa a cambio de dinero. Con esta premisa, se construye un guión sólido y muy bien hilvanado dónde, a mi parecer se nota y mucho, la mano de Vincenzoni (guionista de “Agáchate maldito”, “De hombre a hombre” o “La muerte tenía un precio”). La película aúna acción a raudales, humor sin desfase, algunos buenos diálogos y consigue mantener la atención del espectador de principio a fín, sin altibajos ni perdiendo el rumbo en ningún momento.


Corbucci dirige con soltura y mantiene la estructura y clichés “spaghetteros” en todo momento (incluso en el hecho de tratar a los mejicanos cómo unos brutos, sucios e ignorantes). Y sobretodo se mantiene la figura del antihéroe típica del género; no hay “buenos”, todos se mueven por interés personal sin el más mínimo escrúpulo moral.


El que merece un párrafo para él solito es el gran Morricone. La banda sonora, y el especial el tema “l`Arena”, es espectacular y perfecta. Sin llegar a la simbiosis conseguida con Leone, Morricone dota a Corbucci de una de las mejores composiciones del género para uno de los mejores duelos del Western en general y no sólo del Spaghetti. Sin olvidar la gran aportación de Alessandro Alessandroni con su guitarra y sus “Cantori moderni” a los coros y un trompetista, que no sé quién fue, pero que está a la altura de un grande como Michele Lacerenza. ¡Por algo el “listo” de Tarantino utilizó dicho tema en “Kill Bill 2”!



Entre el elenco de actores, un solvente Franco Nero defiende con nota su papel de mercenario egocéntrico, mortífero, mordaz y socarrón que se aprovecha continuamente de la simpleza de mente de Pancho, interpretado por un solvente Tony Musante, actor ítaloamericano en su primer papel coprotagonista. Y tras ellos el gran Jack Palance interpretando a un curioso personaje llamado “ricitos”... ya imaginaréis que por la cabellera que luce.


Como comenté anteriormente, lo mejor del film es el duelo final. Siguiendo las premisas del Leone en “La muerte tenía un precio” y “El bueno, el feo y el malo”, Corbucci utiliza el espacio circular, en este caso una plaza de toros, pero aporta ciertas variaciones al “triello”: Uno de los tres actúa de árbitro, a otro le viste de payaso y ambos duelistas utilizan un Winchester que han de cargar antes de disparar. La música va in crescendo según van caminando de espaldas entre ellos y se acopla como un guante a toda la escena. ¡Y Jack Palance borda una muerte digna de un Oscar de Hollywood!


En definitiva, uno de los grandes títulos del Western Europeo de obligada visión para el aficionado al Western en general. Si lo puntuase sólo dentro del género le pondría un 8 como mínimo.