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jueves, 21 de diciembre de 2017

EL DÍA DE LOS FORAJIDOS

(Day of the outlaw, 1959)

Dirección: André De Toth
Guion: Philip Yordan

Reparto:
- Robert Ryan: Blaise Starret
- Burl Ives: Jack Bruhn
- Tina Louise: Helen Crane
- Alan Marshal: Hal Crane
- Venetia Stevenson: Ernine
- David Nelson: Gene
- Nehemiah Persoff: Dan
- Jack Lambert: Tex
- Frank DeKova: Denver
- Elisha Cook Jr.: Larry Teter
- Lance Fuller: Pace

Música: Alexander Courage
Productora: Security Pictures (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8.

"Es curioso cómo el mundo puede hacer cambiar la vida de un hombre… En Westpoint me formaron para ser un soldado. Allí uno se olvida de que es un ser humano” (Bruhn, mientras le operan, explicando a Blaise porqué cometió un acto brutal en el pasado, cuando era militar, que le ha cambiado la existencia).


Segunda aparición del húngaro André De Toth en este blog tras haber reseñado la admirable “La mujer de fuego” (Ramrod, 1947). Con la película que nos ocupa, su mejor wéstern y muy probablemente su filme más conseguido junto con dos joyas del noir como “Pitfall” (1948) y “Ola de crímenes (1954), se despediría de un género al que aportó, además, títulos tan sugerentes como “El honor del capitán Lex” (1952), “Pacto de honor” (1955) o “La última patrulla” de 1953 y “El cazador de recompensas” de 1954 (ambas incluidas dentro del ciclo de las seis películas rodadas entre 1951 y 1954, tanto para la Columbia como para la Warner, con Randolph Scott como protagonista).



ARGUMENTO: El pequeño pueblo de Bitters sufre el enfrentamiento entre el poderoso ganadero Starret y el granjero Crane; disputa acrecentada al estar enamorado el primero de la mujer del segundo. Con la llegada de una banda de forajidos, liderados por el exoficial nordista Bruhn, ambos deberán olvidar sus rencillas para intentar evitar que los bandidos arrasen la aldea.



Si por algo se caracteriza “El día de los forajidos” es por su originalidad, por su singularidad. Tanto respecto al escenario físico en donde se desarrolla la trama, un pequeño pueblo aislado entre montañas nevadas; como por la trama en sí, más propia de un thriller de corte psicológico que de un wéstern. Así el filme entronca con otras rarezas de este género como “El secreto de Convict Lake”, dirigida por Michael Gordon en 1951 y ya reseñada en este blog, o “El rastro de la pantera” (William Wellman, 1954), incluso se aproxima a clásicos del noir como “Cayo Largo” (John Huston, 1948).

De Toth, además, nos ofrece una visión pesimista del género humano a través de unos personajes ambiguos moralmente, cuando no directamente negativos.




Efectivamente, el filme se caracteriza por carecer de héroes. El protagonista, Blaise Starret al que dio vida un adecuado Robert Ryan, es un despótico, violento y tiránico ganadero con un pasado turbio. Individuo soberbio y posesivo, no admite que la mujer que desea haya contraído matrimonio con otro hombre. Mientras que el coprotagonista Jack Bruhn, un imponente Burl Ives, fue en su día un honorable oficial pero se ha convertido, por un grave error cometido en el pasado, en un vulgar bandido que, en el fondo, desprecia a sus hombres y a su forma de vida. Ambos personajes, no obstante, evolucionarán a lo largo de la película en una especie de catarsis. Aunque dicha evolución será inversa. Blaise, tras contemplarse en el espejo y no gustarle lo que ve reflejado en él, se convertirá en un hombre nuevo, un ser más humano, más digno y por primera vez no actuará motivado por sus intereses; mientras que Jack recuperará un pasado presidido por la honorabilidad. Con ello, De Toth parece subrayar la delgada línea que separa el bien del mal.



Frente a estos dos ambiguos personajes, los miembros del grupo de forajidos se nos presentan como auténticas alimañas sedientas de alcohol, sexo y dinero; capaces de matarse entre ellos, en las condiciones más extremas, con el único objeto de incrementar su parte del botín. Tan sólo el joven e inexperto Jim y Shorty, un veterano que combatió junto a Bruhn, escapan de este duro y descarnado retrato.



Esta sombría visión del ser humano la estructura el director, apoyado en un excepcional guion de Philip Yordan (“Johnny Guitar”, “Lanza rota”, “El hombre de Laramie”), en tres partes claramente diferenciadas:



- Una introducción, en la que parece que asistiremos al típico wéstern sobre el enfrentamiento entre ganaderos, defensores de los espacios libres, y colonos, representantes de las cercas; aunque agravado y enriquecido por la existencia de un conflicto de tipo sentimental entre el protagonista y el principal granjero del pueblo. Tramo en el que destaca, sin duda, la logradísima escena del duelo inconcluso con el plano de la botella rodando a lo largo del mostrador del saloon.



- La parte central, iniciada con la violenta e inesperada irrupción del grupo de forajidos comandado por Jack Bruhn, caracterizada por una violencia soterrada y en la que sobresalen escenas como la del baile, con una carga sexual inusual para la época, la brutal pelea entre Blaise y dos de los forajidos o la operación de Jack, con un acentuado simbolismo.



- El tramo final, de una gran fuerza, desarrollado en exteriores y en el que la naturaleza cobra un papel determinante, con el que el filme termina por alcanzar un nivel altísimo. En la misma, tanto Blaise como Jack asumirán su sacrificio en un intento de expiar sus pecados. Para ello se embarcarán en un viaje redentor, cuyo único destino es la muerte, con el objeto de evitar el saqueo y la destrucción del pueblo por los hombres de Bruhn. Así, De Toth va a elaborar un discurso profundamente moral e, incluso, religioso sin necesidad de enfatizar el mensaje, ni acudir a largos y pesados diálogos; sino, tan solo, mostrando la forma de actuar de los dos protagonistas. Además, en esta última parte, el director nos regala momentos magníficos como el plano de uno de los forajidos muerto por congelación (imagen que remite al final del personaje interpretado por Robert Taylor en “La última caza”, película dirigida por Richard Brooks en 1956) o aquel en el que otro de los bandidos no puede acabar con Blaise al tener los dedos congelados, debiendo asumir no solo su cercana muerte sino su más absoluta derrota ante su enemigo.



Debo referirme, finalmente, al altísimo nivel técnico del filme en el que sobresale el trabajo de Jack Poplin, la adecuada y gran banda sonora compuesta por Alexander Courage y, sobre todo, la fotografía de Russell Harlan, un gran profesional con seis nominaciones al Oscar, que aprovecha espectacularmente el paisaje nevado y rocoso en donde se desarrolla gran parte de la película y dota al filme de una atmósfera de irrealidad, casi fantasmagórica, como si nos estuviera preparando para el ritual de muerte al que asistiremos en el último tramo de la película.



Sólo me queda recomendar este filme a aquellos que no lo hayáis visto y animaros a quienes lo conozcáis a revisarlo, porque es tal su complejidad y hondura que en cada pase se descubre algo nuevo; además de demostrar que André De Toth era mucho más que un simple artesano con una exquisita técnica cinematográfica. Un director, desgraciadamente caído en el olvido, para el que: “Combinar imágenes con tempo, con ritmo, es un arte, la magia de hacer películas. No puede ser un acto mecánico: lo sientes o no lo sientes. La perfección técnica no puede reemplazar a la inspiración”. Y en esta película estuvo realmente inspirado.




jueves, 14 de diciembre de 2017

ENTRE DOS JURAMENTOS

(Two flags west, 1950)

Dirección: Robert Wise
Guion: Casey Robinson

Reparto:
- Joseph Cotten: Coronel Clay Tucker
- Linda Darnell: Elena Kenninston
- Jeff Chandler: Comandante Henry Kenninston
- Cornel Wilde: Capitán Mark Bradford
- Dale Robertson: Lem
- Jay C. Flippen: Sargento Terrance Duey
- Noah Beery: Cy Davis
- Arthur Hunnicutt: Sargento Pickens
- John Sands: Teniente Adams

Música: Hugo Friedhofer
Productora: Twenty Century Fox (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“¿Será cierto que la guerra va a terminar? “Sí”. “¿Y no es el fin de la guerra a su vez un principio?” (Conversación final entre Elena Kenninston y el coronel Tucker)


Robert Wise, director y productor estadounidense, es uno de esos buenos profesionales caído en el olvido a pesar de haber obtenido los Oscars correspondientes a la mejor película y al mejor director por un filme tan popular como “West Side Story” (1961); premios que repitió con la no menos afamada “Sonrisas y lágrimas” (1965). Comenzó como montador (“Ciudadano Kane”) y muy pronto fue fichado por la RKO, compañía en la que, junto a Val Lewton, realizó varios filmes notables de corte fantástico, además de thrillers del nivel de “Nadie puede vencerme” (1949), ambientado en el mundo del boxeo; para a lo largo de su prolongada carrera, más de cincuenta años y con cuarenta y cuatro títulos de los más variados géneros, trabajar en la órbita de las grandes productoras cinematográficas como la Metro Goldwyn Mayer, Warner Bross, United Artits y Twentieth Century Fox.



Precisamente “Entre dos juramentos” (1950) fue su primer filme rodado para la Twentieth Century Fox después de abandonar la RKO y su segundo wéstern tras “Sangre en la luna” (filme de cierto prestigio y con fuerte influencia del noir rodado en 1948). Wise tan sólo se acercaría a este género una vez más con la curiosa “La ley de la horca” (1956), una de las escasas incursiones de James Cagney en el wéstern.



ARGUMENTO: En las postrimerías de la Guerra de Secesión (otoño de 1964) el Coronel sudista Clay Tucker, prisionero junto a sus cuarenta y dos hombres en un campo nordista de Illinois, acepta la oferta del Capitán Bradford de vestir la casaca azul para defender Fort Thorn, situado en Nuevo México, del ataque de los pieles rojas. Una vez allí, el odio visceral a los sudistas del mayor Kenninston, comandante del fuerte, le hará replantearse su situación y desertar para volver a combatir por la Confederación.



La película se basa en un hecho histórico poco conocido, la proclama de Abraham Lincoln en 1863 prometiendo la libertad a los presos confederados que defendieran la frontera de los ataques de los indios. Frank Nugent, guionista habitual de John Ford y según determinadas fuentes yerno del genial director aunque este dato no está totalmente confirmado, se topó con esta ley que permitió la liberación de más de 6.000 soldados, y escribió una primera historia convertida en guion por Casey Robinson.

El resultado fue un wéstern irregular pero adulto y reflexivo con claras reminiscencias a la Trilogía de la Caballería de Ford, sobre todo “Fort Apache”, tanto desde el punto de vista temático como estético.



Así nos vamos a encontrar con temas habituales del tándem Ford-Nugent como el de la descripción de la vida cotidiana en un fuerte situado en pleno desierto y aislado de la civilización a través de las relaciones establecidas entre los oficiales, al mismo tiempo que se presta atención a los suboficiales y a los soldados; la necesaria reconciliación nacional; la reconstrucción de los EEUU simbolizada en la propia reparación del fuerte tras el cruento ataque indio; o la presentación de la Guerra de Secesión como un sinsentido que tan sólo provocó sufrimiento y desolación (a lo largo de la película se hace referencia al dolor y odio causados en la población del Sur por la denominada guerra total emprendida por el general Sherman consistente en la destrucción de hogares, plantaciones y estaciones de ferrocarril).



Además, la cena de los oficiales con el ulterior enfrentamiento entre el comandante Kenninston y el coronel-teniente Tucker al recordar a los familiares muertos en la contienda; el encuentro entre Satank, jefe indio, y el comandante Kenninston que, cegado por su odio, provocará con su torpeza el violento ataque de los pieles rojas al igual que le ocurría al coronel Thursday en “Fort Apache”; la conversación entre Elena y Clay delante de las tumbas de los caídos en un día nublado; la delicadeza del comandante Kenninston retirando un mechón de la cara de una adormecida Elena en señal de despedida o la marcha de la caravana por un territorio desértico son secuencias que remiten directamente al director de origen irlandés.



Lástima que Robert Wise llevará a cabo un trabajo tan correcto como frío y carente de fuerza (parece ser que nunca se sintió cómodo rodando esta película), sobre todo en relación con la subtrama amorosa, desprovista de la necesaria emotividad, en la que se ven implicados los cuatro protagonistas:



El coronel Clay Tucker, al que aportó su apariencia distinguida y aristocrática Joseph Cotten en un papel inicialmente pensado para Victor Mature. Estamos ante un inteligente y práctico militar que aceptará la proposición del capitán Bradford para poder abandonar la prisión y evitar más penurias a sus soldados. Hombre honorable, tras la traición de Kenninston, se debatirá entre la fidelidad a su palabra y la lealtad a la causa del Sur.



Elena Kenninston, interpretada por Linda Darnell (Chihuahua en “Pasión de los fuertes”). Viuda del hermano del comandante, que al igual que el capitán Bradford está secretamente enamorada de ella, se encuentra retenida por su cuñado en el fuerte. Al final de la película parece iniciar un acercamiento a Clay ante el cambio de actitud del militar sudista.



El capitán Mark Bradford, al que da vida Cornel Wilde. Representa el necesario entendimiento entre el Norte y el Sur al apostar desde un primer momento por Clay y pedir una oportunidad para él. Será un elemento clave en la toma de la decisión final por el excoronel rebelde.



El mayor Kenninston, encarnado por Jeff Chandler tras el éxito obtenido como Cochise en “Flecha rota” (Delmer Daves, 1950). Sin duda el personaje más interesante y complejo. Un hombre amargado y frustrado por la muerte de su hermano durante el conflicto civil y por su confinamiento en un fuerte perdido tras haber sido herido en la primera batalla en la que participó. Profesa un odio irracional y visceral tanto a los sudistas como a los indios a los que considera rebeldes. Provocará, con una decisión absurda motivada por su soberbia, la matanza llevada a cabo por los indios en el fuerte (de nuevo estamos ante un filme contado desde el punto de vista de los blancos que explica las razones del levantamiento de los pieles rojas motivado por una actuación injusta de los anglosajones) pero al final tomará una decisión tan dramática como valiente buscando redimirse.

Aunque Wise no acertó a dotar al filme del tono que requería, su trabajo tras la cámara desde el punto de vista técnico es irreprochable como se aprecia en tres grandes secuencias:



La inicial, con un travelling lateral necesario para mostrarnos la situación penosa de los prisioneros sudista que culmina en el interior de un almacén iluminado por los rayos del sol filtrados por las juntas de los maderos. Escena en la que el gran director de fotografía Leon Shamroy, con cuatro Oscars y dieciocho nominaciones a lo largo de su carrera, realizó un gran trabajo.



La estupenda carga de caballería de los hombres de Clay seguida de una larga, descarnada y brutal batalla magníficamente rodada y montada. Combate de una violencia y un realismo poco habituales para el cine de la época.



Y, sin duda, la mejor escena del filme con uno de los personajes aceptando su sacrificio. Así, le vemos salir desarmado del fuerte y encarar su destino perdiéndose entre la bruma de la noche para a continuación, rompiendo el silencio nocturno, oír un grito desgarrador. Extraordinaria e impactante secuencia, con una atmósfera más propia del cine fantástico gracias, de nuevo, al gran trabajo de Shamroy, en la que Wise utiliza de forma magistral el fuera de campo.



Película por tanto que, a pesar de su falta de fuerza en determinados momentos, cuenta con los aciertos suficientes para agradar al aficionado al wéstern en general y a las películas sobre la caballería estadounidense en particular; por lo que seríamos injustos si pretendiéramos compararla con la famosa Trilogía de la Caballería rodada por John Ford, una de las cumbres del wéstern sobre militares.


lunes, 11 de diciembre de 2017

EL ÚLTIMO ATARDECER

(The last sunset, 1961)

Dirección: Robert Aldrich
Guion: Dalton Trumbo

Reparto:
- Rock Hudson: Dana Stribling
- Kirk DouglasBrendan “Bren” O’Malley
- Dorothy MaloneBelle Breckenridge
- Joseph CottenJosh Breckenridge
- Carol LynleyMelissa “Missy” Breckenridge
- Neville BrandFrank Hobbs
- Regis ToomeyMilton Wings
- Jack ElamEd Hobbs
- Adam WilliamsCalverton

Música: Ernst Gold
Productora: Bryna Production (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,5

"Es difícil odiar a una persona cuando la conoces” (Dana Stribling conversando sobre Brendan O’Malley con Belle Breckenridge antes de acudir al duelo).


Durante la época dorada de Hollywood la industria cinematográfica estuvo dominada por las grandes productoras, las denominadas “major”. Controlaban todas las etapas de la producción desde sus primeras fases hasta la distribución en salas de su propiedad. Incluso a sus grandes estrellas, con contratos exclusivos y a pesar de los sueldos astronómicos y el trato exquisito recibido, les imponían los filmes en los que debían participar y el tipo de personaje a interpretar.


Esta forma de concebir el cine originó una reacción, tanto por parte de directores como de actores, tendente a escapar del despotismo de los magnates de las grandes productoras mediante la creación de compañías independientes con las que controlar sus carreras cinematográficas. Así, por ejemplo, Frank Capra, William Wyler y George Stevens fundaron tras volver de la Segunda Guerra Mundial la efímera Liberty Films; John Ford la Argosy Pictures, con la que rodaría, entre otras, su Trilogía sobre la caballería; John Wayne la Batjac (nombre de la empresa comercial de “La venganza del Bergantín”-Edward Ludwig, 1948-) o Burt Lancaster, en honor a su mujer, la Norma Productions y más tarde, también junto a Harold Hecth y James Hill, la Hill-Hecht-Lancaster.


Kirk Douglas, un actor con inquietudes y fuerte personalidad, fundó, igualmente, su propia productora con el nombre de su madre, la Bryna Production, con la que desde mediados de la década de los cincuenta se embarcó en distintos proyectos de gran calidad como “Senderos de gloria” (Stanley Kubrik, 1957), “Los vikingos (Richard Fleischer, 1958), o “Espartaco” (Stanley Kubrik, 1960); películas en la que su implicación, desde el punto de vista artístico, fue total.


ARGUMENTO: Brendan O’Malley, un forajido perseguido por el sheriff Dana Strebling, llega al rancho situado en México de Josh Breckenridge casado con su antiguo amor, Belle. Ambos, perseguidor y perseguido, aceptarán el ofrecimiento de Breckenridge consistente en llevar su ganado a Texas y pospondrán su enfrentamiento hasta la entrega de este. La situación se complicará con el asesinato de Breckenridge, el paulatino acercamiento entre Dana y Belle y la creciente atracción de “Missy” por Brendan.


“El último atardecer” fue la tercera incursión de Douglas como productor en el wéstern tras las exitosas “Pacto de honor” (André De Toth, 1955) y “El último tren de Gun-Hill (John Sturges, 1959); y. para la ocasión se rodeó de un grupo de grandes colaboradores.


Así encargó la dirección a Robert Aldrich que había ofrecido un rendimiento altísimo en dos wésterns producidos e interpretados por su amigo Lancaster (“Apache” y “Veracruz”). En esta ocasión, aunque no consigue mantener la misma intensidad a lo largo de todo el metraje (sobre todo en el viaje transportando el ganado con la resolución algo precipitada de determinadas situaciones) y demuestra cierto desinterés por la historia de amor entre Dana y Belle, nos obsequia con grandes escenas difícilmente olvidables, como la del reencuentro entre Brendan y Belle, la correspondiente a la humillación de Josh Brekenridge en un saloon fronterizo, la relativa a la última noche entre Brendan y “Missy” de un acentuado lirismo y en la que las palabras de despedida tienen un distinto significado para ambos enamorados y, sobre todo, el gran duelo final; un prodigio de dirección y montaje, con imágenes simultaneas de los cuatro protagonistas involucrados física y emocionalmente; superior, incluso, al ofrecido en “Veracruz”. Me atrevería a decir que es uno de los mejores enfrentamientos cara a cara rodados por un director de wéstern clásico, en el que consigue mantener la incertidumbre de su desenlace hasta el final; además de agigantar la figura de O’Malley, al asumir, con una enorme dignidad, esos últimos pasos que le acercan irremediablemente al final de su camino.


Profundamente liberal, Douglas volvió a contar como guionista, tras su colaboración en “Espartaco”, con Dalton Trumbo; uno de los Diez de Hollywood (lista negra confeccionada durante la caza de brujas por el senador McCarthy) con objeto de reivindicarlo y rehabilitarlo, para lo que, al igual que en la película citada, el escritor apareció con su nombre verdadero en los títulos de crédito. Trumbo escribió una auténtica tragedia clásica en el lejano Oeste con un hecho escabroso como detonante del drama final. Una historia que carece de verdaderos héroes y protagonizada por unos personajes profundamente golpeados por su pasado:


Brendan es un inadaptado, un marginado capaz de vagar sin rumbo fijo y con un solo objetivo: recuperar al gran amor de su vida. Un hombre anclado en el pasado e incapaz de evolucionar, con una personalidad compleja y contradictoria. Un personaje con incierto presente y escaso futuro que se nos muestra como una persona sensible (escribe poesías, protege un nido de las pisadas de los caballos), romántica y seductora; pero a la vez tendente a estallidos de violencia incontrolados. De hecho Belle le dirá: “A ti no te gusta la tranquilidad, Bren. Siempre llevas la tempestad donde vas”.


Belle es una mujer cuyos sueños de juventud se truncaron por su encuentro con Bren. Así, a pesar de haber pertenecido a la aristocracia de Richmond, ha terminado aceptando un matrimonio de conveniencia y viviendo en un rancho perdido en México.


Dan persigue incansablemente a Brendan, no tanto por hacer justicia como por satisfacer sus deseos de venganza, ya que el pistolero es el responsable de la muerte de su cuñado y del suicidio de su hermana. Este hecho le llevará, incluso, a viajar México en donde carece de jurisdicción. Hombre solitario, perdió en la guerra a su mujer y a sus dos hijas, parece que su único objetivo vital es atrapar a O’Malley.


Por último, Josh es un hombre débil y alcoholizado al no haber podido superar un acto de cobardía protagonizado durante la Guerra de Secesión.

Para interpretar a estos complejos personajes el productor contó con un gran reparto.


Como protagonista, a pesar de ser su papel más corto y menos atractivo, figura Rock Hudson. La Universal, distribuidora del filme, le impuso al actor a Kirk Douglas, así como su posición en primer lugar en los títulos de crédito dada su popularidad en ese momento. Rock Hudson cumple en un personaje bastante desagradable por su inflexibilidad y deseo de venganza. No obstante, pienso que el papel hubiera necesitado de un actor con mayor presencia como, por ejemplo, Burt Lancaster, Robert Mitchum o Robert Ryan. Interpretes con mayor capacidad para dar la réplica a Kirk Douglas.


Este se reservó el mejor papel. Un hombre torturado, personaje típico en su carrera, que le permitió lucirse exhibiendo una infinidad de sentimientos, desde el amor al odio pasando por la desilusión, la desesperación o la violenta locura. Mostrando un gran abanico de registros interpretativos siempre al borde del histrionismo. Incluso se luce en dos temas cantados, uno de ellos interpretado en castellano.


Dorothy Malone está esplendida como Belle, papel inicialmente pensado para Lauren Bacall, actriz de una mayor elegancia y belleza pero carente de la carnalidad que requería el papel; mientras que Joseph Cotten hace una gran composición como el derrotado esposo de la anterior, y Carol Lynley, con su cara angelical, era una actriz muy adecuada para interpretar a la dulce e inocente “Missy”, con la que Brendan intentará recuperar un pasado que pudo ser pero nunca fue.


En definitiva, “El último atardecer” es un drama profundamente romántico travestido en wéstern, que, sin abandonar los códigos de este género, constituye, a pesar de su irregularidad, una de sus propuestas más originales en la década de los sesenta.




jueves, 7 de diciembre de 2017

DOS CABALGAN JUNTOS

(Two rode together, 1961)

Dirección: John Ford
Guion: Frank S. Nugent

Reparto:
- James Stewart: Marshall Guthrie McCabe
- Richard Widmark: Teniente Jim Gary
- Carolyn Jones: Marty Purcell
- Linda Cristal: Elena de Madariaga
- Andy Devine: Sargento Darius P. Posey
- John McIntire: Comandante Frazer
- Willis Bouchey: Harry Wringler
- Henry Brandon: Jefe Quanah Parker
- Harry Carey Jr.: Ortho Clerg
- Olive Carey: Abby Frazer
- Woody Strode: Stone Calf

Música: George Duning
Productora: Columbia Pictures

Por Jesús Cendón. NOTA: 9

“Nos hemos engañado al venir aquí. Todos nosotros hemos cometido un gran error. No debimos abandonar nuestra tierra” (Harry Wringler dirigiéndose al resto de colonos tras ver a uno de los cautivos recuperados por el sheriff McCabe y el teniente Gary)


John Ford, uno de los mayores genios sino el mayor del celuloide, fue un hombre muy celoso de su obra. De ahí su esfuerzo por ejercer un control casi absoluto sobre la misma, lo que le llevó a implicarse como guionista, reelaborando escenas de los libretos e, incluso, escribiendo otras que no figuraban en ellos, y a ejercer como productor (en la década de los cuarenta creó la Argosy Production con la que rodó, entre otras, su famosa Trilogía de la Caballería y “El hombre tranquilo”).


Pero al mismo tiempo, como señala Jordi Bernal en un artículo reciente, se consideraba un profesional, un trabajador del cine, y era consciente de cómo funcionaba la industria hollywoodiense en la que se producían los filmes en serie. Este hecho le llevó a aceptar productos por encargo, proyectos puramente alimenticios en los que no obstante dejó huella de su personalidad. Dentro de esta última categoría se encuentra “Dos cabalgan juntos”.



Ford aceptó participar tras la insistencia de Harry Cohn, amigo y presidente de la Columbia Pictures, y por los pingües beneficios prometidos (el veinticinco por ciento de la cantidad obtenida en taquilla además de su sueldo habitual), pero desde el primer momento mostró su rechazo al guion, según él uno de los peores que había leído, por lo que continuamente estuvo retocándolo; y aunque le atraía rodar con la pareja protagonista, se topó con que esta estaba algo incómoda con unos papeles escritos para actores más jóvenes. Lo cierto es que Ford quedó plenamente satisfecho con el trabajo de las dos estrellas, de tal forma que volvería a colaborar con James Stewart en la inmortal “El hombre que mató a Liberty Valance” (1962) y en el episodio corto de “El gran combate” (1964) en el que interpretó a Wyatt Earp, un papel muy similar al del sheriff McCabe; mientras que confió a Richard Widmark el papel protagónico en esta última.



Lo sorprendente es que Ford hizo un filme muy personal que encaja perfectamente en su filmografía wéstern caracterizada desde mediados de los años cincuenta por una visión desencantada, sombría y crítica de la formación de los EEUU, y culminada con la mencionada “El gran combate” sobre el confinamiento de la población autóctona en vergonzantes reservas.



ARGUMENTO: Presionado por varios congresistas de Washington, el comandante Frazer encomienda a Guthrie McCabe, sheriff de Tascosa; y al teniente Jim Gary la misión de liberar a los blancos raptados durante los últimos años por el jefe comanche Quanah Parker. Una vez en el campamento de este ambos constatarán el sinsentido de su misión.



Con “Dos cabalgan juntos” Ford retomó el tema principal de “Centauros del desierto”, la búsqueda de blancos hechos prisioneros por los indios; pero, como señaló en su día Javier Marias y a pesar de haber introducido abundantes situaciones cómicas protagonizadas tanto por el sargento Posey (Andy Devine) como por el irónico sheriff McCabe, es un filme más pesimista que su antecesor porque mientras la magistral película de 1956 dejaba un resquicio a la esperanza al “liberar” en el último momento Ethan a su sobrina (¿hija?); en el filme que nos ocupa Ford niega toda posibilidad de “recuperar para la civilización” a la población blanca raptada por los pieles rojas. Son seres diferentes que han asumido su nueva condición de comanches identificándose con estos, han enloquecido o no desean volver a sus antiguos hogares para evitar los prejuicios de la sociedad blanca.



El argumento no es la única semejanza existente entre “Dos cabalgan juntos” y su obra cumbre. Así, la película prácticamente se inicia con un plano con la cámara en el interior de un edificio enfocando al exterior; asimismo la primera conversación entre Jim Gary y Bell, la dueña del saloon, remite a otra mantenida por Ethan y Martin acerca de cómo debía dirigirse este a su “tío”; mientras que la historia se estructura en torno a dos personajes con personalidades opuestas, aunque en la película que nos ocupa se acentúa el carácter antagónico de ambos.



De esta forma nos vamos a encontrar con el Marshall Guthrie McCabe, un soberbio James Stewart en un papel muy alejado de los que nos tenía acostumbrados. Un individuo moralmente ambiguo que no cree en la búsqueda emprendida y se embarca en la empresa con el único objetivo de obtener un beneficio económico (500 dólares por cada cautivo rescatado). Estamos ante un hombre profundamente egoísta alejado del típico héroe desprendido del wéstern clásico; un ser ambicioso, corrupto (cobra el diez por ciento de todos los negocios de Tascosa), vividor y tremendamente cínico; pero que al final se rebelará como el único personaje lúcido de la película al ser consciente de lo que van a encontrar en el campamento de Quanah; además de saber evolucionar positivamente y redimirse por amor. Mostrando, ante el recibimiento dado a Elena (una de las cautivas) por la mayoría de los oficiales y de sus esposas (representantes de la sociedad biempensante), unos principios morales sólidos. Como afirma Jim al final del filme: el viejo McCabe ha encontrado algo que deseaba más que el diez por ciento, el amor de Elena Madariaga.



Como contrapunto a Guthrie aparece el teniente Jim Gary, un no menos extraordinario Richard Widmark. Prototipo del militar fordiano: un hombre fiel a su deber, honorable, noble, recto y solitario. Un individuo que se juega la vida por apenas ochenta dólares al mes, presupuesto que le impide, incluso, comprar cigarros. Tras su estancia en el poblado comanche terminará por comprender la actitud de McCabe y la inutilidad de su misión.



Como toda gran obra, el filme se puede ver como una simple película de aventuras pero en una lectura más profunda se aprecian una serie de temas, la mayoría recurrentes en la filmografía de Ford, que la enriquecen. Entre estos cabe destacar:



- La convivencia imposible entre culturas distintas tras años de conflicto cuyas heridas no han cicatrizado; además de haber generado este sufrimiento desconfianza, recelo, desprecio y odio hacia el otro, hacia el diferente.



- La formación de la personalidad y de la identidad del individuo. Al ser el hombre un ser cultural, el entorno y la sociedad en los que se desarrolla fijan sus rasgos distintivos. Claros ejemplos respecto a esta cuestión son la conducta de Running Wolf, un joven de diecisiete años capturado por los indios con ocho que se siente comanche; o la de Elena de Madariaga cinco años casada con Stone Calf que, al morir este y de forma refleja, entonará un canto fúnebre comanche.



- La crítica a la sociedad anglosajona protestante (Ford era de origen irlandés y católico). Una sociedad caracterizada por la xenofobia, la hipocresía, la violencia, la intransigencia y la intolerancia; además de mostrarse inmisericorde. Buena prueba de ello son dos grandes escenas: la del baile, en la que los soldados y sus esposas le hacen el vacío a la recién liberada Elena, además de tan sólo mostrar interés por los detalles más escabrosos de su relación con los pieles rojas; y la del linchamiento (una de las secuencias más brutales rodadas por John Ford) en la que, tras un simulacro de juicio, una turba sedienta de sangre liderada por un predicador sosteniendo la Biblia (el detalle sin duda no es casualidad) acaba con la vida de uno de los blancos rescatados. Escena que culmina de forma demoledora la aventura de los dos protagonistas y en la que John Ford ideó el detalle de la caja de música, potenciando el dramatismo de la misma.



He dejado para el final la que es sin duda una secuencia mítica. Me estoy refiriendo a la del río. Rodada en un solo plano y con la cámara en el agua, son alrededor de cuatro minutos mágicos en los que McCabe y Gary (de nuevo sobresalientes Stewart y Widmark) mantienen una larga conversación plena de naturalidad y aparentemente banal pero que nos aporta mucha información de ambos personajes. Sólo por esta escena “Dos cabalgan juntos” creo que debe ser considerada como uno de los mejores filmes rodados por Ford.



Tengo, por tanto, que discrepar en esta ocasión del gran maestro que consideraba “Dos cabalgan juntos” como “la peor mierda que he hecho en veinte años”, porque se trata de una gran película, un wéstern genuino que se ha ido revalorizando con el paso del tiempo.



Por último comentaros, como curiosidad, que en la presentación del sheriff McCabe sentado en el porche Ford se auto cita, ya que el plano remite claramente a Henry Fonda en “Pasión de los fuertes” (1946).