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jueves, 3 de mayo de 2018

LOS IMPLACABLES

(The tall men, 1955)

Dirección: Raoul Walsh
Guion: Frank S. Nugent y Sidney Boehm

Reparto:
- Clark Gable: Ben Allison
- Jane Russell: Nella Turner
- Robert Ryan: Nathan Stark
- Cameron Mitchell: Clint Allyson
- Juan García: Luis
- Harry Shannon: Sam
- Emile Meyer: Chickasaw Charlie
- Steve Darrell: Coronel Norris
- Robert Adler: Wrangler
- Mae Marsh: Emigrant
- Chuck Roberson: Alva Jenkin
- Russell Simpson: Emigrant
- Bill Wright: Gus

Música: Victor Young
Productora: Twentieth Century Fox Film Corporation (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 8’5.

“La gente levanta monumentos a los que triunfan. Los tontos terminan en sepulturas anónimas”. Nathan Stark a Ben y Clint Allison inmediatamente antes de enfrentarse a los cuatreros.


Clark Gable, una de las grandes estrellas hollywoodienses en las décadas de los treinta y cuarenta, acababa de finalizar su contrato con la Metro Goldwyn Mayer, major con la que estuvo vinculado durante casi veinticinco años (1930-1954), en un momento delicado pues su carrera comenzaba a declinar por lo que para sus siguientes trabajos buscó la seguridad de un director tan fiable como Raoul Walsh. Este, además de amigo del actor, se había caracterizado a lo largo de su dilatada carrera por su profesionalidad y por poner su talento y genio al servicio tanto de los estudios en los que estuvo contratado como de los protagonistas de sus películas; y al igual que Gable había finalizado recientemente la relación con otra major, en este caso la Warner Brothers en la que estuvo trabajando desde 1939 hasta 1953; sin duda su época más brillante.



El resultado de la unión del intérprete con el director fue el rodaje de tres películas entre 1955 y 1957: “Los implacables”; “Un rey para cuatro reinas”, wéstern en tono de comedia que le emparejó con Eleanor Parker y jugaba con el apelativo por el que era conocido Gable en Hollywood; y “La esclava libre”, película de aventuras con cierta influencia de “Lo que el viento se llevó” y mensaje abiertamente antiesclavista en la que formó pareja con Yvonne De Carlo.

De las tres colaboraciones citadas la cinta que nos ocupa es la más lograda, y junto con “Murieron con las botas puestas” (1941), “Perseguido” (1947), “Juntos hasta la muerte” (1949) y “Camino de la horca” (1951) conforma el repóquer de ases de Raoul Walsh en este género cinematográfico.



ARGUMENTO: Finalizada la Guerra de Secesión, los hermanos Allison, Ben y Clint, deciden atracar al terrateniente Nathan Stark para con el producto del robo comprar un rancho y establecerse por su cuenta. Sorprendentemente este les propondrá trabajar para él conduciendo un gran número de cabezas de ganado de Texas a Montana. Durante el trayecto los tres deberán hacer frente a una naturaleza hostil, a los ataques de los indios, a la pretendida extorsión por parte de cuatreros e, incluso, a la rivalidad surgida entre el mayor de los hermanos, Ben, y Nathan por conquistar a Nella, una bella mujer rescatada tras un ataque de los sioux.



Dos exhaustos vaqueros cabalgan lentamente por las inmensas montañas cuando ven recortado en el horizonte un árbol con un hombre ahorcado, lo que lleva a afirmar a uno de ellos: “Al fin nos acercamos a la civilización”. Brillante escena de apertura de esta magnífica película. Un apabullante wéstern, pleno de vitalidad, dinamismo e intensidad, que se mueve dentro de los cánones más clásicos del género y en el que Raoul Walsh nos presenta una gran epopeya, con cierta influencia de la ya comentada en este blog “Río Rojo” (Howard Hawks, 1949), desarrollada entre los nevados paisajes de Montana y los desérticos parajes de Texas, brillantemente fotografiados por Leo Tover. Una gran aventura épica con la presencia de los principales temas y arquetipos del wéstern: cowboys, indios, cuatreros, soldados, alusiones a la Guerra de Secesión, etcétera en la que, no obstante, también tienen cabida el humor y, sobre todo, el amor en una delicada y sútil escena, parcialmente censurada en España, desarrollada en una cabaña aislada en la que el director utiliza de forma magistral el recurso narrativo de la elipsis.



Estamos, pues, ante un wéstern canónico, una de esas películas que definen como pocas al wéstern clásico; pero, como todo gran relato, el filme cuenta con un lectura más profunda a través de la cual trasciende el género y se convierte en una obra universal. Así en sus dos horas de duración y gracias a un estupendo guion de Frank Nugent, habitual en el cine de Ford, y Sidney Boehm, Walsh va a reflexionar sobre la vida, sobre la diferencia entre lo que se desea y lo que se necesita, y, en definitiva, sobre cómo ser feliz.

El director construye fundamentalmente esta parábola sobre la felicidad y la ambición a través de dos personajes antagónicos enfrentados por el amor de una mujer.



Ben Allinson, un mágnífico Clark Gable en una de sus mejores interpretaciones, ha conocido el sabor amargo de la derrota en la Guerra de Secesión y como muchos combatientes del Sur se siente abandonado tras haber dado lo mejor de sí mismo en la contienda fraticida; de ahí su visión negativa de la sociedad apuntada en la escena inicial y su convencimiento de que el país le debe algo al haberle convertido la guerra en un vagabundo inadaptado; por lo que no duda en cometer un acto delictivo que le asegure su futuro. En realidad, representa el espíritu del cowboy clásico. Un hombre auténtico, generoso, altruista, íntegro, romántico, digno, solidario, idealista, fiel a la palabra dada y a sus principios, de espíritu inquebrantable y gran determinación. Un hombre sin grandes sueños para ser feliz, pues tan sólo aspira a poseer un pequeño rancho con unos cuantos acres de terreno en donde criar su ganado y “una mujer fantástica a mi lado”. Un individuo que reivindica su derecho a una segunda oportunidad (tema básico en la cultura anglosajona). Es en realidad el verdadero hombre alto al que alude el título original del filme (de nuevo nos encontramos con una deplorable traducción) al personificar a todos aquellos que nunca serán citados en los libros de historia pero que con su generosidad, constancia y sacrificio contribuyeron de forma anónima y decisiva a la construcción de un país.



Nathan Stark, un excelente y sobrio Robert Ryan, es un hombre diametralmente opuesto a Ben. Individuo extremadamente ambicioso, pretende convertirse en el dueño de Montana. Frío, calculador, individualista, egoísta y, sobre todo, práctico ya que todas sus decisiones vienen determinadas por el binomio riesgo-beneficio. Pero al igual que Ben, aunque movido por su avidez, dada su gran determinación y su capacidad de liderazgo necesario para hacer grande el país. Sin duda es el tipo de persona que pasará a la posteridad y, por tanto, el otro hombre alto; aunque su actitud vital sea claramente cuestionable. Un hombre al que no le gusta perder el tiempo, no tiene “interés en sueños pequeños” y es consciente de que el triunfo en la vida, entendido como el reconocimiento de los demás hacia su persona por el poder y riquezas obtenidos, es básico porque: “la gente envidia a los triunfadores y no a los fracasados”. Sin embargo, mostrará respeto e, incluso, admiración por Ben del que al final de la película reconocerá que es el único hombre que ha respetado en su vida para a continuación definirlo como: “Es lo que todo niño sueña que va a ser cuando crezca y lo que todo viejo siente no haber sido”.





En medio se encuentra Nella, una estupenda Jane Russell demostrando que no había perdido nada del atractivo mostrado en su debut en este género con “El forajido” (Howard Hughes, 1943). Marcada por la vida misera de sus padres reivindica su derecho a soñar y a tener una existencia llena de comodidades. Oscilará entre el amor sincero sentido por Ben al que no puede olvidar tras la noche vivida con él en una cabaña abandonada (sentimiento simbolizado en la manta que utilizaron, constantemente presente a lo largo de la película) y la seguridad ofrecida por Nathan. Un mundo de opulencia, apariencia (representado en el corsé que se pone para resaltar aún más su figura que está a punto de ahogarla) y felicidad falsa en el que las relaciones humanas son entendidas como transacciones mercantiles; de hecho Nathan le comenta a Nella: “Por usted y por mí nena, y por nuestro monopolio de las cosas mejores de la vida”. Un mundo en el que la dicha dura lo que las burbujas de champán en una copa.



Junto con los personajes principales nos encontramos con un Cameron Mitchell muy entonado dando vida al hermano menor de Ben. Un hombre impulsivo, bravucón, pendenciero y alcoholizado. Personaje trágico, será víctima de la fatalidad y el destino le negará la posibilidad de rehabilitarse. Sin duda la pluma de Sidney Boehm, con amplia experiencia en el cine negro, se aprecia en este personaje. Mientras que Juan García interpreta a Luis, sujeto que representa la amistad, otro de los temas abordado por la película, la fidelidad y la lealtad y al que los guionistas reservan una emotiva escena en la que confiesa a Nella sus sentimientos hacia Ben que, en su día, le salvó la vida.



El director articula su discurso mediante la magristral combinación de escenas marcadamente intimistas, fundamentales para conocer a los personajes y desarrollar el triángulo amoroso, y espectaculares secuencias de tono épico con el objeto de hacer progresar la historia y en las que obtiene un gran rendimiento del formato Cinemascoope, contraponiendo la inmensidad de la naturaleza con la pequeñez del ser humano. Sin duda destacan, de entre las escenas de corte épico, el enfrentamiento con los cuatreros, el paso del ganado por un río y la batalla final contra los indios.



Además hay que añadir el trabajo de  Victor Young, quien compuso, poco antes de fallecer, una gran banda sonora adaptada perfectamente a las imágenes y en la que destaca el delicado tema principal.



“Los implacables” es un magnífico wéstern, modelo de un cine, como el personaje de Ben Allison, auténtico, de verdad, sin engaños ni artificios, desgraciadamente muy difícil de encontrar en la actualidad.



Como datos curiosos comentaros que:

- Mae Marsh, inolvidable protagonista junto a Lilian Gish de títulos fundamentales dirigidos por D. W. Griffith como “El nacimiento de una nación” (1915) o “Intolerancia” (1916), cuenta con un pequeño papel en el filme.

- A Raoul Walsh no le gustaba que se notara la diferencia de estatura entre Robert Ryan y Clark Gable, por lo que en algunas de las escenas en las que aparecían juntos utilizaron un cajón como plataforma para el segundo.


jueves, 19 de mayo de 2016

JOHNNY GUITAR

(Johnny Guitar) - 1954

Director: Nicholas Ray
Guion: Philip Yordan (basado en la novela de Roy Chanslor)

Intérpretes:
Joan Crawford: Vienna
- Sterling Hayden: Johnny Guitar Logan
- Mercedes McCambridge: Emma Small
- Scott Brady: Dancin' kid
- Ward Bond: John McIvers
- Ben Cooper: Turkey Ralston
- Ernest Borgnine: Bart Lonergan
- John Carradine: Old Tom


Música: Victor Young

Productora: Republic Pictures
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. PruneraNota: 9

Johnny Guitar: Nunca le doy la mano a un pistolero zurdo

SINOPSIS: Johnny Guitar Logan (Sterling Hayden), un antiguo pistolero que desea cambiar de vida, llega al Vienna’s Saloon dispuesto a ofrecer sus servicios como guitarrista. Instalado a las afueras de un pequeño pueblo de Arizona, en medio de la nada, el Vienna’s Saloon es una casa de juegos propiedad de Vienna (Joan Crawford), un antiguo amor de Johnny.



Simultáneamente, una diligencia es asaltada por unos forajidos que matan al hermano de Emma Small (Mercedes McCambridge), la influyente y psicótica propietaria de un rancho cercano. Emma acusa injustamente a Dancin’ Kid (Scott Brady) y sus hombres, un grupo de exmineros, del asalto y el asesinato de su hermano porque no puede soportar que Dancin’ Kid prefiera a Vienna antes que a ella. Cuando el exminero y su banda roban el banco local, Emma implicará a Vienna en el asalto y organizará una batida para detenerles y ahorcarles. Johnny, sin embargo, intentará impedirlo.



¿Es un western? ¿Un romance? ¿Un melodrama? ¿Una tragedia de inconfundible tinte griego? ¿Alguien podría clasificarla? No, no lo creo. Porque más allá de todo eso, “Johnny Guitar” es —fundamentalmente— una peli inclasificable. Una peli demasiado grande para poder delimitarla tan fácilmente. Una peli que trasciende las divisorias de cualquier topic que se os ocurra para situarse, simple y llanamente, en ese sacrosanto tabernáculo en el que encontramos a los mejores films de todos los tiempos.



Hay, sin lugar a dudas, algo mágico en ella. Algo mágico, hipnótico y adictivo. Algo que no te deja indiferente y que te induce a amarla o a odiarla con la misma intensidad. Quizás sea la penetrante mirada de Vienna, el enigmático pasado de Johnny, la magistral partitura de Victor Young, su ineludible lectura cromática o ese desbordante torrente de aforismos con el que podrías empapelar tu casa. No lo sé.



Posiblemente todo se deba a quien con tanto talento supo coordinar todos esos componentes. Nicholas Ray. Un cineasta en estado de gracia cuya triste y agria mirada consiguió imbuir en este peliculón una atmósfera tensa, angustiosa, irrespirable. Una atmósfera que no da tregua al espectador en ningún momento y que lo lleva en volandas hasta la catarsis final. Y de ahí, a uno de los más románticos y estremecedores desenlaces del séptimo arte.



Pero, bueno, dejémonos de florituras e intentemos ahondar un poquito más en este espléndido western. Personalmente, una de las cosas que más me llaman la atención de “Johnny Guitar” es su carácter eminentemente feminista. Y no, no lo digo con ningún retintín. “Johnny Guitar” es, claramente, un western feminista porque —pese a su engañoso título masculino— el papel protagonista lo interpreta una mujer (Vienna). Algo que no deja de ser curioso teniendo en cuenta que lo más habitual en este género es que ese rol lo interpretara casi siempre un hombre.



Pero ahí no acaba la cosa: no solo la protagonista es una mujer. También lo es la antagonista, Emma Small, una mujer carcomida por la envidia y los celos que hará todo lo posible para acabar con su gran rival. Un verdadero choque de estrógenos, en definitiva, que provocará que todos los hombres que rodean tanto a Vienna como a Emma (incluido Johnny) parezcan auténticas comparsas ante este par de mujeres —y nunca mejor dicho— de armas tomar.



Otro de los factores más atípicos de “Johnny Guitar” es, sin lugar a dudas, su peculiar tratamiento del color. Un invento de la Republic, el TruColor, que resalta los colores brillantes y que —a primera vista— contrasta totalmente con la luz natural del oeste. Una luz cálida, difuminada y terrosa que se sitúa a las antípodas de esa paleta efectista, chillona y agresiva que nos propone el TruColor de Harry Stradling.



Sin embargo, no debemos olvidar en ningún momento que “Johnny Guitar” no es un western convencional. Y eso significa, como ya he avanzado anteriormente, que este curioso tratamiento cromático ha de tener —por narices— algún motivo, alguna razón determinada, alguna otra lectura que no sea la de la simple y llana experimentación. Así pues, yo diría (a tenor de lo que he ido leyendo y puedo deducir por mi cuenta) que esos colores tan vibrantes tienen una clara y meridiana significación simbólica. Sobre todo en lo que al vestuario de Vienna respecta. Desde el lúgubre negro que viste al principio (alegoría del misterio, de lo desconocido) hasta ese deslumbrante y espectacular vestido blanco que luce cuando toca el piano esperando a los hombres del pueblo (símbolo de la pureza, de la inocencia) pasando por ese sensual encaje o negligé morado en el momento más romántico de la peli (como clara bandera de la pasión amorosa y/o sexual) o la escandalosa camisa amarilla en el emocionantísimo duelo final (como emblema del valor, del coraje).



Pero si por algo destaca por encima de todo “Johnny Guitar” es, obviamente, por sus diálogos. Un auténtico aluvión de frases, réplicas y contrarréplicas al más puro estilo noir (repletas, como no, de ironía y mordacidad elevadas a la enésima potencia) que llegan a su punto más álgido en esa mítica conversación nocturna en la que Johnny y Vienna acaban desnudándose emocionalmente y dando rienda suelta a sus deseos y sentimientos más recónditos. Naturalmente, me estoy refiriendo a la mítica secuencia del “Miénteme”, uno de esos momentazos que —con el tema de Victor Young y Peggy Lee sonando de fondo— han hecho de “Johnny Guitar”, sin lugar a dudas, una de las pelis más legendarias de la historia del cine.
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FOTOS:









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TRAILER:



lunes, 1 de febrero de 2016

RAÍCES PROFUNDAS


(Shane) - 1953

Director: George Stevens
Guion: A.B. Guthrie

Intérpretes:
- Alan Ladd: Shane
- Van Heflin: Joe Starret
- Jean Arthur: Marian Starret
- Jack Palance: Wilson
- Ben Johnson: Calloway

Música: Victor Young
Productora: Paramount Pictures
País: Estados Unidos

Por: Güido Maltese. Nota: 9

Joey: “Creo que le quiero mamá, casi tanto cómo a papá..."

He aquí uno de los mejores westerns del Cine, dirigido por George Stevens e interpretado por Alan Ladd, Van Heflin, Jean Arthur y Jack Palance.


Copiado, imitado y recordado por multitud de autores posteriores (Leone, Peckinpah, Eastwood, etc...)


La historia de Shane, un pistolero que huye de su pasado violento y encuentra refugio con una familia de granjeros que luchan por mantenerse en un territorio dominado por un ganadero que no acepta a los intrusos y pretende echarlos a toda costa.


Aunque la trama es previsible desde el inicio de la película, el director nos mantiene interesados en todo momento, gracias a un guión prácticamente sin fallas (A.B.Guthrie, según la novela de Jack Shaeffer), a una fotografía espléndida (Loyal Griggs), una gran banda sonora y unas actuaciones notables (incluso el soso y mal escogido Alan Ladd, se mueve cómo pez en el agua en su papel de Shane... lo que hubiera sido esta película con Kirk Douglas!).



Ya desde la llegada de Shane, que ve cómo es acosada la familia de Starret para obligarles a abandonar el valle y se coloca junto a Joe Starret para que los vaqueros sepan que no está sólo, Stevens nos engancha a la historia y consigue mantenernos atentos a pesar de que ya sabemos perfectamente lo que va a ser la película a grandes rasgos.



Que bien retrata, en el personaje de Shane, a ése pistolero solitario que busca una nueva vida y encuentra en la familia Starret todo lo que ansía, todo lo que nunca tuvo...




Y Van Heflin, perfecto en su papel de Joe Starret, un hombre honrado, de fuertes convicciones, apegado a la tierra, a su tierra, que con tanto sudor y esfuerzo ha sacado adelante. Líder y apoyo de los demás granjeros del valle, muchos deseando irse a otra parte, pero que aguantan gracias a la fortaleza, al orgullo y la tesonería de Joe...




Jean Arthur, cómo la esposa enamorada y fiel a su marido pero que ve tambalear su interior por la atracción hacia Shane. “Abrázame, no me digas nada, sólo abrázame” le dice a Joe cuando se da cuenta de la atracción que le produce Shane.




Aquí, Stevens no llega a la finura de Ford en “Centauros del Desierto” cuando nos descubre la atracción entre Martha e Ethan, pero claro, es que Ford era Ford.




Preciosa la relación que se crea entre Shane y el pequeño Joey Starret... Lástima que el niño se me haga tan insoportable con esa voz y esa manera de repetir incesantemente el nombre de “Shane”.




Cómo Shane, a petición de Joe, cuelga la pistola y evita enfrentamientos con los Ryker. Memorable la pelea con Ben Johnson y la posterior de Shane y Joe contra los Ryker y sus hombres. Así cómo inmenso Jack Palance en el papel de Wilson, pistolero contratado por Ryker para terminar con los granjeros.




Pero aún así, tiene que volver a empuñar las armas, para defender a la que ha sido su familia, para defender un estilo de vida que le estaba gustando, pero que no es para él. Que bien tratada la escena en que Joe decide ir a enfrentarse a Ryker y Shane se lo impide (“esto es lo mío,Joe”), golpeándole en la cabeza y ganándose el desprecio del pequeño Joey (“Has golpeado a papá con el revólver, te odio Shane!) con el posterior arrepentimiento de éste, que se lanza tras él en la noche para decirle que le quiere, que no le odia.




Y así, llegamos al esperado duelo entre Shane y Wilson, al que asistimos con la misma expectación que Joey (escondido tras la puerta) y al sublime final de Shane alejándose a caballo hacia las montañas mientras el pequeño Joey grita “Shane, no te vayas Shane!!” y las montañas le devuelven el eco.

“Dile a tu madre que ya no quedan revólveres en el valle”, le dice Shane antes de partir y dejando bien claro que alguien con un pasado cómo el suyo nunca podrá ser parte de una familia, de una comunidad, de una vida en paz en definitiva...


En fin, una gran película, que fue inspiración de muchos... recordemos que Joe de “Por un puñado de dólares” de Leone, es un pistolero que llega de repente, nadie sabe de dónde y que se va por dónde vino, al igual que Shane.



Y no olvidemos “El Jinete Pálido”, quizas el mejor western de Eastwood después de “Sin Perdón”, que es un remake en toda regla de “Raices profundas”. Y tantas y tantas otras...