NOSOTROS

Mostrando entradas con la etiqueta Raoul Walsh. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Raoul Walsh. Mostrar todas las entradas

jueves, 13 de diciembre de 2018

CAMINO DE LA HORCA

(Along the grat divide, 1951)

Dirección: Raoul Walsh
Guion: Walter Doniger y Lewis Meltzer.

Reparto:
- Kirk Douglas: Marshall Len Merrick
- Virginia Mayo: Ann Keith
- Walter Brennan: Timothy “Pop” Keith
- John Agar: Billy Shear
- Ray Teal: Deputy Lou Gray
- Hugh Sanders: Frank Newcombe
- Morris Ankrum: Ed Roden
- James Anderson: Dan Roden
- Charles Meredith: Judge Marlowe

Música: David Buttolph
Productora: Warner Brothers

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’75

“Es nuevo en este territorio” “Yo sí, la ley no” “La ley es cosa nuestra” conversación entre Dan Roden y Lenn Merrick.



Raoul Walsh visita de nuevo nuestro blog, en esta ocasión con una cinta de 1951. En ese año dirigió otras tres películas: “El hidalgo de los mares”, filme de ambientación marinera antesala de su obra maestra “El mundo en sus manos” (1952) también protagonizada por Gregory Peck, y “Tambores lejanos”, al igual que el que nos ocupa, un wéstern de itinerario; además del sobresaliente noir “Sin conciencia” protagonizado por Humprey Bogart, aunque en los créditos figurase el francés Bretaigne Windust (1).

Las cuatro películas muestran tanto su talento como su capacidad y versatilidad en un momento en el que se encontraba en el apogeo de su excepcional carrera.



ARGUMENTO: El Marshall Len Merrick, tras salvar de la horca a Timothy Keith, decide trasladarlo a Santa Loma para que sea juzgado, siendo acompañado en la misión por sus ayudantes, Billy Shear y Lou Gary, y por Ann, la hija de Timothy. Pero el viaje se convertirá en un infierno al ser perseguidos por Ed Roden, cacique del lugar y padre del muchacho al que presuntamente asesinó Timothy.



“Camino de la horca” puso un brillante broche final a la trilogía de wésterns psicológicos de Walsh compuesta, además de este filme, por “Perseguido” (1947) y “Juntos hasta la muerte”(1949), ambas con sus correspondientes reseñas, con los que presenta semejanzas tanto desde el punto de vista estílistico como temático. Así, al igual que en los anteriores filmes, nos encontramos con una fotografía marcadamente expresionista, más propia del cine negro que del wéstern, en esta ocasión obra de Sidney Hickox (2); mientras que, al igual que en los dos filmes anteriores, la vida y la conducta del protagonista se ven condicionadas por su pasado. Incluso el comienzo de esta cinta, con Timothy Keith a punto de ser ahorcado, parece ser una continuación del final de “Perseguido”, en el que el protagonista, interpretado por Robert Mitchum, estaba a punto de ser linchado.



Sin embargo, y a diferencia de las anteriores, Walsh partió en esta ocasión de un guion más convencional que desarrolla un wéstern de itinerario en la modalidad de custodia de un prisionero; así nos encontramos con unos personajes que deben trasladar a un delincuente por un territorio inhóspito bajo la amenaza de un grupo hostil y superior en número. Tema no exclusivo del wéstern (el mismo esquema se aprecia en noirs, películas de aventuras, bélicas o, incluso, de ciencia ficción) pero que constituye casi un subgénero dentro del mismo con títulos como “Colorado Jim” (Anthony Mann, 1953), “La carga de los jinetes indios” (Gordon Douglas, 1953), “Entre el valor y el dinero” (Richard Carlson, 1954), “El jinete misterioso” (Jacques Tourneur, 1955), “El retorno del forajido” (Allen H. Miner, 1957), “Cabalgar en solitario” (Budd Boetticher, 1959), “El precio por la libertad” (Harry Keller, 1960), “Pistolas hostiles” (R. G. Springsteen, 1967) o la nueva y prescindible versión de “El tren de las 3:10” (James Mangold, 2007).



Precisamente el mérito del director consistió en transformar un guion vulgar en una obra muy personal en la que se aprecia su pasión por la aventura (3) y su querencia por la tragedia; así como su estilo caracterizado por la sobriedad y la concisión (el filme no llega a los 90 minutos), aunque quizás en su debe haya que señalar la utilización de varios zooms que afean el conjunto.



Estas características, sobriedad y concisión, se manifiestan desde la escena inicial, un prodigio de síntesis narrativa, de la que podrían aprender ciertos directores actuales empeñados en alargar secuencias y películas sin sentido, en la que prescindiendo de cualquier preámbulo nos introduce de lleno en el drama; así como, nos da a conocer el carácter de los principales personajes del mismo. De esta forma, tanto el protagonista como su antagonista principal son retratados como individuos tozudos y de fuerte personalidad; hombres acostumbrados a imponer su voluntad y capaces de llevar sus convicciones hasta sus últimas consecuencias aunque el coste sea muy elevado. Mostrando Walsh otra de sus virtudes: la capacidad para definir a los personajes con pocas pinceladas, incluso aquellos que no tienen un papel protagónico como Lou Gray, asistente de Len, al que deja en evidencia en el inicio cuando enterados el marshall y sus ayudantes del posible linchamiento se pregunta si no van a comer antes; con tan sólo una frase el espectador sabe que se trata de un indeseable y un individuo poco fiable, como se confirmará a lo largo del filme. Igualmente a Timothy, excelente de nuevo Walter Brennan, nos lo dibuja en un par de escenas como un hombre inteligente que pronto descubre cuáles son las flaquezas del sheriff Len, aprovechando sus debilidades para torturarle psicológicamente a lo largo del camino. Pero al mismo tiempo se revelará durante el filme como un hombre honorable capaz de salvar la vida de Len aunque este hecho suponga cerrar aún más la soga en torno a su cuello.



“Camino de la horca” es una película áspera, muy violenta para la época y con la muerte como presencia permanente que, como toda obra de un gran creador y Walsh lo era a pesar de haber sido mucho tiempo rebajado por una crítica miope a un simple artesano, bajo el envoltorio de un filme de aventuras aborda temas profundos y complejos que trascienden el género.



En concreto dos están constantemente presentes: la oposición entre civilización y barbarie, y la importancia de la figura paterna a la hora de configurar la personalidad de los hijos.

Respecto a la primera cuestión, y como señalé anteriormente, ya en la escena inicial Walsh presenta dos formas diametralmente opuestas de entender la justicia a través del enfrentamiento entre Len y Ed.



El Marshall representa a la civilización, al estado de derecho, aunque posteriormente conoceremos cuáles son sus verdaderos motivos. Es un hombre que asume como necesario para construir una sociedad civilizada que todos se sometan a la ley y a unas normas que emanan de la propia sociedad. De hecho, comentará a lo largo de la película que decidir si Timothy Keith es o no culpable “es cosa del jurado”; para más adelante confesar a este que “No le considero culpable ni inocente” y, por último, comentar a Billy que sea Timothy un asesino o no su obligación tan sólo consiste en entregarlo. Así, tiene interiorizado que su función como “policía” es detener a los posibles delincuentes y ponerlos a disposición judicial pero no enjuiciarlos, correspondiendo a los fiscales incriminar, al jurado juzgar con base en las pruebas aportadas y al juez dictar la correspondiente sentencia.



Por el contrario Ed, un hombre del que se da a entender que levantó un imperio allí donde todavía imperaba la “barbarie”, está acostumbrado a imponer su voluntad y se comporta como un cacique, al tener una capacidad de decisión casi absoluta sobre la vida de los habitantes de la comarca. Su palabra, en definitiva, es la ley, por lo que afirmará que “Ese hombre mató a mi hijo y yo lo ahorcaré”. Sin embargo, Walsh no nos lo presenta de forma maniquea, intentando que el espectador entienda su forma de actuar aunque no la comparta. Es un hombre roto por el dolor que en la tumba de su hijo grava la leyenda “Aquí yace el corazón de un padre”, y como le señala un personaje a Len “Un hombre sin corazón es un mal enemigo”.



Esta defensa de la ley y el orden, dado el año de producción del filme en pleno apogeo de la Guerra Fría con el estallido del conflicto de Corea (1950-1953), se puede entender como una “profesión de fe” por parte de Walsh en la libertad y en las sociedades democráticas, basadas con todos sus defectos e imperfecciones en la construcción de todo un sistema de garantías para sus ciudadanos, frente a los regímenes dictatoriales caracterizados por el poder absoluto y arbitrario de sus gobernantes, representados por el terrateniente Roden.



Por lo que respecta a la segunda cuestión, Walsh la aborda a través de tres modelos de figura paterna.

El padre perdido, ausente, que tan sólo habita en el recuerdo y cuya trágica muerte determina la conducta presente de su hijo, Len; máxime cuando este se culpabiliza del fallecimiento de su progenitor.



El padre cercano, protector, carismático, representado por Timothy Keith, que mantiene una complicidad total con su hija, interpretada en su tercera colaboración en dos años con Walsh por Virginia Mayo. Es tal la afinidad de Ann con su progenitor que en todo momento tomará partido por este frente a Len, del que está enamorada. Será esta relación la única que perviva al final de la historia.



El padre autoritario, personificado en la figura de Ed Roden, para quien los hijos son otra pertenencia más y a los que ha tratado injustamente al mostrar su preferencia por uno de ellos. Esa actitud provocará la rivalidad e, incluso, el odio entre sus vástagos desembocando en la tragedia posterior.



Incluso se podría hablar de un cuarto prototipo, el padre maestro, en el vínculo mantenido por Len con su ayudante Billy, muy cercano a una relación paterno filial en la que el primero se convierte en un modelo a seguir para el segundo.



La película además pasó a la historia por constituir el debut de Kirk Douglas (4) en un género por el que mostró cierta querencia a lo largo de su dilatada carrera (5). El actor está magnífico interpretando, de nuevo, a un personaje torturado tan apropiado a su estilo al borde del histrionismo; aunque, como ha manifestado en diversas ocasiones, no guarda un grato recuerdo del filme al haberlo protagonizado obligado por el contrato firmado con la Warner Brothers según el cual debía participar al menos una vez al año en una producción de la major; así como, por las constantes diferencias mantenidas durante el rodaje con el director. De hecho esta fue la única vez que la estrella trabajó en una película dirigida por Raoul Walsh.



Así pues, sólo me queda invitaros a cabalgar por el desierto de Mojave junto a Kirk Douglas de la mano de un director genial, irrepetible y con una filmografía cuantitativa y cualitativamente al alcance de muy pocos, Raoul Walsh. Estoy seguro de que no os arrepentiréis.



(1) El cineasta cayó enfermo nada más comenzar el rodaje de la película y Bogart, consciente de que contaban con un gran guion, llamó a Walsh que dirigió la mayor parte de la misma aunque, por solidaridad con su compañero, se negó a aparecer en los títulos de crédito.

(2) Sidney Hickox fue uno de los mejores operadores en nómina de la Warner Brothers y colaborador habitual de Raoul Walsh; siendo el responsable, por ejemplo, de la fotografía de “Tener o no tener” (Howard Hawks, 1944), “El sueño eterno” (Howard Hawks, 1946) o “Al rojo vivo”, obra maestra de Walsh filmada en 1949.

(3) Raoul Walsh fue un hombre de acción, un auténtico aventurero. Así llegó a cabalgar junto a Pancho Villa, como su colega John Ford era hermano de sangre de los indios navajos (si al primero le adoptaron con el nombre de “Natani Nez” -Guerrero alto-, a Walsh le rebautizaron como “Etsua ya apenta" -El águila del cielo de la mañana-), se embarcó muy joven a Cuba y posteriormente aprendió el oficio de cow-boy en Texas. Todo ello antes de entrar en el cine realizando los trabajos más humildes. Esa vocación por la aventura la plasmó en sus películas caracterizadas por su vitalidad y dinamismo.

(4) Tras haber iniciado su carrera tan sólo cinco años antes con papeles secundarios en filmes del nivel de “El extraño amor de Martha Ivers” (Lewis Milestone, 1946), “Retorno al pasado” (Jacques Tourneur, 1947) o “Murallas humanas” (John M. Stahl, 1948), Douglas comenzó a tener papeles protagónicos en 1949, y ese mismo año con su interpretación del ambicioso boxeador en “El ídolo de barro” (Mark Robson) fue nominado al Oscar, por lo que llamó la atención de la poderosa Warner Brothers.

(5) El primer filme producido por la compañía del actor, la Bryna Productions, fue el estupendo wéstern naturalista “Pacto de honor” (Andre De Toth, 1955) y, posteriormente, también produjo a través de esta compañía o su filial, la Joel Productions, “El último tren de Gunn-Hill” (John Sturges, 1959), “El último atardecer” (Robert Aldrich, 1961), “Los valientes andan solos” (David Miller, 1962) y “El gran duelo” (Lamont Johnson, 1971). Además, “Los justicieros del Oeste” de 1975, uno de los dos filmes dirigidos por él y del que también se encargó de la producción, estuvo igualmente ambientado en el Far-West.

jueves, 20 de septiembre de 2018

PERSEGUIDO

(Pursued, 1947)

Dirección: Raoul Walsh
Guion: Niven Buchs

Reparto:
- Robert Mitchum: Jeb Rand
- Teresa Wright: Thorley Callum
- Judith Anderson: Medora Callum
- Dean Jagger: Grant Callum
- Alan Hale: Jake Dingle
- John Rodney: Adam Callum
- Harry Carey Jr.: Prentice
- Clifton Young: The sergeant

Música: Max Steiner
Productora: United States Pictures (USA)

Por: Jesús Cendón. NOTA: 8’5.

”Todo volverá a repetirse, pero ya no me importa. Sé que hay una respuesta que siempre he estado buscando. ¿Por qué siempre he estado solo? ¿Por qué todo salía mal? ¿Por qué hay odio en mí en lugar de amor? Había algo trágico en mi destino y también en el tuyo. Supongo que hemos perdido nuestra oportunidad y ya no podemos hacer nada”. Jeb Rand a Thorley Callum instantes antes de ser apresado por Grant Callum.


ARGUMENTO: Tras el asesinato de su familia, Jeb Rand es adoptado por Medora Callum que lo cría junto a sus dos hijos, Thorley y Adam, como uno más de la familia. Sin embargo su existencia estará marcada por el odio que le profesa Grant, el cuñado de Mrs. Callum.
Raoul Walsh, un director tan apegado a los géneros como tradicional en su forma de abordarlos, sorprendió en su vuelta al wéstern tras haber rodado una de sus cimas de un clasicismo arrebatador (1) con esta singular película del Oeste, una de las propuestas más innovadoras y arriesgadas dentro del wéstern en la década de los cuarenta.


Situada a caballo entre dos siglos, el filme, basado según palabras del propio guionista en hechos reales aunque también se ha visto en el mismo una libre adaptación de la novela “Cumbres borrascosas”, narra una historia de odio, venganza, traición, envidia, celos, pasiones amorosas y rivalidad fraternal en el seno de una familia de rancheros en Nuevo México. A la vez que están muy presentes temas como el destino, la fatalidad, el amor como elemento redentor y la suerte.


De hecho junto con el odio visceral profesado por Grant a Jeb, la vida de este último estará marcada por una moneda lanzada al aire que determina su incorporación a filas para enfrentarse a los españoles en la Guerra de Cuba de 1898 (2) y la pérdida de su parte del rancho a favor de Adam. Incluso la misma moneda le propiciará, a través del juego, una pequeña fortuna con la que comenzar una nueva vida junto a su amigo y protector Jake (interpretado por un Alan Hale alejado de sus habituales personajes de corte cómico como compañero del protagonista).


Sin embargo la ubicación espacio-temporal del filme no constituye un elemento determinante ya que podría haberse desarrollado en otro lugar y en otra época sin perder su esencia; porque en realidad la cinta bebe tanto del wéstern como de otros géneros.


Así, en primer lugar se aprecia la influencia de las tragedias clásicas y de los dramas shakesperianos, tan apreciados por el propio director y por Niven Busch, guionista que en su dilatada carrera escribió varios dramas familiares ambientados en el salvaje Oeste. Baste en este sentido recordar “Duelo al sol”, cuya novela fue adaptada al cine por King Vidor en 1946, o su guion para “Las Furias” (Anthony Mann, 1950) que cuenta con su oportuna reseña. Películas en las que, además, describe mujeres de fuerte carácter fundamentales en el desarrollo de la trama.


Asimismo nos encontramos elementos propios del noir. Respecto a esta cuestión no creo que fuera casualidad la elección del director de fotografía, puesto que James Wong Howe, un genio de la iluminación con dos Oscar y diez nominaciones en su haber, fue uno de los pilares, junto con John Alton, en la codificación estílistica del cine negro norteamericano. En este filme su aportación resulta fundamental para reflejar la tortura psicológica y emocional vivida por el protagonista.



Como ejemplos del extraordinario trabajo del cameraman de origen chino cabe citar tres secuencias nocturnas: el enfrentamiento en un callejón entre Prentice, nuevo pretendiente de Thorley, y Jeb; aquella con una iluminación tenebrista más propia de una película de terror en la que Thorley confiesa a su madre sus verdaderos planes respecto a Jeb; y el asalto del rancho de Jeb por parte de Grant y sus secuaces con la posterior huida del protagonista, escena en la que, por otra parte, Raoul Walsh muestra su maestría para crear suspense y tensión. Igualmente destacable es la secuencia del entierro de Prentice que podría haber sido rodada por el mismísimo Luis Buñuel por su composición e iluminación marcadamente surrealistas.


También propio del cine negro es el recurso a la voz en off del protagonista. Jeb Rand se convierte, de esta forma, en el narrador omnisciente del relato y quizás en este hecho radica una de las escasas debilidades de la película puesto que llega a relatar acontecimientos en los que no estaba presente (¿Cómo sabe Jeb el contenido de la conversación mantenida entre su madre adoptiva y Grant tras haber intentado este asesinarle cuando era un adolescente?).


Igualmente característico del noir es la propia estructura del filme a través de varios flash-backs. Así tras la secuencia inicial que arranca con una panorámica de uno de los personajes galopando (3) para a continuación revelarnos la situación desesperada del protagonista, la acción se retrotrae en el tiempo con el objeto de dar a conocer el espectador cómo ha llegado Jeb a esa circunstancia.


Por último tenemos al propio protagonista, Robert Mitchum, cedido por la RKO a la United States Pictures una pequeña compañía vinculada  a la Warner Brothers de la que era participe el propio Niven Buchs, que ese mismo año con “Retorno al pasado” (Jacques Tourneur) comenzaría a forjar su imagen definitiva muy vinculada al cine negro (4).

Incluso la mayor parte de los temas compuestos por Max Steiner remiten a melodramas o a thrillers, reforzando esta doble influencia.


En tercer lugar la película es deudora de la corriente psicoanalista tan en boga en el Hollywood de la década de los cuarenta (5) y cuyo paradigma fue “Recuerda” (Alfred Hitchcock, 1945), que incluso contó con la participación de Dalí como diseñador de la escena del casino. Así Jeb, de los luctuosos acontecimientos vividos de niño, tan sólo rememora unas espuelas y unos destellos de luz que lo atormentan en sueños y será el regreso al lugar en donde se produjeron lo que provoque el recuerdo de la secuencia completa. De esta forma, en un final memorable, tanto Jeb como el espectador, conocerán las razones del odio de Grant y cómo este ha sido fundamental en las desgracias acaecidas al protagonista que han marcado su vida hasta ese momento.



El merito de Walsh consiste en integrar todos estos elementos e influencias tan dispares evitando en todo momento lo que podría haber sido un pastiche para crear un filme arrebatador de una gran coherencia, de una rotunda modernidad (anticipa varias claves del wéstern de la década siguiente) y enormemente complejo que cuenta con un ritmo, como era habitual en él, trepidante. Destacaría en este sentido cómo necesita tan sólo dos planos para mostrarnos el paso del tiempo o la utilización magistral del recurso de la elipsis narrativa en la escena del juicio de Jeb.

Igualmente meritoria es la creación de los cinco presonajes principales que sustentan el drama: los tres hermanos (incluido Jeb), su madre y el cuñado de esta.


Jeb Rand, memorable Robert Mitchum en un papel para el que se pensó en Montgomery Clift y Kirk Douglas, es el típico héroe trágico. Un hombre incapaz de gobernar su vida al verse sobrepasado constantemente por unos acontecimientos no provocados por él. Un individuo que intenta desesperadamente buscar en su pasado la explicación de su dramática situación actual y evitar con ello su sino, un destino que se estrecha peligrosamente sobre él igual que, en la escena final, la horca alrededor de su cuello.


Thorley Callum, personaje escrito por Niven Buchs especialmente para Teresa Wright (6), es la hermana adoptiva y posterior amante de Jeb. En todo momento intentará mantener unida a la familia y sobre todo a sus dos hermanos, debatiéndose entre el amor fraternal que profesa a Adam y la pasión que siente por Jeb con el que la une una especial sintonía, confirmada por su hermano adoptivo cuando le dice: “Siempre podías pensar con mi mente y sentir con mi corazón”. La actriz, por la que tengo debilidad, lleva a cabo una extraordinaria interpretación pasando de ser una mujer dulce (típico papel desarrollado a lo largo de su carrera) a una persona dura, fría y calculadora que, a pesar de amar a Jeb, idea un plan para acabar con él tras haberse convertido en su esposa.


Adam Callum, al que dio vida un debutante John Rodney, que se mostrará desde niño como un rival de Jeb. Rivalidad acrecentada tanto por la participación de este en la guerra y la envidia que le provoca la condecoración tras su regreso; como por los celos causados por la relación del protagonista con su hermana. Vislumbrándose un cierto deseo incestuoso respecto a Thorley.


Medora Callum, encarnada por una excelente Judith Anderson que interpreta un papel muy alejado de su perversa señora Danvers en “Rebeca” (Alfred Hitchcock, 1940) o de la interesada amante de T. C. Jeffords en “Las Furias”. Estamos ante una mujer bondadosa y protectora que intenta compensar un “pecado” del pasado adoptando a Jeb y tratándolo como un verdadero hijo. Es junto a Grant el único personaje conocedor de la terrible verdad que está condenando a Jeb en el presente, pero se niega a confesársela a su hijo porque como le dice cuando era niño: “No hagas preguntas al pasado. Para ti no hay respuestas”. Personaje que parece perder importancia a medida que avanza la narración, se revelará fundamental en la resolución del drama.


Y Grant Callum (magnífico Dean Jagger) verdadera encarnación del Mal. Un ser maquiavélico cuyo único objetivo en la vida es acabar con Jeb para culminar su venganza. Un individuo que, cual demonio, tentará primero a Adam y posteriormente a Prentice, encizañándolos contra Jeb y utilizándolos como instrumento de su revancha.


En definitiva, “Perseguido”, actualmente caída en el olvido a pesar de haber sido alabada por directores como Martin Scorsese o Sergio Leone, constituye una clara muestra tanto del enorme talento narrativo como del genio creativo de su autor, uno de los mayores directores del Hollywood clásico, por lo que es de visión imprescindible para todo aficionado al género. 

(1) En 1941 Raoul Walsh había dirigido a Errol Flynn en “Murieron con las botas puestas”, una gran epopeya sobre la vida y muerte del general Custer ya reseñada en este blog.

(2) Al igual que en “Cielo Amarillo”, que también cuenta con su oportuna reseña y fue dirigida un año después por William Welman, la situación vivida por Jeb tras su regreso de la guerra y su aparente inadaptación; así como, las consecuencias en la población civil de su retorno, fundamentalmente en su hermano Adam, aluden claramente a las dificultades, la amargura y el desencanto que estaba viviendo la sociedad estadounidense tras la II Guerra Mundial.

(3) En la escena de apertura del filme, y como igualmente haría en la también comentada “Juntos hasta la muerte” (1949), el director nos muestra a través de la utilización de la panorámica la fragilidad e insignificancia del ser humano en comparación con la solidez y grandiosidad de la naturaleza.

(4) La figura de Robert Mitchum quedaría definitivamente asociada al cine negro gracias a una serie de películas protagonizadas en el seno de la RKO, entre las que destacan, junto a la mencionada “Retorno al pasado”, “Encrucijada de odios” (Edward Dmytrick, 1947), “El gran robo” (Don Siegel, 1949), “Donde habita el peligro” (John Farrow, 1950), “El soborno” (John Cromwell, 1951), “Macao” (Josef Von Stenberg, 1952) o “Cara de ángel” (Otto Preminger, 1952). En 1949 protagonizaría, además, “Sangre en la luna” un wéstern dirigido por Robert Wise claramente influenciado, la igual que “Perseguido”, por el noir.

(5) Entre los ejemplos hollywodienses más sobresalientes durante la segunda mitad de la década de los cuarenta de esta corriente podemos citar, junto con la señalada “Recuerda”, a “El séptimo velo” (Compton Bennet, 1945), “Secreto tras la puerta” (Fritz Lang, 1947), “Nido de víboras” (Anatole Litvack, 1948) o “Vorágine” (Otto Preminger, 1949).

(6) Teresa Wright estuvo casada con Niven Buchs desde 1942 a 1952 y volvió a coincidir con Robert Mitchum en “El rastro de la pantera” (William Wellman, 1954). Wéstern, tan singular como “Perseguido”, sobre los miedos y disputas existentes entre los miembros de una familia escasamente cohesionada. 

jueves, 3 de mayo de 2018

LOS IMPLACABLES

(The tall men, 1955)

Dirección: Raoul Walsh
Guion: Frank S. Nugent y Sidney Boehm

Reparto:
- Clark Gable: Ben Allison
- Jane Russell: Nella Turner
- Robert Ryan: Nathan Stark
- Cameron Mitchell: Clint Allyson
- Juan García: Luis
- Harry Shannon: Sam
- Emile Meyer: Chickasaw Charlie
- Steve Darrell: Coronel Norris
- Robert Adler: Wrangler
- Mae Marsh: Emigrant
- Chuck Roberson: Alva Jenkin
- Russell Simpson: Emigrant
- Bill Wright: Gus

Música: Victor Young
Productora: Twentieth Century Fox Film Corporation (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 8’5.

“La gente levanta monumentos a los que triunfan. Los tontos terminan en sepulturas anónimas”. Nathan Stark a Ben y Clint Allison inmediatamente antes de enfrentarse a los cuatreros.


Clark Gable, una de las grandes estrellas hollywoodienses en las décadas de los treinta y cuarenta, acababa de finalizar su contrato con la Metro Goldwyn Mayer, major con la que estuvo vinculado durante casi veinticinco años (1930-1954), en un momento delicado pues su carrera comenzaba a declinar por lo que para sus siguientes trabajos buscó la seguridad de un director tan fiable como Raoul Walsh. Este, además de amigo del actor, se había caracterizado a lo largo de su dilatada carrera por su profesionalidad y por poner su talento y genio al servicio tanto de los estudios en los que estuvo contratado como de los protagonistas de sus películas; y al igual que Gable había finalizado recientemente la relación con otra major, en este caso la Warner Brothers en la que estuvo trabajando desde 1939 hasta 1953; sin duda su época más brillante.



El resultado de la unión del intérprete con el director fue el rodaje de tres películas entre 1955 y 1957: “Los implacables”; “Un rey para cuatro reinas”, wéstern en tono de comedia que le emparejó con Eleanor Parker y jugaba con el apelativo por el que era conocido Gable en Hollywood; y “La esclava libre”, película de aventuras con cierta influencia de “Lo que el viento se llevó” y mensaje abiertamente antiesclavista en la que formó pareja con Yvonne De Carlo.

De las tres colaboraciones citadas la cinta que nos ocupa es la más lograda, y junto con “Murieron con las botas puestas” (1941), “Perseguido” (1947), “Juntos hasta la muerte” (1949) y “Camino de la horca” (1951) conforma el repóquer de ases de Raoul Walsh en este género cinematográfico.



ARGUMENTO: Finalizada la Guerra de Secesión, los hermanos Allison, Ben y Clint, deciden atracar al terrateniente Nathan Stark para con el producto del robo comprar un rancho y establecerse por su cuenta. Sorprendentemente este les propondrá trabajar para él conduciendo un gran número de cabezas de ganado de Texas a Montana. Durante el trayecto los tres deberán hacer frente a una naturaleza hostil, a los ataques de los indios, a la pretendida extorsión por parte de cuatreros e, incluso, a la rivalidad surgida entre el mayor de los hermanos, Ben, y Nathan por conquistar a Nella, una bella mujer rescatada tras un ataque de los sioux.



Dos exhaustos vaqueros cabalgan lentamente por las inmensas montañas cuando ven recortado en el horizonte un árbol con un hombre ahorcado, lo que lleva a afirmar a uno de ellos: “Al fin nos acercamos a la civilización”. Brillante escena de apertura de esta magnífica película. Un apabullante wéstern, pleno de vitalidad, dinamismo e intensidad, que se mueve dentro de los cánones más clásicos del género y en el que Raoul Walsh nos presenta una gran epopeya, con cierta influencia de la ya comentada en este blog “Río Rojo” (Howard Hawks, 1949), desarrollada entre los nevados paisajes de Montana y los desérticos parajes de Texas, brillantemente fotografiados por Leo Tover. Una gran aventura épica con la presencia de los principales temas y arquetipos del wéstern: cowboys, indios, cuatreros, soldados, alusiones a la Guerra de Secesión, etcétera en la que, no obstante, también tienen cabida el humor y, sobre todo, el amor en una delicada y sútil escena, parcialmente censurada en España, desarrollada en una cabaña aislada en la que el director utiliza de forma magistral el recurso narrativo de la elipsis.



Estamos, pues, ante un wéstern canónico, una de esas películas que definen como pocas al wéstern clásico; pero, como todo gran relato, el filme cuenta con un lectura más profunda a través de la cual trasciende el género y se convierte en una obra universal. Así en sus dos horas de duración y gracias a un estupendo guion de Frank Nugent, habitual en el cine de Ford, y Sidney Boehm, Walsh va a reflexionar sobre la vida, sobre la diferencia entre lo que se desea y lo que se necesita, y, en definitiva, sobre cómo ser feliz.

El director construye fundamentalmente esta parábola sobre la felicidad y la ambición a través de dos personajes antagónicos enfrentados por el amor de una mujer.



Ben Allinson, un mágnífico Clark Gable en una de sus mejores interpretaciones, ha conocido el sabor amargo de la derrota en la Guerra de Secesión y como muchos combatientes del Sur se siente abandonado tras haber dado lo mejor de sí mismo en la contienda fraticida; de ahí su visión negativa de la sociedad apuntada en la escena inicial y su convencimiento de que el país le debe algo al haberle convertido la guerra en un vagabundo inadaptado; por lo que no duda en cometer un acto delictivo que le asegure su futuro. En realidad, representa el espíritu del cowboy clásico. Un hombre auténtico, generoso, altruista, íntegro, romántico, digno, solidario, idealista, fiel a la palabra dada y a sus principios, de espíritu inquebrantable y gran determinación. Un hombre sin grandes sueños para ser feliz, pues tan sólo aspira a poseer un pequeño rancho con unos cuantos acres de terreno en donde criar su ganado y “una mujer fantástica a mi lado”. Un individuo que reivindica su derecho a una segunda oportunidad (tema básico en la cultura anglosajona). Es en realidad el verdadero hombre alto al que alude el título original del filme (de nuevo nos encontramos con una deplorable traducción) al personificar a todos aquellos que nunca serán citados en los libros de historia pero que con su generosidad, constancia y sacrificio contribuyeron de forma anónima y decisiva a la construcción de un país.



Nathan Stark, un excelente y sobrio Robert Ryan, es un hombre diametralmente opuesto a Ben. Individuo extremadamente ambicioso, pretende convertirse en el dueño de Montana. Frío, calculador, individualista, egoísta y, sobre todo, práctico ya que todas sus decisiones vienen determinadas por el binomio riesgo-beneficio. Pero al igual que Ben, aunque movido por su avidez, dada su gran determinación y su capacidad de liderazgo necesario para hacer grande el país. Sin duda es el tipo de persona que pasará a la posteridad y, por tanto, el otro hombre alto; aunque su actitud vital sea claramente cuestionable. Un hombre al que no le gusta perder el tiempo, no tiene “interés en sueños pequeños” y es consciente de que el triunfo en la vida, entendido como el reconocimiento de los demás hacia su persona por el poder y riquezas obtenidos, es básico porque: “la gente envidia a los triunfadores y no a los fracasados”. Sin embargo, mostrará respeto e, incluso, admiración por Ben del que al final de la película reconocerá que es el único hombre que ha respetado en su vida para a continuación definirlo como: “Es lo que todo niño sueña que va a ser cuando crezca y lo que todo viejo siente no haber sido”.





En medio se encuentra Nella, una estupenda Jane Russell demostrando que no había perdido nada del atractivo mostrado en su debut en este género con “El forajido” (Howard Hughes, 1943). Marcada por la vida misera de sus padres reivindica su derecho a soñar y a tener una existencia llena de comodidades. Oscilará entre el amor sincero sentido por Ben al que no puede olvidar tras la noche vivida con él en una cabaña abandonada (sentimiento simbolizado en la manta que utilizaron, constantemente presente a lo largo de la película) y la seguridad ofrecida por Nathan. Un mundo de opulencia, apariencia (representado en el corsé que se pone para resaltar aún más su figura que está a punto de ahogarla) y felicidad falsa en el que las relaciones humanas son entendidas como transacciones mercantiles; de hecho Nathan le comenta a Nella: “Por usted y por mí nena, y por nuestro monopolio de las cosas mejores de la vida”. Un mundo en el que la dicha dura lo que las burbujas de champán en una copa.



Junto con los personajes principales nos encontramos con un Cameron Mitchell muy entonado dando vida al hermano menor de Ben. Un hombre impulsivo, bravucón, pendenciero y alcoholizado. Personaje trágico, será víctima de la fatalidad y el destino le negará la posibilidad de rehabilitarse. Sin duda la pluma de Sidney Boehm, con amplia experiencia en el cine negro, se aprecia en este personaje. Mientras que Juan García interpreta a Luis, sujeto que representa la amistad, otro de los temas abordado por la película, la fidelidad y la lealtad y al que los guionistas reservan una emotiva escena en la que confiesa a Nella sus sentimientos hacia Ben que, en su día, le salvó la vida.



El director articula su discurso mediante la magristral combinación de escenas marcadamente intimistas, fundamentales para conocer a los personajes y desarrollar el triángulo amoroso, y espectaculares secuencias de tono épico con el objeto de hacer progresar la historia y en las que obtiene un gran rendimiento del formato Cinemascoope, contraponiendo la inmensidad de la naturaleza con la pequeñez del ser humano. Sin duda destacan, de entre las escenas de corte épico, el enfrentamiento con los cuatreros, el paso del ganado por un río y la batalla final contra los indios.



Además hay que añadir el trabajo de  Victor Young, quien compuso, poco antes de fallecer, una gran banda sonora adaptada perfectamente a las imágenes y en la que destaca el delicado tema principal.



“Los implacables” es un magnífico wéstern, modelo de un cine, como el personaje de Ben Allison, auténtico, de verdad, sin engaños ni artificios, desgraciadamente muy difícil de encontrar en la actualidad.



Como datos curiosos comentaros que:

- Mae Marsh, inolvidable protagonista junto a Lilian Gish de títulos fundamentales dirigidos por D. W. Griffith como “El nacimiento de una nación” (1915) o “Intolerancia” (1916), cuenta con un pequeño papel en el filme.

- A Raoul Walsh no le gustaba que se notara la diferencia de estatura entre Robert Ryan y Clark Gable, por lo que en algunas de las escenas en las que aparecían juntos utilizaron un cajón como plataforma para el segundo.