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jueves, 13 de diciembre de 2018

CAMINO DE LA HORCA

(Along the grat divide, 1951)

Dirección: Raoul Walsh
Guion: Walter Doniger y Lewis Meltzer.

Reparto:
- Kirk Douglas: Marshall Len Merrick
- Virginia Mayo: Ann Keith
- Walter Brennan: Timothy “Pop” Keith
- John Agar: Billy Shear
- Ray Teal: Deputy Lou Gray
- Hugh Sanders: Frank Newcombe
- Morris Ankrum: Ed Roden
- James Anderson: Dan Roden
- Charles Meredith: Judge Marlowe

Música: David Buttolph
Productora: Warner Brothers

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’75

“Es nuevo en este territorio” “Yo sí, la ley no” “La ley es cosa nuestra” conversación entre Dan Roden y Lenn Merrick.



Raoul Walsh visita de nuevo nuestro blog, en esta ocasión con una cinta de 1951. En ese año dirigió otras tres películas: “El hidalgo de los mares”, filme de ambientación marinera antesala de su obra maestra “El mundo en sus manos” (1952) también protagonizada por Gregory Peck, y “Tambores lejanos”, al igual que el que nos ocupa, un wéstern de itinerario; además del sobresaliente noir “Sin conciencia” protagonizado por Humprey Bogart, aunque en los créditos figurase el francés Bretaigne Windust (1).

Las cuatro películas muestran tanto su talento como su capacidad y versatilidad en un momento en el que se encontraba en el apogeo de su excepcional carrera.



ARGUMENTO: El Marshall Len Merrick, tras salvar de la horca a Timothy Keith, decide trasladarlo a Santa Loma para que sea juzgado, siendo acompañado en la misión por sus ayudantes, Billy Shear y Lou Gary, y por Ann, la hija de Timothy. Pero el viaje se convertirá en un infierno al ser perseguidos por Ed Roden, cacique del lugar y padre del muchacho al que presuntamente asesinó Timothy.



“Camino de la horca” puso un brillante broche final a la trilogía de wésterns psicológicos de Walsh compuesta, además de este filme, por “Perseguido” (1947) y “Juntos hasta la muerte”(1949), ambas con sus correspondientes reseñas, con los que presenta semejanzas tanto desde el punto de vista estílistico como temático. Así, al igual que en los anteriores filmes, nos encontramos con una fotografía marcadamente expresionista, más propia del cine negro que del wéstern, en esta ocasión obra de Sidney Hickox (2); mientras que, al igual que en los dos filmes anteriores, la vida y la conducta del protagonista se ven condicionadas por su pasado. Incluso el comienzo de esta cinta, con Timothy Keith a punto de ser ahorcado, parece ser una continuación del final de “Perseguido”, en el que el protagonista, interpretado por Robert Mitchum, estaba a punto de ser linchado.



Sin embargo, y a diferencia de las anteriores, Walsh partió en esta ocasión de un guion más convencional que desarrolla un wéstern de itinerario en la modalidad de custodia de un prisionero; así nos encontramos con unos personajes que deben trasladar a un delincuente por un territorio inhóspito bajo la amenaza de un grupo hostil y superior en número. Tema no exclusivo del wéstern (el mismo esquema se aprecia en noirs, películas de aventuras, bélicas o, incluso, de ciencia ficción) pero que constituye casi un subgénero dentro del mismo con títulos como “Colorado Jim” (Anthony Mann, 1953), “La carga de los jinetes indios” (Gordon Douglas, 1953), “Entre el valor y el dinero” (Richard Carlson, 1954), “El jinete misterioso” (Jacques Tourneur, 1955), “El retorno del forajido” (Allen H. Miner, 1957), “Cabalgar en solitario” (Budd Boetticher, 1959), “El precio por la libertad” (Harry Keller, 1960), “Pistolas hostiles” (R. G. Springsteen, 1967) o la nueva y prescindible versión de “El tren de las 3:10” (James Mangold, 2007).



Precisamente el mérito del director consistió en transformar un guion vulgar en una obra muy personal en la que se aprecia su pasión por la aventura (3) y su querencia por la tragedia; así como su estilo caracterizado por la sobriedad y la concisión (el filme no llega a los 90 minutos), aunque quizás en su debe haya que señalar la utilización de varios zooms que afean el conjunto.



Estas características, sobriedad y concisión, se manifiestan desde la escena inicial, un prodigio de síntesis narrativa, de la que podrían aprender ciertos directores actuales empeñados en alargar secuencias y películas sin sentido, en la que prescindiendo de cualquier preámbulo nos introduce de lleno en el drama; así como, nos da a conocer el carácter de los principales personajes del mismo. De esta forma, tanto el protagonista como su antagonista principal son retratados como individuos tozudos y de fuerte personalidad; hombres acostumbrados a imponer su voluntad y capaces de llevar sus convicciones hasta sus últimas consecuencias aunque el coste sea muy elevado. Mostrando Walsh otra de sus virtudes: la capacidad para definir a los personajes con pocas pinceladas, incluso aquellos que no tienen un papel protagónico como Lou Gray, asistente de Len, al que deja en evidencia en el inicio cuando enterados el marshall y sus ayudantes del posible linchamiento se pregunta si no van a comer antes; con tan sólo una frase el espectador sabe que se trata de un indeseable y un individuo poco fiable, como se confirmará a lo largo del filme. Igualmente a Timothy, excelente de nuevo Walter Brennan, nos lo dibuja en un par de escenas como un hombre inteligente que pronto descubre cuáles son las flaquezas del sheriff Len, aprovechando sus debilidades para torturarle psicológicamente a lo largo del camino. Pero al mismo tiempo se revelará durante el filme como un hombre honorable capaz de salvar la vida de Len aunque este hecho suponga cerrar aún más la soga en torno a su cuello.



“Camino de la horca” es una película áspera, muy violenta para la época y con la muerte como presencia permanente que, como toda obra de un gran creador y Walsh lo era a pesar de haber sido mucho tiempo rebajado por una crítica miope a un simple artesano, bajo el envoltorio de un filme de aventuras aborda temas profundos y complejos que trascienden el género.



En concreto dos están constantemente presentes: la oposición entre civilización y barbarie, y la importancia de la figura paterna a la hora de configurar la personalidad de los hijos.

Respecto a la primera cuestión, y como señalé anteriormente, ya en la escena inicial Walsh presenta dos formas diametralmente opuestas de entender la justicia a través del enfrentamiento entre Len y Ed.



El Marshall representa a la civilización, al estado de derecho, aunque posteriormente conoceremos cuáles son sus verdaderos motivos. Es un hombre que asume como necesario para construir una sociedad civilizada que todos se sometan a la ley y a unas normas que emanan de la propia sociedad. De hecho, comentará a lo largo de la película que decidir si Timothy Keith es o no culpable “es cosa del jurado”; para más adelante confesar a este que “No le considero culpable ni inocente” y, por último, comentar a Billy que sea Timothy un asesino o no su obligación tan sólo consiste en entregarlo. Así, tiene interiorizado que su función como “policía” es detener a los posibles delincuentes y ponerlos a disposición judicial pero no enjuiciarlos, correspondiendo a los fiscales incriminar, al jurado juzgar con base en las pruebas aportadas y al juez dictar la correspondiente sentencia.



Por el contrario Ed, un hombre del que se da a entender que levantó un imperio allí donde todavía imperaba la “barbarie”, está acostumbrado a imponer su voluntad y se comporta como un cacique, al tener una capacidad de decisión casi absoluta sobre la vida de los habitantes de la comarca. Su palabra, en definitiva, es la ley, por lo que afirmará que “Ese hombre mató a mi hijo y yo lo ahorcaré”. Sin embargo, Walsh no nos lo presenta de forma maniquea, intentando que el espectador entienda su forma de actuar aunque no la comparta. Es un hombre roto por el dolor que en la tumba de su hijo grava la leyenda “Aquí yace el corazón de un padre”, y como le señala un personaje a Len “Un hombre sin corazón es un mal enemigo”.



Esta defensa de la ley y el orden, dado el año de producción del filme en pleno apogeo de la Guerra Fría con el estallido del conflicto de Corea (1950-1953), se puede entender como una “profesión de fe” por parte de Walsh en la libertad y en las sociedades democráticas, basadas con todos sus defectos e imperfecciones en la construcción de todo un sistema de garantías para sus ciudadanos, frente a los regímenes dictatoriales caracterizados por el poder absoluto y arbitrario de sus gobernantes, representados por el terrateniente Roden.



Por lo que respecta a la segunda cuestión, Walsh la aborda a través de tres modelos de figura paterna.

El padre perdido, ausente, que tan sólo habita en el recuerdo y cuya trágica muerte determina la conducta presente de su hijo, Len; máxime cuando este se culpabiliza del fallecimiento de su progenitor.



El padre cercano, protector, carismático, representado por Timothy Keith, que mantiene una complicidad total con su hija, interpretada en su tercera colaboración en dos años con Walsh por Virginia Mayo. Es tal la afinidad de Ann con su progenitor que en todo momento tomará partido por este frente a Len, del que está enamorada. Será esta relación la única que perviva al final de la historia.



El padre autoritario, personificado en la figura de Ed Roden, para quien los hijos son otra pertenencia más y a los que ha tratado injustamente al mostrar su preferencia por uno de ellos. Esa actitud provocará la rivalidad e, incluso, el odio entre sus vástagos desembocando en la tragedia posterior.



Incluso se podría hablar de un cuarto prototipo, el padre maestro, en el vínculo mantenido por Len con su ayudante Billy, muy cercano a una relación paterno filial en la que el primero se convierte en un modelo a seguir para el segundo.



La película además pasó a la historia por constituir el debut de Kirk Douglas (4) en un género por el que mostró cierta querencia a lo largo de su dilatada carrera (5). El actor está magnífico interpretando, de nuevo, a un personaje torturado tan apropiado a su estilo al borde del histrionismo; aunque, como ha manifestado en diversas ocasiones, no guarda un grato recuerdo del filme al haberlo protagonizado obligado por el contrato firmado con la Warner Brothers según el cual debía participar al menos una vez al año en una producción de la major; así como, por las constantes diferencias mantenidas durante el rodaje con el director. De hecho esta fue la única vez que la estrella trabajó en una película dirigida por Raoul Walsh.



Así pues, sólo me queda invitaros a cabalgar por el desierto de Mojave junto a Kirk Douglas de la mano de un director genial, irrepetible y con una filmografía cuantitativa y cualitativamente al alcance de muy pocos, Raoul Walsh. Estoy seguro de que no os arrepentiréis.



(1) El cineasta cayó enfermo nada más comenzar el rodaje de la película y Bogart, consciente de que contaban con un gran guion, llamó a Walsh que dirigió la mayor parte de la misma aunque, por solidaridad con su compañero, se negó a aparecer en los títulos de crédito.

(2) Sidney Hickox fue uno de los mejores operadores en nómina de la Warner Brothers y colaborador habitual de Raoul Walsh; siendo el responsable, por ejemplo, de la fotografía de “Tener o no tener” (Howard Hawks, 1944), “El sueño eterno” (Howard Hawks, 1946) o “Al rojo vivo”, obra maestra de Walsh filmada en 1949.

(3) Raoul Walsh fue un hombre de acción, un auténtico aventurero. Así llegó a cabalgar junto a Pancho Villa, como su colega John Ford era hermano de sangre de los indios navajos (si al primero le adoptaron con el nombre de “Natani Nez” -Guerrero alto-, a Walsh le rebautizaron como “Etsua ya apenta" -El águila del cielo de la mañana-), se embarcó muy joven a Cuba y posteriormente aprendió el oficio de cow-boy en Texas. Todo ello antes de entrar en el cine realizando los trabajos más humildes. Esa vocación por la aventura la plasmó en sus películas caracterizadas por su vitalidad y dinamismo.

(4) Tras haber iniciado su carrera tan sólo cinco años antes con papeles secundarios en filmes del nivel de “El extraño amor de Martha Ivers” (Lewis Milestone, 1946), “Retorno al pasado” (Jacques Tourneur, 1947) o “Murallas humanas” (John M. Stahl, 1948), Douglas comenzó a tener papeles protagónicos en 1949, y ese mismo año con su interpretación del ambicioso boxeador en “El ídolo de barro” (Mark Robson) fue nominado al Oscar, por lo que llamó la atención de la poderosa Warner Brothers.

(5) El primer filme producido por la compañía del actor, la Bryna Productions, fue el estupendo wéstern naturalista “Pacto de honor” (Andre De Toth, 1955) y, posteriormente, también produjo a través de esta compañía o su filial, la Joel Productions, “El último tren de Gunn-Hill” (John Sturges, 1959), “El último atardecer” (Robert Aldrich, 1961), “Los valientes andan solos” (David Miller, 1962) y “El gran duelo” (Lamont Johnson, 1971). Además, “Los justicieros del Oeste” de 1975, uno de los dos filmes dirigidos por él y del que también se encargó de la producción, estuvo igualmente ambientado en el Far-West.

jueves, 12 de julio de 2018

ESPÍRITU DE CONQUISTA

(Western Union, 1941)

Dirección: Fritz Lang
Guion: Robert Carson

Reparto:
- Robert Young: Richard Blake
- Randolph ScottVance Shaw
- Dean JaggerEdward Creighton
- Virginia GilmoreSue Creighton
- John CarradineDoc Murdoch
- Slim SummervilleHermann
- Chill WillsHommer
- Barton McLaneJack Slade
- Russell HicksGovernor

Música: David Buttolph
Productora: Twentieth Century Fox Film Corporation. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7.

“Mira lo que me ha dado, un reloj y una cadena” “Sí, pero qué hace con un reloj un tipo como tú que se acuesta al anochecer y se levanta al amanecer” “Bueno, queda muy bonito puesto y además suena bien”. Conversación entre los dos trabajadores de la posta tras haber recibido uno de ellos el reloj de Edward Creighton en agradecimiento a sus cuidados.


Hablar de Fritz Lang es referirse a uno de los mejores realizadores de la historia del cine. Nacido en Austria, desarrolla su primera etapa como director en Alemania en donde, junto con Murnau, se convertiría en el mayor representante de la corriente expresionista gracias a filmes fundamentales como “Los nibelungos” de 1924 (reconstrucción de un pasado mítico), “Metrópolis” de 1927 (fantasía futurista) y, ya durante la etapa sonora, “M, el vampiro de Dusseldorf” ( 1931) con un Peter Lorre encarnando a la maldad humana.


Tras rechazar el ofrecimiento de Joseph Goebbels de convertirse en el director de la UFA (el estudio cinematográfico más poderoso de Alemania), cargo que desempeñaría posteriormente Leni Riefensthal, emigraría a los EEUU, país en el que desarrollaría su segunda etapa y, al igual que Ernst Lubitch con la comedia, se convertiría en un elemento fundamental en la codificación tanto temática como estilística del cine negro. Quizás por la adsripción de sus películas al cine de género, durante bastante tiempo su trabajo en Estados Unidos fue desdeñado hasta ser definitivamente reivindicado y valorado en su justa medida por la crítica francesa.


Lang, a pesar de brillar en el noir con el que incluso presenta varios elementos en común su ciclo de películas antinazis, pronto se vio atraído por la mitología y la ética del Far-West rodando a principios de la década de los cuarenta dos wésterns, “La venganza de Frank James” (1940), segunda parte de “Tierra de audaces” (Henry King, 1939), y la película que nos ocupa; a las que se añadió una década más tarde, para completar su aportación al género, “Encubridora” (1952), su mejor cinta del Oeste en la que subvertía el tradicional papel de la mujer en este género, además de combinar magistralmente el wéstern con el cine de suspense e introducir un elemento novedoso en esta categoría de filmes a través de la canción “Chuck a luck”, mediante la cual narra los acontecimientos a medida que van sucediendo en la película.


ARGUMENTO: La compañía Western Union encarga al ingeniero Edward Creighton dirigir la instalación de una línea de telégrafos desde Omaha (Nebraska) a Salt Lake City (Utah). Una empresa peligrosa, sobre todo por la amenaza de los bandoleros y los pieles rojas, para la que contará con el apoyo de Vance Shaw, un exforajido, y Richard Blake, un dandy del este con hambre de aventuras. Ambos, además, rivalizarán por el amor de Sue, la hermana de Edward, lo que complicará aún más el resultado de la operación.


Si en su primer wéstern, también en Tehcnicolor y producido por la 20th Century Fox, Lang nos introdujo en la mitología del oeste a través de los hermanos James, Jesse y Frank; con esta película, en la que adaptó libremente una novela del especialista Zane Grey, se adentró en una de las páginas ilustres de la historia de los EEUU durante la segunda mitad del siglo XIX que simboliza el espíritu de sacrificio y el afán de superación del pueblo norteamericano, la construcción de la primera línea telegráfica transoceánica por la compañía Western Union a comienzos de la Guerra de Secesión.


Rodada pocos meses antes de la entrada de los EEUU en la II Guerra Mundial, nos encontramos con una película de exaltación patríotica sobre la construcción del país que entroncaría con la ya reseñada en el blog “Union Pacific” (Cecil B. De Mille, 1939) y en la que el ferrocarril es sustituido por el telégrafo como elemento fundamental para el desarrollo, la modernización y la unificación de la nación.


Sin embargo, el enfoque dado por Lang es muy diferente al de DeMille, ya que el director centroeuropeo, sin olvidar el espectáculo y el carácter épico de la empresa, nos va a ofrecer un filme desprovisto de toda solemnidad y más intimista en el que desarrolla varios temas comunes en su filmografía: la lucha de un individuo contra un ambiente adverso; la fatalidad, con el protagonista prisionero de su propio destino del que no puede escapar; y la delgada línea que separa el bien del mal.



La película cuenta con un prólogo fantástico en el que se nos ofrece información fundamental para conocer la personalidad de Vance Shaw, forajido encarnado por un Randolph Scott que iniciaba su periplo para convertirse en uno de los mayores iconos de este género. Así inicialmente se le ve contemplado una manada de bisontes, especie tan amenazada como el tipo de individuos que representa Vance, aquellos que hicieron de su habilidad con el revólver su medio de vida. Para a continuación, y a pesar de estar perseguido por el sheriff y sus ayudantes, socorrer a un hombre malherido. El encuentro marcará a ambos personajes ya que el herido no es otro que Edward Creighton, ingeniero encargado de tender la primera línea de telégrafo transcontinetal en los EEUU. Creighton desde el primer momento apostará por Shaw y le brindará la posibilidad de regenerarse contratándolo y posteriormente nombrándolo capataz. Pero la fatalidad perseguirá al expistolero y el pasado, representado en su hermano empeñado en boicotear la construcción de la línea telegráfica, le impedirá redimirse. Estamos pues ante un personaje trágico que se debatirá entre dos lealtades, a su trabajo con la Western Union y a su hermano, y que asumirá de forma dramática su infortunada condición, como se pone de manifiesto en la conversación mantenida con Sue en la que le comenta: “Debería haberte conocido hace dos años”, para, a continuación, confesar que: “Desde entonces he cometido varios errores” y por último afirmar que los errores  no siempre pueden corregirse.
Vance, por tanto, es un antihéroe, representante de un mundo en declive, que no será capaz de sobrevivir a los cambios impuestos por la modernización y el avance tecnológico. Estamos, pues, ante un personaje condenado a la extinción y profundamente moderno en su concepción que se anticipa en casi a una década a los desarrollados en wésterns como “El pistolero” (Henry King, 1950) o “Raíces profundas” (George Stevens, 1953).


Como contrapunto a la figura de Vance se encuentra Richard Blake, un personaje similar al que interpretó el propio Robert Young un año antes en “Paso al noroeste” (King Vidor). Nos encontramos con una persona de modales refinados, exquisita educación y amplia cultura que, aunque inicialmente parezca un petimetre cuyo padre le ha mandado al Oeste para “hacerle un hombre” y demuestre tener una visión estereotipada del Far-West, representa la modernidad y, por tanto, está preparado para adaptarse a los cambios que sufrirá el país. Será, en definitiva, el tipo de hombre que en un futuro casi inmediato, caracterizado por el rápido avance científico y técnico, sustituirá a las personas como Vance.


Lástima que este entramado argumental tope con un guion bastante tópico, que el propio Lang quiso modificar de forma infructuosa, en el que se introducen una serie de subtramas carentes de interés, como el triángulo amoroso conformado por Vance, Richard y Sue; así como, continuas escenas cómicas protagonizadas por el cocinero de la expedición, encarnado por Slim Summerville, que desvían la atención del espectador sobre la trama principal y aligeran innecesariamente el tono amargo del filme.


El resultado es una película que carece de la progresión dramática adecuada, en la que se van sucediendo las distintas escenas sin una clara conexión y en la que no se tiene la sensación ni del paso del tiempo ni del enorme esfuerzo que la empresa requirió por parte de sus protagonistas.



Pero a pesar de ello, Lang se las arregla para ofrecernos una serie de secuencias muy difíciles de olvidar en las que deja patente sus virtudes cinematográficas. Así junto con el magnífico y simbólico prólogo anteriormente reseñado, hay que añadir la escena del ataque indio en la que destaca el sorpresivo plano de uno de los trabajadores colgando de un poste de telégrafo atravesado por una flecha; el espectacular incendio provocado por el hermano de Shaw, un adecuado Barton McLane, en el que el fuego simboliza el infierno interior vivido por el protagonista; la presentación de los pieles rojas con un extraordinario y rápido movimiento de cámara; y, sobre todo,el excelente, triste y atípico final, en el que de nuevo juega un papel importante el fuego, pero en esta ocasión como elemento purificador. Asi, un Vance con las manos quemadas (idea que pudo influir en dos de los spaghettis más renombrados de Sergio Corbucci, “Django” y “El gran silencio”, en los que el antihéroe se enfrentaba a sus rivales con las manos destrozadas) decide acabar con su hermano y sus secuaces. Secuencia que se inicia con la cámara situada en el interior de la barbería enfocando a través del amplio ventanal la llegada de Vance, para a continuación Lang utilizar la cámara subjetiva con el objeto de que, al igual que el protagonista, el espectador conozca la situación exacta de cada uno de los pistoleros y culminar, una vez consumado el tiroteo, con un bellísimo primer plano de la mano vendada de Vance cayendo inerte desde el alfeizar de la ventana en el que la tenía apoyada para inmediatamente después enfocar su cuerpo sin vida, y todo ello con un silencio sobrecogedor. Escena que el director empalma con un plano de arrebatadora belleza y lirismo conmovedor en el que vemos, en el ocaso del día, la tumba de Vance para a continuación elevar la cámara con la grúa y mostrarnos los postes de telégrafo; plano magistral y claro homenaje a la figura de Vance Shaw, símbolo de todos aquellos que se sacrificaron para que el país avanzase, se modernizase y civilizase.


“Espíritu de conquista”, a pesar de no ser una película perfecta, es enormemente moderna y, sin duda, sus virtudes son muy superiores a sus defectos, lo que la convierte en un wéstern recomendable para todo aficionado al género; además de dejar patente, aunque de forma intermitente, el talento narrativo y la impronta visual de uno de los mayores genios del séptimo arte que abordó con un absoluto respeto este género porque comprendió que el wéstern para los norteamericanos era a la vez historia, religión y mito sobre su fundación y como tal lo trató.