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jueves, 13 de diciembre de 2018

CAMINO DE LA HORCA

(Along the grat divide, 1951)

Dirección: Raoul Walsh
Guion: Walter Doniger y Lewis Meltzer.

Reparto:
- Kirk Douglas: Marshall Len Merrick
- Virginia Mayo: Ann Keith
- Walter Brennan: Timothy “Pop” Keith
- John Agar: Billy Shear
- Ray Teal: Deputy Lou Gray
- Hugh Sanders: Frank Newcombe
- Morris Ankrum: Ed Roden
- James Anderson: Dan Roden
- Charles Meredith: Judge Marlowe

Música: David Buttolph
Productora: Warner Brothers

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’75

“Es nuevo en este territorio” “Yo sí, la ley no” “La ley es cosa nuestra” conversación entre Dan Roden y Lenn Merrick.



Raoul Walsh visita de nuevo nuestro blog, en esta ocasión con una cinta de 1951. En ese año dirigió otras tres películas: “El hidalgo de los mares”, filme de ambientación marinera antesala de su obra maestra “El mundo en sus manos” (1952) también protagonizada por Gregory Peck, y “Tambores lejanos”, al igual que el que nos ocupa, un wéstern de itinerario; además del sobresaliente noir “Sin conciencia” protagonizado por Humprey Bogart, aunque en los créditos figurase el francés Bretaigne Windust (1).

Las cuatro películas muestran tanto su talento como su capacidad y versatilidad en un momento en el que se encontraba en el apogeo de su excepcional carrera.



ARGUMENTO: El Marshall Len Merrick, tras salvar de la horca a Timothy Keith, decide trasladarlo a Santa Loma para que sea juzgado, siendo acompañado en la misión por sus ayudantes, Billy Shear y Lou Gary, y por Ann, la hija de Timothy. Pero el viaje se convertirá en un infierno al ser perseguidos por Ed Roden, cacique del lugar y padre del muchacho al que presuntamente asesinó Timothy.



“Camino de la horca” puso un brillante broche final a la trilogía de wésterns psicológicos de Walsh compuesta, además de este filme, por “Perseguido” (1947) y “Juntos hasta la muerte”(1949), ambas con sus correspondientes reseñas, con los que presenta semejanzas tanto desde el punto de vista estílistico como temático. Así, al igual que en los anteriores filmes, nos encontramos con una fotografía marcadamente expresionista, más propia del cine negro que del wéstern, en esta ocasión obra de Sidney Hickox (2); mientras que, al igual que en los dos filmes anteriores, la vida y la conducta del protagonista se ven condicionadas por su pasado. Incluso el comienzo de esta cinta, con Timothy Keith a punto de ser ahorcado, parece ser una continuación del final de “Perseguido”, en el que el protagonista, interpretado por Robert Mitchum, estaba a punto de ser linchado.



Sin embargo, y a diferencia de las anteriores, Walsh partió en esta ocasión de un guion más convencional que desarrolla un wéstern de itinerario en la modalidad de custodia de un prisionero; así nos encontramos con unos personajes que deben trasladar a un delincuente por un territorio inhóspito bajo la amenaza de un grupo hostil y superior en número. Tema no exclusivo del wéstern (el mismo esquema se aprecia en noirs, películas de aventuras, bélicas o, incluso, de ciencia ficción) pero que constituye casi un subgénero dentro del mismo con títulos como “Colorado Jim” (Anthony Mann, 1953), “La carga de los jinetes indios” (Gordon Douglas, 1953), “Entre el valor y el dinero” (Richard Carlson, 1954), “El jinete misterioso” (Jacques Tourneur, 1955), “El retorno del forajido” (Allen H. Miner, 1957), “Cabalgar en solitario” (Budd Boetticher, 1959), “El precio por la libertad” (Harry Keller, 1960), “Pistolas hostiles” (R. G. Springsteen, 1967) o la nueva y prescindible versión de “El tren de las 3:10” (James Mangold, 2007).



Precisamente el mérito del director consistió en transformar un guion vulgar en una obra muy personal en la que se aprecia su pasión por la aventura (3) y su querencia por la tragedia; así como su estilo caracterizado por la sobriedad y la concisión (el filme no llega a los 90 minutos), aunque quizás en su debe haya que señalar la utilización de varios zooms que afean el conjunto.



Estas características, sobriedad y concisión, se manifiestan desde la escena inicial, un prodigio de síntesis narrativa, de la que podrían aprender ciertos directores actuales empeñados en alargar secuencias y películas sin sentido, en la que prescindiendo de cualquier preámbulo nos introduce de lleno en el drama; así como, nos da a conocer el carácter de los principales personajes del mismo. De esta forma, tanto el protagonista como su antagonista principal son retratados como individuos tozudos y de fuerte personalidad; hombres acostumbrados a imponer su voluntad y capaces de llevar sus convicciones hasta sus últimas consecuencias aunque el coste sea muy elevado. Mostrando Walsh otra de sus virtudes: la capacidad para definir a los personajes con pocas pinceladas, incluso aquellos que no tienen un papel protagónico como Lou Gray, asistente de Len, al que deja en evidencia en el inicio cuando enterados el marshall y sus ayudantes del posible linchamiento se pregunta si no van a comer antes; con tan sólo una frase el espectador sabe que se trata de un indeseable y un individuo poco fiable, como se confirmará a lo largo del filme. Igualmente a Timothy, excelente de nuevo Walter Brennan, nos lo dibuja en un par de escenas como un hombre inteligente que pronto descubre cuáles son las flaquezas del sheriff Len, aprovechando sus debilidades para torturarle psicológicamente a lo largo del camino. Pero al mismo tiempo se revelará durante el filme como un hombre honorable capaz de salvar la vida de Len aunque este hecho suponga cerrar aún más la soga en torno a su cuello.



“Camino de la horca” es una película áspera, muy violenta para la época y con la muerte como presencia permanente que, como toda obra de un gran creador y Walsh lo era a pesar de haber sido mucho tiempo rebajado por una crítica miope a un simple artesano, bajo el envoltorio de un filme de aventuras aborda temas profundos y complejos que trascienden el género.



En concreto dos están constantemente presentes: la oposición entre civilización y barbarie, y la importancia de la figura paterna a la hora de configurar la personalidad de los hijos.

Respecto a la primera cuestión, y como señalé anteriormente, ya en la escena inicial Walsh presenta dos formas diametralmente opuestas de entender la justicia a través del enfrentamiento entre Len y Ed.



El Marshall representa a la civilización, al estado de derecho, aunque posteriormente conoceremos cuáles son sus verdaderos motivos. Es un hombre que asume como necesario para construir una sociedad civilizada que todos se sometan a la ley y a unas normas que emanan de la propia sociedad. De hecho, comentará a lo largo de la película que decidir si Timothy Keith es o no culpable “es cosa del jurado”; para más adelante confesar a este que “No le considero culpable ni inocente” y, por último, comentar a Billy que sea Timothy un asesino o no su obligación tan sólo consiste en entregarlo. Así, tiene interiorizado que su función como “policía” es detener a los posibles delincuentes y ponerlos a disposición judicial pero no enjuiciarlos, correspondiendo a los fiscales incriminar, al jurado juzgar con base en las pruebas aportadas y al juez dictar la correspondiente sentencia.



Por el contrario Ed, un hombre del que se da a entender que levantó un imperio allí donde todavía imperaba la “barbarie”, está acostumbrado a imponer su voluntad y se comporta como un cacique, al tener una capacidad de decisión casi absoluta sobre la vida de los habitantes de la comarca. Su palabra, en definitiva, es la ley, por lo que afirmará que “Ese hombre mató a mi hijo y yo lo ahorcaré”. Sin embargo, Walsh no nos lo presenta de forma maniquea, intentando que el espectador entienda su forma de actuar aunque no la comparta. Es un hombre roto por el dolor que en la tumba de su hijo grava la leyenda “Aquí yace el corazón de un padre”, y como le señala un personaje a Len “Un hombre sin corazón es un mal enemigo”.



Esta defensa de la ley y el orden, dado el año de producción del filme en pleno apogeo de la Guerra Fría con el estallido del conflicto de Corea (1950-1953), se puede entender como una “profesión de fe” por parte de Walsh en la libertad y en las sociedades democráticas, basadas con todos sus defectos e imperfecciones en la construcción de todo un sistema de garantías para sus ciudadanos, frente a los regímenes dictatoriales caracterizados por el poder absoluto y arbitrario de sus gobernantes, representados por el terrateniente Roden.



Por lo que respecta a la segunda cuestión, Walsh la aborda a través de tres modelos de figura paterna.

El padre perdido, ausente, que tan sólo habita en el recuerdo y cuya trágica muerte determina la conducta presente de su hijo, Len; máxime cuando este se culpabiliza del fallecimiento de su progenitor.



El padre cercano, protector, carismático, representado por Timothy Keith, que mantiene una complicidad total con su hija, interpretada en su tercera colaboración en dos años con Walsh por Virginia Mayo. Es tal la afinidad de Ann con su progenitor que en todo momento tomará partido por este frente a Len, del que está enamorada. Será esta relación la única que perviva al final de la historia.



El padre autoritario, personificado en la figura de Ed Roden, para quien los hijos son otra pertenencia más y a los que ha tratado injustamente al mostrar su preferencia por uno de ellos. Esa actitud provocará la rivalidad e, incluso, el odio entre sus vástagos desembocando en la tragedia posterior.



Incluso se podría hablar de un cuarto prototipo, el padre maestro, en el vínculo mantenido por Len con su ayudante Billy, muy cercano a una relación paterno filial en la que el primero se convierte en un modelo a seguir para el segundo.



La película además pasó a la historia por constituir el debut de Kirk Douglas (4) en un género por el que mostró cierta querencia a lo largo de su dilatada carrera (5). El actor está magnífico interpretando, de nuevo, a un personaje torturado tan apropiado a su estilo al borde del histrionismo; aunque, como ha manifestado en diversas ocasiones, no guarda un grato recuerdo del filme al haberlo protagonizado obligado por el contrato firmado con la Warner Brothers según el cual debía participar al menos una vez al año en una producción de la major; así como, por las constantes diferencias mantenidas durante el rodaje con el director. De hecho esta fue la única vez que la estrella trabajó en una película dirigida por Raoul Walsh.



Así pues, sólo me queda invitaros a cabalgar por el desierto de Mojave junto a Kirk Douglas de la mano de un director genial, irrepetible y con una filmografía cuantitativa y cualitativamente al alcance de muy pocos, Raoul Walsh. Estoy seguro de que no os arrepentiréis.



(1) El cineasta cayó enfermo nada más comenzar el rodaje de la película y Bogart, consciente de que contaban con un gran guion, llamó a Walsh que dirigió la mayor parte de la misma aunque, por solidaridad con su compañero, se negó a aparecer en los títulos de crédito.

(2) Sidney Hickox fue uno de los mejores operadores en nómina de la Warner Brothers y colaborador habitual de Raoul Walsh; siendo el responsable, por ejemplo, de la fotografía de “Tener o no tener” (Howard Hawks, 1944), “El sueño eterno” (Howard Hawks, 1946) o “Al rojo vivo”, obra maestra de Walsh filmada en 1949.

(3) Raoul Walsh fue un hombre de acción, un auténtico aventurero. Así llegó a cabalgar junto a Pancho Villa, como su colega John Ford era hermano de sangre de los indios navajos (si al primero le adoptaron con el nombre de “Natani Nez” -Guerrero alto-, a Walsh le rebautizaron como “Etsua ya apenta" -El águila del cielo de la mañana-), se embarcó muy joven a Cuba y posteriormente aprendió el oficio de cow-boy en Texas. Todo ello antes de entrar en el cine realizando los trabajos más humildes. Esa vocación por la aventura la plasmó en sus películas caracterizadas por su vitalidad y dinamismo.

(4) Tras haber iniciado su carrera tan sólo cinco años antes con papeles secundarios en filmes del nivel de “El extraño amor de Martha Ivers” (Lewis Milestone, 1946), “Retorno al pasado” (Jacques Tourneur, 1947) o “Murallas humanas” (John M. Stahl, 1948), Douglas comenzó a tener papeles protagónicos en 1949, y ese mismo año con su interpretación del ambicioso boxeador en “El ídolo de barro” (Mark Robson) fue nominado al Oscar, por lo que llamó la atención de la poderosa Warner Brothers.

(5) El primer filme producido por la compañía del actor, la Bryna Productions, fue el estupendo wéstern naturalista “Pacto de honor” (Andre De Toth, 1955) y, posteriormente, también produjo a través de esta compañía o su filial, la Joel Productions, “El último tren de Gunn-Hill” (John Sturges, 1959), “El último atardecer” (Robert Aldrich, 1961), “Los valientes andan solos” (David Miller, 1962) y “El gran duelo” (Lamont Johnson, 1971). Además, “Los justicieros del Oeste” de 1975, uno de los dos filmes dirigidos por él y del que también se encargó de la producción, estuvo igualmente ambientado en el Far-West.

domingo, 20 de diciembre de 2015

LA LEGIÓN INVENCIBLE

(She wore a yellow ribbon) - 1949

Director: John Ford.
Guión: Frank S. Nugent y Laurence Stallings.

Intérpretes:
- John Wayne: Capitán Nathan Britless
- Joanne Dru: Olivia Dandridge
- John Agar: Teniente Flint Cohill
- Ben Johnson: Sargento Tyree
- Harry Carey Jr.: 2º Teniente Ross Pennell
- Victor McLaglen: Sargento Quincannon
- George O’Brien: Comandante Mac Allshard

Música: Richard Hageman.
Productora: Argosy Pictures
País: Estados Unidos

 Por: Jesús Cendón. Nota: 9

“Se dirigía hacia el sol poniente, que es el final del camino de todos los hombres de su edad” (Narrador).

La película, continuación de “Fort Apache” ya que arranca justo donde acababa esta (con la muerte de Custer-Thursday), nos relata, en un tono más melancólico que su predecesora, los últimos seis días en la caballería del capitán Nathan Britless, así como su última y fracasada misión al no poder llegar a tiempo al puesto de Sudrose Wells para que la esposa y la sobrina de su comandante tomasen la diligencia. No obstante, en el último momento logrará evitar la incipiente guerra con los indios, porque como le dice a su amigo el jefe piel roja: “Somos viejos para hacer la guerra pero podemos impedirla”. Este esqueleto argumental le permite a Ford llevar a cabo una amarga reflexión sobre la vejez, el paso del tiempo y el obligatorio cambio generacional. De esta forma, si “Fort Apache” se erigía en uno de los primeros westerns revisionistas, con “La legión invencible” Ford se adelantó casi dos décadas al denominado western crepuscular.


Como indiqué en el párrafo anterior es el segundo film de la famosa trilogía de Ford sobre la caballería estadounidense en la que nos va a narrar cómo se construyeron los EEUU con la expansión hacia el oeste a través de la vida en los puestos fronterizos ocupados por los soldados de azul. Pero a Ford, junto con los grandes acontecimientos (la lucha con los indios), le van a interesar dos cuestiones:

- El tratamiento de la institución militar como una gran familia (presente también en las otras dos peículas de la trilogía). De ahí la importancia que va a dar a las ceremonias: entierros de los soldados caídos, bailes, etc. Hecho que queda reflejado en las palabras de despedida de la mujer del comandante (“Adiós es una palabra que no usamos en la caballería. ¡Hasta nuestro próximo puesto!”) y, sobre todo, en el final cuando Nathan recibe la notificación firmada, entre otros por el Presidente de los EEUU aprobando su reenganche como coronel de scouts. Es decir, el ejército, como la familia, nunca te abandona porque formas parte de él.



-La vida diaria de los soldados, deteniéndose en pequeños detalles cotidianos que revierten en una mayor sensación de realidad (sabremos por ejemplo que cada una o dos horas hay que desmontar de los caballos para aliviarlos, que habitualmente no probaban la carne, que su paga era de 50 centavos diarios, que dada su austeridad tenían que elegir entre comprar un objeto u otro o que un segundo teniente podía pedir la licencia hasta tres veces). Y sin duda muy significativo respecto a esta cuestión es el título original de la peli que alude a la cinta amarilla que las mujeres enamoradas de un oficial lucían en su pelo.




Junto a estos dos temas, Ford trata otros que son habituales en su filmografía como el de la reconciliación nacional (cuya escena más destacada es el entierro con todos los honores del otrora brigadier rebelde reconvertido en soldado yankee) o el de la corrupción de los gobiernos como origen de las guerras con los pieles rojas (representado en el agente indio que les vende modernos wínchesters).



La dirección de Ford es soberbia, con esa aparente sencillez sólo al alcance de los genios, y, como hiciera en “Fort Apache”, combina sabiamente las escenas intimistas con las de corte épico; aunque en ésta las primeras tienen más peso, como lo demuestra el hecho de que dos de las secuencias más recordadas son aquella en la que Nathan, como en todos los atardeceres, se dirige a las tumbas donde yacen su mujer y sus hijas para, mientras riega las flores, contarles los hechos más destacados del día, y en la que los soldados, a modo de despedida, le regalan un reloj y él se pone las gafas para leer la dedicatoria, o tal vez para evitar que vean como se le escapa una lágrima.



El guión estupendo de Frank S. Nugent (el mismo guionista de Fort Apache que colaboraría habitualmente con Ford) se basa de nuevo en un par de relatos del coronel James Warner Bellah, en esta ocasión “War party” y “The big hunt” (ambos cuentos incluidos en el tomo dedicado a este autor por la editorial Valdemar en su colección Frontera). Lo que más me ha llamado la atención del mismo es cómo mantiene la tensión y el ritmo de la película sin recurrir apenas a escenas violentas y de acción.



Mención aparte hay que hacer de la genial fotografía de Winton C. Hoch (otro habitual de Ford a pesar de sus discusiones) al que el director pidió que captara el color y la esencia de los cuadros de Frederic Remington. Para mí, nunca el Monument Valley, salvo quizás en “Centauros del desierto”, quedó tan bien retratado.



La música corrió por cuenta de Richard Hageman (el mismo de Fort Apache). Y como en su predecesora mezcla temas de la época (preciosa la marcha del mismo nombre que el filme) con otros propios.



Por lo que se refiere a los actores, John Wayne está perfecto como el veterano capitán Nathan Britless, y creo que hay que estar ciego para no reconocer que, además de una estrella cinematográfica, era un grandísimo actor. Junto a él Joanne Dru (una buena actriz con poca fortuna a pesar de haber coprotagonizado varias grandes pelis) encargada de protagonizar las escenas románticas, algunos de los interpretes que intervinieron en la peícula precedente como el melifluo John Agar, el siempre eficaz Victor McLaglen (que hereda el nombre de un sargento de Fort Apache, Quincannon, y protagoniza las secuencias más cómicas, incluida una típica pelea en el cine de Ford), o el correcto George O’Brien como el comandante del fuerte. A ellos se les añaden varios actores que formarían parte de su troupe habitual: Ben Johnson (antiguo stunt y gran caballista), Harry Carey Jr., Mildred Natwick o Arthur Shields.



Por último comentaros dos anécdotas:

Es una película sobre las guerras indias en la que no se ve morir a piel roja alguno.




La famosa escena de la tormenta estuvo a punto de no rodarse porque Hoch se negaba y fue Ford quien se impuso. Cuando Winton recogió su merecidísimo Oscar, Ford se vengó de él comentando que lo había obtenido gracias a que le había obligado a rodar la escena.



En definitiva, una gran película que por su calidad y belleza debe ser paladeada fotograma a fotograma.


TRAILER

miércoles, 16 de diciembre de 2015

FORT APACHE

(Fort Apache)  - 1948

Director: John Ford.
Guión: Frank S. Nugent.

Intérpretes:
- John Wayne: Capitán Kirby York
- Henry Fonda: Coronel Owen Thursday
- Shirley Temple: Philadelphia
- John Agar: Teniente O’Rourke
- Ward Bond: Sargento Mayor O’Rourke
- Victor McLaglen: Sargento Festus Mulcahy
- Pedro Armendáriz: Sargento Beafourt
- George O’Brien: Capitán Sam Collingwood

Música: Richard Hageman.
Productora: Argosy Pictures
País: Estados Unidos

Por: Jesús Cendón. Nota: 9

“Con todos los respetos señor, si los ha visto no eran apaches”. (Capitán Kirby York). 

El filme es el primero y para muchos el mejor (yo tengo mis dudas porque también me gusta mucho “La legión invencible” en original “She wore a yellow ribbon”) de la famosa trilogía de John Ford sobre la caballería estadounidense. Trilogía que se completaría en 1950 con “Rio Grande”.


La película adapta el relato “Masacre”, levemente inspirado en la batalla de Little Big Horn, del prolífico escritor de relatos y novelas del oeste James Warner Bellah (cuento editado junto con otros relatos y una novela corta en la colección Frontera de Valdemar) a través de un gran guion de Frank S. Nugent (habitual en los filmes de Ford) en el que, además del desarrollo ejemplar de la historia, destaca la multitud de personajes, todos ellos perfectamente trabajados (por lo que he leído Ford le obligó a escribir una biografía para cada uno de ellos, incluidos los secundarios) y la profunda labor de investigación sobre la caballería estadounidense que revierte en un gran realismo.

























Dos cuestiones, que no figuran en el relato de Bellah, cobran vital importancia en la película:

- El retrato de la caballería, y por extensión del ejército, que lleva a cabo Ford; puesto que, la guarnición al estar aislada del mundo civilizado se configura como un microcosmos en el que reina la armonía entre las distintas clases sociales representadas por los oficiales (burguesía) y los suboficiales y tropa (proletariado), interrelacionándose los miembros de ambas clases de forma natural sin que se produzcan conflictos entre ellos; de tal forma que, prácticamente, se comportan como una gran familia. Sólo un personaje se mantiene al margen, el coronel Owen Thursday. Nos encontramos ante un oficial amargado al haber caído en desgracia que persigue recuperar el prestigio perdido a través de una campaña militar exitosa contra los indios y paradójicamente, por su prepotencia, acabará con la mayor parte de los miembros de esa comunidad (el paralelismo con George Armstrong Custer es evidente). Su sentimiento de pertenecer a una clase elevada y su rechazo a relacionarse con el “proletariado” se manifiesta en su actitud al conocer la relación existente entre su hija y el teniente O’Rourke, procedente de una familia modesta (su padre es el sargento mayor); por lo que niega, además, la capacidad de un individuo para ascender de clase social. Igualmente su clasismo se revela en el baile de los suboficiales al mostrar su contrariedad por tener que abrir el mismo junto a la esposa del sargento mayor O’Rourke.

























Relacionado con esta cuestión se encuentra el alegato final del capitán Kirby York al ensalzar, como ya había hecho Ford en boca de la familia Joad en la indispensable “La uvas de la ira”, la labor de la tropa-proletariado en la conquista del Oeste; es, en definitiva, el pueblo el que con su esfuerzo y su sangre construyó los Estados Unidos.

- La visión de los nativos estadounidenses. Nos encontramos ante uno de los primeros westerns revisionistas en el que se reivindica la figura de los indígenas. Así, estos pasan de ser una simple amenaza abstracta para presentárnoslos como unos individuos caracterizados por su dignidad, nobleza, honorabilidad y fidelidad a la palabra dada. Engañados por el hombre blanco, representado en el funcionario a cargo de la reserva, se alzarán en armas al no encontrar respuesta ante un obcecado Thursday a sus justas reivindicaciones.

























Además, la dirección de Ford roza la perfección, tanto en los exteriores con proliferación de las panorámicas y la sabia utilización de la grúa que le permite retratar magníficamente su querido Monument Valley, como en los interiores con sus bellos y típicos encuadres (la secuencia del baile es en sí una pequeña obra maestra). Además nadie como él para combinar escenas épicas (¡Qué maestría en la secuencia de la persecución del carro por los indios!) con escenas de tono más intimista (preciosa la llegada a casa del novato teniente O’Rourke y cómo se levanta despacio su padre, un suboficial, mientras le mira henchido de orgullo y emoción ya que su hijo ha conseguido convertirse en un oficial) y con otras marcadamente humorísticas tan propias de su cine.
























Técnicamente la película tiene un nivel altísimo, ya que cuenta con una preciosa fotografía en blanco y negro de Archie Stout (¡qué belleza ver a los soldados recortados en el horizonte mientras se dirigen a la muerte!) y una gran dirección artística fruto de la citada labor de investigación.



Por lo que respecta a la banda sonora me ha parecido estupenda y está a la altura del resto de elementos del film, combinando temas originales de Richard Hageman con marchas militares (entre otras suena “She wore a yellow ribbon”) y canciones de la época, característica habitual de las bandas sonoras de los films de Ford.



En cuanto al elenco de actores, el western está encabezado por dos grandes estrellas que protagonizan un duelo interpretativo de gran altura: John Wayne como el cercano y humano capitán Kirby York, un oficial respetuoso con el enemigo que intentará evitar la guerra a toda costa; y Henry Fonda como el arrogante, clasista, estricto y ambicioso coronel Owen Thursday, representante de los oficiales despóticos y tiránicos, que en su prepotencia se mostrará incapaz de entender la idiosincrasia del puesto fronterizo al que fue destinado y subestimará fatalmente al enemigo. Junto a ellos, arropándolos perfectamente, parte de los habituales del cine de Ford: Ward Bond (soberbio como casi siempre), Victor McLaglen (magnífico en un papel bastante cómico), Jack Pennick, Hank Worden y George O’Brien como el oficial que conoce el secreto de Thursday. Quizás los más flojos sean Shirley Temple y John Agar, matrimonio en la vida real, que interpretan a una pareja de enamorados.



Por último tengo que referirme al amargo final que en cierto modo anticipa al de “El hombre que mató a Liberty Valance” (“The man who shot Liberty Valance”), puesto que una vez que nos ha relatado la verdad de los hechos nos muestra cómo llegan éstos de forma diferente al pueblo convirtiéndose en leyendas poco ajustadas a la realidad, y es que ya se sabe: “Esto es el Oeste y cuando los hechos se convierten en leyenda no es bueno imprimirlos”.



























Ford, Wayne, Fonda, la caballería, el Monument Valley…la épica y la lírica de la conquista del Oeste narrada por el mejor director de la Historia del Cine. Eso es Fort Apache.


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FORT APACHE

(Fort Apache)  - 1948

Director: John Ford.
Guión: Frank S. Nugent.

Intérpretes:
- John Wayne: Capitán Kirby York
- Henry Fonda: Coronel Owen Thursday
- Shirley Temple: Philadelphia
- John Agar: Teniente O’Rourke
- Ward Bond: Sargento Mayor O’Rourke
- Victor McLaglen: Sargento Festus Mulcahy
- Pedro Armendáriz: Sargento Beafourt
- George O’Brien: Capitán Sam Collingwood

Música: Richard Hageman.
Productora: Argosy Pictures
País: Estados Unidos

Por: Jesús Cendón. Nota: 9

“Con todos los respetos señor, si los ha visto no eran apaches”. (Capitán Kirby York). 

El filme es el primero y para muchos el mejor (yo tengo mis dudas porque también me gusta mucho “La legión invencible” en original “She wore a yellow ribbon”) de la famosa trilogía de John Ford sobre la caballería estadounidense. Trilogía que se completaría en 1950 con “Rio Grande”.


La película adapta el relato “Masacre”, levemente inspirado en la batalla de Little Big Horn, del prolífico escritor de relatos y novelas del oeste James Warner Bellah (cuento editado junto con otros relatos y una novela corta en la colección Frontera de Valdemar) a través de un gran guion de Frank S. Nugent (habitual en los filmes de Ford) en el que, además del desarrollo ejemplar de la historia, destaca la multitud de personajes, todos ellos perfectamente trabajados (por lo que he leído Ford le obligó a escribir una biografía para cada uno de ellos, incluidos los secundarios) y la profunda labor de investigación sobre la caballería estadounidense que revierte en un gran realismo.

























Dos cuestiones, que no figuran en el relato de Bellah, cobran vital importancia en la película:

- El retrato de la caballería, y por extensión del ejército, que lleva a cabo Ford; puesto que, la guarnición al estar aislada del mundo civilizado se configura como un microcosmos en el que reina la armonía entre las distintas clases sociales representadas por los oficiales (burguesía) y los suboficiales y tropa (proletariado), interrelacionándose los miembros de ambas clases de forma natural sin que se produzcan conflictos entre ellos; de tal forma que, prácticamente, se comportan como una gran familia. Sólo un personaje se mantiene al margen, el coronel Owen Thursday. Nos encontramos ante un oficial amargado al haber caído en desgracia que persigue recuperar el prestigio perdido a través de una campaña militar exitosa contra los indios y paradójicamente, por su prepotencia, acabará con la mayor parte de los miembros de esa comunidad (el paralelismo con George Armstrong Custer es evidente). Su sentimiento de pertenecer a una clase elevada y su rechazo a relacionarse con el “proletariado” se manifiesta en su actitud al conocer la relación existente entre su hija y el teniente O’Rourke, procedente de una familia modesta (su padre es el sargento mayor); por lo que niega, además, la capacidad de un individuo para ascender de clase social. Igualmente su clasismo se revela en el baile de los suboficiales al mostrar su contrariedad por tener que abrir el mismo junto a la esposa del sargento mayor O’Rourke.

























Relacionado con esta cuestión se encuentra el alegato final del capitán Kirby York al ensalzar, como ya había hecho Ford en boca de la familia Joad en la indispensable “La uvas de la ira”, la labor de la tropa-proletariado en la conquista del Oeste; es, en definitiva, el pueblo el que con su esfuerzo y su sangre construyó los Estados Unidos.

- La visión de los nativos estadounidenses. Nos encontramos ante uno de los primeros westerns revisionistas en el que se reivindica la figura de los indígenas. Así, estos pasan de ser una simple amenaza abstracta para presentárnoslos como unos individuos caracterizados por su dignidad, nobleza, honorabilidad y fidelidad a la palabra dada. Engañados por el hombre blanco, representado en el funcionario a cargo de la reserva, se alzarán en armas al no encontrar respuesta ante un obcecado Thursday a sus justas reivindicaciones.

























Además, la dirección de Ford roza la perfección, tanto en los exteriores con proliferación de las panorámicas y la sabia utilización de la grúa que le permite retratar magníficamente su querido Monument Valley, como en los interiores con sus bellos y típicos encuadres (la secuencia del baile es en sí una pequeña obra maestra). Además nadie como él para combinar escenas épicas (¡Qué maestría en la secuencia de la persecución del carro por los indios!) con escenas de tono más intimista (preciosa la llegada a casa del novato teniente O’Rourke y cómo se levanta despacio su padre, un suboficial, mientras le mira henchido de orgullo y emoción ya que su hijo ha conseguido convertirse en un oficial) y con otras marcadamente humorísticas tan propias de su cine.
























Técnicamente la película tiene un nivel altísimo, ya que cuenta con una preciosa fotografía en blanco y negro de Archie Stout (¡qué belleza ver a los soldados recortados en el horizonte mientras se dirigen a la muerte!) y una gran dirección artística fruto de la citada labor de investigación.



Por lo que respecta a la banda sonora me ha parecido estupenda y está a la altura del resto de elementos del film, combinando temas originales de Richard Hageman con marchas militares (entre otras suena “She wore a yellow ribbon”) y canciones de la época, característica habitual de las bandas sonoras de los films de Ford.



En cuanto al elenco de actores, el western está encabezado por dos grandes estrellas que protagonizan un duelo interpretativo de gran altura: John Wayne como el cercano y humano capitán Kirby York, un oficial respetuoso con el enemigo que intentará evitar la guerra a toda costa; y Henry Fonda como el arrogante, clasista, estricto y ambicioso coronel Owen Thursday, representante de los oficiales despóticos y tiránicos, que en su prepotencia se mostrará incapaz de entender la idiosincrasia del puesto fronterizo al que fue destinado y subestimará fatalmente al enemigo. Junto a ellos, arropándolos perfectamente, parte de los habituales del cine de Ford: Ward Bond (soberbio como casi siempre), Victor McLaglen (magnífico en un papel bastante cómico), Jack Pennick, Hank Worden y George O’Brien como el oficial que conoce el secreto de Thursday. Quizás los más flojos sean Shirley Temple y John Agar, matrimonio en la vida real, que interpretan a una pareja de enamorados.



Por último tengo que referirme al amargo final que en cierto modo anticipa al de “El hombre que mató a Liberty Valance” (“The man who shot Liberty Valance”), puesto que una vez que nos ha relatado la verdad de los hechos nos muestra cómo llegan éstos de forma diferente al pueblo convirtiéndose en leyendas poco ajustadas a la realidad, y es que ya se sabe: “Esto es el Oeste y cuando los hechos se convierten en leyenda no es bueno imprimirlos”.



























Ford, Wayne, Fonda, la caballería, el Monument Valley…la épica y la lírica de la conquista del Oeste narrada por el mejor director de la Historia del Cine. Eso es Fort Apache.


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