NOSOTROS

jueves, 9 de marzo de 2017

CON SUS MISMAS ARMAS

(Man with the gun - 1955)

Director: Richard Wilson.
Guion: N. B. Stone Jr. y Richard Wilson.

Intérpretes:
- Robert Mitchum: Clint Tollinger
Jan Sterling: Nelly Bain
- Henry Hull: Marshall Lee Sims
- John Lupton: Jeff Castle
- Ted de Corsia: Frenchy
- Leo Gordon: Ed Pinchot
- Karen Sharpe: Stella Atkins
- Claude Akins: Jim Reedy
- Angie Dickinson: Kitty

Música: Alex North
Productora: Formosa Productions
País: Estados Unidos

Por Jesús Cendón. Nota: 7

“Siempre se viste de gris, pero el negro le sentaría mejor” (Conversación sobre Clint mantenida por el doctor y el herrero del pueblo).



A veces los devoradores de cine, los “cinéfagos”, nos topamos con películas desconocidas para nosotros que suponen un grato descubrimiento. Esto es lo que nos ha animado a inaugurar una sección de wésterns poco conocidos u olvidados que bajo nuestra opinión merecen ser rescatados. Generalmente son filmes de coste reducido pero realizados con mucho oficio, destinados a las sesiones dobles y producidos por pequeñas compañías, las denominadas Minor; aunque también se produjeron wésterns de reducido presupuesto por las Major con el objeto de mantener engrasada su maquinaria para poder embarcarse en proyectos más caros y ambiciosos.


La sección la inauguramos con este filme “Con sus mismas armas” dirigida por el poco prolífico Richard Wilson. Tan sólo he visto de él una correcta película sobre Al Capone protagonizada por Rod Steiger e “Invitación a un pistolero”, un interesante wéstern con Yul Brinner como actor principal pero, para mí, inferior al que nos ocupa.


Estamos ante el típico producto de Samuel Goldwyn Jr., uno de los mayores productores independientes del Hollywood clásico, caracterizado por su cuidado aspecto formal que narra la historia de Clint Tollinger, un pacificador, que recala en Sheridan buscando a su mujer e hija. Allí le contratarán para acabar con el cacique del lugar que tiene amedrentado al pueblo mediante un grupo de pistoleros, haciendo realidad la frase del doctor: “Sospecho que la muerte repentina es contagiosa”. La película es, por tanto, desde el punto de vista temático un claro precedente de la más conocida y lujosa “El hombre de las pistolas de oro”, adaptación realizada en 1959 por Edward Dmytryk de la monumental novela “Warlock” escrita por el especialista en este género Oakley Hall. Incluso cuenta con situaciones muy similares con las mismas consecuencias para el protagonista, como el incendio del saloon origen del rechazo por parte de la población del pistolero a quien desesperadamente contrataron para poner orden en la ciudad.


Este arco argumental le sirve a Richard Wilson, coautor del guion, para abordar temas como el ejercicio y abuso del poder, así como la legitimación de la violencia por parte de quien  detenta ese poder. De esta forma, las fuerzas vivas del pueblo, ante la amenaza de Holman, no dudarán en contratar un individuo que se sitúa por encima del bien y del mal, actuando sin reglas fijas mediante métodos que no difieren sustancialmente de los de sus oponentes pero con la posibilidad de escudarse en la ley. 


Al mismo tiempo Wilson nos presenta de forma crítica a los habitantes de Sheridan, dando una visión nada complaciente de esta ciudad y por extensión de la sociedad norteamericana, al mostrarnos a unos personajes cobardes y egoístas que actúan basándose en sus intereses personales (el herrero para evitar la muerte de su futuro yerno, el cantinero para acabar con la competencia del saloon propiedad del cacique, los comerciantes para incrementar sus exiguas ventas, etc) y no dudarán en manifestar su rechazo al pacificador cuando este se convierta en un elemento incómodo y conflictivo, cuya presencia se traduce en una ruina mayor. Tan sólo son retratados con simpatía los jóvenes prometidos: Jeff un ranchero impulsivo pero valiente y honesto que se ganará el respeto de Clint y Stella cuya forma de actuar viene determinada por su amor hacia Jeff.


La preocupación de Goldwyn por hacer un producto de calidad quedó patente en el equipo participante en el film. Así nos encontramos con el reputado Lee Grimes como director de fotografía que dotó a la cinta de una atmósfera noir y realista. Mientras que Alex North, nominado al Oscar en quince ocasiones y conocido por sus memorables bandas sonoras de, entre otras, “Un tranvía llamado deseo”, “¡Viva Zapata!”, “Espartaco” o “Cleopatra”, se encargó de musicalizar la película.


Igualmente se escogió a una estrella de la categoría de  Robert Mitchum, sin duda uno de los mayores alicientes del filme. Un grandísimo actor que dominaba como pocos la escena y se comía la cámara en cada plano. En esta ocasión borda el papel de Clint Tollinger, un pacificador torturado desde niño por el asesinato de su padre, desgraciado acontecimiento que ha marcado su carácter (su mujer le llega a decir: “Sé que tu padre murió porque no tenía revólver, y tú morirás porque lo tienes”). Un hombre oscuro que se dejará llevar por sus impulsos violentos provocando al dueño del saloon para acabar con él e incendiando el local inmediatamente después.



Jan Sterling (actriz habitual en westerns y noir de serie B) realiza una excelente composición como Nelly, la mujer de Clint. Destrozada por el pasado, ya que tuvo que elegir entre lo que quería y lo que necesitaba, y por una desgarradora tragedia mantenida en secreto, regenta en la actualidad un burdel. Junto a ellos secundarios tan característicos como Henry Hull en el papel del inmovilista sheriff, Ted de Corsia y Leo Gordon en sus sempiternos roles negativos o una joven y casi irreconocible Angie Dickinson como Kitty, una de las chicas de Nelly.


Pero es, sin duda, el estupendo final el que eleva a este western por encima de la media. El director juega hábilmente con el espectador al poseer este más información que los principales personajes; así sabe que el pacificador, aprovechando su rutinario paseo, va a ser objeto de un atentado mientras que el héroe lo desconoce y su mujer tan sólo lo intuye.


Estamos ante una secuencia memorable por su planificación, encuadres y movimientos de cámara, en la que Richard Wilson sitúa y desplaza admirablemente a los protagonistas del drama, al mismo tiempo que dota a la escena de un suspense in crescendo más propio de un thriller que de un wéstern. 


Sin embargo su resolución no está a la altura ni en consonancia con el tono amargo y desesperanzado del filme; restándole fuerza y coherencia a una película, por lo demás, muy meritoria.



jueves, 2 de marzo de 2017

BAILANDO CON LOBOS

(Dances with wolves - 1990)

Director: Kevin Costner
Guión: Michael Blake. Basado en una obra de Michael Blake
Intérpretes:
- Kevin Costner: Teniente Dunbar
- Mary McDonnell:  Stands with a fist
- Graham Greene: Kicking bird
- Rodney A. Grant: Wind in his hair
- Floyd Red Crow Westerman: Ten bears
- Tantoo Cardinal: Black shawl
- Wes Studi: Toughest Pawnee
- Maury Chaykin: Mayor Fambrough
- Robert Pastorelli: Timmons
- Charles Rocket: Teniente Elgin

Música: John Barry
Productora: Orion Pictures
País: Estados Unidos

Por Xavi J. Prunera. Nota: 8

Teniente John Dunbar: “Era un pueblo ansioso por reír, devoto de la familia, dedicado el uno al otro. La única palabra que viene a mi mente es armonía”.




SINOPSIS: Poco antes de que finalice la Guerra de Secesión (1860-1865), el Teniente John J. Dunbar es destinado a Fort Sedgewick, un puesto fronterizo situado a escasa distancia de territorio sioux. A pesar de encontrarlo absolutamente arrasado y abandonado, Dunbar decide quedarse. Un primer encuentro con una mujer blanca adoptada por los sioux y su propia soledad lo empujarán a entrar en contacto con el resto de la tribu. Una relación que no tardará en fructificar y que se basará en la admiración y respeto mutuos.




Exceptuando “La puerta del cielo” (1980), “El jinete pálido” (1985) y —si mucho me apuráis— “Forajidos de leyenda” (1980) y “Silverado” (1985), los 80 fueron una década más bien nefasta para el western. Quizás por eso sorprende y mucho que un director novel como Kevin Costner tuviera la osadía de emprender un proyecto cinematográfico del calibre de “Bailando con lobos”. Afortunadamente para el género, la tuvo. Y Costner, como los más grandes, “llegó, vio y venció”. Por eso su peli se llevó la friolera de 7 Oscars y por eso, a día de hoy, podemos considerar la opera prima de Costner —al menos a mi juicio— como el mejor western (exceptuando, naturalmente, “Sin perdón”) rodado en estos últimos 30 años.




Mis motivos son amplios y variados. Podría hablaros de la novela o guión de Michael Blake, de la fotografía de Dean Semler, de la música de John Barry, del montaje de Neil Travis, de ese tono a veces épico y a veces intimista que le imprime Costner, de su ritmo pausado y elegante, de su espectacular diseño de producción o, naturalmente, de sus numerosísimas escenas memorables. O quizás —por qué no— de lo bien que funcionan todos esos ingredientes a la vez. Ingredientes extraordinariamente armonizados en un western de 180 minutos (casi 4 horas si hablamos del montaje del director) que se visiona —no obstante— con sumo interés, con sumo placer y con suma emoción. Pero permitidme que me quede esta vez con su mensaje. Con lo que Costner pretende (y consigue, por supuesto) transmitirnos.




Así pues, yo señalaría en primer lugar ese extraordinario homenaje a los nativos norteamericanos que edifica Kevin Costner. Y aunque, obviamente, “Bailando con lobos” no es el primer western pro-indio de la historia del género (véase, por ejemplo, “La puerta del diablo” de Mann, “Flecha rota” de Daves o “El gran combate” de Ford), la peli de Costner sí es el primer western en el que los indios (con permiso del propio Costner, por supuesto) gozan de un protagonismo absoluto. Un protagonismo que nos empuja a empatizar total y absolutamente con ellos y que, pese a cierta idealización, nos los muestra como lo que realmente son: un pueblo normal y corriente, con sus virtudes y sus defectos, con sus tradiciones centenarias, con su innegociable amor a la naturaleza, con su sentido del humor y con su propia identidad como tribu, raza y nación.




Paralelamente a ese acercamiento entre culturas que protagonizan el Teniente Dunbar y los sioux (con mención especial a Pájaro Guía, En pie con el puño en alto y Cabello al viento) conviene destacar también el “viaje interior” que recorre el propio Dunbar. Recordemos que nuestro protagonista es un soldado convertido accidentalmente en héroe gracias a un fallido intento de suicidio.


Un hombre solitario, sin familia, sin oficio ni beneficio. Un romántico que nada tiene que perder y que —según sus propias palabras— desea ver la frontera “antes de que no exista”. Y es ese soldado (y de paso nosotros, como espectadores, gracias a esa voz en off que nos retransmite los pensamientos y sensaciones de Dunbar) el que irá creciendo como ser humano, el que irá despojándose de sus prejuicios raciales y el que irá sintonizando cada vez más con sus nuevos vecinos hasta convertirse en uno de ellos. Concretamente en “Bailando con lobos”, su nuevo nombre sioux. 




Pese a todo, debo reconocer que “Bailando con lobos” no es una peli redonda del todo. Conviene recordar que es la opera prima de un actor metido a cineasta y que, naturalmente, no podemos compararla con westerns clásicos (a los que en cierta medida homenajea) de maestros como Ford, Hawks o Mann. Como es lógico y normal, a Costner se le nota en ocasiones que tira de “manual”, que no domina las sutilezas y que peca de cierta ñoñería en algunas situaciones. También es cierto, por otro lado, que quizás hubiera resultado más valiente y arriesgado por su parte si hubiera decidido que su personaje se enamorara de una india y no de una blanca criada entre los sioux pero, vamos, a mi eso no me molesta demasiado.


Por de pronto porque el personaje de “En pie con el puño en alto” ayuda a introducir un nuevo tema que refuerza su alegato antirracista: el de la perfecta adopción o integración de los blancos en las tribus indias. Y también porque me parece muy lógico y normal que Dunbar se sienta atraído por alguien de su propia raza. Sobre todo si se trata de un bellezón como Mary McDonnell. 




En cualquier caso, lo dicho: de “Bailando con lobos” me quedo con su tremendo mensaje ecológico y humanista, con su canto a la amistad, con su grandísima banda sonora, con el lirismo de sus imágenes y con multitud de escenas para el recuerdo como la del épico intento de suicidio inicial, la espectacular cacería de búfalos, la de la entrañable danza con “Calcetines” (origen, por cierto, del nombre indio de Dunbar) o la de la conmovedora despedida de Cabello al viento: “¡Bailando con lobos! ¡Soy Cabello al viento! ¿No ves que soy tu amigo? ¿No ves que siempre seré tu amigo?”. Brutal.




jueves, 23 de febrero de 2017

LA HORA DE LAS PISTOLAS

(Hour of the gun - 1967)

Director: John Sturges
Guion: Edward Anhalt
Intérpretes:
- James Garner: Wyatt Earp
- Jason Robards: Doc Holliday
- Robert Ryan: Ike Clanton
- Jon Voight: Curly Bill Brocius
- Albert Salmi: Octavius Roy

Música: Jerry Goldsmith
Productora: The Mirisch Corporation
País: Estados Unidos

Por: Güido Maltese. Nota : 6,5

Wyatt Earp: “Voy a contar hasta tres....puedes disparar al dos....yo esperaré al tres”




Exactamente 10 años después de la grandísima “Duelo de titanes”, John Sturges retoma la historia del duelo de O.K. Corral, pero esta vez arranca dónde acabó la anterior. Es decir, nos cuenta lo ocurrido después del famoso duelo.




Tras el tiroteo, Ike Clanton acaba con Morgan y deja lisiado a Virgil, lo que conducirá a Wyatt a querer vengar a sus hermanos a cualquier precio.



En cuanto al western se refiere, la década de los 50 fue la edad de oro de Sturges. Empezando con “Fort Bravo”en 1953 y culminando con “Los 7 magníficos” en 1960, nos regaló grandísimos films del género: “ El sexto fugitivo”, “Desafío en la ciudad muerta”, “El último tren de Gun Hill” y su, para mí, obra cumbre “Duelo de titanes” (sin olvidarnos de ese western moderno que es esa maravilla titulada “Conspiración de silencio”). Auténticos clásicos a la altura de los más grandes.



Pero la siguiente década, y me sigo refiriendo al western en concreto, no fue tan brillante ni mucho menos. Y en esa falta de brillantez se encuentra el film que hoy nos ocupa. No es una mala película en absoluto, incluso creo que se la suele valorar muy por debajo de lo que merece, pero está muy, muy lejos de los grandes westerns del bueno de Sturges.



Estamos ya en las horas bajas del género y el Spaghetti Western está en pleno auge. De ahí que este film tenga altas dosis de violencia, sin dejar de ser bastante melancólico y crepuscular. Aún no había llegado “El grupo salvaje” de Peckinpah, pero Sturges ya nos enseña más violencia de la que estamos acostumbrados viniendo de Hollywood. 


Y se respira un tono bucólico durante el transcurso de la historia, que llega a su cima al final con la despedida de Wyatt y Doc en el hospital en el que Holliday acabará sus días. 




En el aspecto técnico del film destacan, sobretodo, la perfecta fotografía de Lucien Ballard, habitual de Hathaway (“Los 4 hijos de Katie Elder” o “Valor de ley”) y de Peckinpah (“Duelo en la Alta Sierra” o “Grupo Salvaje) y la magistral B.S.O. del gran Jerry Goldsmith. 



Ballard cumple con creces su cometido, con grandes planos de la árida Arizona y encuadres perfectos de los personajes y las situaciones y Goldsmith le acompaña con una música totalmente integrada con las imágenes que vamos viendo.


No tan bueno es el guión, que decae por momentos e incluso en algunas partes del film nos hace perder interés por la trama la cual, por otra parte, tiene fases mal desarrolladas que hacen perder el hilo de la historia. Aunque todo se desarrolla de una forma más o menos ágil, no consigue atraparte.



En interpretación tenemos una de cal y otra de arena. Por un lado James Garner, actor que a mí me cae extremadamente simpático, pero que no está a la altura de su personaje ni tiene dotes suficientes para sacar todo el partido posible que le ofrecía el papel. Demasiado hierático e inexpresivo y con ausencia del carisma necesario para compensar esa inexpresividad. Le van mejor sus papeles de cowboy desenfadado y simpático (“También un sheriff necesita ayuda” o “Látigo”).



Por el otro lado tenemos al inconmensurable Jason Robards, uno de mis actores favoritos, que llena la pantalla cada vez que aparece. Sin llegar al nivel de su personaje de Cheyenne en “Hasta que llegó su hora” o su Cable Hogue de “La balada de Cable Hogue”, deja su magnífica presencia y “savoir faire” en su interpretación.


Y no puedo dejar de mencionar a uno de los mejores secundarios de Hollywood, el siempre perfecto Robert Ryan. Lástima que este film aparece menos de lo deseable. También tiene un pequeño papel Jon Voight, supongo que de los primeros de su carrera.



En definitiva, un western bastante decente, pero muy lejos de lo que nos tiene acostumbrados Sturges que, aunque dirige más que correctamente, no consigue dotar de “magia” su realización. Y repito que es un film que suele ser, injustamente, más infravalorado de lo que merece.


miércoles, 1 de febrero de 2017

HONDO

(Hondo - 1953)
Director: John Farrow
Guion: James Edward Grant
Intérpretes:
- John Wayne: Hondo Lane
- Geraldine Page: Angie Lowe
- Ward Bond: Búfalo Baker
- Michael Pate: Vittorio
- James Arness: Lennie
- Rodolfo Acosta: Silva
- Paul Fix: Comandante Sherry

Música: Hugo Friedhofer, Emil Newman

Productora: Warner Bross. Wayne-Fellows Production
País: Estados Unidos

Por: Jesús Cendón. Nota: 7’5
“Será el fin de los apaches”.
“Sí. Adiós a una forma de vida. Lástima, es buena” (Conversación entre Búfalo y Hondo tras haber derrotado a los indios).


ARGUMENTO: Durante las guerras con los apaches Hondo Lane, un honesto y enigmático correo del ejército, encuentra en un rancho aislado a una mujer y a su hijo. Al negarse a acompañarle al fuerte se convertirá en su protector y en el  mentor del niño; al mismo tiempo que surgirá una fuerte atracción entre los dos adultos.


A comienzos de la década de los cincuenta John Wayne se había convertido en una gran estrella de Hollywood, gracias sobre todo a sus colaboraciones con Ford (la llamada Trilogía de la caballería y “El hombre tranquilo”), Hawks (“Río Rojo”) y Allan Dwan (“Arenas  sangrientas” con la que obtuvo una nominación al Oscar al mejor actor), por lo que decidió crear junto a Robert Fellows la Wayne-Fellows Productions, antecedente de la Batjac, con el objeto de producir sus películas.


Consecuencia de ello fue este filme basado en el relato corto “El regalo de Cochise” del gran especialista Louis L’Amour (tanto el cuento como la posterior novela han sido editados por Valdemar en su lujosa colección Frontera). Para adaptarlo a la pantalla contó con un hombre de su entera confianza con el que trabajaría asiduamente, James Edward Grant, que potenció el carácter intimista del relato; mientras que encargó la dirección a John Farrow, padre de Mia Farrow, aunque él también rodó alguna secuencia.


El resultado fue un western contemplativo, pausado, de una gran belleza (no en vano intervino Robert Burks, el director de fotografía favorito de Alfred Hitchcock) e impecablemente rodado cuyo esqueleto argumental remite a “Raíces profundas”, principalmente en la relación de Hondo con el hijo de Angie, en el que lírica y épica se dan la mano y es afín a la corriente cinematográfica reivindicativa del indio y su cultura surgida desde finales de los años cuarenta (“Fort Apache”, “Flecha rota”, “Yuma”, “Apache”, “La puerta del diablo”).


Así el protagonista, Hondo Lane, es un medio indio, casado en el pasado con una nativa, que convivió durante un tiempo con los pieles rojas y no sólo respeta su forma de vida, más apegada a la naturaleza, sino que parece admirarla.


Asimismo se nos presenta a Vittorio (Michael Pate) como un hombre honorable (el respeto a uno mismo y a los demás es otro de los temas que aborda la película), víctima de las guerras con el hombre blanco (todos sus hijos han muerto) y fiel a la palabra dada (la película deja constancia de que es el gobierno estadounidense el que ha roto el tratado de paz y Hondo llega a comentar que: “La palabra mentira no existe en la lengua apache y les han mentido”).



Evidentemente, la historia está contada desde el punto de vista del hombre blanco y, por tanto, resalta las masacres perpetradas por los apaches, pero no deja de ser un filme honrado sobre la extinción de la cultura del búfalo y de las grandes praderas norteamericanas.


La película que fue rodada en 3D, un sistema pensado para atraer al público a las salas ante la creciente competencia de la televisión, cuenta además con escenas espectaculares, como la lucha de Hondo con Silva en el poblado y, sobre todo, la gran batalla final que parece ser fue filmada por John Ford (1), aunque existen testimonios dispares sobre la participación del genial director en el filme.


Igualmente cuenta con una gran interpretación de un John Wayne en su mejor momento que incluso se muestra inusitadamente romántico en varias escenas. Sin duda el personaje de Hondo sirvió decisivamente para forjar la imagen del mejor cowboy de Hollywood; aunque, curiosamente, la primera opción barajada fue Glenn Ford, quien rehusó participar en el filme por su mala relación con John Farrow tras su colaboración en “Saqueo al sol” (1953), también producida por la Wayne-Fellows.


Para el papel de Angie Lowe se escogió a la reputada actriz de teatro Geraldine Page que borda su personaje (prácticamente debutante sería nominada al Oscar como actriz secundaria). Además intervinieron característicos secundarios, todos ellos amigos del protagonista, de la talla de Ward Bond con el que el Duke siempre tuvo una química especial, Paul Fix y James Arness, al que Wayne recomendó para interpretar al sheriff Matt Dillon, personaje pensado inicialmente para él, en la legendaria “La ley del revólver”.


En definitiva, un western sólido y profundamente clásico que se encuentra entre los mejores de los interpretados por el Duke, una vez excluidos lógicamente los rodados junto a John Ford, Howard Hawks y Henry Hathaway y por el que reconozco tengo debilidad.


Por último, comentaros dos cuestiones respecto a la película:
El filme ha sido durante mucho tiempo uno de los westerns menos conocidos de los interpretados por John Wayne dados los problemas que hubo con los derechos de propiedad, por lo que hasta hace poco tiempo no pudo emitirse en televisión, ni editarse en DVD.
A partir de ella se filmó una serie de televisión en la que Michael Pate repitió su papel de Vitorio.
(1) Parece ser que Ford se ofreció a finalizar la película ya que John Farrow tuvo que abandonarla por un problema contractual.