NOSOTROS

jueves, 9 de noviembre de 2017

LA LEY DEL TALIÓN

(The last wagon, 1956)

Dirección: Delmer Daves
Guion: Delmer Daves, James Edward Grant y Gwen Bagni

Reparto:
- Richard Widmark: Comanche Todd
- Felicia Farr: Jenny
- Susan Kohner: Jolie Normand
- Tommy Retig: Billy
- Stephanie Griffin: Valinda Normand
- Ray Stricklyn: Clint
- Nick Adams: Ridge
- Carl Benton Reid: general Howard
- Douglas Kennedy: coronel Normand
- James Drury: teniente Kelly

Música: Lionel Newman
Productora: Twentieth Century Fox Film Company (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 8

“El camino de la muerte todos lo andaremos, hijo. Los indios dicen que un guerrero muere como debe cuando da la vida por los suyos y ahora es tu familia quien va a hacer algo por ti” (Comanche Todd conversando con Billy).



ARGUMENTO: Tras un ataque indio a una caravana, los supervivientes: un preso por asesinato criado por los comanches, una mujer y su hermano pequeño y cuatro adolescentes se dispondrán a atravesar, rodeados de apaches y sin ningún tipo de ayuda, El Valle de la Muerte. Para ello los miembros del grupo deberán abandonar sus prejuicios y confiar en el preso que se convertirá en el improvisado líder del grupo.



A pesar de haber destacado en otros géneros como el bélico con “Destino Tokio” (1943), en el que Cary Grant al mando de un submarino se infiltraba en la bahía de Tokio, o el noir con “La senda tenebrosa” (1947), en la que Humprhey Bogart se sometía a una reconstrucción de cara, Delmer Daves ha pasado a la historia del cine como un gran especialista en el western; renovando este género, junto con otros directores de la talla de Anthony Mann, John Sturges, Robert Aldrich o Sam Fuller, en la década de los cincuenta con títulos como “Flecha rota” (1950), “Tambores de guerra” (1954), “Jubal” (1956), “El tren de las 3:10” (1957), “Arizona prisión federal” (1958), “Cowboy” (1958) o “El árbol del ahorcado” (1959). Una lástima que sus últimas películas fueran unos insulsos y poco inspirados melodramas realizados para la Warner Brothers, con el objeto de lanzar a nuevas estrellas (Troy Donahue, Connie Stevens o Sandra Dee) y paliar los graves problemas económicos de la citada productora.




Con “La ley del talión”, rodada básicamente en exteriores, desde el primer fotograma Daves demuestra, mediante las abundantes panorámicas y planos largos así como por su sabia utilización de la grúa, que era uno de los mejores directores insertando la naturaleza en el drama relatado. Y esta es una de las claves de la película, la exaltación de la naturaleza, puesto que el personaje de Comanche Todd, un blanco criado por los comanches al que dio vida Richard Widmark en una de sus mejores interpretaciones plena de matices, es el paradigma del buen salvaje rousseauniana. A través del protagonista, Daves parece asumir los postulados del filósofo francés, el hombre es un ser libre por naturaleza y tan sólo, de forma artificial, se asocia a otros para satisfacer sus necesidades; fruto de esta asociación será la creación de un modelo normativo que regule las relaciones sociales. Así pues Comanche Todd se nos presenta como un ser libre, apegado a la naturaleza, que se rige por otras leyes y, en cierta forma, desprecia la forma de vida del hombre blanco. Su filosofía de la vida queda claramente puesta de manifiesto en la escena en la que propone a Jenny irse a vivir con él, esta le comenta que su hermano necesita una escuela y Todd le responde que con él Billy “Aprenderá lo que nunca encontrará en los libros. El porqué de las cosas, el porqué de las estaciones, del Sol, de la Luna, de la amistad, de todo lo real”.




Igualmente desde la primera escena, en la que el director aprovecha la ambigüedad de Widmark como actor al alternar roles positivos como negativos, se plantea uno de los temas fundamentales del filme, el conocimiento como base para entender y comprender a los demás y, sobre todo, al que es diferente. Así, asistimos al asesinato por parte de Todd de un individuo al que no le da la posibilidad de defenderse; y será posteriormente, tras haber acabado con otro de sus perseguidores y ser capturado por un tercero, cuando sepamos la verdad: su esposa, de raza india, fue violada y asesinada junto a sus dos hijos por cuatro hombres a los que Todd ha jurado matar. Con la actitud del protagonista el director-guionista suscita un interesante debate ¿Es aceptable moral y legalmente la actitud de Todd? ¿Se le puede juzgar conforme a las leyes del hombre blanco? Todo ello teniendo en cuenta que el protagonista se rige por un código de conducta diferente, propio de la tribu que lo crió, y que los luctuosos sucesos se han desarrollado geográficamente en un espacio en el que todavía no se ha asentado “la civilización” y, por tanto, no rige la ley del hombre blanco. Lástima que la controversia se resuelva de forma un tanto simple e ingenua en el juicio que se desarrolla en el tramo final de la película, pero probablemente no era la intención de Daves profundizar más en un tema complicado teniendo en cuenta que estamos hablando de un wéstern.




Hasta llegar al mencionado juicio, el director-guionista embarca a los principales personajes en un viaje a la vez físico y emocional, porque la película fundamentalmente es un wéstern, con elementos de aventura, de itinerario.



Así, por una parte, nos encontramos con el viaje físico ya que al ser los únicos supervivientes del ataque indio, sin ningún tipo de ayuda, tendrán que atravesar una amplia zona (El Valle de la Muerte) acosados por los apaches; por lo que, para sobrevivir, deberán actuar como un grupo cohesionado al frente del cual se situará de forma natural, gracias a sus amplios conocimientos, Comanche Todd.




Pero a su vez todos ellos realizarán un viaje interior. Todd tendrá la oportunidad de redimirse intentando salvar la vida de sus seis compañeros y como consecuencia de ello encontrará una familia nueva, sustituta de la que le arrebataron, en Jenny (interpretada por una Felicia Farr habitual de este género y que se retiraría parcialmente tras su matrimonio con Jack Lemmon en 1962) y Billy (un Tommy Reitig que ya había encarnado al hijo de Robert Mitchum en “Río sin retorno”) quien, a su vez, encontrará en Todd a un nuevo padre.
Por lo que respecta a los cuatro adolescentes, a lo largo del viaje irán abandonando sus prejuicios y sus actitudes intolerantes y xenófobas. Xenofobia muy presente a lo largo de la película, fruto una vez más del desconocimiento y representada fundamentalmente en Valinda Normand hermanastra de una mestiza (Jollie) a la que llega a espetar “Tú también eres una india y no tienes sentimientos” o afirmar hablando de su padre: “Un hombre blanco que se rebaja hasta el extremo de aceptar a una mujer india ¿Conoces el resultado? Una mestiza como tú”. Actitud que modificará tras recibir la ayuda de aquellos a los que desprecia. De esta forma para los cuatro adolescentes la experiencia constituirá un viaje iniciático en el que madurarán, convirtiéndose en adultos.



Como consecuencia de su actitud antirracista, el western, al igual que “Flecha rota”, se posiciona a favor del entendimiento entre las distintas culturas, e, incluso, utiliza un tono pro indio. Es verdad que los apaches aparecen tan sólo como un peligro abstracto y que acaban con todos los miembros del convoy, incluidos mujeres y niños; pero Daves se encarga de informarnos de que los primeros en romper la paz fueron los blancos que asesinaron en un poblado a ciento diez mujeres y niños apaches (¡Ojo la película se rodó en 1956!). Es decir, equipara en brutalidad a los blancos y a los pieles rojas, con la diferencia fundamental de que los indios, al igual que Todd, tan sólo están respondiendo a una salvaje agresión previa. Además, a lo largo de la película se esfuerza, a través de Todd, en darnos a conocer las costumbres de los nativos norteamericanos con el objeto de que, al igual que los principales personajes, no les juzguemos desde la ignorancia. Incluso parece sentir cierta preferencia por esa forma de vida. En este sentido, se debe tener en cuenta que los abuelos del director fueron pioneros y que este convivió con las tribus de los Navajos y los Hopis durante bastante tiempo, aprendiendo sus costumbres.



Estamos, pues, ante una película que a pesar de su ligereza y su aparente sencillez invita continuamente a la reflexión sin perder, por ello, las cualidades de todo buen wéstern.



Como dato curioso comentaros que fue uno de los primeros filmes de James Drury, posteriormente famoso con la serie “El Virginiano”.




jueves, 2 de noviembre de 2017

EL PISTOLERO

(The gunfighter, 1950)

Dirección: Henry King
Guion: William Bowers, William Sellers. Andre de Toth (historia)

Reparto:
- Gregory PeckJimmy Ringo
- Helen WestcottPeggy Walsh
- Millard MitchellMarshall Mark Strett
- Jean ParkerMolly
- Karl MaldenMark
- Skip HopmeierHunt Bromley
- Anthony RossDeputy Charlie Norris
- Verna FeltonMrs. August Pennyfeather
- Richard Jaeckel: Eddy

Música: Alfred Newman
Productora: Twentieth Century Fox Film Corporation
País: Estados Unidos

Por: Jesús Cendón. NOTA: 8’5.


“Creo que tengo más personas pendientes de cuando me matarán que ningún otro hombre de la nación” (Jimmy Ringo conversando con su antiguo amigo el sheriff Mark Srett).

Henry King es un realizador que no ha gozado del reconocimiento que su obra, iniciada en el cine silente y prolongada hasta la década de los sesenta, merece. Quizás porque, al igual que Henry Hathaway, desarrolló la mayor parte de su carrera en la Twentieth Century Fox en donde se convirtió, junto al mentado Hathaway, en un director todoterreno capaz de sacar a flote cualquier producción independientemente de su género de adscripción. Por lo que, de forma injusta, se le ha considerado generalmente un hombre de estudio plegado a las exigencias de un productor de la personalidad de Darryl F. Zanuck.



Entre sus aportaciones al western, sin duda, hay que mencionar “Tierra de audaces” rodada en 1939, la mejor aproximación a las figuras de Jesse y Frank James interpretados respectivamente por Tyrone Power y Henry Fonda; “El vengador sin piedad” (1958) con un desubicado Gregory Peck; y, sobre todo, la película que nos ocupa, una de las cumbres del denominado western psicológico, corriente surgida en la década de los cincuenta caracterizada por el abandono de la ingenuidad y la visión idílica del Far West dada hasta ese momento y por presentar personajes más complejos, oscuros y realistas. Una evolución natural en el género cinematográfico por excelencia dada la transformación de la sociedad norteamericana como consecuencia de los horrores vividos durante la Segunda Guerra Mundial y la posterior frustración por el resultado del conflicto coreano.


ARGUMENTO: Jimmy Ringo, un famoso pistolero, decide visitar Cayanne para contactar con su mujer y su hijo a los que no ve desde hace ocho años. Mientras, los tres hermanos de su última víctima le persiguen con objeto de vengarse.


“El pistolero” es una película austera, rodada en un magnífico blanco y negro gracias al gran maestro Arthur C. Miller con tres Oscar y seis nominaciones más, dura, triste y pesimista que presenta una serie de características en común con “Solo ante el peligro” (Fred Zinnemann, 1952) y “El tren de las 3:10” (Delmer Daves, 1957), otros dos westerns psicológicos ya reseñados en este blog, entre las que se pueden destacar:


1) El marco espacial en el que se desarrolla la acción. Así los tres filmes son básicamente westerns urbanitas, en los que los grandes espacios abiertos son sustituidos por la ciudad como teatro en el que se desarrolla el drama, espacio que parece empequeñecerse a medida que avanzan las historias, aumentándose de esta forma la sensación opresiva e, incluso, claustrofóbica de los tres filmes. Además, tanto en el caso de la película que nos ocupa como en “El tren de las 3:10” gran parte del metraje tiene lugar en una sola estancia (el saloon y la habitación de un hotel, respectivamente) con el objeto de intensificar la sensación de opresión de ambos protagonistas. Incluso en “El pistolero” el director utilizará la profundidad de campo para remarcar la soledad de Jimmy Ringo.


2) Los protagonistas no responden al prototipo del héroe clásico. En “Solo ante el peligro” Gary Cooper interpreta a un sheriff, quizás la figura más emblemática del wéstern, pero su comportamiento no es el típico de un representante de la ley; al mostrarnos sus miedos se le humaniza, al mismo tiempo que al sobreponerse a ellos se va a engrandecer su figura. En “El tren de las 3:10” Van Heflin acepta escoltar al pistolero hasta Yuma por motivaciones económicas no porque entienda que sea su deber como ciudadano perteneciente a una comunidad. Mientras que la película que nos ocupa el protagonista es un pistolero, un fuera de la ley que ha hecho de su habilidad con las armas su medio de vida.


3) Las tres películas ofrecen una visión crítica de la población. Will Kane comprueba como sus vecinos, a los que ha defendido hasta ahora, se muestran como un grupo de cobardes que le niegan su ayuda salvo en el caso de un envejecido y artrítico exsheriff y un borracho. En “El tren de las 3:10” es el borracho del pueblo el único que muestra su compromiso moral y será su sacrificio postrero el que haga cambiar el punto de vista de Dan Evans respecto al cumplimiento de su misión. Por lo que respecta a “El pistolero”, nos muestra una sociedad que ha hecho de la violencia su seña de identidad, de la muerte un espectáculo y convierte a simples pistoleros en héroes en vida y en mitos tras su muerte.


4) El tiempo, representado en los respectivos relojes que van marcando inexorablemente las horas, como elemento dramático de primer orden. Así, Wiill espera el tren que trae al pueblo a Miller; Dan aguarda el tren que le conducirá junto a Ben a la cárcel de Yuma; y Jimmy sabe que tan solo tiene una hora de ventaja para ver a su mujer y su hijo antes de que lleguen al pueblo los hermanos de su última víctima.


Pero lo que diferencia notablemente el filme de King de los otros dos es su tono desesperanzado al negar a Jimmy Ringo la posibilidad de redimirse. Desde el duelo inicial, en el que acaba con un joven impulsivo con pocas luces, un halo de fatalismo se apodera de la película, acentuándose poco a poco la sensación de que el destino de Jimmy Ringo está escrito y nada de lo que haga lo cambiará.


El propio Ringo, esplendido Gregory Peck en un papel inicialmente pensado para John Wayne, es consciente de que debe cambiar de vida si no quiere terminar muerto en cualquier esquina de un callejón por los disparos de un mequetrefe con suerte como le ocurrió a su amigo Bucky; así le comentará a Mark, antiguo compañero de correrías y símbolo de lo que pretende conseguir Ringo: “Es una bonita vida ¿No crees? Solo tratar de vivir y en realidad no vives. Sin alegría alguna. No tienes dónde ir. Solo evitar que puedan asesinarte”. Frase que resume su cansancio existencial, su hastío y la carga asfixiante de su pasado.


Como curiosidad comentaros que la idea de la película se le ocurrió a André de Toth al comprobar como sistemáticamente los actores de películas de acción, como Errol Flynn, solían ser retados por gente anónima en los bares a los que acudían. De ahí que el filme se inicie con la magistral secuencia, anteriormente citada, en la que un mastuerzo, interpretado por un joven Richard Jaeckel, provoca, primero, y desafía, después, a Ringo al que no le queda más remedio que matarlo. Hecho que marcará el devenir de la historia y el destino del pistolero.




jueves, 26 de octubre de 2017

FUGITIVOS REBELDES

(The raid, 1954)

Dirección: Hugo Fregonese
Guion: Sidney Boehm

Reparto:
- Van Heflin: Mayor Neal Benton
- Anne Bancroft: Katy Bishop
- Richard Boone: Capitán Lionel Foster
- Lee Marvin: Teniente Keating
- Peter Graves: Capitán Frank Dwyer
- Tommy Rettig: Larry Bishop
- James Best: Teniente Robinson
- Claude Akins: Teniente Ramsey

Música: Roy Web
Productora: Panoramic Production (USA)
Por Jesús Cendón. NOTA: 6,5

“En estas tierras las raíces se arrancan fácilmente. Pregunte a sus soldados. Lo han estado demostrando: Atlanta, Chatannoga, ahora Savannah” (El mayor Benton a Kathy Bishop sobre las atrocidades cometidas por el ejército de la Unión en los Estados del Sur).

ARGUMENTO: Tras huir de una prisión nordista cercana al Canadá, al mayor Neal Benton se le encargará la misión de infiltrarse con sus hombres en la ciudad de St. Albans con el objeto de robar el dinero de sus bancos y destruir sus principales edificios civiles.



Segundo western de Hugo Fregonese, director argentino afincado en los EEUU, reseñado en este blog tras su atractivo “Tambores apaches” (1951), con el que presenta dos elementos en común.



Por una parte a pesar de ser un western y partir de los códigos de este género, nos encontramos con una propuesta que pretende superarlo y establecer variaciones sobre el mismo tomando elementos de otros géneros. Así la introducción, con la fuga de los presos, remite necesariamente a filmes bélicos sobre campos de concentración (las semejanzas con la canónica “La gran evasión” dirigida por John Sturges en 1963 son evidentes). Mientras que la parte central responde a los thrillers sobre atracos perfectos narrados desde el punto de vista de los criminales; con la diferencia de que, en este caso, se sustituyen a los gánsteres por soldados sudistas y la acción se ubica en las postrimerías de la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865). De hecho la película está basada en un acontecimiento real, la toma de San Albans (Vermont) por un grupo de sudistas como respuesta a los sucesivos saqueos sobre Atlanta, Chattanooga y Savannah llevados a cabo por las tropas del general Sherman.



En segundo lugar la carga moral de la película, puesto que se aparta de las visiones épicas y heroicas propias de este género gracias a un extraordinario guion de Sidney Boehm (“Los sobornados”, “Sábado trágico”, “Los implacables”) que acentúa el carácter dramático y simbólico de la historia presentándonos unos hechos en los que no tiene cabida la gloria y a unos individuos ambiguos y humanizados, alejados de los personajes arquetípicos de esta clase de productos, cuya forma de actuar viene determinada por la barbarie vivida ; al mismo tiempo que no toma partido por ninguno de los dos bandos, en realidad hermanados en el dolor, al mostrarnos cómo la destrucción y el odio tan sólo genera más sufrimiento, desgracia y aversión.




Para acentuar el drama, los principales personajes, brillantemente interpretados por un elenco de grandes actores aunque ninguno con la categoría de estrella, aparecen como individuos profundamente heridos por el conflicto. El mayor Benton (Van Heflin) ha visto reducidas a cenizas su casa y su plantación de más de cuarenta acres. Benton se nos revela como un militar que se debatirá entre su deber y sus sentimientos, siendo consciente de que el cumplimiento de su misión le impedirá la posibilidad de rehacer su vida junto a la viuda Bishop. A esta, interpretada por Anne Bancroft, la guerra le ha arrebatado a su marido por lo que debe ocuparse ella sola de un niño de corta edad que pretende encontrar en el mayor sudista al imposible sustituto de su padre fallecido. Respecto a la situación de Kathy es muy significativa la primera conversación que mantiene con Benton en la que responde, tras la afirmación de aquel en el sentido de que esperaba encontrar a alguien más maduro, que su viudedad es “producto de la guerra”. Quizás sea la relación que se establece entre ambos uno de los aspectos menos logrados y desarrollados del filme. El capitán Foster (Richard Boone) es un militar torturado por su comportamiento en el pasado y amargado al haber quedado encargado del reclutamiento de futuros combatientes; es el único personaje con una evolución favorable al recuperar al final la dignidad perdida. El capitán Dwyer (Peter Graves) que en la contienda no sólo ha perdido su hacienda sino también a su mujer. Y el teniente Keating (Lee Marvin) un desequilibrado para el que la guerra supone la oportunidad de canalizar tanto su actitud violenta como su rencor.



El resultado es un western duro, desesperanzado, amargo e, incluso, por momentos nihilista, en el que se da una visión desoladora de la Guerra de Secesión, y por extensión de cualquier conflicto bélico, sin vencedores ni vencidos ya que todos los contendientes, por el hecho de serlo, se convierten en perdedores; y en el que se hace hincapié tanto en el sufrimiento de la población civil como en la manipulación que sufre esta por parte de las autoridades (En este sentido hay que destacar la escena del sermón en la iglesia con un sacerdote haciendo un retrato deshumanizado de los sudistas, hecho que contrasta con los vínculos establecidos por el Mayor Neal Benton, presente en el templo, con gran parte de la población).



Así son constantes las escenas y los mensajes más o menos directos con los que el dúo Fregones-Boehm nos muestran la crudeza y el drama del conflicto armado. Desde la introducción en el que los fugados abandonan a un compañero herido que morirá acribillado a balazos, pasando por el plano en el que se enfoca a un soldado yanqui sin una pierna, la actividad del comerciante por el que se hace pasar el mayor Benton (símbolo de los individuos carentes de escrúpulos que buscan en la guerra enriquecerse a costa de las penurias de la población al comerciar tanto con el Norte como con el Sur) o la referencia a una granja abandonada tras haber muerto todos los hijos de los dueños en Gettysburg; hasta la escena final en la que los soldados rebeldes, tras haber arrasado St. Albans, utilizan a la población de la ciudad como escudo ante la inminente llegada de la caballería nordista.



En definitiva, un filme muy atractivo, de escaso presupuesto y claro antecedente, respecto a su posicionamiento en relación con la contienda bélica, de la superior “Misión de audaces” (John Ford, 1959), recientemente reseñada en este blog, que merece ser rescatado de entre los numerosos westerns de serie b filmados durante la década de los cincuenta.




viernes, 20 de octubre de 2017

PEQUEÑO GRAN HOMBRE

(Little big man, 1970)

Director: Arthur Penn
Guión: Thomas Berger y Calder Willingham

Intérpretes:
- Dustin Hofmann: Jack Crabb
- Faye Dunaway: Mrs. Pendrake
- Chief Dan George: Old Lodge Skins
- Martin Balsam: Mr. Merriweather
- Richard Mulligan: General George A. Custer
- Jeff Corey: Wild Bill Hickok
- Aimee Eccles: Sunshine
- Kelly Jean Peters: Olga Crabb

Música: John Paul Hammond
Productora: 20th Century Fox
País: Estados Unidos

Por Xavi J. Prunera. Nota: 7,5

General Custer: “No habrá indios allí, supongo”
Jack Crabb: “Yo no he dicho eso. Allí le aguardan miles de indios. Y cuando terminen, solo quedará de usted una grasienta mancha. Esto no es río Washita, General. No son mujeres y niños indefensos los que le están esperando. Son guerreros Cheyennes y Sioux. Vaya a su encuentro si tiene agallas”


SINOPSIS: Jack Crabb es un anciano de 121 años que relata su dilatada vida a un historiador que le pregunta por su pasado. Tras asegurarle que él es el único superviviente blanco de la última batalla del General Custer en Little Big Horn, Crabb nos cuenta como fue capturado y criado por los cheyennes desde niño y como desempeñó diferentes ocupaciones (buhonero, tendero, pistolero, mozo de mulas, trampero, ermitaño…) y fue testigo de mil y una vicisitudes a caballo entre los hombres blancos y su antigua tribu.


Desde luego “Pequeño Gran Hombre” es un western de su tiempo, los 70’. Un tiempo en el que el western clásico y crepuscular aún gozaban de relativa buena salud (“Río Lobo”, “El último pistolero”, “Dos mulas y una mujer”, “Pat Garrett & Billy the kid”, “La balada de Cable Hogue”, “La venganza de Ulzana”…) pero en el que, poco a poco, el spaghetti-western (“¡Agáchate, maldito!”, “Vamos a matar, compañeros”, “Keoma”, “Mannaja”, “Mi nombre es ninguno”…) y ciertas propuestas más contemporáneas e innovadoras (“Las aventuras de Jeremiah Johnson”, “Un hombre llamado caballo”, “Los vividores”, “El fuera de la ley”,  “Soldado Azul”…) empezaban a abrirse paso. “Pequeño Gran Hombre” forma parte, obviamente, de este último grupo. Y ello comporta, por consiguiente, que no sea un western demasiado apreciado por los sectores más puristas del género. Aún así, permitidme que rompa una lanza a favor de la peli de Arthur Penn. Entre otras cosas porque pese a sus defectos —que los tiene— “Pequeño Gran Hombre” es uno de esos westerns que generan empatía, que se ven con agrado, que destilan encanto, vaya.


De entrada conviene recordar que la coletilla del título dice “Was Either The Most Neglected Hero In History Or A Liar Of Insane Proportion!”. Algo así como “Fue el héroe más descuidado de la historia o un mentiroso de proporciones demenciales!”. Con ello ya partimos de la base que la historia de los Estados Unidos (como las historias de casi todos los países) se halla envuelta por un aliento épico y grandilocuente más que sospechoso. Una historia “oficial” que intenta camuflar a toda costa otra historia no tan amable. Lo que podríamos denominar como “Leyenda negra”, vaya. Y eso es lo que pretende mostrarnos con acertadas dosis de acidez y comedia Arthur Penn: la leyenda o crónica negra de los Estados Unidos a lo largo de más de un siglo, desde que un personaje de ficción llamado Jack Crabb es capturado por los Cheyennes de niño hasta que, a los 120 años, le cuenta su vida a un periodista (1959).


Naturalmente, Penn exagera y caricaturiza. Resulta bastante difícil de creer que el General Custer fuera tan bobo y engreído y que Wild Hill Hickok fuera tan paranoico pero, ¡qué más da!, lo que pretende Penn es desmitificar el Far West y sus héroes usando el humor, el sarcasmo y la ironía… y a fe de Dios que lo consigue. Así pues, lo que podría haber sido un relato trágico, amargo y desagradable se convierte, gracias a la mordaz narración de Penn, en una película original, osada, autocrítica y —sobre todo— muy divertida.


Pero si hay algo que me encanta de esta película es como nos muestra a los indios, concretamente a los Cheyennes. Posiblemente los nativos norteamericanos no fueran tan nobles ni los blancos tan miserables como nos los describe “Pequeño Gran Hombre” pero dejando al margen la maldita equidistancia por la que últimamente todo el mundo acostumbra a optar para ser políticamente correcto yo diría que lo más probable es que por ahí fueran los tiros. Y nunca mejor dicho.


Precisamente por eso creo que resulta más que evidente que “Bailando con lobos” le debe mucho a “Pequeño Gran Hombre”. Muchísimo. En primer lugar porque —como en “Bailando con lobos”— gran parte de su metraje transcurre en el seno de la tribu india donde Jack Crabb o “Pequeño Gran Hombre” se crió. Y en segundo lugar por su talante total y absolutamente proindio: porque los que aman la naturaleza y sus semejantes, los que tienen dignidad y principios, son los indios. Los “seres humanos”, vaya. Nada que ver con los pueblos y ciudades “civilizadas”, donde habita lo más perverso y ruin. De hecho, para los indios todo está vivo: ríos, plantas, animales… En cambio, para los blancos todo está muerto. Y si hay algo vivo, acaban matándolo.



Al margen de todo esto, “Pequeño Gran Hombre” es una película que —pese a su largo metraje (dos horas y media)— discurre ágil y resulta francamente entretenida. Algo que sumado a la excelente fotografía de Harry Stradling Jr. (“El día de los tramposos”, “Tal como éramos”, “Muerde la bala”…), a frases realmente memorables (“mi corazón se remonta como un gavilán”, “hoy es un bonito día para morir”…) y a la gran interpretación de Dustin Hofmann (perfecto para un rol de este tipo), Faye Dunaway y Chief Dan George (genial también en “El fuera de la ley”) consuma, sin lugar a dudas, un western tan inclasificable como injustamente olvidado. Atención también a la escena en la que Jack Crabb consigue engañar a Custer para que ataque a los indios en Little Big Horn y que encontraréis sintetizada en la frase o pequeño diálogo escogido para esta reseña. Como podéis suponer, mi favorita.


Así pues, notable casi alto para una peli que muchos amantes del género no suelen apreciar demasiado por su arriesgada mixtura de géneros (el humor asociado al western fue una de las causas de la extremaunción del spaghetti-western con “Le llamaban Trinidad” y sucedáneos) y también quizás por querer abarcar más de la cuenta y por esa dichosa voz en off que no a todo el mundo gusta. Quedémonos, por lo tanto, con su talante crítico y desmitificador, con su marcado carácter proindio y, como ya dije antes, con su incuestionable encanto. Porque tenerlo, lo tiene.