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jueves, 25 de enero de 2018

ODIO CONTRA ODIO

(The Halliday brand, 1957)

Dirección: Joseph H. Lewis
Guion: George W. George, George F. Slavin

Reparto:
- Joseph Cotten: Daniel Halliday
- Viveca Lindfords: Aleta Burris
- Betsy Blair: Martha Halliday
- Ward Bond: Big Dan Halliday
- Bill Williams: Clay Halliday
- Jay C. Flippen: Chad Burris
- Christopher Dark: Jivaro Burris
- Jeannette Nolan: Nante
- Peter Ortiz: Manuel

Música: Stanley Wilson
Productora: Collier Young Production (USA). Distribuida por la United Artits

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“Yo levanté este pueblo desde sus ruinas. Lo hice con mano dura y así he actuado como sheriff. Es el único modo que conozco. Tal vez mandé matar a algún inocente pero tuve que hacerlo. Esas cosas suceden. Tienes que entender que es por el bien de todos” (Big Dan Halliday a su hijo Daniel delante de su hija, Martha, y del cadáver de Jivaro, prometido de esta).



Joseph H. Lewis es un director caído en el olvido que afortunadamente está siendo reivindicado en la actualidad, especialmente por sus incursiones en el thriller y en el cine negro con títulos tan atractivos como “Mi nombre es Julia Ross” (1945), “Relato criminal” (1949) y, sobre todo, las excelentes “El demonio de las armas” (1950) y “Agente especial” (“The Big Combo”,1955).



Su aportación al wéstern, sin llegar al nivel de sus noir, no carece de interés; siendo sin duda “Odio contra odio” su propuesta en este género más personal, atractiva y conseguida en la que se aprecia su rica experiencia en el cine negro tanto desde el punto de vista estético, con una fotografía caracterizada por los acentuados contrastes de la iluminación, como desde el punto de vista argumental, al cobrar gran importancia temas recurrentes en el citado género como la fatalidad y el peso del destino.



ARGUMENTO: Big Dan Halliday, ganadero y sheriff de una población fronteriza, se comporta de forma despótica como dueño y señor de haciendas y personas. Padre de tres hijos, la tragedia estallará en la familia tras haber permitido el linchamiento del prometido mestizo de su hija.



La película es un claro ejemplo del grado de madurez alcanzado por el wéstern en la década de los años cincuenta, con la proliferación de argumentos cada vez más complejos, y se incluye dentro de lo que podríamos denominar wésterns sobre dramas familiares, cuyas historias se centran en los conflictos surgidos en el interior de una familia de grandes terratenientes en la que, generalmente, el progenitor mantiene una actitud tiránica. Así, entroncaría con películas como “Duelo al sol” (King Vidor, 1946), “Las furias” (Anthony Mann, 1950) o la ya reseñada “Lanza rota” (Edward Dmytryk, 1954), con las que además comparte como arco argumental la denuncia del racismo latente en la sociedad.



No obstante, a diferencia de los anteriores, el filme contó con un presupuesto muy limitado (estamos ante una producción independiente de Collier Young distribuida por la United Artits, compañía cinematográfica especializada en dar su apoyo a este tipo de productos) y, como tal, atesora las principales virtudes del wéstern serie b, entre ellas su concisión. Así el director tan sólo necesito setenta y cinco minutos para desarrollar una historia de enfrentamientos intergeneracionales de gran profundidad. Muestra de esta exactitud y precisión a la hora de narrar es la primera y magnífica escena que, a través de un gran plano secuencia, nos introduce de lleno en el drama.





Junto a la capacidad de síntesis mostrada por Joseph H. Lewis, el filme destaca por su cuidado aspecto formal gracias tanto al director como a su operador Ray Renahhan, un gran director de fotografía galardonado por dos veces con el Oscar (“Lo que el viento se llevó” y “Sangre y arena”) y responsable de la fotografía de la mencionada “Duelo al sol”. Ambos dotan al filme de un marcado estilo expresionista, no sólo por la acentuación de los claroscuros, sino por la concepción de determinadas escenas, entre las que destaca la del asalto a la cárcel con el objeto de linchar a Jívaro, prometido de la hija de Big Dan Halliday, en la que se aprecia la huella de cineastas como Murnau y Lang. Además, Lewis nos ofrece toda una lección respecto a la utilización de la grúa y de los travellings, construyendo el filme a través de planos secuencia; y se muestra especialmente inspirado en la composición de los planos con una perfecta utilización de la profundidad de campo. Muestra del perfeccionismo formal alcanzado por la cinta es la secuencia protagonizada por Daniel y Aleta en torno a una fogata que sobresale por su peculiar belleza y su carácter onírico.



Pero el filme no es tan sólo un mero ejercicio de estilo vacío, sino que el virtuosismo técnico está al servicio de una historia, narrada a través de un extenso flashback, desgarradora y crudísima sobre el odio creciente entre un padre y su hijo con el racismo como telón de fondo.



Ward Bond, magnífico una vez más, encarna a Big Dan Halliday, un papel pensado para Charles Bickford. El típico hombre creado a sí mismo que no sólo levantó un gran imperio ganadero, sino que construyó una ciudad arrebatándoles el terreno a los indios. Es a la vez el dueño del rancho más grande de la comarca y el sheriff del lugar, manejando a su antojo todos los resortes del poder y grabando de forma real o simbólica su marca en todo y en todos (de ahí el título original, “The Halliday brand”). Acostumbrado a imponer su voluntad, no admite actuaciones y opiniones contrarias a los suyas; y aunque aparentemente tolera a los indios, incluso les cede tierras, no soportará el noviazgo de su hija con un mestizo al que, acusado de un asesinato, no protegerá permitiendo su ejecución.



A Joseph Cotten, sin duda un gran actor, se le ve incómodo en el papel de Daniel, el primogénito de Big Dan, quizás porque Ward Bond tan sólo era dos años mayor que él. Daniel, tan orgulloso como su padre, urdirá un plan tendente a aislar a su progenitor mostrándole vulnerable, con lo que perderá la confianza y el apoyo de sus vecinos. Así, al igual que el profeta homónimo, anunciará el final del imperio construido por su padre. Pero en el desarrollo del mismo se mostrará tan despiadado y cruel como Big Dan, de tal forma que Aleta, hermana de Jivaro por la que se siente atraído Daniel, le comentará: “Te has convertido en el hombre que odiabas”.



La disputa entre ambos culminará en una brutal pelea con graves consecuencia tanto físicas como emocionales para Big Dan. Aunque este, no acostumbrado a la derrota y a pesar de estar gravemente enfermo, intentará vengarse y acabar con su hijo hasta el último momento.



Como aspecto negativo del filme debo destacar los errores en el casting que deslucen en parte el resultado final. A un inapropiado Cotten hay que añadir a la actriz sueca Viveca Lindfords poco convincente como Aleta, personaje para el que se contó inicialmente con Debra Paget, y a Betsy Blair demasiado apagada como Martha Halliday. Una lástima, porque ambos personajes son interesantes y se muestran más racionales que los pasionales personajes masculinos.



De todos modos, “Odio contra odio” es un wéstern diferente, esplendido y oscuro, en el que tan sólo la última escena edulcora un poco la dureza del mismo, que, sin duda, hubiera tenido un final más acorde con el tono empleado si hubiera finalizado en la secuencia anterior, con el padre enfermo en su habitación y abandonado por sus hijos.




jueves, 18 de enero de 2018

CERCO DE FUEGO

(Rocky Mountain, 1950)

Dirección: William Kieghley
Guion: Winston Miller y Alan LeMay

Reparto:
- Errol Flynn: Captain Lafe Barstow
- Patrice Wymore: Johanna Carter
- Scott Forbes: Lt. Rickey
- Guinn “Big Boy” Williams: Pap Dennison
- Dickie Jones: Jim Wheat
- Howard Petrie: Cole Smith
- Slim Pickens: Plank
- Chuby Johnson: Gil Craigie
- Yakima Cannut: Trooper Ryan
  
Música: Max Steiner
Productora: Warner Bross (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

"Estáis intentando formar un ejército, pero no tenéis tiempo de reagrupar un pelotón” (Cole Smith al capitán Barstow) 

“Cerco de fuego” fue el último wéstern de Errol Flynn y constituye una rareza respecto a la mayoría de los filmes de este género protagonizados por el actor en el seno de la Warner Bross. Así películas como “Dodge ciudad sin ley” (Michael Curtiz, 1939), “San Antonio” (David Butler, 1945) o “Montana” (Ray Enright, 1950) son producciones con un sello propio fácilmente reconocible caracterizadas por su tono vitalista, por su gran presupuesto, por la utilización del Technicolor y por la importancia de los espacios urbanos.



Sin embargo con “Cerco de fuego”, gracias a un sólido guion de Winston Miller (“Pasión de los fuertes”) y Alan LeMay (autor de las novelas “Centauros del desierto” y “Los que no perdonan”), nos encontramos con un wéstern de tono sombrío acentuado por la excelente fotografía en blanco y negro de Ted McCord; además de haber sido rodado en exteriores en su totalidad y de contar con un escaso presupuesto.



La dirección fue encomendada a William Kieghley, hombre de confianza de la productora, tan correcto como impersonal, y con una extensa filmografía en la que destacan títulos como “Balas o votos” (1936), “Robín de los bosques” (1938) en la que fue sustituido por Michael Curtiz, “Muero cada amanecer” (1939), “La calle sin nombre” (1948) una de sus mejores películas curiosamente realizada para la Twentieth Century Fox, o “El señor de Ballantry” que le volvió a reunir con Flynn.

En esta ocasión filmó un wéstern al más puro estilo de Raoul Walsh (en nómina en la Warner Bross desde 1939 a 1953) en el que confluyen dos de las características de su cine: la pasión por la aventura y el gusto por la tragedia.



ARGUMENTO: Un mes antes de acabar la Guerra de Secesión el capitán Lafe Barstow, al mando de un pelotón de siete hombres,  recibe la orden de internarse en territorio enemigo e intentar reclutar un ejército en California. La misión se complicará tras salvar de un ataque indio al conductor de la diligencia y a una mujer, Johanna Carter, novia de un teniente yanqui al que posteriormente apresarán junto a tres de sus hombres y a otros tres guías indios.



La película cuenta con un prólogo desarrollado en época actual en el que a través de una placa conmemorativa se pone en antecedentes al espectador de los acontecimientos narrados en el filme. Ya desde ese mismo instante el director parece prevenirnos de que vamos a asistir a la historia de un fracaso, máxime teniendo en cuenta que los acontecimientos narrados, el intento desesperado del Sur por crear un ejército en la retaguardia de las fuerzas de la Unión con el objetivo de retrasar el fin de la guerra, tuvieron lugar en marzo de 1865 y la paz se firmó en abril de ese mismo año.



Sensación de fracaso acentuada en la siguiente escena en la que la voz en off del capitán Barstow afirma: “Nuestra misión era imposible pero debíamos seguir adelante. Sabíamos que estábamos viviendo los últimos días de nuestra causa”.



Así, desde el primer momento, el filme adquiere un tono pesimista y melancólico al presentarnos a un grupo de individuos embarcados en una misión imposible. Además, a lo largo de la película los protagonistas encontrarán obstáculos que entorpecerán aún más el cumplimiento de sus objetivos, acentuando el carácter fatalista de la historia. Son, en definitiva, personajes que se verán arrastrados por una serie de acontecimientos concatenados, debiendo el grupo ir improvisando sus decisiones, hasta llegar al dramático desenlace, una vez conocido el fracaso de su misión, en el que, atrapados en las montañas por los indios shoshones y el ejército de la Unión que ha sido alertado por el prometido de Johanna, decidirán servir de señuelo con una maniobra de distracción para facilitar la huida de sus rehenes.



Película reflexiva, se desarrolla durante tres días y dos noches con las montañas como escenario, consiguiendo el director, a pesar de estar rodada en espacios naturales, una atmósfera opresiva.



En ese período iremos conociendo a los distintos miembros del grupo de entre los que destaca, lógicamente, el capitán Barstow en una inusual y gran interpretación del actor australiano alejada del vitalismo y dinamismo acostumbrados y de su eterna sonrisa. Aquí nos ofrece un registro más grave que, junto a su aspecto algo avejentado por los excesos cometidos con el alcohol y las drogas, se adecúa a su personaje, un hombre de honor desengañado y maltratado emocionalmente por la guerra al haber perdido a su mujer; pero empeñado en cumplir su misión a pesar de saber la inutilidad de esta y capaz de llevar a cabo un último acto heroico.



“Cerco de fuego” es, por tanto, un wéstern maduro, amargo y complejo, con escenas inolvidables como la correspondiente a la carga suicida final o la relativa al homenaje que el escuadrón de la Unión rinde a este puñado de valientes; además de suponer la más que digna despedida de este género de un actor mítico: Errol Flynn.



Como anécdota comentaros que durante el rodaje Errol Flynn y Patrice Wymore se enamoraron y contrajeron matrimonio pocos meses después en Mónaco. El matrimonio duró hasta la muerte del actor en 1959.



miércoles, 10 de enero de 2018

LANZA ROTA

(Broken lance, 1954)

Dirección: Edward Dmytryck
Guion: Richard Murphy basado en una historia de Philip Yordan

Reparto:
- Spencer Tracy: Matt Devereaux
- Robert Wagner: Joe Devereaux
- Jean Peters: Barbara
- Richard Widmark: Ben Devereaux
- Katy Jurado: Señora Devereaux
- Hugh O’Brian: Mike Devereaux
- Eduard Franz: Two Moons
- Earl Holliman: Denny Devereaux
- E. G. Marshall: Horace-The Governor
- Carl Benton Reid: Clem Lawton

Música: Leigh Harline
Productora: Twentieth Century Fox (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,5

"No lo sé. Un hombre que es capaz de arrojar 10.000 dólares en una escupidera me pone nervioso” (Ben a sus hermanos Mike y Denny tras haber rechazado Joe su ofrecimiento).


“Lanza rota” es un claro ejemplo de la evolución del wéstern desde finales de la década de los cuarenta y durante los diez años siguientes, con producciones cuyas tramas eran cada vez más complejas y con un mayor peso de las situaciones dramáticas y de los conflictos psicológicos entre los personajes. De hecho, la película que nos ocupa es un remake ubicado en el Lejano Oeste de “Odio entre hermanos”, drama con elementos de noir dirigido por Joseph Leo Mankiewicz en 1949 y producido, al igual que este filme, por Sol C. Siegel durante su etapa en la Twentieth Century Fox.



Además fue uno de los primeros wésterns, junto a “El jardín del diablo” (película dirigida por Henry Hathaway en 1954 ya reseñada en el blog), rodado en CinemaScope, sistema de filmación lanzado por la Twentieth Century Fox en 1953 con “Cómo casarse con un millonario” y “La túnica sagrada”, del que Edward Dmytryck obtiene un gran partido (de hecho la primera secuencia parece concebida para mostrarnos las inmensas posibilidades del nuevo sistema).



ARGUMENTO: Joe Devereaux, hijo del magnate ganadero Matt, tras salir de la cárcel jura vengarse de sus tres hermanastros causantes de la muerte de su padre.

Partiendo de un ambicioso guion de Richard Murphy, basada en una historia de Philip Yordan por la que irónicamente recibió el único Oscar de su carrera, en el que se podían apreciar influencias tanto de Shakespeare, en concreto “El rey Lear”, como de la Biblia con el pasaje sobre Caín y Abel, Edward Dmytryck rodó, a través de un extenso flashback, un filme sobre la decadencia de un imperio ganadero y la rivalidad surgida en el seno familiar. Una película no lograda del todo en el que abordó varios temas.



La evolución del Lejano Oeste y con ello la construcción de un país.

Nos encontramos en las últimas décadas del siglo XIX y se ha consumado, prácticamente, la conquista del territorio despojando a sus propietarios legítimos, los nativos norteamericanos, de sus tierras. Es un mundo nuevo en el que los conflictos ya no se solventan con las armas sino a través de la ley. Matt Devereaux, el patriarca familiar y representante de los colonos primigenios forjadores con su esfuerzo de grandes imperios, parece no adaptarse a los nuevos tiempos y esta falta de adaptación desencadenará el drama posterior.



Su apego por el pasado le llevará igualmente a dirigir su rancho de forma tradicional y a no escuchar los consejos de sus hijos y en especial de Ben, personajes más cercanos a la modernidad (representada por la ciudad en donde destaca el monumental edificio del Gobernador) y a la legalidad; además de ser más conscientes de las oportunidades que los nuevos tiempos brindan con la aparición de recursos apenas explotados como el petróleo.

La indiferencia, cuando no el desprecio, mostrado por Matt hacia las ideas novedosas de sus vástagos constituirá un nuevo motivo de conflicto, sobre todo con su hijo mayor al que constantemente ninguneará.



El racismo, apenas disimulado, persistente en la sociedad norteamericana.

La esposa india de Matt no termina de ser aceptada por su propio círculo. Tal es así que, tratando de ocultar su origen, la llaman señora como si fuera mexicana; mientras que la mujer de su abogado suele excusar sus ausencias cuando es invitada por los Devereaux. Incluso se alude al ignominioso hecho de que los indios no fueran considerados ciudadanos estadounidenses por lo que no podían tener ninguna propiedad. 

Estos sentimientos xenófobos son palpables también en el gobernador, gran amigo del ranchero desde su juventud, al rechazar la incipiente relación amorosa de Joe, el vástago mestizo de Matt, con su hija.



El ecologismo.

La película denuncia los excesos y peligros de la revolución industrial representada en una mina de cobre contaminante del agua de un río necesaria para la crianza del ganado de los Devereaux. De esta forma Dmytryck parece defender la idea de que la modernidad supone la ruptura del equilibrio ecológico y el fin de una forma de entender la vida, propia de los nativos estadounidenses pero también de los primeros colonizadores como Matt, basada en el respeto a la naturaleza.

La industrialización se nos presenta, pues, como un fenómeno depredador del entorno natural.

Los lazos existentes en la sociedad norteamericana entre el poder económico, encarnado en Matt, y el poder político, representado por Horacio; ya que el primero impulsó la carrera del segundo y fue fundamental en su nombramiento actual como Gobernador. Incluso se insinúa el control ejercido hasta ese momento por ambos poderes sobre los jueces.

En definitiva, Matt es un cacique acostumbrado a controlar todos los resortes del poder.



A pesar de esta actitud nada complaciente en relación con la formación de los EEUU, el director no intenta juzgar a los personajes sino que parece comprenderlos al presentárnoslos como víctimas de las circunstancias y de su carácter, no tomando partido por ninguno de ellos. Sobre todo en relación con los dos que sustentan la trama principal, interpretados por un soberbio Spencer Tracy (Matt) y un no menos extraordinario Richard Widmark (Ben) que mantienen un duelo interpretativo de gran altura.



Matt es el típico hombre hecho a sí mismo que forjó un imperio de la nada a pesar de verse viudo y con tres niños pequeños. De ahí que se le identifique con el lobo, símbolo en algunas culturas de la fuerza y el valor, además de aparecer en numerosos relatos míticos sobre la formación de clanes y dinastías.



Individuo duro y recto, su situación personal le ha convertido en un ser despótico, autoritario, intransigente y soberbio que ha tiranizado a sus tres hijos mayores desde su más tierna edad. Tan sólo mostrará su lado humano con su segunda esposa (una espléndida Katy Jurado, nominada al Oscar como actriz secundaria), personaje que intentará mantener unida a la familia y hacerle ver los excesos cometidos en el trato dado a sus tres hijos.

Matt es, además, un hombre anclado en el pasado y, por tanto, condenado a desaparecer con los tiempos nuevos.



En cuanto a Ben, el personaje más interesante y símbolo del empresario moderno, se debate entre el cariño a su progenitor y el rencor por tantos años de tratamiento injusto. Resentimiento agravado por la relación mucho más cercana y cariñosa mantenida por su padre con Joe, el hijo menor que no vivió los años más duros y al que le llega a decir su padre: “Todo el ganado que hay aquí es tan tuyo como mío”.



La relación entre los dos da lugar a una de las mejores escenas de la película en la que Ben le reprocha a Matt que: “¿Alguna vez me preguntaste si quería una india por madrastra cuando murió mama? O si quería trabajar dieciséis horas y cuidar de Mike y Denny además. ¿Alguna vez me preguntaste si quería dejar los estudios y venir a trabajar como un criado? Vamos a ver, ¿Cuándo me preguntaste lo que pensaba o lo que quería? ¿Cuándo? Nunca lo hiciste”. Y Matt le responde: “Podías haberte ido. Lo hubiera entendido”.



El resto de los personajes no son tan interesantes. Robert Wagner (lanzado junto a Jeffrey Hunter por la Twentieth Century Fox en los años cincuenta como una estrella) da vida a Joe y se ve eclipsado por Tracy y Widmark, actores de mayor entidad y carisma; mientras que los personajes de Mike y Denny apenas si están perfilados y Barbara (encarnada por una Jean Peters que se retiraría dos años después tras contraer matrimonio con Howard Hughes), en principio una mujer interesante por su valentía, inteligencia y arrojo, está totalmente desaprovechada al limitarse a protagonizar una historia de amor bastante insulsa aunque sirve de apoyo para denunciar el racismo existente en la sociedad. Relación amorosa que, además, rompe el ritmo de la película, suaviza innecesariamente su dureza y distrae al espectador de la trama principal.



Asimismo, en el epílogo tanto el director como el guionista parecen buscar una solución excesivamente moralizante, abandonando la imparcialidad mantenida hasta ese instante con los personajes, al ofrecernos, según mi punto de vista, un final inadecuado y alejado del enfoque dado a la historia a lo largo del resto del filme. Da la sensación de que intentaron introducir más acción con el innecesario enfrentamiento entre Joe y Ben. Escena, sin embargo, magníficamente planificada y rodada en la que el papel del indio Two Moons adquiere un valor simbólico.



“Lanza rota”, por tanto, no desarrolla adecuadamente los interesantes temas planteados, quizás por ser demasiados, y cuenta con un final decepcionante y facilón, pero es un wéstern muy logrado, clara muestra de la ductilidad del género; además de contener grandes escenas como la ya comentada del enfrentamiento verbal entre Matt y Ben, la última cabalgada de Matt y el encuentro con sus hijos o el regreso de Joe al rancho, abandonado por su familia, con el que arranca la historia a través de un largo flashback al enfocar la cámara el cuadro de su padre.



jueves, 21 de diciembre de 2017

EL DÍA DE LOS FORAJIDOS

(Day of the outlaw, 1959)

Dirección: André De Toth
Guion: Philip Yordan

Reparto:
- Robert Ryan: Blaise Starret
- Burl Ives: Jack Bruhn
- Tina Louise: Helen Crane
- Alan Marshal: Hal Crane
- Venetia Stevenson: Ernine
- David Nelson: Gene
- Nehemiah Persoff: Dan
- Jack Lambert: Tex
- Frank DeKova: Denver
- Elisha Cook Jr.: Larry Teter
- Lance Fuller: Pace

Música: Alexander Courage
Productora: Security Pictures (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8.

"Es curioso cómo el mundo puede hacer cambiar la vida de un hombre… En Westpoint me formaron para ser un soldado. Allí uno se olvida de que es un ser humano” (Bruhn, mientras le operan, explicando a Blaise porqué cometió un acto brutal en el pasado, cuando era militar, que le ha cambiado la existencia).


Segunda aparición del húngaro André De Toth en este blog tras haber reseñado la admirable “La mujer de fuego” (Ramrod, 1947). Con la película que nos ocupa, su mejor wéstern y muy probablemente su filme más conseguido junto con dos joyas del noir como “Pitfall” (1948) y “Ola de crímenes (1954), se despediría de un género al que aportó, además, títulos tan sugerentes como “El honor del capitán Lex” (1952), “Pacto de honor” (1955) o “La última patrulla” de 1953 y “El cazador de recompensas” de 1954 (ambas incluidas dentro del ciclo de las seis películas rodadas entre 1951 y 1954, tanto para la Columbia como para la Warner, con Randolph Scott como protagonista).



ARGUMENTO: El pequeño pueblo de Bitters sufre el enfrentamiento entre el poderoso ganadero Starret y el granjero Crane; disputa acrecentada al estar enamorado el primero de la mujer del segundo. Con la llegada de una banda de forajidos, liderados por el exoficial nordista Bruhn, ambos deberán olvidar sus rencillas para intentar evitar que los bandidos arrasen la aldea.



Si por algo se caracteriza “El día de los forajidos” es por su originalidad, por su singularidad. Tanto respecto al escenario físico en donde se desarrolla la trama, un pequeño pueblo aislado entre montañas nevadas; como por la trama en sí, más propia de un thriller de corte psicológico que de un wéstern. Así el filme entronca con otras rarezas de este género como “El secreto de Convict Lake”, dirigida por Michael Gordon en 1951 y ya reseñada en este blog, o “El rastro de la pantera” (William Wellman, 1954), incluso se aproxima a clásicos del noir como “Cayo Largo” (John Huston, 1948).

De Toth, además, nos ofrece una visión pesimista del género humano a través de unos personajes ambiguos moralmente, cuando no directamente negativos.




Efectivamente, el filme se caracteriza por carecer de héroes. El protagonista, Blaise Starret al que dio vida un adecuado Robert Ryan, es un despótico, violento y tiránico ganadero con un pasado turbio. Individuo soberbio y posesivo, no admite que la mujer que desea haya contraído matrimonio con otro hombre. Mientras que el coprotagonista Jack Bruhn, un imponente Burl Ives, fue en su día un honorable oficial pero se ha convertido, por un grave error cometido en el pasado, en un vulgar bandido que, en el fondo, desprecia a sus hombres y a su forma de vida. Ambos personajes, no obstante, evolucionarán a lo largo de la película en una especie de catarsis. Aunque dicha evolución será inversa. Blaise, tras contemplarse en el espejo y no gustarle lo que ve reflejado en él, se convertirá en un hombre nuevo, un ser más humano, más digno y por primera vez no actuará motivado por sus intereses; mientras que Jack recuperará un pasado presidido por la honorabilidad. Con ello, De Toth parece subrayar la delgada línea que separa el bien del mal.



Frente a estos dos ambiguos personajes, los miembros del grupo de forajidos se nos presentan como auténticas alimañas sedientas de alcohol, sexo y dinero; capaces de matarse entre ellos, en las condiciones más extremas, con el único objeto de incrementar su parte del botín. Tan sólo el joven e inexperto Jim y Shorty, un veterano que combatió junto a Bruhn, escapan de este duro y descarnado retrato.



Esta sombría visión del ser humano la estructura el director, apoyado en un excepcional guion de Philip Yordan (“Johnny Guitar”, “Lanza rota”, “El hombre de Laramie”), en tres partes claramente diferenciadas:



- Una introducción, en la que parece que asistiremos al típico wéstern sobre el enfrentamiento entre ganaderos, defensores de los espacios libres, y colonos, representantes de las cercas; aunque agravado y enriquecido por la existencia de un conflicto de tipo sentimental entre el protagonista y el principal granjero del pueblo. Tramo en el que destaca, sin duda, la logradísima escena del duelo inconcluso con el plano de la botella rodando a lo largo del mostrador del saloon.



- La parte central, iniciada con la violenta e inesperada irrupción del grupo de forajidos comandado por Jack Bruhn, caracterizada por una violencia soterrada y en la que sobresalen escenas como la del baile, con una carga sexual inusual para la época, la brutal pelea entre Blaise y dos de los forajidos o la operación de Jack, con un acentuado simbolismo.



- El tramo final, de una gran fuerza, desarrollado en exteriores y en el que la naturaleza cobra un papel determinante, con el que el filme termina por alcanzar un nivel altísimo. En la misma, tanto Blaise como Jack asumirán su sacrificio en un intento de expiar sus pecados. Para ello se embarcarán en un viaje redentor, cuyo único destino es la muerte, con el objeto de evitar el saqueo y la destrucción del pueblo por los hombres de Bruhn. Así, De Toth va a elaborar un discurso profundamente moral e, incluso, religioso sin necesidad de enfatizar el mensaje, ni acudir a largos y pesados diálogos; sino, tan solo, mostrando la forma de actuar de los dos protagonistas. Además, en esta última parte, el director nos regala momentos magníficos como el plano de uno de los forajidos muerto por congelación (imagen que remite al final del personaje interpretado por Robert Taylor en “La última caza”, película dirigida por Richard Brooks en 1956) o aquel en el que otro de los bandidos no puede acabar con Blaise al tener los dedos congelados, debiendo asumir no solo su cercana muerte sino su más absoluta derrota ante su enemigo.



Debo referirme, finalmente, al altísimo nivel técnico del filme en el que sobresale el trabajo de Jack Poplin, la adecuada y gran banda sonora compuesta por Alexander Courage y, sobre todo, la fotografía de Russell Harlan, un gran profesional con seis nominaciones al Oscar, que aprovecha espectacularmente el paisaje nevado y rocoso en donde se desarrolla gran parte de la película y dota al filme de una atmósfera de irrealidad, casi fantasmagórica, como si nos estuviera preparando para el ritual de muerte al que asistiremos en el último tramo de la película.



Sólo me queda recomendar este filme a aquellos que no lo hayáis visto y animaros a quienes lo conozcáis a revisarlo, porque es tal su complejidad y hondura que en cada pase se descubre algo nuevo; además de demostrar que André De Toth era mucho más que un simple artesano con una exquisita técnica cinematográfica. Un director, desgraciadamente caído en el olvido, para el que: “Combinar imágenes con tempo, con ritmo, es un arte, la magia de hacer películas. No puede ser un acto mecánico: lo sientes o no lo sientes. La perfección técnica no puede reemplazar a la inspiración”. Y en esta película estuvo realmente inspirado.