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jueves, 20 de octubre de 2016

LA DILIGENCIA

(The stagecoach) - 1939

Director: John Ford
Guion: Dudley Nichols

Intérpretes:
- Claire Trevor: Dallas
- John Wayne: Ringo Kid
- Thomas Mitchell: Doc Boone
- Andie Devine: Buck
- John Carradine: Hartfield
- Louise Platt: Lucy Mallory
- George Bancroft: Marshall Curley
- Donald Meek: Samuel Peacock
- Berton Churchill: Gatewood
- Tim Holt: Teniente Blanchard   

Música: Temas populares arreglados, entre otros, por Richard Hageman

Productora: Walter Wanger Production 
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 8,5

"Somos las víctimas de un morbo infecto llamado prejuicios sociales" (El doctor Boone a Dallas inmediatamente antes de ser expulsados de Tonto por los miembros de la Liga de la Ley y el Orden)


ARGUMENTO: Un grupo de individuos viaja de Tonto a Lordsburg. Pronto se les unirá un proscrito, Ringo Kidd. Juntos deberán vencer a sus prejuicios morales y hacer frente a numerosos peligros, entre los que se encuentra  la revuelta del apache Gerónimo.


Quizás no sea el mejor western de la historia del cine pero, sin duda, es uno de los más importantes y de mayor influencia porque convirtió lo que hasta ese momento era un género considerado menor, caracterizado, salvo escasas excepciones, por producciones realizadas en serie destinadas a rellenar las sesiones dobles a base de historias simples y con personajes planos, en un género para adultos con argumentos más complejos y personajes perfectamente definidos. El resultado fue que por primera vez, si exceptuamos “Cimarrón” (Wesley Ruggles, 1931), un western estuvo nominado a siete Oscar, incluidos a los de mejor película y director; aunque tuvo la fatalidad de competir con “Lo que el viento se llevó”,  por lo que sólo fue galardonada con dos frente a los diez que obtuvo la lujosa y plúmbea producción de David O. Selznick quien, curiosamente, había rechazado el proyecto de Ford. Sin embargo creo que el tiempo ha puesto a ambas películas en su lugar.

Se trata por tanto del western que indicó por dónde debía transitar este género, pero además a través del relato de un grupo heterogéneo de individuos enfrentados a un enemigo común en el que se combinan perfectamente aventura, humor, principalmente con el personaje de Curly, y amor, Ford nos da una visión nada complaciente de una sociedad hipócrita y puritana, caracterizada por sus prejuicios y obsesionada por las apariencias; y al mismo tiempo crítica el capitalismo salvaje, representado en el banquero estafador que exige la inexistencia de controles en las actividades de los hombres de negocios (supongo que la crisis del 29 todavía estaba muy presente). Un individuo insolidario cuyos lemas son: “América para los americanos. El gobierno no debe intervenir en los negocios. Reducir impuestos. Un hombre de negocios como presidente”; pero que no duda en exigir la protección de ese estado que tanto denuesta, representado por el ejército, cuando lo necesita. Estamos ante un patriota de boquilla y “anarcoliberal” que intenta enriquecerse robando las nóminas de sus conciudadanos. Personaje, desgraciadamente, muy actual.

Para rematar su visión, establece una constante dialéctica entre las clases populares y la aristocracia (muy representativa en este sentido es la escena en la que Lucy se levanta de la mesa para no permanecer sentada junto a Dallas), mostrando más simpatía por los personajes marginales, seres imperfectos pero de mayor humanidad: la prostituta Dallas (personaje que se caracteriza por su solidaridad y está interpretado por una convincente Claire Trevor, aunque inicialmente se pensó en Marlene Dietrich para darle vida); el alcoholizado pero lúcido Doctor Boone (un genial Thomas Mitchell justamente galardonado con el Oscar a mejor actor secundario) al que Ford reserva la frase final que define en gran parte a la película: “Ya se han librado de las ventajas de la civilización”; o el prófugo de la justicia Ringo, acusado injustamente de un crimen que no cometió (un joven John Wayne en uno de sus primeros papeles importantes tras el injusto fracaso en taquilla del excelente western “La gran jornada” dirigida en 1930 por Raoul Walsh).


Mientras que parece retratar con más severidad a los honorables miembros de esa sociedad: Lucy, la altiva, estirada y clasista mujer de un oficial; el caballero del sur devenido en vulgar fullero (el fordiano John Carradine) al que parece importarle solamente el personaje anterior al reconocer en ella a su misma clase social, el ya comentado personaje de Gatewood (un banquero prepotente, egoísta y farsante autor de un desfalco); o, incluso, el sheriff (George Bancroft) que trata de forma diferente a las dos mujeres, así mientras que se dirige a Lucy como dama o señora a Dallas la tutea o se dirige a ella con su nombre de pila. Un grupo cuyos miembros tan sólo comenzarán a acercarse tras el nacimiento del hijo de Lucy, feliz acontecimiento en el que la actitud del médico borrachín y la prostituta será capital.

 


Desde el punto de vista técnico el filme es extraordinario. Ford filma escenas espectaculares como la del ataque a la diligencia que a pesar del tiempo transcurrido es difícilmente superable, y da toda una lección sobre la planificación y el encuadre (Anthony Mann llegó a afirmar que: “El realizador que más he estudiado, mi director favorito, es John Ford. En un plano expone más rápidamente que cualquier otro el entorno, el contenido, el personaje. Tiene la mayor concepción visual de las cosas y yo creo en la concepción visual de las cosas”); así como de la utilización del fuera de plano, en la escena del enfrentamiento entre Ringo y los hermanos Plummer cuyo suspense se acentúa al ver a uno de los personajes entrar en el saloon, y de la panorámica que le permite sacar un gran partido de su querido Monument Valley, a partir de esta película paisaje emblemático de sus mejores westerns. Además de regalarnos algunas imágenes que han pasado a la historia del cine, como la presentación de Ringo a través de un travelling frontal mientras carga su wínchester con una mano.

Por último, comentaros como anécdota que Orson Welles, impactado por “La diligencia”, reconoció haberla visto docenas de veces inmediatamente antes de dirigir “Ciudadano Kane”.



En definitiva un clásico y, como tal, atemporal que, además, rescató a su protagonista de los westerns de serie B en los que estaba encasillado (en los años posteriores rodaría “Mando siniestro”, “Hombres intrépidos” y “El guardián de la colina” de, respectivamente, Walsh, Ford y Hathaway), dando el primer paso para convertirse en el cowboy por excelencia.





jueves, 29 de septiembre de 2016

EL TREN DE LAS 3.10

(3:10 to Yuma) - 1957

Director: Delmer Daves
Guion: Halsted Welles

Intérpretes:
-Glenn Ford: Ben Wade
-Van Heflin: Dan Evans
-Felicia Farr: Emmy
-Henry Jones: Alex Potter
-Leora Dana: Alice Evans
-Richard Jaeckel: Charlie Prince

Música: George Duning
Productora: Columbia Pictures
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 8,5

"El borracho del pueblo dio su vida porque creyó que las personas deben vivir unidas con honradez y pacíficamente ¿Puedo hacer menos que él?(Dan Evans a su mujer inmediatamente antes de llevar a Ben al tren)


Delmer Daves forma parte de una generación, entre los que destacan Anthony Mann y John Sturges, posterior a la que se forjó durante el cine silente (Ford, Walsh, Hawks, Wellman) que durante los años cincuenta renovó el género del oeste.



En esta ocasión, partiendo de un relato del gran novelista noir Elmore Leonard y a pesar de que el proyecto inicialmente iba a llevarlo a cabo Robert Aldrich, nos obsequió con su mejor western encuadrado dentro de la denominada corriente psicológica, que contó como ejemplos destacados con filmes del nivel de “El pistolero” (Henry King, 1950) y “Sólo ante el peligro” (Fred Zinneman, 1952), película con la que comparte bastantes elementos en común.



La primera escena del filme nos prepara para lo que vamos a poder disfrutar, un western cuidadísimo desde el punto de vista formal. Así, la cámara enfoca al suelo desecado (la sequía se convierte en uno de los elemento que impulsan la acción) para elevarse y dejarnos contemplar en la lontananza a una diligencia. El plano se mantendrá hasta que el vehículo sobrepase a  la cámara mientras aparecen los títulos de crédito y se escucha el precioso y melódico tema principal compuesto por el gran George Duning e interpretado por Frankie Lane. Magistral. A partir de aquí Daves da toda una lección de dirección: bellos encuadres, acertadísimos planos, exquisitos travelling, sabía utlización de la grúa en las escenas exteriores (Daves junto a Mann supo integrar como pocos la naturaleza en la historia). Pero lo más importante es que todo este virtuosismo técnico se pone al servicio de una gran historia con una complejidad y profundidad pocas veces vistas hasta entonces.



Una historia que se sustenta en dos personajes fascinantes, ambiguos y contradictorios interpretados por dos sólidos actores. Por una parte tenemos al inteligente, galante y cultivado pistolero Ben Wade (gran Glenn Ford, habitual en los westerns  de Daves, en un papel que, no obstante, hubiera bordado Richard Widmark). Un individuo capaz de provocar nuestra repulsa (se nos presenta como un frío asesino en la escena de la diligencia) pero al mismo tiempo capaz de atraernos y, finalmente, al igual que le ocurre a Emmy o a la mujer de Evans, seducirnos.



 Por otra parte está Dan Evans, prototipo del estadounidense medio, un pequeño ranchero abrumado por las deudas provocadas por una pertinaz sequía al que dio vida en su mejor papel western, junto al de Joe  Starret en “Raíces profundas”, Van Heflin. Hombre rudo y trabajador, además de ejemplar padre de familia, aceptará la misión exclusivamente por la recompensa  económica, pero irá creciendo en dignidad ante nuestros ojos a medida que vaya tomando conciencia de su misión y, sobre todo, tras el sacrificio de Alex Potter, el borracho del pueblo (enorme composición de Henry Jones), en otra escena magistral cuya iluminación, de corte expresionista y debida a Charles Lawton Jr., así como su concepción parecen más propias de una película de terror que de un western.



Película que se inicia en la inmensidad de los campos abiertos en los que Daves se movía con gran destreza, para poco a poco ir reduciendo el espacio físico por el que transitan los protagonistas, hasta limitarlo a la habitación del hotel. Este hecho, unido a la mencionada fotografía que potencia los claroscuros, nos transmite una sensación opresiva, casi claustrofóbica, en consonancia con la angustia vivida por Evans.



Y es en esa pequeña habitación en la que termina por convertirse este western en una grandísima película, con un mefistofélico Wade tentando constantemente a un dubitativo Evans e intentando minar su entereza. Se establece entonces un brillante juego psicológico en el que guion y dirección se muestran perfectamente ensamblados.



¿Sucumbirá Evans a las proposiciones de Wade? ¿Lograrán tomar el tren? No os voy a contar el final; así que si queréis saber cómo acaba la película será necesario que esperéis en la estación a las 3:10.



jueves, 8 de septiembre de 2016

UN HOMBRE

(Hombre) - 1967

Director: Martin Ritt
Guion: Irving Ravetch, Harriet Frank Jr.

Intérpretes:
- Paul Newman: John Russell
- Frederic March: Favor
- Richard Boone: Grimes
- Diane Celento: Jessie
- Cameron Mitchell: Braden
- Barbara Rush: Audra Favor
- Martin Balsam: Méndez

Música: David Rose

Productora: Twentieh Century Fox. Hombre Productions
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 8

Llevo trabajando desde los diez años limpiando escupideras a diez centavos diarios. Han pasado treinta años y sólo veo por la ventana un camino que no lleva a ninguna parte (Braden explicando a Jessie las razones por las que rechaza su proposición de matrimonio)


Película dirigida en 1967 por Martin Ritt, realizador perteneciente a la denominada generación de la televisión (Mulligan, Altman, Penn, Lumet, Frankenheimer) y víctima de la ominosa Caza de Brujas del senador McCarhy, que supuso la sexta y última colaboración con Paul Newman (en este género habían realizado juntos “Hud, el más salvaje entre mil”, un western moderno, y “Cuatro confesiones”, adaptación al salvaje Oeste de “Rashomon”).



ARGUMENTO: Un grupo de viajeros de una diligencia entre los que viaja John Russell, un blanco criado por los nativos, sufre un asalto por parte de una banda de forajidos que, tras robarles, les abandona a su suerte. A partir de ese momento el grupo deberá luchar por su supervivencia, lucha que mostrará las miserias pero también la generosidad de sus miembros y convertirá a John, muy a su pesar, en el líder natural.



Basada en una extraordinaria novela de Elmore Leonard recientemente publicada por Valdemar (colección Frontera), el filme reivindica la figura y la cultura de los nativos estadounidense frente a la sociedad creada por los emigrantes europeos caracterizada por la avaricia, el racismo, que no sólo afecta a los indios sino también a los mejicanos, y la hipocresía, y cuyo máximo exponente es el doctor Favor (magnifico Fredrich March en uno de sus últimos papeles para el cine) el corrupto agente de la reserva de San Carlos (es inevitable acordarse del personaje de Gatewood en “La Diligencia”).



La película, en la que están perfectamente ensambladas las escenas dramáticas con las de acción y cuenta con una profunda carga moral y ética gracias a los estupendos diálogos escritos por la pareja Ravetch-Frank Jr. y un tono melancólico subrayado por el adecuado tema principal compuesto por David Rose, nos presenta una galería muy rica de personajes perfectamente dibujados: el descarnadamente sincero sheriff que entiende el asalto a la diligencia como una justa recompensa a su vida de miseria (Thomas Mitchell); la racista y estirada mujer de Flavor que permanece junto a él por conveniencia; el bravucón y violento jefe de la banda encarnado por el siempre eficaz Richard Boone; la insatisfecha y provocadora joven (la película tiene una carga sexual inusual para un western); el bienintencionado pero excesivamente sumiso mejicano Méndez (Martin Balsam); la veterana y mundana para la época Jessie, encargada del hostal, que resultará a la postre el personaje más lúcido y humano a la que da vida una muy apropiada Diane Celento; y, planeando sobre todos ellos, John Russell (extraordinario Paul Newman) un blanco criado por los indios que ha decidido vivir con estos y simboliza el orgullo, la dignidad, el honor y la libertad cualidades incompatibles con la sociedad del hombre blanco que le empujará a su destrucción, aunque también se muestre demasiado duro, individualista, impasible ante el dolor humano e incapaz de sentir empatía por sus semejantes (respecto a esta cuestión cobra relevancia la escena en la que Grimes arrebata el billete a un soldado sin que John Russell haga nada, ya que es un asunto que no le concierne). Se trata de un antihéroe que sólo al final, tras conversar con Jessie y comprobar la sinceridad de sus palabras y su determinación, se comportará como un héroe clásico en un memorable final pleno de tensión.






En definitiva, un western que, encuadrado por tanto dentro de la corriente psicológica y revisionista, resulta imprescindible para comprender la evolución de este género a partir de mediados de los sesenta y durante la década siguiente.



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TRAILER:


jueves, 7 de julio de 2016

LA PUERTA DEL DIABLO

Poster La puerta del diablo
(Devil’s Doorway) - 1950

Director: Anthony Mann
Guion: Guy W. Trosper

Intérpretes:
Robert TaylorLance Poole
Paula RaymondOrrie Masters
Louis CalhernVerne Coolan
Edgar BuchananSheriff Zeke Carmody
Marshall Thompson: Rod MacDougal


Música: Daniele Amfitheatrop

Productora: Metro Goldwyn Mayer
País: Estados Unidos

Por: Jesús "Elenorra" CendónNota: 8

Todos debemos aprender una lección de esto” (Orrie Masters tras haberse consumado el drama)

Western dirigido por Anthony Mann en 1950, el mismo año en el que comenzó con Winchester 73 su ciclo de cinco películas del oeste con James Stewart como protagonista que le convirtieron en uno de los grandes especialistas en este género.



Protagonizada por Robert Taylor en el papel de Lance Poole, un indio navajo distinguido con la Medalla de Honor del Congreso (la máxima condecoración de las Fuerzas Armadas en los EEUU) por su participación en la Guerra de Secesión, en la que alcanzó el grado de sargento mayor, que se verá despojado de sus tierras y su rancho puesto que al no ser considerado ciudadano estadounidense carecía del derecho a tener propiedades.



Nos encontramos, pues, ante uno de los primeros westerns revisionistas en el que no sólo se reivindica la figura del piel roja sino que se denuncia la situación de indefensión de los nativos norteamericanos despojados de todos sus derechos y de sus costumbres (no consiguieron la ciudadanía hasta 1924) y confinados en reservas en las que vivían hacinados esperando la muerte (todavía en la actualidad la mayoría viven en estas reservas).



Película, narrada en un tono pesimista, reflexiona además sobre otras dos cuestiones:



- La diferencia entre la legalidad y la justicia, sobre todo a través de las conversaciones que mantiene el protagonista con su abogada, Orrie Masters, interpretada por Paula Raymond (otra “rara avis” al ser mujer y letrada en el siglo XIX, por lo que también sufrirá cierta marginación). Como tal abogada está apegada a la ley, pero comprobará como fracasan todos sus intentos encaminados a acabar con semejante atropello.



- La necesaria tolerancia y respeto a otras culturas cuyas costumbres pueden parecer bárbaras (en este sentido es muy significativa la escena del niño con las plumas de águila). En definitiva, la indispensable comprensión de las minorías para construir una sociedad justa y en paz.



Junto a la soberbia dirección de Mann, cabe destacar la labor de John Alton, uno de los grandes directores de fotografía, que traslada al western la estética expresionista del noir norteamericano (sobre todo con la acentuación de los claroscuros como queda patente, por ejemplo, en la extraordinaria secuencia de la pelea en el saloon mientras se desencadena una tormenta en el exterior). Consiguiendo realzar el carácter trágico y sombrío del filme que, igualmente, presenta similitudes con el cine negro respecto a temas como la fatalidad o la imposibilidad de modificar el destino.



No hay que olvidar que Mann se había convertido en un consumado director de cine negro de serie B. “El último disparo” y “La brigada suicida” de 1947, “Justa venganza” (1948) o “Side Street” (1950) constituyen buenos ejemplos de su pericia en este género.



Por último, hay que mencionar la labor de dos grandes secundarios. Por una parte Louis Calhern como el avieso, resentido y racista abogado, principal inductor del conflicto al aprovecharse de la necesidad de pastos por parte de los ovejeros y del resquemor que origina en la población la prosperidad de un indio propietario de una gran extensión de terreno rico en pastos. Individuo inteligente, se valdrá tanto de su capacidad de persuasión como de sus conocimientos de una norma aberrante para conseguir sus fines. Por otra parte Edgar Buchanan en el papel del sheriff, amigo del padre del protagonista, obligado a hacer cumplir la ley aunque está no le gusta y que, muy a su pesar morirá con las botas puestas.



En definitiva, la película, que culmina con un final demoledor en el que se muestra el sacrificio inútil de Poole en la Guerra de Secesión por el que creía era su país, es una de las más sinceras, realistas y brillantes aproximaciones del Hollywood clásico a la cultura de los nativos norteamericanos, muy superior a otras propuestas más conocidas como la bienintencionada “Flecha rota”, dirigida ese mismo año por Delmer Daves, otro gran especialista.



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miércoles, 1 de junio de 2016

EL DORADO

(El Dorado) - 1966

Director: Howard Hawks
Guion: Leigh Brackett

Intérpretes:
- John Wayne: Cole Thornton
- Robert Mitchum: John Paul Harrah
- James Caan: Mississippi
- Charlene Holt: Maudie
- Arthur Hunnicutt: Bull
- Michele Carey: Josephine McDonald
- R. G. Armstrong: Kevin McDonald
- Edward Asner: Burt Jason
- Christopher George: Nelse McLeod
- Paul Fix: Doctor Miller


Música: Nelson Riddle

Productora: Paramount Pictures
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 9,5

“Se me pagaba para jugarme el pellejo y he decidido que cuándo y dónde yo quiera, no ahora” (Cole Thornton rechazando la proposición de Jason tras haber hablado con el sheriff Harrah).

Howard Hawks molesto por el camino emprendido por el cine llamó a John Wayne, igualmente incómodo y con el que había rodado “Río Rojo” (1948), “Río Bravo” (1959) y “Hatari” (1962), con el objeto de filmar un nuevo western de corte clásico basado en la novela “The stars in their courses” escrita por el especialista Harry Brown, para cuya adaptación contó de nuevo con Leigh Bracket. No contento con el resultado excesivamente trágico, el personaje de Thorton fallecía, reescribió el guion con Bracket y convirtió a “El Dorado” en una especie de revisión de “Río Bravo”. Ambas junto a “Río Lobo” constituyen una peculiar trilogía en la que no sólo se repiten los estudios en los que fueron rodadas, el pueblo de Old Tucson (también utilizado para otras producciones como “Wínchester 73”, “Duelo de titanes”, “Hombre” o “Joe Kidd”); sino situaciones e incluso planos.



De esta forma en el filme que nos ocupa podemos rastrear la huella de “Río Bravo” tanto en el esqueleto argumental (un grupo reducido de amigos enfrentados a un enemigo superior) como en escenas, entre las que destaca el enfrentamiento de los protagonistas en una iglesia que culmina en el saloon (en “Río Bravo el enfrentamiento tenía lugar en unas cuadras); o, incluso, en planos como aquel en el que Wayne da una patada a la botella que pretendía recoger Mitchum, mientras que en el filme de 1959 el objeto de su pie era una escupidera de la que iba a recoger Dean Martin una moneda.



No obstante esta película presenta grandes diferencias con su modelo:
Se aumentan considerablemente las escenas humorísticas y de corte costumbrista, fundamentales para conocer a los protagonistas y simpatizar con ellos.



En consonancia con el punto anterior, el alcoholismo de J. P. Harrah es tratado de forma cómica, lo que da lugar a algunos gags memorables, mientras que en “Río Bravo” el personaje de Dude era más dramático.



Junto a los veteranos tenemos a un joven,  pero en “Río Bravo” era, pese a su edad, un experto pistolero y en esta Mississippi tan sólo sabe manejar el cuchillo, por lo que su falta de soltura con las armas de fuego dará lugar a nuevas situaciones cómicas.



ARGUMENTO: El cacique de El Dorado, Bart Jason, presiona a la familia McDonald con el objeto de apoderarse de sus propiedades. Cole Thonton, un veterano pistolero, junto a un joven inexperto, Mississippi, y un veterano amigo, Bull, ayudará al alcoholizado sheriff de la localidad, antiguo compañero de aventuras, para restablecer la situación.



Creo que no descubro nada al sostener que Howard Hawks es uno de los mejores directores de la historia del cine. Sí además afirmo que “El Dorado” está al nivel de sus mejores películas, sin duda estamos ante una obra maestra. Una película maravillosa que se caracteriza por la forma tan lógica que fluye tanto la historia como las distintas escenas que la componen, a través de las cuales Hawks, como también había logrado en “Río Bravo” o “Hatari”,  consigue que nos encariñemos con un grupo de amigos enfrentados a un rival muy poderoso. Porque la clave de la película es la palabra amigos, sin duda la más repetida a lo largo del filme; así Hawks va a concebir este western como una apología de la amistad a través de unos personajes para los que esta es un valor supremo. Por ello Mississippi dedica dos años de su vida a vengar a su mentor, Cole Thornton no duda en atravesar un estado para ayudar al sheriff Harrah al enterarse de que se ha convertido en un borracho y este tampoco vacila en aceptar el trueque de Thornton por Jason a pesar de que el hecho suponga perder su mejor opción y quedarse en una situación muy delicada y arriesgada. Amistad en estado puro que resume perfectamente Maudie al afirmar acerca de Harrah  y Thornton que: “Le salvaste la vida o él a ti, o mutuamente y nunca os lo echaréis en cara. Hombres”. Son en definitiva modernos caballeros andantes prestos a ayudar a sus amigos, luchar contra el mal y establecer el orden natural. Hombres leales que a cualquiera le gustaría tener a su lado en caso de dificultades.



Igualmente, Hawks abordará otros dos temas: 
La profesionalidad, cuestión habitual en su filmografía, sobre todo a través de la relación entre Thorton y McLeod, dos pistoleros que muestran en todo momento su respeto, o en la actitud de Thorton al rechazar la participación de la familia McDonald en el enfrentamiento con Burt Jason al indicarle al padre que: “Digamos que estoy de parte de usted y este no es trabajo para aficionados”.



El paso del tiempo,  ya que nos vamos a encontrar con unos héroes más maduros y vulnerables que en “Río Bravo”. Un Cole Thorton que sufre parálisis temporales en su brazo derecho y un John Paul Harrah en el que el alcohol ha hecho estragos.



Junto a la gran dirección de Hawks destaca el tándem protagonista: Mitchum-Wayne, Wayne-Mitchum. Ambos nos ofrecen una lección interpretativa al alcance de muy pocos y plena de naturalidad, de tal forma que hay secuencias en las que da la sensación de que el director les hubiera rodado con cámara oculta. Acompañándoles aparecen Charlene Holt retomando prácticamente, aunque unos años después, el papel de Feathers interpretado por Angie Dickinson en “Río Bravo”; un joven James Caan; Arthur Hunnicutt en un rol pensado para Walter Brennan que no pudo incorporarse al proyecto por problemas de agenda; el televisivo Edward Asner y Christopher George que coincidiría posteriormente con Wayne, con mejor suerte para sus personajes, en “Chisum” (1970) y “Ladrones de trenes” (1973).



Por último, hay que destacar en su último trabajo y recuperado tras varios años de ostracismo al veterano Harold Rosson como director de fotografía, al que Hawks pidió que captara la luz nocturna de los cuadros de Remington; y los estupendos títulos de crédito con cuadros de Olaf Wieghorst, que interpreta el papel del armero en la película, mientras suena el gran tema compuesto por Nelson Riddle.



“El Dorado”, una lección magistral de cine. Cine con mayúsculas. Una de esas películas que me mostró como pocas la magia del séptimo arte, que me hizo amarlo de niño y que todavía hoy me sigue atrapando.


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Por: Xavi J. PruneraNota: 8

Hará un par de años, cuando revisé “Río Bravo” por última vez, ya dije que el western de Hawks me parecía -si no el mejor- sí el más querido y representativo de todos. Así pues, teniendo en cuenta que “El Dorado” también es de Hawks y que este cineasta seguía rodando y narrando la mar de bien en 1966, no entiendo por qué puñetas la gente se empeña en catalogar esta peli como una obra menor. Como un burdo plagio. Como la hermana bastarda de “Río Bravo”. ¿Acaso no es lícito explotar y sacarle el máximo rendimiento a un esquema argumental o a unos personajes que previamente han funcionado tan bien? ¿Acaso no hicieron lo propio cineastas como Hitchcock, Bergman, Leone o Kurosawa? ¿Acaso tan difícil es analizar o comentar un film sin prejuicios?

Tampoco considero, por descontado, que las líneas argumentales de “Rio Bravo” y “El Dorado” se parezcan tanto como dicen. Y menos, el tono. Mucho más cómico, y dramático a la vez, en “El Dorado”. Y lo mismo diría de su terna protagonista. En mi opinión, mucho más atractiva en “El Dorado”. Con un John Wayne más guasón, un Robert Mitchum más carismático y un James Caan más solvente. Quizás eché algo de menos el rollete que se traían John Wayne y Angie Dickinson en “Rio Bravo”, pero bueno, a sabiendas que la subtrama romántica suele ser algo muy secundario en westerns de este tipo tampoco creo que eso tenga demasiada importancia.

En fin, que “Rio Bravo” es mucho “Rio Bravo”, sí, pero “El Dorado” es oro. Oro puro.

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TRAILER: