Director: Sergio Corbucci
Guión: Corbucci y Luciano Vicenzoni entre otros
Intérpretes:
- Franco Nero: Sergei Kowalski (El polaco)
- Tony Musante: Pancho Román
- Jack Palance: “Ricitos”
- Giovanna Ralli: Colomba
- Eduardo Fajardo: García
El polaco: "Os voy a dar una bala a cada uno. Caminaréis en direcciones opuestas y cuando yo haga sonar la campana por tercera vez... volveos y disparad"
Ningún director de Spaghetti Western alcanzó la notoriedad y perfección de Sergio Leone, pero algunos cumplieron con creces aportando títulos más que dignos al género. Entre ellos destacó Sergio Corbucci (que junto a Leone y Sollima son conocidos cómo “Los tres Sergios”) que dirigió un puñado de buenos SW entre los que destacan el maravilloso “El gran Silencio”, el film de culto “Django”, “Los Compañeros” o “Los despiadados”. Y, por supuesto, la que nos ocupa que, para mí, es su segundo mejor film sólo superado por “El gran silencio”.
Estamos ante un denominado “Zapata western”, que son los SW ambientados en la revolución mejicana. Nos cuenta la historia de un campesino, Pancho, que se rebela contra el cacique local y forma su propio ejército revolucionario. En su camino se cruza Sergei Kowalski “El polaco”, un mercenario sin escrúpulos que sólo actúa a cambio de dinero. Con esta premisa, se construye un guión sólido y muy bien hilvanado dónde, a mi parecer se nota y mucho, la mano de Vincenzoni (guionista de “Agáchate maldito”, “De hombre a hombre” o “La muerte tenía un precio”). La película aúna acción a raudales, humor sin desfase, algunos buenos diálogos y consigue mantener la atención del espectador de principio a fín, sin altibajos ni perdiendo el rumbo en ningún momento.
Corbucci dirige con soltura y mantiene la estructura y clichés “spaghetteros” en todo momento (incluso en el hecho de tratar a los mejicanos cómo unos brutos, sucios e ignorantes). Y sobretodo se mantiene la figura del antihéroe típica del género; no hay “buenos”, todos se mueven por interés personal sin el más mínimo escrúpulo moral.
El que merece un párrafo para él solito es el gran Morricone. La banda sonora, y el especial el tema “l`Arena”, es espectacular y perfecta. Sin llegar a la simbiosis conseguida con Leone, Morricone dota a Corbucci de una de las mejores composiciones del género para uno de los mejores duelos del Western en general y no sólo del Spaghetti. Sin olvidar la gran aportación de Alessandro Alessandroni con su guitarra y sus “Cantori moderni” a los coros y un trompetista, que no sé quién fue, pero que está a la altura de un grande como Michele Lacerenza. ¡Por algo el “listo” de Tarantino utilizó dicho tema en “Kill Bill 2”!
Entre el elenco de actores, un solvente Franco Nero defiende con nota su papel de mercenario egocéntrico, mortífero, mordaz y socarrón que se aprovecha continuamente de la simpleza de mente de Pancho, interpretado por un solvente Tony Musante, actor ítaloamericano en su primer papel coprotagonista. Y tras ellos el gran Jack Palance interpretando a un curioso personaje llamado “ricitos”... ya imaginaréis que por la cabellera que luce.
Como comenté anteriormente, lo mejor del film es el duelo final. Siguiendo las premisas del Leone en “La muerte tenía un precio” y “El bueno, el feo y el malo”, Corbucci utiliza el espacio circular, en este caso una plaza de toros, pero aporta ciertas variaciones al “triello”: Uno de los tres actúa de árbitro, a otro le viste de payaso y ambos duelistas utilizan un Winchester que han de cargar antes de disparar. La música va in crescendo según van caminando de espaldas entre ellos y se acopla como un guante a toda la escena. ¡Y Jack Palance borda una muerte digna de un Oscar de Hollywood!
En definitiva, uno de los grandes títulos del Western Europeo de obligada visión para el aficionado al Western en general. Si lo puntuase sólo dentro del género le pondría un 8 como mínimo.
(Shane) - 1953 Director: George Stevens Guion: A.B. Guthrie Intérpretes: - Alan Ladd: Shane - Van Heflin: Joe Starret - Jean Arthur: Marian Starret - Jack Palance: Wilson - Ben Johnson: Calloway Música: Victor Young Productora: Paramount Pictures País: Estados Unidos Por: Güido Maltese. Nota: 9 Joey: “Creo que le quiero mamá, casi tanto cómo a papá..."
He aquí uno de los mejores westerns del Cine, dirigido por George Stevens einterpretado por Alan Ladd, Van Heflin, Jean Arthur y Jack Palance.
Copiado, imitado y recordado por multitud de autores posteriores (Leone, Peckinpah, Eastwood, etc...)
La historia de Shane, un pistolero que huye de su pasado violento y encuentra refugio con una familia de granjeros que luchan por mantenerse en un territorio dominado por un ganadero que no acepta a los intrusos y pretende echarlos a toda costa.
Aunque la trama es previsible desde el inicio de la película, el director nos mantiene interesados en todo momento, gracias a un guión prácticamente sin fallas (A.B.Guthrie, según la novela de Jack Shaeffer), a una fotografía espléndida (Loyal Griggs), una gran banda sonora y unas actuaciones notables (incluso el soso y mal escogido Alan Ladd, se mueve cómo pez en el agua en su papel de Shane... lo que hubiera sido esta película con Kirk Douglas!).
Ya desde la llegada de Shane, que ve cómo es acosada la familia de Starret para obligarles a abandonar el valle y se coloca junto a Joe Starret para que los vaqueros sepan que no está sólo, Stevens nos engancha a la historia y consigue mantenernos atentos a pesar de que ya sabemos perfectamente lo que va a ser la película a grandes rasgos.
Que bien retrata, en el personaje de Shane, a ése pistolero solitario que busca una nueva vida y encuentra en la familia Starret todo lo que ansía, todo lo que nunca tuvo...
Y Van Heflin, perfecto en su papel de Joe Starret, un hombre honrado, de fuertes convicciones, apegado a la tierra, a su tierra, que con tanto sudor y esfuerzo ha sacado adelante. Líder y apoyo de los demás granjeros del valle, muchos deseando irse a otra parte, pero que aguantan gracias a la fortaleza, al orgullo y la tesonería de Joe...
Jean Arthur, cómo la esposa enamorada y fiel a su marido pero que ve tambalear su interior por la atracción hacia Shane. “Abrázame, no me digas nada, sólo abrázame” le dice a Joe cuando se da cuenta de la atracción que le produce Shane.
Aquí, Stevens no llega a la finura de Ford en “Centauros del Desierto” cuando nos descubre la atracción entre Martha e Ethan, pero claro, es que Ford era Ford.
Preciosa la relación que se crea entre Shane y el pequeño Joey Starret... Lástima que el niño se me haga tan insoportable con esa voz y esa manera de repetir incesantemente el nombre de “Shane”.
Cómo Shane, a petición de Joe, cuelga la pistola y evita enfrentamientos con los Ryker. Memorable la pelea con Ben Johnson y la posterior de Shane y Joe contra los Ryker y sus hombres. Así cómo inmenso Jack Palance en el papel de Wilson, pistolero contratado por Ryker para terminar con los granjeros.
Pero aún así, tiene que volver a empuñar las armas, para defender a la que ha sido su familia, para defender un estilo de vida que le estaba gustando, pero que no es para él. Que bien tratada la escena en que Joe decide ir a enfrentarse a Ryker y Shane se lo impide (“esto es lo mío,Joe”), golpeándole en la cabeza y ganándose el desprecio del pequeño Joey (“Has golpeado a papá con el revólver, te odio Shane!) con el posterior arrepentimiento de éste, que se lanza tras él en la noche para decirle que le quiere, que no le odia.
Y así, llegamos al esperado duelo entre Shane y Wilson, al que asistimos con la misma expectación que Joey (escondido tras la puerta) y al sublime final de Shane alejándose a caballo hacia las montañas mientras el pequeño Joey grita “Shane, no te vayas Shane!!” y las montañas le devuelven el eco. “Dile a tu madre que ya no quedan revólveres en el valle”, le dice Shane antes de partir y dejando bien claro que alguien con un pasado cómo el suyo nunca podrá ser parte de una familia, de una comunidad, de una vida en paz en definitiva...
En fin, una gran película, que fue inspiración de muchos... recordemos que Joe de “Por un puñado de dólares” de Leone, es un pistolero que llega de repente, nadie sabe de dónde y que se va por dónde vino, al igual que Shane.
Y no olvidemos “El Jinete Pálido”, quizas el mejor western de Eastwood después de “Sin Perdón”, que es un remake en toda regla de “Raices profundas”. Y tantas y tantas otras...
(The Professionals) - 1966 Director: Richard Brooks Guion: Richard Brooks Intérpretes: -Lee Marvin: Henry “Rico” Fardan -Burt Lancaster: Dolworth -Claudia Cardinale: María -Robert Ryan: Ehrengard -Jack Palance: Jesús Raza -Ralph Bellamy: Grant -Woody Strode: Jake Música: Maurice Jarre Productora: Columbia Pictures-Pax Enterprises País: Estados Unidos Por: Güido Maltese. Nota: 8 Grant: ¡Fardan, es usted un bastardo!!! Fardan: Si, señor. ¡Pero lo mío es un accidente de nacimiento y usted se ha hecho a sí mismo! He aquí, en mi opinión, un buen western:
El terrateniente Grant forma un grupo de hombres para rescatar a su mujer que ha sido secuestrada por el bandido revolucionario Jesús Raza . El grupo está capitaneado por Henry "Rico" Fardan, acompañado por Dolworth, experto en explosivos, Erenghard experto en caballos y Jake Sharp experto rastreador y hábil con el arco.
El grupo se interna en México, ya conocido por Fardan y Dolworth que participaron en la revolución con Pancho Villa, y libera a la mujer para conocer la verdad que se esconde tras el secuestro.
Me encanta ésta película sobre todo por las interpretaciones y la acción continua que mantiene a lo largo de todo el metraje.
Marvin está inmenso en el papel del veterano soldado férreo y con un gran sentido del honor y, a la vez, amargado por la trágica muerte de su esposa. Lancaster, cómo el amigo fiel de Fardan, pero más despreocupado y sin escrúpulos y atraído por las mujeres y el dinero, en un papel muy a su medida (Recordemos “Veracruz”). Robert Ryan y Woody Strode muy correctos (quizás Ryan está un poco descolgado en la película, no sé si por su actuación o por el papel que interpreta). Claudia Cardinale, bella y salvaje, está perfecta en su papel de la mejicana de buena familia, casada con el terrateniente rico de la fronteriza Texas.
Palance, cómo siempre, bordando su papel. E incluso Ralph Bellamy, destaca cómo el terrateniente sin escrúpulos para conseguir lo que desea.
Hay otro papel secundario que me atrae mucho y es el de la teniente "Chiquita" (Marie Gómez), uno de los mejores guerrilleros de México en palabras de Dolworth ("No sabe bailar, pero qué gran soldado").
La película está rodada en su mayor parte en el desierto de Nevada y la fotografía es más que correcta. No hay grandes paisajes, pero se aprovecha al máximo el caluroso desierto, con sus cañones y desfiladeros, para que sea muy creíble la sierra mexicana.
Y la acción no decae un sólo instante, manteniendo la atención del espectador de principio a fin.
En fin, un western de acción, en la línea de “Los doce del Patíbulo”, más que decente y con buenas interpretaciones a cargo de asiduos del género.
Memorable la conversación en Marvin y Lancaster:
-Dolworth- ¿Que tiene una mujer que haga que valga 100.000$?
-Fardan- Debe ser de esas mujeres que hacen que algunos niños se conviertan en hombres y algunos hombres en niños.
Richard Brooks, un profesional encuadrado dentro de la ideología liberal, tan sólo había rodado un western (la estupenda “La última cacería”, en la que a través de un sombrío Robert Taylor abordaba el tema del racismo) cuando decidió acometer este proyecto; un western a la vez clásico y moderno, vitalista pero crepuscular al presentarnos a unos personajes con más pasado que futuro, son individuos del siglo XIX con difícil encaje en el pragmático siglo XX por lo que terminarán buscando su refugio en México, último territorio fronterizo y país en construcción al estar envuelto en un proceso revolucionario. El filme relata la historia de cuatro mercenarios que son contratados por un magnate para recuperar a su mujer secuestrada por un bandido mexicano que pide por su liberación 100.000 dólares. Este viaje supondrá para dos de ellos enfrentarse a su pasado y cuestionarse su evolución vital marcada por el desengaño (antiguos revolucionarios y, como tales, idealistas han devenido en dos individuos cínicos al servicio de aquel que pueda costearse sus servicios). Este hecho le permite a Brooks llevar a cabo una de las más lúcidas reflexiones cinematográficas sobre la revolución y el desencanto a través de unos extraordinarios diálogos (escritos por el propio Brooks que estuvo nominado al Oscar en su doble faceta de director y guionista) presentes en las escenas más intimistas de la película que aparecen perfectamente entrelazadas con las secuencias de acción. Así, Brooks utiliza la revolución mexicana como arquetipo del proceso revolucionario (debemos tener en cuenta la fecha de producción del filme durante una década convulsa como fue la de los sesenta), para darnos una visión desoladora de este ya que sus protagonistas, la gente llana que se jugó la vida y en muchos casos la perdió, es traicionada cuando entran en acción los políticos, por lo que su mísera existencia apenas es mejorada. Su posicionamiento sobre esta cuestión queda perfectamente resumido por Dolworth al señalar que: “Tal vez sólo haya una revolución. La de siempre. La de los buenos contra los malos. La pregunta es ¿Quiénes son los buenos?”, para al final de la película aseverar que: “Los políticos entran en acción y el resultado es siempre igual, una causa perdida”. Igualmente se aprecia una crítica al racismo todavía imperante en la sociedad norteamericana en el siglo XX (el magnate les pregunta al resto de profesionales si tienen algún inconveniente en trabajar con un negro) y, sobre todo, a la injerencia, político-económica, de los EEUU en Sudamérica y al desarrollo de su política colonialista e imperialista en este subcontinente iniciada a partir del denominado Corolario Roosevelt de 1904 que, en la época en la que se desarrolla el filme, dio lugar a la famosa expedición punitiva del general Pershing en México con la intención de acabar con Pancho Villa (1914). En este sentido cobra gran importancia la conversación de María en la que afirma que: “Mi marido ha robado millones a esta tierra”, refiriéndose lógicamente a México. Al mismo tiempo, el filme se configura como un canto a la solidaridad, amistad, dignidad y honor a través de estos cuatro profesionales, para los que se contó con un reparto excepcional. Lee Marvin, convertido por fin en una gran estrella, da vida a Fardan, un experto en armamento. A Burt Lancaster Brooks le regaló un papel hecho a su medida (el actor había obtenido su único Oscar con otra película de Brooks, “El fuego y la palabra”) que le permitió mostrar su espléndida condición física con cincuenta y tres años al interpretar al dinamitero Dolworth. Ambos demostrarán al final de la película que, a pesar de su aparente cinismo, siguen siendo los mismos soñadores idealistas que lucharon durante seis años sin cobrar al lado de Pancho Villa, ya que antepondrán sus principios y su concepto de la justicia a la obtención del beneficio económico. Un avejentado Robert Ryan es Ehrengard, antiguo oficial de caballería y apasionado por los equinos; quizás sea el personaje más desdibujado. Y Woody Strode, actor habitual de John Ford, aporta su físico rotundo a Jake, hábil rastreador y mortal con el arco.
El reparto se completa con Ralph Bellamy como el tiránico y despótico magnate, incapaz de soportar un fracaso. Una bellísima Claudia Cardinale en el rol de María, la esposa del anterior pero que mantienen su conciencia de clase. Y Jack Palance como Jesús Raza, el revolucionario que “rapta” a María (curioso que se llame Jesús y que mantenga una especial relación con María, aunque no sé si hay algún tipo de intención en ello) para el que Brooks reserva algunas de las mejores frases de la película. Así en su memorable enfrentamiento final con Dolworth afirmará en relación con su actitud al frente del proceso revolucionario que: “Nos quedamos porque tenemos fe. Nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque estamos perdidos. Morimos porque es inevitable”. Filme, por tanto, de acción pero también reflexivo se completa con una gran banda sonora compuesta por Maurice Jarre que capta perfectamente el aliento épico de la película y una extraordinaria labor de Conrad Hall como director de fotografía, a través de la cual sentimos el agobiante calor del desierto, el frío nocturno o el insoportable viento que levanta el asfixiante polvo del camino. Sólo me queda invitaros a que compartáis el viaje con cuatro personajes inolvidables y que descubráis junto a “Los profesionales” qué hace que una mujer valga 100.000 dólares.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Por: Xavi J. Prunera Nota: 9
Ignoro hasta qué punto resulta higiénico y saludable enfrentarse a una peli como “Los profesionales” la noche más calurosa del año, pero os aseguro que hacerlo con el torso empapado en sudor y el gaznate más seco que el desierto de Mohave ayuda -y mucho- a empatizar instantáneamente con esos cuatro mercenarios románticos (Lancaster, Marvin, Ryan y Strode) que protagonizan este enorme western.
Entrado ya en situación, sin embargo, decidí prepararme un refrescante mojito para paliar los efectos de esa despiadada canícula que hacía estragos a ambos lados de la pantalla. Un par de sorbos después me sentí mejor, pero las infernales temperaturas reinantes en la frontera mejicana se habían cobrado ya su primera víctima. Afortunadamente todo quedó en una inocua insolación y ese cuarteto de tipos duros, bregados en mil y una batallas, pudo proseguir con la misión encomendada: liberar a la bella esposa (Cardinale) de un rico terrateniente (Bellamy) de las garras de un temible revolucionario (Palance).
Apurado mi primer buchito, decidí prepararme el segundo. En la terraza el aire caliente podía mascarse y un pegajoso bochorno pugnaba por dilatar todos y cada uno de los poros de mi cuerpo. Eran las 23:25 h. y el termómetro registraba 31º. Mientras tanto, la imagen de Lancaster colgado por los pies coincidía con la de una primera gota de sudor resbalando perezosa e implacablemente a lo largo de mi espina dorsal. Succioné con fruición lo que quedaba de mojito, le di al pause y fui a picar más hielo.
Preparado mi tercer trago, recapitulé sobre lo que estaba viendo. Por el momento la peli de Brooks evidenciaba ser un western muy bien armado que -a simple vista- discurría por los típicos derroteros del género ;) y que, merced a su estratosférico elenco, podía degustarse con el mismo deleite con el que un servidor estaba dando buena cuenta de su tercer añejo. Lo mejor, sin embargo, aún estaba por llegar. El rescate de María (bocatta di cardinale) y la consiguiente persecución de nuestros cuatro protas por parte de Raza (Palance) y los suyos elevaba el listón de la peli hasta niveles pura y genuinamente peckinpahianos. Le dí nuevamente al pause y trituré algo más de hielo. Sin lugar a dudas, necesitaba un nuevo lingotazo (¿el cuarto?) para combatir la pertinaz y abrasadora atmósfera que reinaba tanto en mi terraza como en la quebrada donde Palance y Lancaster sostenían, a punta de pistola, uno de los diálogos más crepusculares de la historia del género. Me froté los ojos y miré de reojo la botella de ron. Estaba prácticamente vacía, de acuerdo, pero esos diálogos no podían ser fruto de mi imaginación.
Diez o quince minutos después, cuando el pertinente THE END sobreimpresionaba los últimos fotogramas de aquella maravilla, comprendí dos cosas: que mi estado de embriaguez era algo más que sospechoso y que acababa de ver un western a-co-jo-nan-te.
(Reseña publicada por Xavi J. Prunera en FilmAffinity el 24-7-09)