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jueves, 14 de junio de 2018

MÁS RÁPIDO QUE EL VIENTO

(Saddle the wind, 1958)

Dirección: Robert Parrish y John Sturges (sin acreditar)
Guion: Rod Serling y Thomas Thompson

Reparto:
- Robert Taylor: Steve Sinclair
- Julie LondonJoan Blake
- John CassavetesTony Sinclair
- Donald CrispDennis Deneen
- Charles McGrawLarry Venables
- Royal DanoClay Ellison
- Richard ErdmannDallas Hanson
- Douglas SpencerHemp Scribner
- Ray TealBrick Larsson

Música: Elmer Bernstein
Productora: Metro Goldwyn Mayer. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5.

“¿Qué será de él?” “Seguirá el camino que lleva, pero algún día se enfrentará a alguien más rápido con el revólver y le enterrarán. Si tiene suerte le pondrán una cruz y si no la tiene dará igual, porque no tendrá a nadie para llorarle. Excepto yo. Yo sí” Conversación entre Joan y Steve sobre Tony tras haberse peleado los dos hermanos y haber abandonado el rancho este último.


ARGUMENTO: Steve Sinclair, tras una vida de apego al revólver, ha conseguido olvidarse de las armas de fuego y establecerse como ganadero gracias al apoyo de Dennis Deneen, gran terrateniente del valle en el que se ha instalado. Pero la llegada de un pistolero que pretende desafiarle, junto con el asentamiento de agricultores en el valle y el carácter impulsivo de su hermano, le pondrá de nuevo a prueba.


Sin duda “Más rápido que el viento” es un claro ejemplo del grado de madurez del género alcanzado en la década de los años cincuenta gracias, no sólo a la aportación de los grandes directores clásicos (Ford, Walsh, Hawks, Wellman) que siguieron ofreciéndonos muy buenos wésterns, sino también a la incorporación de nuevos directores como Mann o Daves, y de escritores del nivel de Borden Chase, Charles Schnee (aunque ambos ya habían elaborado a finales de los cuarenta el libreto de “Río Rojo”, filme de Howard Hawks ya comentado en este blog), Halsted Welles, Ben Maddow, Philip Yordan, o Burt Kennedy que ofrecieron una visión renovada y compleja del Far-West en la que los protagonistas se fueron alejando del arquetipo de héroe clásico para convertirse en individuos más ambiguos, al mismo tiempo que se solía incidir en las motivaciones de sus antagonistas que dejaron de ser personajes estereotipados. De esta forma, y con sus lógicas excepciones, mientras que los años cuarenta constituyen la época del esplendor del wéstern clásico, la década de los cincuenta se caracteriza por lo el denominado wéstern psicológico.


Es dentro de esta corriente donde se encuadra la película que nos ocupa al ofrecernos un drama complejo, grave, desaforado, de gran intensidad y muy bien construido en torno a dos hermanos y, al igual que estos, una serie de personajes torturados que buscan su lugar en el mundo, a través de los cuales se reflexiona sobre el insoportable peso del pasado, tanto a nivel individual como colectivo, las atroces consecuencias del uso de la violencia (tema recurrente en la filmografía del director) y la busqueda, en muchos casos infructuosa, de una segunda oportunidad. Nos encontramos, pues, ante un wéstern pacifista y con un tono marcadamente moralizador.


La escena inicial, con la llegada de un forastero de modales agresivos y aviesas intenciones, nos introduce de lleno en la tragedia que vamos a contemplar, ya que a pesar de buscar al mayor de los Sinclair por una cuenta pendiente, será el pequeño, Tony, el que gracias a un golpe de suerte acabe con él. El resultado del duelo será paradójico.


Por una parte, Tony, obsesionado con intentar devolver a su hermano mayor los cuidados y atenciones que tuvo con él mientras crecía, ha conseguido protegerle tanto de tener que retomar las armas y volver aunque fuera por unos instantes a su olvidada vida de pistolero, como del resultado incierto del duelo ya que, como el propio Steve le dirá a Tony tras el enfrentamiento: “Te pido sólo que te acuerdes de una cosa. En toda pelea hay uno que se acerca a la barra e invita a beber y otro cuyo nombre se graba en una lápida. Se tiene el cincuenta por ciento de probabilidades“.


Pero, al mismo tiempo, a partir de ese momento Tony estará condenado, marcando ese instante el inicio de la espiral de violencia en la que se adentrará, porque el pequeño de los Sinclair ha experimentado el poder de las armas y el reconocimiento y admiración que conlleva. De hecho, en una escena descarnada y cruel, Tony celebrará en la barra con varios ciudadanos su “éxito” mientras el cuerpo inerte de su contrincante se encuentra a sus pies sin que nadie lo retire para darle sepultura.


Esta actitud deshumanizada frente a la muerte y el dolor de sus semejantes de parte de los personajes es otra característica de la película. De esta forma, en otra escena, Tony y un compañero, tras haberse emborrachado, no dudarán en asaltar el campamento de unos agricultores recién llegados al valle con intención de instalarse en él, dando una brutal paliza a su líder al mismo tiempo que le humillan delante de sus compañeros, su mujer y su hijo.


Pero, sin duda, la secuencia que mejor define el posicionamiento ético del director frente a la violencia es la escena, magistral por otra parte, del asesinato por parte de Tony de uno de los colonos, en la que Parrish no nos ahorra ningún detalle. Así, tras recibir los impactos mortales, veremos a este durante unos segundos, que se hacen eternos, agonizar y arrastrase por el barro mientras su cuerpo se convulsiona. Pocas veces he visto en un wéstern de la época dorada una representación tan realista y brutal de un hombre muriendo.


Junto al gran guion del mítico Rod Serling, en su única incursión en este género, y la extraordinaria labor de Parrish en la dirección y del director de fotografía que sacan un gran partido al CinemaScope, a pesar de abusar del recurso feista de las transparencias cuando enfocan en planos medios a los protagonistas del filme, el wéstern se sustenta en las grandes interpretaciones de los actores.


Como protagonista figura Robert Taylor en una de sus últimas interpretaciones para la Metro Goldwin Mayer, major a la que estuvo ligado durante casi veinticinco años, siendo el galán oficial de la compañía durante las décadas de los treinta y los cuarenta, mientras que en la de los cincuenta se convirtió en el héroe ideal de una serie de películas de aventuras. Curiosamente fue en el wéstern donde pudo demostrar, gracias a una serie de personajes complejos, su valía como interprete dramático. Con su sobriedad y contención habituales encarna al mayor de los Sinclair, expistolero que, tras varios años, ha conseguido olvidar su pasado e iniciar una nueva vida como ganadero. Un personaje que presenta ciertas similitudes con el sheriff Jake Wade de “Desafío en la ciudad muerta” (película dirigida ese mismo año por John Sturges que cuenta con su oportuna reseña).


John Cassavetes, en contraste con Robert Taylor, nos ofrece una gran actuación mucho más expansiva, incluso rayando el histrionismo, apropiada al personaje que da vida, un cada vez más enloquecido y fuera de control Tony. Estamos ante un auténtico “rebelde sin causa” (de hecho el hermano pequeño de los Sinclair entroncaría con una serie de personajes interpretados en diversos dramas por jóvenes actores a finales de la década de los cincuenta y principios de la siguiente) con graves problemas emocionales que necesita no sólo el reconocimiento de los demás sino también su admiración. En este sentido, cobra gran importancia la secuencia desarrollada en el saloon con la presentacion a sus vecinos de su novia, Joan, como si fuera un trofeo. Individuo inseguro, tras el temprano fallecimiento de sus padres, fue criado por Steve durante su época de pistolero y ha crecido idolatrando a su hermano mayor al que pretende emular. Su carácter dual queda reflejado en la escena en la que, tras mostrarse amable e incluso romántico con Joan pidiéndole que le cante el precioso tema principal de la película, intenta sobrepasarse, lo que hará afirmar a esta: “Me besas como si hubieras pagado para ello. Y no me gustan esos besos”.


Julie London es Joan, una mujer maltratada por la vida, acostumbrada a vivir haciendo las maletas y con un pasado como corista, que acepta compartir el techo con Tony al ser la primera persona que le ha ofrecido algo de cariño y le ha mostrado respeto. Al igual que Steve sólo pretende romper con su vida anterior y comenzar una nueva existencia lejos de los ambientes depravados en los que se ha movido hasta ese momento. Un personaje interesante pero con nula incidencia en la trama principal, aunque será fundamental para que el espectador conozca el carácter de Steve y su especial relación con su hermano menor.

Junto a ellos tres grandes secundarios.


Charles McGraw, gran actor protagonista de varios noir en los años cuarenta y cuya afición a la botella truncó en parte su prometedora carrera, está perfecto como el agresivo Larry Venables, un pistolero con sed de venganza y una cuenta pendiente con el mayor de los Sinclair. Sin duda su peculiar rostro, que parecía esculpido en piedra, era muy apropiado para representar el papel.


Royal Dano encarna a un tenaz y digno jefe de los agricultores que pretenden asentarse en el valle después de haber recorrido medio país. Oficial nordista durante la Guerra de Secesión no duda en reclamar el terruño que le corresponde por ley y persiste en su intento a pesar de las amenazas y palizas recibidas. El personaje le sirve a Parrish para introducir el tema del peso de la guerra fratricida en la sociedad norteamericana, un conflicto bélico del que el país no se había repuesto y cuyas heridas áun no habían cicatrizado. Así, al típico enfrentamiento entre agricultores y ganaderos se superpone el combate entre el Norte y el Sur; pero, además, Parrish subvierte la situación de ambos bandos ya que los poderosos, los ganaderos propietarios de grandes terrenos, son los que fueron vencidos en la guerra, mientras los colonos, los nordistas, encarnan al proletariado, a los agricultores miseros y desarraigados que buscan desesperadamente un lugar en donde poder asentarse.


Por último, Donald Crisp da vida a Dennis Deneen, el gran terrateniente del valle y prácticamente padre adoptivo de Steve, al ser la única persona que creyó en él y le apoyó en su intento de abandonar las armas. Es un humanista que aborrece la violencia, sobre todo tras la muerte de su hijo, y será capaz de ceder ante los agricultores para evitar que el valle se tiña de sangre.


“Más rápido que el viento” es, sin duda, un wésten poderoso y original que gozaría de más reconocimiento y prestigio si lo hubiera firmado un director de mayor fama que Robert Parrish quien, al año siguiente, filmaría “Más allá de río Grande”, otro gran wéstern con el desarraigo como tema principal y otra vez Julie London como coprotagonista.


Como curiosidades comentaros que el fotograma que aparece en la carátula del DVD corresponde a una escena que debió quedarse en la sala de montaje; y que la película presenta ciertas semejanzas con “La ley de los fuertes” (Rudolph Maté, 1956) sobre todo en la relación atormentada entre los dos hermanos y en el pasado turbio de la prometida de uno de ellos.


miércoles, 6 de junio de 2018

DODGE, CIUDAD SIN LEY

(Dodge City, 1939)

Dirección: Michael Curtiz
Guion: Robert Buckner

Reparto:
- Errol Flynn: Wade Hatton
- Olivia de HavillandAbbie Irving
- Ann SheridanRuby Hilman
- Bruce CabotJeff Surret
- Alan HaleAlgernon “Rusty” Hart
- Frank McHughJoe Clemens
- John LitelMatt Cole
- Henry TraversDr. Irving
- Victor JoryYancey
- William LundinganLee Irving
- Guinn “Big Boy” WilliamsTex Baird
- Gloria HoldenMrs. Cole
- Ward BondBud Taylor
- Russell SimpsonJack Orth

Música: Max Steiner
Productora: Warner Bros. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“¡Escucha eso. Cantan himnos y ni siquiera es domingo. Ay, esta ciudad se está haciendo tan pura y noble que no hay quien viva en ella!” Tex Baird a Wade Hatton y Algernon “Rusty” Hart tras haber pacificado Dodge City.


1939 es, sin duda, un año esencial para la génesis y la evolución del wéstern como género tal y como lo identificamos en la actualidad.


John Ford con “La diligencia”, un filme adulto con una historia de gran hondura y personajes muy bien construidos con el que el wéstern alcanzó la madurez, no sólo mostró el camino por dónde debían discurrir este tipo de películas para gozar de la misma consideración que otros géneros cinematográficos. Sino que las majors por fin comenzaron a confiar en las películas del Oeste, rescatándolas del papel desempeñado hasta ese momento como complemento del filme principal en las sesiones dobles y apostaron por ellas como cintas de las que se podían obtener pingües beneficios y que, asimismo, podían convertirse en excelentes vehículos para lanzar las carreras de sus estrellas especializadas en películas de acción.


Así dos de los grandes estudios hollywoodienses produjeron ese año costosos wésterns que rivalizaron entre si. La Paramount puso en marcha “Union Pacific”, filme dirigido por Cecil B. De Mille ya reseñado en el blog; mientras que la Warner Bross. se embarcó en “Dodge, ciudad sin ley”. Curiosamente ambos filmes son complementarios al pivotar sobre el ferrocarril como elemento fundamental para la unión, el progreso y el desarrollo de la nación; pero mientras que “Union Pacific” se centra en su construcción, “Dodge, ciudad sin ley” aborda las consecuencias originadas por la misma. De hecho, da la sensación de que “Dodge, ciudad sin ley” arranca justo en el momento en el que finaliza “Union Pacific”, por lo que es recomendable la visión conjunta de ambos wésterns.


ARGUMENTO: Años después de su fundación, junto a la nueva línea de ferrocarril, Dodge City se ha convertido en una urbe controlada por los forajidos. Wade Hatton, un aventurero que participó en la construcción de la línea ferrea, tras asistir a la muerte de un niño decide aceptar el cargo de sheriff para limpiar la ciudad de malechores.


La película de la Warner se centra en un hecho histórico cuya proximidad temporal con la cinta es notable, el nacimiento en 1871 de la ciudad de Dodge City cerca del famoso Camino de Santa Fe; así como en los problemas surgidos en la ciudad por su crecimiento desordenado durante la década siguiente en la que cobró gran importancia la presencia en número creciente de  pistoleros y cowboys atraídos por la riqueza generada por el extraordinario desarrollo de la ganadería durante los años ochenta favorecida, igualmente, por la construcción de las líneas férreas.


Además los hermanos Warner concibieron el filme como una gran superproducción e, incluso, decideron rodarla en color, con el enorme coste adicional que suponía esta elección; y destinaron para su realización a gran parte de los mejores profesionales en la nómina de la productora. El músico Max Steiner que compuso una banda sonora muy pegadiza; el director de fotografía Sol Polito, uno de los técnicos que más contribuyó a la impronta visual de la compañía durante los años treinta y cuarenta; Hal B. Wallis, un productor caracterizado por su minuciosidad y por el férreo control ejercido sobre todas las fases de la realización de cada filme; y, sobre todo, el director Michael Curtiz.


Nacido en Hungría en una familia judia, Curtiz emigró a Hollywood en 1926 contratado por Jack Warner, desarrollando una fructífera carrera en los EEUU durante más de cuarenta años. Su época de máximo esplendor coincidió precisamente con el período en el que estuvo contratado por la Warner Bross. (1926-1954), época en la que se convirtió, junto a Raoul Walsh, en el director de confianza de la compañía (tan sólo en la década de los treinta rodaría cuarenta y cinco películas e intervendría en otras siete aunque sin acreditar). Mundialmente conocido por su obra maestra “Casablanca” (1942), al haber permanecido durante gran parte de su carrera al servicio de una major, y al igual que otros directores como Henry Hathaway o Henry King (ambos asalariados de la 20th Century Fox) o incluso durante años Raoul Walsh, no ha gozado del reconocimento que por su talento merecía.


Igualmente, la importancia que los hermanos Warner dieron a “Dodge, ciudad sin ley” quedó patente en la fastuosa premiere organizada en la propia ciudad de Dodge, para la que se llegaron a alquilar varios aeroplanos y una locomotora del siglo XIX, además de organizarse un multitudinario desfile a la cabeza del cual, montado a caballo, iba Errol Flynn. Definitivamente el wéstern gozaba de la misma consideración que los llamados géneros serios.

Y ¿Qué nos encontramos en esta película?


Ante todo con una cinta espectacular, grandiosa y colorista que ha pasado a la Historia del cine como compendio de los temas, escenas y personajes de este género, y que al mismo tiempo llevaba implícita, como era habitual en las cintas de los hermanos Warner de esa época, cierta crítica social al denunciar los excesos en el proceso de industrialización, simbolizado en el ferrocarril, y la necesidad de su correción; presentando, además, a la prensa como institución fundamental en su labor de denuncia para luchar contra la corrupción, el crimen y los abusos en el ejercicio del poder.


Así nos vamos a encontrar con pistoleros, cazadores de búfalos, ganaderos, sheriffs, coristas, peleas y números musicales en el saloon, tiroteos en las calles, intentos de linchamiento, caravanas, ferrocarriles, estampidas de ganado, ciudades sin ley convertidas en nuevas Babilonias, alusiones a la Guerra de Secesión y a los atropellos cometidos por los blancos con los nativos, etcétera. Situaciones y personajes que en la actualidad pueden parecer tópicos pero que en ese momento abrieron el camino para el desarrollo del género.
De entre la gran cantidad de escenas sobresalientes destacan sobre todo tres en las que Michael Curtiz volvía a demostrar su talento como director:


- La carrera al principio del filme entre la diligencia (símbolo de la tradición) y el tren (representante de la modernidad), que constituye toda una lección de montaje cinematogáfico.


- La pelea en el saloon que termina totalmente destrozado y ha pasado a la Historia del cine como una escena modélica. Incluso la propia Warner la repitió, pero con la utilización de armas de fuego, en “San Antonio” (David Butler, 1945).


- El aparatoso, llamativo y memorable enfrentamiento final en un tren ardiendo y a toda velocidad en el que, curiosamente, Wade no será quien acabe con Surret.


Pero lo que es su máxima virtud también constituye el principal defecto de la película. Es tal la intención de abrumar al público con la sucesión de escenas espectaculares, así como con otras en las que parece pretenderse mostrar el dinero invertido, que la narración se resiente, la cinta en su conjunto resulta dispersa y la historia principal, la pacificación de la ciudad por parte de Wade Hatton y sus fieles compañeros, tarda en arrancar y se resuelve de forma algo precipitada.


Como pareja protagonista la Warner apostó por el dúo más estable del Hollywood clásico. Me refiero a Errol Flynn, gran estrella de las películas de aventuras, y Olivia de Haviland; siendo esta la sexta de sus ocho colaboraciones entre 1935 y 1941, con títulos tan significativos como “El capitán Blood”, “La carga de la Brigada Ligera” y “Robín de los Bosques”, todas ellas dirigidas por Curtiz, o “Murieron con las botas puestas”,ya reseñada en este blog, bajo la batuta de Raoul Walsh.


Flynn exportó al wéstern las características principales de los personajes de sus películas de aventuras como la galanura o simpatía y nos brindó una composición enérgica, dinámica y gallarda como Wade Hutton. Un personaje basado libremente en la figura de Bat Masterson, sheriff del condado a finales de la década de los setenta y que, como Wade, había desempeñado distintos trabajos en la construcción del ferrocarril para, posteriormente, convertirse en cazador de búfalos o conductor de ganado; incluso en la película se insinúa su relación con la prensa escrita (al final de su vida fue periodista deportivo).


Olivia de Havilland repite el papel de enamorada del héroe, aunque como también era habitual al principio ambos personajes parecen incompatibles y su relación no comienza con buen pie. En todo caso, la historia de amor entre ambos adolece de cierta superficialidad y trivialidad.


Junto a ellos, protagonizando las escenas de corte cómico (la introducción de elementos humorísticos en dramas era otro de los sellos de identidad de la Warner), nos encontramos con Alan Hale, compañero habitual de Errol Flynn, y Guinn Williams. Ambos también constituirían una pareja humorística estable a las ordenes de esta major. Y como principal personaje negativo figura Bruce Cabot, amigo personal de Flynn, que interpreta a Jeff Surret, el principal enemigo de Wade, que al igual que el héroe resulta un personaje excesivamente plano, sin aristas y estereotipado. Por último, nos encontramos con Ann Sheridan que apenas puede mostrar su talento como cantante.


“Dodge, ciudad sin ley” puede parecer en la actualidad un filme del Oeste ingenuo y algo simple pero, sin duda, constituyó un hito en la época y fue fundamental para el asentamiento del género; además de inaugurar, prácticamente, un tipo de wéstern de carácter urbanita en el que el protagonista, un hombre íntegro y hábil con el revólver, terminará aceptando el cargo de sheriff de una ciudad con el objeto de acabar con los desmanes existentes.


Como curiosidad comentaros que el filme finaliza con un plano en el que se ve a Hutton-Flynn y de Havilland-Irving viajando hacia Virginia City para pacificarla. De esta forma la Warner estaba anunciando la siguiente película de Errol Flynn titulada precisamente “Virginia City”, en España se tradujo como “Oro, amor y sangre”; aunque Olivia de Havilland fue sustituida por Miriam Hopkins.



miércoles, 30 de mayo de 2018

EL ÚLTIMO PISTOLERO

(The shootist, 1976)

Dirección: Don Siegel
Guion: Miles Hood Swarthout y Scott Hale

Reparto:
- John Wayne: J. B. Books
- Lauren BacallBond Rogers
- Ron HowardGillom Rogers
- James StewartDr. Hostetler
- Richard BooneSweeney
- Hugh O’BrianPulford
- Bill McKinneyCobb
- Harry MorganMarshall Timido
- John CarradineBeckum
- Sheree NorthSerepta
- Rick LenzDobkins
- Scatman CrothersMoses
- Gregg PalmerBurly Man

Música: Elmer Bernstein
Productora: Paramount Pictures, Dino De Laurentiis Company (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“No soporto las injusticias. No soporto a los bravucones. No soporto los insultos. Si alguien me ofende o me traiciona, tarde o temprano debe esperar mi venganza." Código de conducta de John Bernard Books.


ARGUMENTO: Nevada, junio de 1901. John Bernard Books, un legendario pistolero, regresa a su ciudad natal para saldar una cuenta pendiente con tres matones y poder disfrutar de un poco de sosiego. Sin embargo, el doctor de la ciudad y viejo camarada le dará una terrible noticia.


“¿Sabes? En su última película muere John Wayne” “Imposible, John Wayne no puede morir nunca” “Que sí, mi hermano fue al cine ayer y me lo ha dicho”.


Pocas semanas después de haber mantenido esta conversación con un chaval de mi pandilla fui a ver la película con mis padres. Yo había visto morir a Wayne en la pantalla varias veces: acribillado a traición por un pistolero incapaz de soportar que un hombre mayor le hubiera vencido en una pelea, atravesado por una bayoneta mientras defendía una misión reconvertida en fortaleza en un pueblo perdido de México, de un traicionero disparo tras haber tomado Iwo Jima durante la Segunda Guerra Mundial, e, incluso, ahogado por un pulpo gigante. Pero sabía que lo volvería a ver en su próximo filme, que sólo eran muertes de mentira. Sin embargo esta vez… esta vez, a pesar de mi edad, me di cuenta de que era verdad, de que en realidad el actor con esta película nos estaba diciendo definitivamente adiós, no un hasta luego como había sido habitual.


Porque en pocos filmes se ha producido una simbiosis tan profunda entre el interprete y el personaje interpretado. De hecho, en un claro homenaje, Siegel abre la cinta con imágenes de wésterns protagonizados por Duke mientras nos va narrando la vida de J. B. Books (en concreto los wésterns que aparecen son “Río Rojo”, “Hondo”, “Río Bravo” y “El Dorado”). Ante nuestros ojos, en unos pocos fotogramas, se nos muestra el ciclo vital de Wayne-Books; para en la primera escena del filme ver a un actor-pistolero envejecido que, tras haber completado ese ciclo, regresa al pueblo que le vio nacer buscando un poco de paz en los últimos días de su vida.


Pero le espera una amarga sorpresa. El maduro pistolero aquejado de un dolor en la espalda visita a un médico, viejo conocido, quien le diagnóstica un cáncer terminal.


Wayne estaba anunciando al mundo que, tras haber superado un cáncer por el que le extirparon un pulmón doce años antes, volvía a padecer la terrible enfermedad y en esta ocasión probablemente no podría vencerla (el rodaje de la secuencia fue de una gran emotividad, de hecho se hizo un profundo silencio en el set en el momento en el que el bueno de James Stewart le comunicaba la dolencia). Por primera vez se mostraba vulnerable un actor duro como el acero que parecía tan inmutable como el escenario del Monument Valley en el que tantas veces había rodado. El interprete-personaje aparecía marchito, cansado y dolorido, portando un cojín rojo sobre el que sentarse para aliviar sus padecimientos.


Porque la película es un sentido homenaje al actor cuyo tiempo, como el de Books, desgraciadamente había pasado. Así, al igual que el pistolero se va a encontrar con una ciudad con teléfonos y agua corriente en las viviendas, y tendidos eléctricos, automóviles y tranvías por las calles; es decir, con la modernidad que certifica el final de los tiempos en los que las controversias se resolvían con el revólver. La estrella se encontraba también con que el wéstern clásico, del que era su máximo representante, se extinguiría con su muerte.


Estamos, por tanto, ante la crónica melancólica y nostálgica de una despedida, pero también ante toda una lección de cómo enfrentarse a la muerte con serenidad, orgullo y dignidad. De hecho Books le comentará a la viuda Rogers: “Sólo me considero un hombre que quiere morir como tal”.


Y de nuevo los paralelismos son evidentes. Vemos al ajado Books vender sus pertenencias, comprar su propia lápida, dar su último paseo en carricoche con una mujer e, incluso, enojarse con un periodista sin escrúpulos y una antigua amante que quieren aprovecharse de su nombre, todo ello antes de rendir su último servicio a la comunidad acabando con tres indeseables. Igualmente, Wayne hizo todo lo posible por no faltar a la cita con su público y a pesar de que los dolores a medida que avanzaba el rodaje se hacían insoportables, constituyendo un verdadero calvario para el actor, consiguió acabar la película; aunque hubo que recurrir varias veces a un doble los últimos días de filmación.



Además, para este último viaje, Siegel rodeó a Wayne de viejos camaradas. Así aparecen Lauren Bacall con la que, gracias a William Wellman, había vivido un romance en la peligrosa China de principios del siglo XX; James Stewart, al que siempre protegió y aupó al Senado de los Estados Unidos aunque su actitud le llevará a perder a la mujer que más había amado (de hecho la alusión en la película a los quince años que llevan sin verse el pistolero y el doctor es un guiño al tiempo transcurrido desde que rodaron la obra maestra de Ford); John Carradine, con el que compartió un inolvidable trayecto en diligencia; o Richard Boone con el que se enfrentó, dándole su merecido, por haber secuestrado a su nieto.


Y sí, al final de la película muere John Wayne pero para entrar en la leyenda y permanecer por siempre en nuestros corazones.