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jueves, 17 de noviembre de 2016

CIELO AMARILLO

(Yellow Sky) - 1948

Director: William A. Wellman
Guion: Lamar Trotti

Intérpretes:
- Gregory Peck: Stretch
- Richard Widmark: Dude
- Anne Baxter: Mike
- John Russell: Lenghty
- Harry Morgan: Half Pint
- Robert Arthur: Bull Run
- Charler Kemper: Walrus
 

Música: Alfred Newman

Productora: Twentieth Century-Fox
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 9

"No creo que hagan nada salvo matarse el uno al otro, y el ganador se lo llevará todo" (Walrus inmediatamente antes del mortal enfrentamiento final)



William A. Wellman quizás sea el director más olvidado de la generación que comenzó en el cine mudo (Ford, Walsh, Hawks) a pesar de que rodó la primera película que obtuvo el Oscar al mejor filme (“Alas”, 1920) y de habernos dejado una filmografía con grandes títulos en diversos géneros: policíaco (“El enemigo público”, 1931), aventuras (“Beau Geste”, 1939), bélico (“También somos seres humanos”, 1945 o “Fuego en la nieve”, 1949) y, por supuesto, el western, con filmes del nivel de “Incidente en Ox-Bow” (ya comentado en este blog por Xavi, en la que realizó una profunda crítica de la ley de Lynch y, por tanto, de la construcción de los USA), “Caravana de mujeres” (filme reivindicativo del papel de la mujer en la conquista del Oeste), “Más allá del Misuri” (precedente del denominado western ecológico), “El rastro de la pantera” (en la que el protagonista, Robert Mitchum, debía enfrentarse a un gran felino) y la película que nos ocupa. Westerns que conforman un corpus de una gran coherencia y originalidad al presentarnos a unos personajes enfrentados a una naturaleza adversa y/o a una sociedad poco desarrollada.


En esta ocasión partiendo de un guion de Lamar Trotti , el mismo escritor que “Incidente en Ox-Bow” por lo que curiosamente ambas películas comienzan de la misma manera con unos vaqueros llegando a la ciudad y entrando a tomar una copa en el saloon, nos narra la historia de unos excombatientes convertidos en atracadores que tras asaltar el banco de un pueblo y al ser perseguidos por el ejército se refugiarán, una vez atravesado el terrible desierto de sal, en un pueblo fantasma (Yellow Sky), tan sólo habitado por un viejo minero y su nieta, que se convertirá en su particular infierno al desatarse sus más bajas pasiones (ambición, codicia, lascivia).


No es difícil establecer un paralelismo entre la historia de la película y la situación de los EEUU en el momento en que se rodó (1948) con miles de soldados que regresaron a casa tras combatir por medio mundo durante la II Guerra Mundial para sentir como la sociedad olvidaba o no reconocía como debía su sacrificio. Tema que fue abordado por películas como “Hasta el fin del tiempo” (Edward Dmytryck, 1946) o la más conocida y aclamada “Los mejores años de nuestra vida” (William Wyler, 1946). De ahí que cobre gran importancia la frase del abuelo de Mike refiriéndose al grupo de forajidos: “Creo que la guerra ha desmoralizado a muchos de estos jóvenes y los ha puesto en el mal camino”.


Otro elemento interesante que lo convierte en un western original es su contenido sexual. Contenido mostrado ya en la escena inicial en la que los forajidos contemplan un cuadro con la modelo semidesnuda y se acentúa con la presencia en Yellow Sky de Anne Baxter-Mike, personaje reprimido sexualmente, incluso su apodo es masculino, que mostrará su atracción-repulsión por Stretch en dos escenas clave: la de su pelea a cabezazos y la de su seducción y posterior rechazo. Pero no sólo será objeto del deseo de Stretch, que cambiará por ella tanto física (se afeitará y se aseará para evitar su mal olor, causa del inicial rechazo de Mike) como psicológicamente, sino de la mayor parte de los componentes del grupo, especialmente de un lujurioso Lenghty (John Russell) que intentará violarla.


Tan sólo Dude (Richard Widmark) mostrará su indiferencia, al tratarse de un individuo ambicioso (disputará desde prácticamente el inicio del filme el liderazgo del grupo escasamente cohesionado a Stretch), sagaz y únicamente interesado en recuperar su estatus económico, perdido por culpa de otra mujer. De hecho en el enfrentamiento final “demostrará” que por sus venas no circula sangre sino oro. Su personaje anticipa, con ciertas matizaciones, a los que interpretó en otros dos memorables westerns: “El jardín del diablo” (Henry Hathaway, 1954) y “Desafío en la ciudad muerta” (John Sturges, 1958) película con la que esta presenta elementos en común.


Igualmente singular para la época es la visión que nos muestra de los pieles rojas, al presentárnoslos como víctimas de los engaños e incumplimientos del hombre blanco, representado por el agente federal de la reserva. Amigos del abuelo de Mike, respetarán la vida de los forajidos y accederán a volver a la reserva convencidos por las promesas de aquel.

Por otra parte, el filme supuso una apuesta de la Twentieth Century-Fox, y de su productor Lamar Trotti, por filmar un western de calidad, como lo atestigua tanto el personal artístico como técnico que participó en él. Así, se dispuso de Gregory Peck, una gran estrella, en el rol principal. Un hombre de gran determinación (decide atravesar el temible desierto de sal porque “un desierto es un espacio y los espacios se cruzan”) al frente de un grupo sin código de honor en el que cada individuo actúa buscando su propio interés. Le acompañaron perfectamente una recién oscarizada Anne Baxter que borda el papel de Mike, una de las mujeres con más carácter vista en este género, y un emergente Richard Widmark tras su impactante debut como el sádico Tommy Udo en “El beso de la muerte” (Henry Hathaway, 1947. Junto a ellos rostros habituales como Harry Morgan, que también había intervenido en “Incidente en Ox-Bow”, o John Russell, al que Clint Eastwood recuperó para el western en “El jinete pálido”.


La banda sonora fue encargada a Alfred Newman, un hombre de la casa de gran prestigio, que compuso un tema principal muy pegadizo; mientras que como director de fotografía nos encontramos con el gran Joseph McDonald, quien partiendo de unas imágenes luminosas en las escenas del desierto, acentuando de esta forma, junto con los planos generales de Wellman, la desolación y tortura de los personajes, las irá oscureciendo hasta alcanzar el más puro tenebrismo en las secuencias de interiores desarrolladas en el pueblo fantasma, sobre todo en la escena del duelo final. Esta, sin lugar a dudas, merece una consideración aparte.


Y es que nos encontramos con una escena que por su concepción, planificación, dirección, montaje e iluminación forma parte de la antología del western. Se trata de una gran secuencia silente (los largos silencios son otra de las características del filme que aumentan su dramatismo) en la que un inteligente Wellman nos hurta inicialmente el duelo y su resultado a través de la magnífica utilización del fuera de plano.

Así, seguiremos el enfrentamiento tan sólo por los fogonazos y el ruido de los disparos, y conoceremos su resultado, al igual que Mike, a medida que el personaje de Anne Baxter vaya encontrando los cadáveres de los pistoleros.


Escena admirable que convierte a “Cielo Amarillo” en un western indispensable para todo aficionado a este género en particular y al cine en general.


miércoles, 9 de noviembre de 2016

CARAVANA DE PAZ

(Wagon Master) - 1950

Director: John Ford
Guion: Frank S. Nugent y Patrick Ford

Intérpretes:
-Ben Johnson: Travis
-Ward Bond: Elder Wiggs
-Joanne Dru: Denver
-Harry Carey Jr.: Sandy
-Charles Kemper: Shiloh Clegg
-Jane Darwell: Sister Ledyard
-Russell Simpson: Adam Perkins
-James Arness: Floyd Clegg

Música: Richard Hageman

Productora: RKO Pictures - Argosy Pictures
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. PruneraNota: 8

No disparo a hombres. Solo a serpientes (Travis a Elder refiriéndose a los Clegg)



SINOPSIS: Travis y Sandy son dos jóvenes tratantes de caballos que aceptan guiar a un grupo de mormones desde el este del país hasta las fértiles tierras del valle de San Juan (California). Durante el viaje se les unirán un trío de artistas y curanderos ambulantes y un grupo de forajidos, los Clegg, a quienes persigue la justicia.



A caballo entre sus primeras obras maestras (“La diligencia”, “Las uvas de la ira”, “¡Qué verde era mi valle!”, “Pasión de los fuertes” o la trilogía de la caballería) y sus obras de madurez (“El hombre tranquilo”, “Centauros del desierto” o “El hombre que mató a Liberty Valance”), “Caravana de paz” no es, ni por asomo, uno de los grandes títulos de John Ford. Y no lo es por una sencilla razón: porque John Ford tiene obras maestras a mansalva. Como poco, diez mejores que ésta. O, al menos, mucho más conocidas.



También es posible que no la consideremos una obra maestra porque, obviamente, nos estamos refiriendo a un western de bajo presupuesto. Sin demasiados recursos, sin actores de relumbrón y pocas o nulas pretensiones. Aún así, “Caravana de paz” me parece —indudablemente— un gran western. Y me lo parece, entre otras cosas, porque sintetiza a la perfección lo que para John Ford era un western. Porque lo dirigió sin presiones, sin ataduras, sin imposiciones. Con total y absoluta libertad creativa. Y eso, naturalmente, se nota.



Precisamente, por eso, me gusta “Caravana de paz”. Porque esa simplicidad, esa naturalidad, esa ingenuidad que para muchos constituye el pequeño gran handicap de este western para mi es, paradójicamente, su pequeño gran acierto. Porque a veces, muchas veces, menos es más. Porque muchas veces las grandes historias, los grandes intérpretes y las grandes secuencias no nos permiten ver o apreciar detalles más banales o triviales en los que, precisamente, se encuentra la verdadera esencia de un cineasta. Como en “Caravana de paz”, por ejemplo. Un western cuyo escueto guión y modestos actores (todos ellos secundarios, por cierto, en otros films del maestro) no maquillan ni camuflan a un John Ford en estado puro. Espontáneo, desatado y libre como el viento.



Así pues, yo diría que el sencillo guión de esta peli (de cariz prácticamente semidocumental, por cierto) viene a ser —a mi juicio— como una especie de hábil pretexto para dar rienda suelta a las célebres constantes “fordianas” de su autor. A todas y cada una de ellas.



Empezando por ese espectacular Monument Valley donde Ford parecía sentirse como pez en el agua, continuando por ese gran sentimiento de pertenencia a una comunidad que simboliza la propia caravana y que tanto apreciaba Ford, prosiguiendo por ese inconfundible, peculiar y genuino sentido del humor que tan presente está en todas sus pelis y acabando por ese espléndido homenaje a los personajes secundarios de todos sus filmes a los que siempre respetó de forma cuasi religiosa. Máxime teniendo en cuenta, además, que los dos protagonistas principales de “Caravana de paz” (Ben Johnson y Ward Bond) fueron, habitualmente, secundarios en muchas otras pelis suyas.



Que lo más sorprendente o valioso de esta peli esté en los pequeños detalles (en las carretas vadeando el río, en un cubo llenándose de agua, etc…) y en aspectos total y absolutamente cotidianos (como el baile nocturno, por ejemplo) no significa —sin embargo— que “Caravana de paz” carezca de valores, digamos, más trascendentales. Y es que no olvidemos que una travesía de estas características debe poseer, naturalmente, un componente épico. No sólo porque en el trayecto pueden aparecer indios, sino porque también pueden aparecer forajidos y también puede escasear la comida y el agua.



Pero, básicamente, porque un viaje de este tipo requiere que tanto los caballos como los hombres tiren del carro. Los primeros, físicamente. Y los segundos, mental o espiritualmente. Algo que, sin lugar a dudas, harán este grupo de mormones. Gente de fe y convicciones a prueba de bombas. Y eso es, precisamente, lo que convierte esta larga y peligrosa peregrinación en una epopeya, en una odisea, en un auténtico éxodo. En una “road movie”, en definitiva, de claras e incuestionables resonancias bíblicas.



Ocho sólidas estrellitas, pues, para un western que reúne lo mejor de John Ford y que, pese a su modestia y cotidianeidad, también contiene la justa y necesaria proporción de violencia (sobre todo al principio y al final) que debe atesorar cualquier peli del oeste que se precie. Ah, y frases memorables también. La que encabeza esta crítica, por citar alguna, es un buen ejemplo.



viernes, 28 de octubre de 2016

DUELO EN DIABLO

(Duel at Diablo) - 1966

Director: Ralph Nelson
Guion: Marvin H. Albert y Michael M. Grilikhes

Intérpretes:
- James Garner: Jess Remsberg
- Sidney Poitier: Toller
- Bibi Andersson: Ellen Grange
- Dennis Weaver: Willard Grange
- Bill Travers: Teniente Scotty McAllister
- William Redfield: Sargento Ferguson
- John Hoyt: Cheeba
- Ralph Nelson: Coronel Foster

Música: Neal Hefti

Productora: United Artist/Cherokee Production
País: Estados Unidos

Por: Güido MalteseNota: 6,5

Toller: ¿Por qué lo ha hecho McAllister? 
McAllister: ¡Le hubiera matado Toller!
Toller: Sólo pregunté cuánto pedía por la cabellera de una india... 
McAllister: ¡Esa india era su esposa!


En un paraje desértico del sur de Arizona, el ex explorador del ejército Jess Remsberg salva a una mujer de los apaches. Cuando emprenden la marcha hacia Fort Creel, la cámara se eleva hacia el cielo para deleitarnos con una tomas aéreas bastante conseguidas de un territorio inhóspito y agreste mientras una pegadiza y agradable melodía, muy alejada de los cánones del western, empieza a sonar y se nos desvelan los títulos de crédito. Hay una cosa que me ha enganchado enseguida... ¡Los apaches son de los que me gustan! Apaches sin colorines, con largas cabelleras, pantalones, taparrabos, botas altas....¡”Mis apaches”!. Encima, los protagonistas no me disgustan nada, aunque aún no entiendo muy bien que pinta la “bergmaniana” Bibi Andersson en un western; Siempre me ha agradado ver a Garner en pantalla y me seduce ver a Poitier en su primer western. Vamos bien, de momento el film cuenta con toda mi atención...


Una vez llegados a Fort Creel, el irregular Nelson (también en su primer western, al que unos años más tarde le seguiría “Soldado Azul”) procede a presentarnos los personajes que van a componer la trama. Por un lado tenemos al ya citado Remsberg, un explorador que dejó el ejército para dar caza al asesino de su mujer comanche. Toller, un ex sargento de color, ambicioso y de gatillo fácil, que se dedica a domar y vender caballos al ejército con la pretensión de ganar dinero y montar una casa de juego. McAllister, teniente y antiguo compañero de Remsberg, que necesita la ayuda de este para llevar un cargamento de municiones a Fort Concho. Y, finalmente, Willard y Ellen Granger; ella ya sabemos que fue raptada por los apaches, pero por él sabemos que ella volvió con ellos por segunda vez y apreciamos el desprecio que Willard siente por su esposa.

De esta manera, nos es presentada una trama en la que se incluyen diversos temas recurrentes en el género: la caballería, los apaches sanguinarios, la venganza, la ambición, la amistad, el racismo, el mal trato recibido por los indios en las reservas y la trama que incluye una figura femenina.

Con esta presentación de personajes y la información necesaria para el espectador, se inicia el viaje hacia Fort Concho a través de un territorio en manos de Cheeba y sus apaches escapados de la reserva de San Carlos y sembrando el terror por toda la región.


Y sin andarse con vaguedades, el director nos ofrece enseguida un ataque indio muy bien rodado, con escenas de acción bien definidas, artimañas apaches perfectamente presentadas, así como sus tácticas guerrilleras para atacar el convoy. Y no falta también la contraposición de la caballería, que también usa sus conocimientos para repeler el ataque de la mejor manera posible. Para ser el primer western del director, debo felicitarle por la manera de rodar dicha batalla (me hizo incluso pensar en Ford y “La Legión Invencible”). 


A partir de aquí, se nos desvelará porqué Ellen siempre intenta volver con los apaches: cuando la raptaron tuvo un hijo y ese niño es el nieto de Cheeba. También veremos la transformación de Willard (cuando Remsberg la trae de vuelta la primera vez, su comentario deja claros sus sentimientos: “Ha muerto mi caballo y tú vives, preferiría lo contrario”) al conocer los motivos de su mujer al escaparse y nos percataremos de que sigue enamorado de ella y como Toller y McAllister irán dejando atrás la animadversión mutua para establecer una relación de respeto recíproca. También descubriremos la sutil atracción mutua entre Ellen y Remsberg. Justo antes de la salida de Fort Creel, ella vuelve a huir con los apaches y Jess vuelve a traerla de vuelta, esta vez con el niño en sus brazos.


Pero estamos en un western de “acción”, y esta no decae. Después del ataque, los supervivientes se han quedado sin agua y sin provisiones. McAllister elabora un plan para llegar al cañon del Diablo, único sitio con agua entre ellos y Fort Concho y envía a Remsberg a por refuerzos. Al iniciar la maniobra para engañar Cheeba y sus hombres, un herido y maltrecho McAllister exclama; “Vamos en busca de una tumba...o de la victoria”.


La estrategia tiene éxito, pero el grupo queda cercado en el cañon, esperando a Jess y los refuerzos del Coronel Foster (papel que interpreta el propio Nelson). Ante la gravedad de las heridas del teniente, el leal sargento Ferguson le pide a Toller (que ya había combatido a los indios) que tome el mando de la tropa. Pero los apaches causan bajas por doquier y capturan a Willard, al que torturan durante toda la noche para minar la moral de los supervivientes. Finalmente llegarán los refuerzos y Cheeba y sus hombres serán capturados y devueltos a la reserva.

En definitiva, aunque este western no aporta nada nuevo al género, estamos ante un film bastante entretenido, muy bien realizado y con muchas dosis de acción y mucha violencia. A pesar que presentarnos a unos apaches crueles y sanguinarios (“Ellen: ¿Vas a matarme? Cheeba: No, te enterraré viva en la tumba de mi hijo, junto a su cuerpo”), también se les dan razones de peso para justificar su comportamiento: “McAllister: eso quiere decir que Cheeba viene por el norte matando a todo el que se encuentra. Remsberg: No le faltan razones Scotty. Los apaches han sido encerrados en esa infernal reservade San Carlos engañados, perseguidos, asesinados...”

 

El director resuelve perfectamente las escenas de acción y sabe utilizar la cámara en los espacios abiertos; me reitero en las imágenes aéreas del inicio....muy conseguidas.


Si os gusta la acción, la caballería y los apaches, no quedaréis defraudados y pasaréis un buen rato disfrutando del film, que no tiene altibajos y giros extraños de guión que entorpezcan el visionado o hagan decaer lo que esperamos de él: una buena “peli de vaqueros” sin más pretensión que entretener al espectador aficionado.

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Por: Xavi J. PruneraNota: 6,5
 
SINOPSIS: El teniente McAllister (Bill Travers) recibe la orden de transportar un cargamento de municiones a través de territorio apache. Para ello sólo cuenta con un pequeño destacamento formado por inexpertos soldados de caballería. Les acompaña Jess Remsberg (James Garner), un veterano explorador del ejército que intenta encontrar a Ellen Grange (Bibi Andersson), una cautiva de los apaches que, después de haber sido liberada, inexplicablemente ha vuelto con ellos. A ellos se les une Tollen (Sidney Poitier), un elegante y cínico hombre de negocios, y Willard Grange (Dennis Weaver), un mezquino comerciante más interesado en aprovechar la presencia de la caballería para llevar sus mercancías a Fort Concho que no en colaborar en el rescate de su esposa. 


Si “Duelo en Diablo” fuera un clásico diría de él que la historia me parece excesivamente trillada. Que al reparto le falta algún intérprete de relumbrón. Que poco aporta al género y que no destaca especialmente en nada. Pero como no es el caso, voy a ser todo lo bondadoso que pueda con este “western de fondo de armario” (como leí no sé dónde) y procuraré destacar todos los aspectos positivos que he detectado en él.


Para empezar diré, por ejemplo, que su secuencia-prólogo me encanta. Que eso de empezar con un tío colgando bocabajo y con Garner y los apaches intercambiando disparos me parece cojonudo. Pero si algo me parece poco menos que magistral de esta primera secuencia es ese travelling que —poco antes de los títulos de crédito— retrocede poco a poco hacia atrás mientras la cámara se eleva y nos muestra una imagen aérea del desierto de Utah absolutamente espectacular.


A partir de aquí señalar, esencialmente, que nos hallamos ante un western de acción. Ante un western que —más que sentar cátedra— lo que pretende es entretener al personal con una historia convencional y unas secuencias de peleas, tiroteos y emboscadas muy bien rodadas. Con pulso, energía y dinamismo. Y en eso nada podemos reprocharle a Ralph Nelson, su director, un tipo que cumple y con creces con un western que hará las delicias de los que buscan en este género un más que digno producto de distracción con todos sus elementos iconográficos (indios, rastreadores, caravanas, caballería…) perfectamente ordenados y dispuestos para lo que haga falta.


Naturalmente, “Duelo en Diablo” no es sólo eso. Nelson intenta abordar con cierto ahínco, por ejemplo, el problema del racismo y el mestizaje en la sociedad de la época, pero la verdad es que —al final— todo ello queda bastante difuso y/o diluido. Sin que podamos llegar a deducir o a interpretar nada concreto de su supuesto mensaje. Aún así, los comportamientos y actitudes de los cinco protagonistas al respecto no dejan de ser realmente curiosos e interesantes.


Y poco más. Añadir, quizás, que otro de los máximos alicientes de “Duelo en Diablo” son sus extraordinarios paisajes (buena fotografía de Charles F. Wheeler), que la inquietante banda sonora de Neal Hefti no está nada mal, que pese a no tener ningún intérprete de relumbrón los cinco protagonistas (Garner, Poitier, Andersson, Travers y Weaver) ejecutan su trabajo de forma bastante correcta y solvente y que —no siendo esta peli nada del otro jueves— tampoco deja de ser, en líneas generales, un western que se deja ver con sumo agrado. 


jueves, 20 de octubre de 2016

LA DILIGENCIA

(The stagecoach) - 1939

Director: John Ford
Guion: Dudley Nichols

Intérpretes:
- Claire Trevor: Dallas
- John Wayne: Ringo Kid
- Thomas Mitchell: Doc Boone
- Andie Devine: Buck
- John Carradine: Hartfield
- Louise Platt: Lucy Mallory
- George Bancroft: Marshall Curley
- Donald Meek: Samuel Peacock
- Berton Churchill: Gatewood
- Tim Holt: Teniente Blanchard   

Música: Temas populares arreglados, entre otros, por Richard Hageman

Productora: Walter Wanger Production 
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 8,5

"Somos las víctimas de un morbo infecto llamado prejuicios sociales" (El doctor Boone a Dallas inmediatamente antes de ser expulsados de Tonto por los miembros de la Liga de la Ley y el Orden)


ARGUMENTO: Un grupo de individuos viaja de Tonto a Lordsburg. Pronto se les unirá un proscrito, Ringo Kidd. Juntos deberán vencer a sus prejuicios morales y hacer frente a numerosos peligros, entre los que se encuentra  la revuelta del apache Gerónimo.


Quizás no sea el mejor western de la historia del cine pero, sin duda, es uno de los más importantes y de mayor influencia porque convirtió lo que hasta ese momento era un género considerado menor, caracterizado, salvo escasas excepciones, por producciones realizadas en serie destinadas a rellenar las sesiones dobles a base de historias simples y con personajes planos, en un género para adultos con argumentos más complejos y personajes perfectamente definidos. El resultado fue que por primera vez, si exceptuamos “Cimarrón” (Wesley Ruggles, 1931), un western estuvo nominado a siete Oscar, incluidos a los de mejor película y director; aunque tuvo la fatalidad de competir con “Lo que el viento se llevó”,  por lo que sólo fue galardonada con dos frente a los diez que obtuvo la lujosa y plúmbea producción de David O. Selznick quien, curiosamente, había rechazado el proyecto de Ford. Sin embargo creo que el tiempo ha puesto a ambas películas en su lugar.

Se trata por tanto del western que indicó por dónde debía transitar este género, pero además a través del relato de un grupo heterogéneo de individuos enfrentados a un enemigo común en el que se combinan perfectamente aventura, humor, principalmente con el personaje de Curly, y amor, Ford nos da una visión nada complaciente de una sociedad hipócrita y puritana, caracterizada por sus prejuicios y obsesionada por las apariencias; y al mismo tiempo crítica el capitalismo salvaje, representado en el banquero estafador que exige la inexistencia de controles en las actividades de los hombres de negocios (supongo que la crisis del 29 todavía estaba muy presente). Un individuo insolidario cuyos lemas son: “América para los americanos. El gobierno no debe intervenir en los negocios. Reducir impuestos. Un hombre de negocios como presidente”; pero que no duda en exigir la protección de ese estado que tanto denuesta, representado por el ejército, cuando lo necesita. Estamos ante un patriota de boquilla y “anarcoliberal” que intenta enriquecerse robando las nóminas de sus conciudadanos. Personaje, desgraciadamente, muy actual.

Para rematar su visión, establece una constante dialéctica entre las clases populares y la aristocracia (muy representativa en este sentido es la escena en la que Lucy se levanta de la mesa para no permanecer sentada junto a Dallas), mostrando más simpatía por los personajes marginales, seres imperfectos pero de mayor humanidad: la prostituta Dallas (personaje que se caracteriza por su solidaridad y está interpretado por una convincente Claire Trevor, aunque inicialmente se pensó en Marlene Dietrich para darle vida); el alcoholizado pero lúcido Doctor Boone (un genial Thomas Mitchell justamente galardonado con el Oscar a mejor actor secundario) al que Ford reserva la frase final que define en gran parte a la película: “Ya se han librado de las ventajas de la civilización”; o el prófugo de la justicia Ringo, acusado injustamente de un crimen que no cometió (un joven John Wayne en uno de sus primeros papeles importantes tras el injusto fracaso en taquilla del excelente western “La gran jornada” dirigida en 1930 por Raoul Walsh).


Mientras que parece retratar con más severidad a los honorables miembros de esa sociedad: Lucy, la altiva, estirada y clasista mujer de un oficial; el caballero del sur devenido en vulgar fullero (el fordiano John Carradine) al que parece importarle solamente el personaje anterior al reconocer en ella a su misma clase social, el ya comentado personaje de Gatewood (un banquero prepotente, egoísta y farsante autor de un desfalco); o, incluso, el sheriff (George Bancroft) que trata de forma diferente a las dos mujeres, así mientras que se dirige a Lucy como dama o señora a Dallas la tutea o se dirige a ella con su nombre de pila. Un grupo cuyos miembros tan sólo comenzarán a acercarse tras el nacimiento del hijo de Lucy, feliz acontecimiento en el que la actitud del médico borrachín y la prostituta será capital.

 


Desde el punto de vista técnico el filme es extraordinario. Ford filma escenas espectaculares como la del ataque a la diligencia que a pesar del tiempo transcurrido es difícilmente superable, y da toda una lección sobre la planificación y el encuadre (Anthony Mann llegó a afirmar que: “El realizador que más he estudiado, mi director favorito, es John Ford. En un plano expone más rápidamente que cualquier otro el entorno, el contenido, el personaje. Tiene la mayor concepción visual de las cosas y yo creo en la concepción visual de las cosas”); así como de la utilización del fuera de plano, en la escena del enfrentamiento entre Ringo y los hermanos Plummer cuyo suspense se acentúa al ver a uno de los personajes entrar en el saloon, y de la panorámica que le permite sacar un gran partido de su querido Monument Valley, a partir de esta película paisaje emblemático de sus mejores westerns. Además de regalarnos algunas imágenes que han pasado a la historia del cine, como la presentación de Ringo a través de un travelling frontal mientras carga su wínchester con una mano.

Por último, comentaros como anécdota que Orson Welles, impactado por “La diligencia”, reconoció haberla visto docenas de veces inmediatamente antes de dirigir “Ciudadano Kane”.



En definitiva un clásico y, como tal, atemporal que, además, rescató a su protagonista de los westerns de serie B en los que estaba encasillado (en los años posteriores rodaría “Mando siniestro”, “Hombres intrépidos” y “El guardián de la colina” de, respectivamente, Walsh, Ford y Hathaway), dando el primer paso para convertirse en el cowboy por excelencia.