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miércoles, 26 de septiembre de 2018

CORAZONES INDOMABLES

(Drums Along The Mohawk, 1939)

Dirección: John Ford
Guion: Lamar Trotti y Sonya Levien

Reparto:
- Claudette Colbert: Lana Martin
- Henry Fonda: Gil Martin
- Edna May Oliver: Mrs. McKlennar
- John Carradine: Caldwell
- Ward Bond: Adam Hartman
- Arthur Shields: Reverendo Rosenkrantz
- Jessie Ralph: Mrs. Weaver

Música: Alfred Newman
Fotografía: Bert Glennon y Ray Rennahan
Productora: 20th Century Fox

Por: Sintu Amat Ferris. NOTA: 8’5.

Gil: Lo voy a intentar yo, Lana.
Lana: Te matarán.
Gil: Si llego al claro, no hay indio en la Tierra que pueda alcanzarme. Di que no estás asustada y quieres que vaya.
Lana: No estoy asustada y quiero que vayas.


“Corazones indomables” es el título rimbombante que le adjudicaron en castellano a “Drums Along The Mohawk” (algo así como “Tambores a lo largo del Valle de Mohawk”), y fue la primera película en color que rodó John Ford.

Fue el año 1939 un año de grandes producciones cinematográficas que trascenderían a las siguientes generaciones y escribirían la historia del cine en letras de oro: “Lo que el viento se llevó”, “La diligencia”, “Adiós, Mr. Chips”, “El Mago de Oz”, “Cumbres Borrascosas”, “Ninotchka”, “Intermezzo”, “Juárez”, “La vida privada de Elizabeth y Essex”, “Union Pacific”, “Vinieron las lluvias”, “Sólo los ángeles tienen alas” y la que nos ocupa.


ARGUMENTO: 1773. Gil y Lana Martin son una pareja de recién casados que se instalan en el Valle de Mohawk, cerca del lago Ontario, para empezar una nueva vida como colonos. Allí deberán enfrentarse a las tribus iroquesas que se han aliado con las tropas inglesas para luchar contra los americanos que claman por la independencia de los Estados Unidos durante los primeros días de la Revolución.


A pesar de sus irregularidades históricas, Ford realiza un film tan hermoso como vibrante, que va ganando en fuerza dramática a medida que avanza la acción. Rodada en exteriores naturales de Utah y en un hermoso Technicolor que muestra todos los tonos de la paleta, Ford parece inspirarse en la pintura americana del siglo XVIII, sobre todo la de Benjamin West, tanto en la composición del color como en la coreografía de los personajes. Un claro ejemplo de ello es la secuencia de la boda de Gil y Lana. Es una película absolutamente deslumbrante de ver, con unos exteriores bellamente fotografiados (los bosques muestran unos tonos verdes intensos, rojizos, marrones y ocres realmente espectaculares) por Bert Glennon y Ray Rennahan, responsables de la iluminación de “La diligencia” y “Río Grande”, también de Ford, el primero, y de “Duelo al Sol”, de Vidor, y “Los inconquistables”, de De Mille, el segundo.


Basada en la novela de Walter D. Edmonds, y con guión de Lamar Trotti y Sonya Levien, y participación no acreditada de William Faulkner, la película tiene tres partes claramente bien diferenciadas: en la primera, tras celebrar su boda en Nueva York, Gil y Lana Martin se trasladan al Valle de Mohawk, donde él es propietario de unas tierras. Allí empezarán de cero, labrarán sus tierras,construirán su hogar, se relacionarán con sus vecinos, ella se quedará embarazada y tendrán un primer contacto con William Caldwell (John Carradine), el villano de la función y el único basado en un personaje real. Cuando ya se han asentado, serán víctimas del primer ataque de los indios, comandados por Caldwell, que los dejarán sin tierras y sin casa. La segunda parte se inicia cuando los Martin, desahuciados y sin ninguna esperanza de prosperar, entran al servicio de la viuda McKlennar (Edna May Oliver) como labradores. Allí llevarán una vida tranquila, construirán su nuevo hogar, tendrán a su segundo hijo y Gil se marchará a luchar contra los ingleses,  aunque regresará un tiempo después en un emotivo reencuentro con Lana. Esta segunda parte finaliza con un nuevo ataque de los indios a la granja McKlennar.


La tercera parte se desarrolla en un nuevo escenario, el fuerte Schuyler, donde todos los colonos deben refugiarse ante un inminente ataque indio. Esta es la parte más violenta y en la que perecerán algunos de los personajes con los que nos hemos ido familiarizando durante la historia.




En cuanto al reparto, John Ford contó con dos de las estrellas más famosas del momento, aunque ambos fueron un grave error de cásting: Henry Fonda, que era un verdadero descendiente de los Fondas que se establecieron en el valle de Mohawk a mediados del siglo XVII, no daba el tipo como granjero, y Claudette Colbert, que ya tenía 36 años, parece salida directamente de un cocktail de Park Avenue (y que sustituyó a la incialmente prevista Linda Darnell). No obstante, ambos protagonizan escenas de gran fuerza dramática. Junto a ellos, el elenco característico de muchas películas de Ford: John Carradine, Ward Bond, Francis Ford, Arthur Shields, Russell Simpson o Jessie Ralph. En cierta ocasión, cuando se le preguntó al Maestro por qué utilizaba siempre a los mismos actores de reparto, respondió: “Porque son los únicos que siguen mis instrucciones.”


Pero quien de verdad se adueña de la función es Edna May Oliver, que interpreta a la viuda McKlennar, y que fue nominada al Oscar a la mejor actriz secundaria, que perdió frente a Hattie MacDaniel por “Lo que el viento se llevó”. Además de la de Oliver, la película recibiría otra nominación por la magnífica fotografía de Bert Glennon y Ray Rennahan.


Aunque es una de las cintas menos populares de John Ford, este Eastern o pre-Western, obtuvo cierto éxito en su momento, y contiene todos los temas fordianos por excelencia: la familia, el apego a la tierra, la importancia de la civilización, la patria, la camaradería, la crítica contra la hipocresía y la lucha contra los oprimidos (en esta ocasión los indios son retratados como verdaderamente salvajes y violentos, excepto en el personaje de Blue Back). Bellamente narrada y dirigida, con un lirismo que emociona pero no chirría y con su habitual humor en las escenas costumbristas, combina con excelencia las escenas épicas con escenas más intimistas. De todas las maravillosas imágenes que “Corazones indomables” destila, tres son los momentos que más me han impactado: 


- La secuencia en que Lana se despide de Gil, cuando este parte hacia la guerra, y cómo le vemos alejarse con la tropa mientras ella le sigue por los campos. Sublime.


- El regreso de los soldados en una noche de lluvia, y la búsqueda desesperada de Lana, angustiada por no encontrar vivo a su marido, hasta que al fin lo descubre herido en una cuneta del camino.



- Gil perseguido por tres indios a través de los bosques, tratando de llegar al fuerte más cercano para pedir ayuda, en una magnífica secuencia de secuencias, primero como cuatro siluetas recortadas en una maravillosa puesta de sol, después como presa asediada en una partida de caza. Pura narrativa cinematográfica.


Hay más, pero, para mí, estas tres secuencias sirven para demostrar por qué John Ford es tan grande. Y es porque no sólo expresan su profundo conocimiento del ser humano, sino porque evidencian también su exquisita sensibilidad visual,  cualidades ambas que pocos directores han llegado a poseer. 

Y eso, verdaderamente, es ser muy grande.


jueves, 20 de septiembre de 2018

PERSEGUIDO

(Pursued, 1947)

Dirección: Raoul Walsh
Guion: Niven Buchs

Reparto:
- Robert Mitchum: Jeb Rand
- Teresa Wright: Thorley Callum
- Judith Anderson: Medora Callum
- Dean Jagger: Grant Callum
- Alan Hale: Jake Dingle
- John Rodney: Adam Callum
- Harry Carey Jr.: Prentice
- Clifton Young: The sergeant

Música: Max Steiner
Productora: United States Pictures (USA)

Por: Jesús Cendón. NOTA: 8’5.

”Todo volverá a repetirse, pero ya no me importa. Sé que hay una respuesta que siempre he estado buscando. ¿Por qué siempre he estado solo? ¿Por qué todo salía mal? ¿Por qué hay odio en mí en lugar de amor? Había algo trágico en mi destino y también en el tuyo. Supongo que hemos perdido nuestra oportunidad y ya no podemos hacer nada”. Jeb Rand a Thorley Callum instantes antes de ser apresado por Grant Callum.


ARGUMENTO: Tras el asesinato de su familia, Jeb Rand es adoptado por Medora Callum que lo cría junto a sus dos hijos, Thorley y Adam, como uno más de la familia. Sin embargo su existencia estará marcada por el odio que le profesa Grant, el cuñado de Mrs. Callum.
Raoul Walsh, un director tan apegado a los géneros como tradicional en su forma de abordarlos, sorprendió en su vuelta al wéstern tras haber rodado una de sus cimas de un clasicismo arrebatador (1) con esta singular película del Oeste, una de las propuestas más innovadoras y arriesgadas dentro del wéstern en la década de los cuarenta.


Situada a caballo entre dos siglos, el filme, basado según palabras del propio guionista en hechos reales aunque también se ha visto en el mismo una libre adaptación de la novela “Cumbres borrascosas”, narra una historia de odio, venganza, traición, envidia, celos, pasiones amorosas y rivalidad fraternal en el seno de una familia de rancheros en Nuevo México. A la vez que están muy presentes temas como el destino, la fatalidad, el amor como elemento redentor y la suerte.


De hecho junto con el odio visceral profesado por Grant a Jeb, la vida de este último estará marcada por una moneda lanzada al aire que determina su incorporación a filas para enfrentarse a los españoles en la Guerra de Cuba de 1898 (2) y la pérdida de su parte del rancho a favor de Adam. Incluso la misma moneda le propiciará, a través del juego, una pequeña fortuna con la que comenzar una nueva vida junto a su amigo y protector Jake (interpretado por un Alan Hale alejado de sus habituales personajes de corte cómico como compañero del protagonista).


Sin embargo la ubicación espacio-temporal del filme no constituye un elemento determinante ya que podría haberse desarrollado en otro lugar y en otra época sin perder su esencia; porque en realidad la cinta bebe tanto del wéstern como de otros géneros.


Así, en primer lugar se aprecia la influencia de las tragedias clásicas y de los dramas shakesperianos, tan apreciados por el propio director y por Niven Busch, guionista que en su dilatada carrera escribió varios dramas familiares ambientados en el salvaje Oeste. Baste en este sentido recordar “Duelo al sol”, cuya novela fue adaptada al cine por King Vidor en 1946, o su guion para “Las Furias” (Anthony Mann, 1950) que cuenta con su oportuna reseña. Películas en las que, además, describe mujeres de fuerte carácter fundamentales en el desarrollo de la trama.


Asimismo nos encontramos elementos propios del noir. Respecto a esta cuestión no creo que fuera casualidad la elección del director de fotografía, puesto que James Wong Howe, un genio de la iluminación con dos Oscar y diez nominaciones en su haber, fue uno de los pilares, junto con John Alton, en la codificación estílistica del cine negro norteamericano. En este filme su aportación resulta fundamental para reflejar la tortura psicológica y emocional vivida por el protagonista.



Como ejemplos del extraordinario trabajo del cameraman de origen chino cabe citar tres secuencias nocturnas: el enfrentamiento en un callejón entre Prentice, nuevo pretendiente de Thorley, y Jeb; aquella con una iluminación tenebrista más propia de una película de terror en la que Thorley confiesa a su madre sus verdaderos planes respecto a Jeb; y el asalto del rancho de Jeb por parte de Grant y sus secuaces con la posterior huida del protagonista, escena en la que, por otra parte, Raoul Walsh muestra su maestría para crear suspense y tensión. Igualmente destacable es la secuencia del entierro de Prentice que podría haber sido rodada por el mismísimo Luis Buñuel por su composición e iluminación marcadamente surrealistas.


También propio del cine negro es el recurso a la voz en off del protagonista. Jeb Rand se convierte, de esta forma, en el narrador omnisciente del relato y quizás en este hecho radica una de las escasas debilidades de la película puesto que llega a relatar acontecimientos en los que no estaba presente (¿Cómo sabe Jeb el contenido de la conversación mantenida entre su madre adoptiva y Grant tras haber intentado este asesinarle cuando era un adolescente?).


Igualmente característico del noir es la propia estructura del filme a través de varios flash-backs. Así tras la secuencia inicial que arranca con una panorámica de uno de los personajes galopando (3) para a continuación revelarnos la situación desesperada del protagonista, la acción se retrotrae en el tiempo con el objeto de dar a conocer el espectador cómo ha llegado Jeb a esa circunstancia.


Por último tenemos al propio protagonista, Robert Mitchum, cedido por la RKO a la United States Pictures una pequeña compañía vinculada  a la Warner Brothers de la que era participe el propio Niven Buchs, que ese mismo año con “Retorno al pasado” (Jacques Tourneur) comenzaría a forjar su imagen definitiva muy vinculada al cine negro (4).

Incluso la mayor parte de los temas compuestos por Max Steiner remiten a melodramas o a thrillers, reforzando esta doble influencia.


En tercer lugar la película es deudora de la corriente psicoanalista tan en boga en el Hollywood de la década de los cuarenta (5) y cuyo paradigma fue “Recuerda” (Alfred Hitchcock, 1945), que incluso contó con la participación de Dalí como diseñador de la escena del casino. Así Jeb, de los luctuosos acontecimientos vividos de niño, tan sólo rememora unas espuelas y unos destellos de luz que lo atormentan en sueños y será el regreso al lugar en donde se produjeron lo que provoque el recuerdo de la secuencia completa. De esta forma, en un final memorable, tanto Jeb como el espectador, conocerán las razones del odio de Grant y cómo este ha sido fundamental en las desgracias acaecidas al protagonista que han marcado su vida hasta ese momento.



El merito de Walsh consiste en integrar todos estos elementos e influencias tan dispares evitando en todo momento lo que podría haber sido un pastiche para crear un filme arrebatador de una gran coherencia, de una rotunda modernidad (anticipa varias claves del wéstern de la década siguiente) y enormemente complejo que cuenta con un ritmo, como era habitual en él, trepidante. Destacaría en este sentido cómo necesita tan sólo dos planos para mostrarnos el paso del tiempo o la utilización magistral del recurso de la elipsis narrativa en la escena del juicio de Jeb.

Igualmente meritoria es la creación de los cinco presonajes principales que sustentan el drama: los tres hermanos (incluido Jeb), su madre y el cuñado de esta.


Jeb Rand, memorable Robert Mitchum en un papel para el que se pensó en Montgomery Clift y Kirk Douglas, es el típico héroe trágico. Un hombre incapaz de gobernar su vida al verse sobrepasado constantemente por unos acontecimientos no provocados por él. Un individuo que intenta desesperadamente buscar en su pasado la explicación de su dramática situación actual y evitar con ello su sino, un destino que se estrecha peligrosamente sobre él igual que, en la escena final, la horca alrededor de su cuello.


Thorley Callum, personaje escrito por Niven Buchs especialmente para Teresa Wright (6), es la hermana adoptiva y posterior amante de Jeb. En todo momento intentará mantener unida a la familia y sobre todo a sus dos hermanos, debatiéndose entre el amor fraternal que profesa a Adam y la pasión que siente por Jeb con el que la une una especial sintonía, confirmada por su hermano adoptivo cuando le dice: “Siempre podías pensar con mi mente y sentir con mi corazón”. La actriz, por la que tengo debilidad, lleva a cabo una extraordinaria interpretación pasando de ser una mujer dulce (típico papel desarrollado a lo largo de su carrera) a una persona dura, fría y calculadora que, a pesar de amar a Jeb, idea un plan para acabar con él tras haberse convertido en su esposa.


Adam Callum, al que dio vida un debutante John Rodney, que se mostrará desde niño como un rival de Jeb. Rivalidad acrecentada tanto por la participación de este en la guerra y la envidia que le provoca la condecoración tras su regreso; como por los celos causados por la relación del protagonista con su hermana. Vislumbrándose un cierto deseo incestuoso respecto a Thorley.


Medora Callum, encarnada por una excelente Judith Anderson que interpreta un papel muy alejado de su perversa señora Danvers en “Rebeca” (Alfred Hitchcock, 1940) o de la interesada amante de T. C. Jeffords en “Las Furias”. Estamos ante una mujer bondadosa y protectora que intenta compensar un “pecado” del pasado adoptando a Jeb y tratándolo como un verdadero hijo. Es junto a Grant el único personaje conocedor de la terrible verdad que está condenando a Jeb en el presente, pero se niega a confesársela a su hijo porque como le dice cuando era niño: “No hagas preguntas al pasado. Para ti no hay respuestas”. Personaje que parece perder importancia a medida que avanza la narración, se revelará fundamental en la resolución del drama.


Y Grant Callum (magnífico Dean Jagger) verdadera encarnación del Mal. Un ser maquiavélico cuyo único objetivo en la vida es acabar con Jeb para culminar su venganza. Un individuo que, cual demonio, tentará primero a Adam y posteriormente a Prentice, encizañándolos contra Jeb y utilizándolos como instrumento de su revancha.


En definitiva, “Perseguido”, actualmente caída en el olvido a pesar de haber sido alabada por directores como Martin Scorsese o Sergio Leone, constituye una clara muestra tanto del enorme talento narrativo como del genio creativo de su autor, uno de los mayores directores del Hollywood clásico, por lo que es de visión imprescindible para todo aficionado al género. 

(1) En 1941 Raoul Walsh había dirigido a Errol Flynn en “Murieron con las botas puestas”, una gran epopeya sobre la vida y muerte del general Custer ya reseñada en este blog.

(2) Al igual que en “Cielo Amarillo”, que también cuenta con su oportuna reseña y fue dirigida un año después por William Welman, la situación vivida por Jeb tras su regreso de la guerra y su aparente inadaptación; así como, las consecuencias en la población civil de su retorno, fundamentalmente en su hermano Adam, aluden claramente a las dificultades, la amargura y el desencanto que estaba viviendo la sociedad estadounidense tras la II Guerra Mundial.

(3) En la escena de apertura del filme, y como igualmente haría en la también comentada “Juntos hasta la muerte” (1949), el director nos muestra a través de la utilización de la panorámica la fragilidad e insignificancia del ser humano en comparación con la solidez y grandiosidad de la naturaleza.

(4) La figura de Robert Mitchum quedaría definitivamente asociada al cine negro gracias a una serie de películas protagonizadas en el seno de la RKO, entre las que destacan, junto a la mencionada “Retorno al pasado”, “Encrucijada de odios” (Edward Dmytrick, 1947), “El gran robo” (Don Siegel, 1949), “Donde habita el peligro” (John Farrow, 1950), “El soborno” (John Cromwell, 1951), “Macao” (Josef Von Stenberg, 1952) o “Cara de ángel” (Otto Preminger, 1952). En 1949 protagonizaría, además, “Sangre en la luna” un wéstern dirigido por Robert Wise claramente influenciado, la igual que “Perseguido”, por el noir.

(5) Entre los ejemplos hollywodienses más sobresalientes durante la segunda mitad de la década de los cuarenta de esta corriente podemos citar, junto con la señalada “Recuerda”, a “El séptimo velo” (Compton Bennet, 1945), “Secreto tras la puerta” (Fritz Lang, 1947), “Nido de víboras” (Anatole Litvack, 1948) o “Vorágine” (Otto Preminger, 1949).

(6) Teresa Wright estuvo casada con Niven Buchs desde 1942 a 1952 y volvió a coincidir con Robert Mitchum en “El rastro de la pantera” (William Wellman, 1954). Wéstern, tan singular como “Perseguido”, sobre los miedos y disputas existentes entre los miembros de una familia escasamente cohesionada. 

jueves, 13 de septiembre de 2018

EL ÚLTIMO PISTOLERO DE LA FRONTERA

(The last of the fast guns, 1958)

Dirección: George Sherman
Guion: David P. Harmon

Reparto:
- Jock Mahoney: Brad Ellison
- Gilbert Roland: Miles Lang
- Linda Cristal: María O’Reilly
- Eduard Franz: Padre José
- Lorne Greene: Michael O’Reilly
- Carl Benton Reid: John Forbes
- Edward Platt: Samuel Grypton
- Eduardo Noriega: Córdoba
- Jorge Treviño: Manuel

Música: Hans J. Salter, Herman Stein
Productora: Universal International Pictures. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 6’5.

”Siempre piensa usted en violencia. No se puede morir en paz” “Yo nací en la violencia, padre” “Pues quédese en las colinas, hijo, y sólo eso morirá” Conversación entre el padre José y Brad Ellison.




A medida que he podido acceder a la filmografía wéstern durante la segunda mitad de la década de los cincuenta de Jock Mahoney, he comprobado que la mayoría de sus películas, si bien no son obras maestras, se caracterizan por su singularidad y por la presencia de elementos originales. Este hecho no sé si es debido a la casualidad, a la buena elección de los guiones por parte del actor o al hecho de que la Universal le reservara de alguna forma este tipo de filmes; pero, en todo caso, el resultado es su presencia como protagonista en un puñado de cintas de gran atractivo para los aficionados al género.


Así, entre sus wésterns podemos destacar: “Lucha de poder” (Charles F. Haas, 1956), un filme con una profunda carga dramática en torno a la relación entre dos amigos-rivales marcada por las secuelas de la Guerra de Secesión y un trágico accidente ocurrido en el pasado; “Un día de furia” (Harmon Jones, 1956), wéstern crepuscular sobre el extraño vínculo establecido entre un pistolero y un sheriff que se desarrolla durante un solo día y sirve para mostrarnos una sociedad caracterizada por su hipocresía y violencia; “Joe Dakota” (Richard Bartlett, 1957), drama con elementos cómicos con la codicia y la identidad como temas principales que presenta semejanzas en su desarrollo con “Conspiración de silencio” (John Sturges, 1955) al narrar la llegada de un forastero a un pueblo cuyos habitantes comparten un secreto vergonzante; “Dinero, mujeres y armas” (Richard Bartlett, 1957), mixtura entre wéstern y thriller en la que un investigador privado debe encontrar a los herederos de un minero asesinado, así como al hombre que lo mató; y la película objeto de esta reseña. 



ARGUMENTO: John Forbes, un viejo paralítico, contrata a un pistolero, Brad Ellison, para que encuentre a su hermano desaparecido en México hace varios años. El pistolero que, con los veinticinco mil dólares prometidos ve la posibilidad de cambiar de vida, contará con una única pista: una moneda de dólar con el águila en ambas caras que poseen tan sólo John y su hermano.


La película cuenta con una escena de apertura antológica, me atrevería a decir que es el mejor inicio de los wésterns que he visto firmados por Sherman. Un prodigio de síntesis que muestra las habilidad narrativa de su director y posee una carga simbólica profunda. Una secuencia prácticamente silente en la que parece anunciar, tanto en la utilización del montaje como en la composición de los planos, los wésterns de la década siguiente.


A partir de esa escena, Sherman nos introduce en una historia, a caballo entre el wéstern y el thriller, más profunda de lo que podría parecer, en la que el protagonista, un asesino a sueldo, aceptará el peligroso encargo de buscar a un hombre desaparecido en México (1), misión en la que ya han perdido la vida dos hombres. Pero a lo largo del filme asistiremos, junto al viaje físico al país vecino, al viaje interior de nuestro antihéroe, quien desde el inicio comprende que está ante la posibilidad no sólo de labrarse una nueva vida alejada de la violencia y la muerte, sino también de alcanzar la paz interior; porque, como afirma al comienzo de la película, en su profesión: “Cuando das vueltas no dejas de mirar hacia atrás y siempre te persigue alguien”. 


Para comprender la crisis existencial del protagonista la acción de la película se sitúa a finales del siglo XIX, época de grandes cambios que supusieron el fin de una sociedad basada en la ley del más fuerte; por lo que los pistoleros que hicieron de su rapidez con el revólver su medio de vida han desaparecido o se comportan como espectros que comienzan a darse cuenta de su condición al estar sus días contados. Este hecho, que confiere un tono crepuscular al filme y lo entronca con la visión nihilista de los wésterns dirigidos por Sam Peckinpah, queda perfectamente reflejado en otras escena en la que Brad Ellison se reúne en una hacienda mejicana (México parece ser el último refugio de los pistoleros) con otros “colegas de profesión”, entre los que se encuentran Johnny Ringo y James Younger, y charlan sobre su dramática situación, recordando a compañeros desaparecidos como Jesse James o Billy el Niño. Secuencia en la que, en definitiva, se nos muestra a unos individuos cuyo tiempo ha pasado al no tener cabida en el nuevo mundo en construcción.


Y será definitivamente en el país vecino en el que se produzca la “muerte” del pistolero y el nacimiento de un nuevo Brad, sobre todo a través de su contacto con tres personas: el ranchero Michael O’Reilly, un hombre capaz de dar una segunda oportunidad a aquellos que la necesitan sin juzgar su pasado; María O’Reilly promesa de una futura vida en común; y, sobre todo, el Padre José quien vive en las montañas y ha abandonado el mundo material para encontrar la paz y la felicidad.


Jock Mahoney (2) se muestra correcto como Brad Ellison, una especie de ángel de la muerte vestido totalmente de negro y con un caballo del mismo color. Su estilo interpretativo, algo hierático, era muy apropiado para dar vida a un individuo reservado y desconfiado (llega a responder a John Forbes cuando este le dice que parece muy cuidadoso, “Se puede elegir, ser cuidadoso o morir”), al mismo tiempo que es consciente de que el sol se está poniendo para los hombres como él y busca desesperadamente un cambio que le permita vivir más allá de los treinta años. Así se lo hace saber al padre José cuando este le advierte “El tiempo pasa rápido, no hace falta que se dé prisa” y él contesta “No me doy prisa, se me está echando encima”.


El veterano Gilbert Roland (3) le da perfecta replica en el papel de Miles Lang, capataz de Michael O’Reilly, que se convertirá en su compañero de aventuras tras haberle salvado la vida el pistolero con unas boleadoras (objeto que cobrará una gran importancia en la resolución del filme). Tanto su estilo interpretativo, más expresivo, como su vestimenta y caballo, de color blanco, contrastan y complementan perfectamente a Jock Mahoney.




Junto a ellos rostros que se harían muy populares gracias a distintas series de televisión (4): Lorne Greene como Michael O’Reilly, Linda Cristal en el papel de María y Edward Platt dando vida a Samuel Grypton, el encargado del rancho-refugio de los pistoleros.


Por otra parte, desde el punto de vista técnico la película está muy cuidada, destacando la labor de Alex Philips, un extraordinario director de fotografía que curiosamente se asentó y trabajó fundamentalmente en México; además de contar con una banda sonora variada y muy apropiada y unos excelentes diálogos escritos por David P. Harmon, profesional que desarrolló su carrera básicamente en televisión, superiores al propio guion, también escrito por él, que va perdiendo fuelle a medida que se desarrolla la historia, y adolece de un giro previsible y un final algo precipitado.



En definitiva “El último pistolero de la frontera” es una clara muestra del buen hacer de George Sherman, un gran artesano con una filmografía de casi ciento treinta títulos, entre ellos innumerables wésterns, rodados durante cuatro décadas y cuya trabajo ha sido generalmente subestimado, aunque en la actualidad está siendo objeto de estudio y revisión.


(1) A mediados de la década de los cincuenta Hollywood ambientó bastantes wésterns en el país vecino. El propio Sherman en 1955, y coprotagonizado también por Gilbert Roland, había rodado “El tesoro de Pancho Villa”, otro wéstern situado en México basado en la relación entre un aventurero extranjero y un revolucionario mexicano. Este tipo de vínculo sería habitual una década después en los llamados Zapata wésterns filmados por directores europeos.



(2) Jock Mahoney comenzó como doble de estrellas de la talla de John Wayne y Gregory Peck, para asentarse como actor, sobre todo protagonizando wésterns, en los años cincuenta; mientras que en la década siguiente, dado su espectacular físico, interpretó para la pantalla grande tres entregas de las aventuras de Tarzán. Como curiosidad comentaros que fue el padrastro de Sally Field.

 (3) Gilbert Roland, nacido en México, inició su periplo hollywoodiense durante el cine silente y alargó su carrera hasta la década de los ochenta, incluso rodó en apenas dos años cinco wésterns en Europa. Dentro de este género sus papeles más importantes fueron el de Juan Herrera en “Las Furias” (Anthony Mann, 1950) y el de Dull Knife en “El gran combate” (John Ford, 1964), pero siempre será recordado por su interpretación de Víctor Ribero en la obra maestra de Vincente Minelli “Cautivos del mal” (1952).

(4) Lorne Greene se hizo mundialmente famoso como Ben Cartwright, dueño del rancho La Ponderosa, en la serie “Bonanza” (1959-1973). Linda Cristal, nacida en Argentina, es conocida en este género, además de por sus intervenciones en “El Alamo” (John Wayne, 1960) y “Dos cabalgan juntos” (John Ford, 1961), por su participación en la serie “El Gran Chaparral” (1967-1971). Edward Platt encarnó durante cinco años al jefe de Maxwell Smart en la serie satírica “Superagente 86”